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lunes, 21 de octubre de 2013

Esteban Cúa

Yo no sé de qué modo podrá ayudarme que yo le cuente mi sueño, pero ya no sé que hacer, estoy desesperado por que alguien interprete lo que aparece en mi cabeza por las noches.
¿Ya está grabando?, pues claro, que tonto soy, si está la lucecita roja encendida, pues empiezo.

Mi nombre es Esteban Cua y tengo diecisiete años. Nací el 19 de abril de 1999, por lo tanto soy Aries.
Yo nunca he creído en cosas de horóscopos ni en los astros ni temas similares, incluso hasta hace unos meses nunca me había presentado como un Aries.
Quedé un día con cuatro amigos para ir al centro a mirar regalos de Navidad para nuestros padres y hermanos. Después iríamos al cine a ver la última película de Star Wars y al salir a merendar algo a la cafetería de la calle Mayor, ya sabe, esa tan famosa que aparece en muchas series y películas.
Los cinco tenemos planeado un viaje a Hungría. Llevamos un par de años hablando de ello, y, este año, por fin nos hemos decidido a hacerlo. Nos costó un poco convencer a nuestros padres, ya que es un viaje largo y costoso. Nunca hemos salido del país y a nuestros padres les da miedo, pero finalmente hemos conseguido que nos den permiso
En la cafetería, Daniela cogió una revista, no era una revista propia para adolescentes como nosotros; más bien era para mujeres maduras que les gusta leer y regodearse con las desdichas de los famosos. Comenzó a pasar hojas y a hacer comentarios sobre algunas de las noticias publicadas; el resto nos reíamos o le decíamos que no nos interesaba aquello. Entonces fue cuando llegó al horóscopo. Se detuvo en aquella página para leer el suyo en silencio, miró alguna cosa más por encima y pasó la hoja. Entonces mi amigo Julián la detuvo e hizo que regresara al horóscopo.
—Léenos también el nuestro —le pidió en tono jocoso—. Llevas un buen rato contándonos cotilleos, pues ahora infórmanos de lo que nos depara el futuro.
—Eso son chorradas —comentó Maxi, que no creía en la astrología.
—Pues yo sí que quiero que me lea el mío —intervino también Miranda.
El único que no se pronunció fui yo. No era algo que me interesara, pero sentía curiosidad por saber qué decían los astros sobre mi futuro. Así fue como Daniela fue leyendo uno por uno nuestros horóscopos, no recuerdo lo que les contó a los demás, pero recuerdo muy bien lo que me dijo a mí: “Vives momentos de bienestar que se verán recompensados con el viaje que siempre has soñado. En el trabajo recibirás una gratificación.”
—Mira, el tuyo acierta en lo del viaje —dijo Julián.
—Si eso fuera así, todos los demás horóscopos dirían lo mismo —intervino Maxi—, al fin y al cabo ese viaje lo haremos todos.
La verdad que sí que vivía momentos de bienestar porque me iba bien en los estudios, con mis amigos me lo pasaba genial y la relación con mi familia era estupenda. Lo único que no coincidía era lo del trabajo, pero al llegar a mi casa aquella noche, mi madre me dijo que a mi padre le habían ascendido en el trabajo. Mi padre también es Aries, igual que yo. No sabía si todo aquello era coincidencia o aquel horóscopo había acertado.
En fin, que cené con mi familia, vimos un rato la televisión y me fui a acostar. Desde aquella noche comencé a tener esa pesadilla. Bueno, realmente no es el mismo sueño todas las noches, pero el final es igual.
Aquella noche soñé con mares y ríos que ardían, y de ellos salían hombres que no tenían piel. Yo iba por un sendero de piedra y a mi alrededor había agua, pero no era un agua normal; era de color morado y, de repente, se convertía en lava, de la que salían pequeñas erupciones que invadían mi camino. Al intentar apartarme para no quemarme, salían de la lava hombres despellejados que avanzaban hacia mí. Yo intentaba huir, pero al intentar correr, lo que sucedía era que no lograba avanzar y aquellos seres me cerraban el paso.
Cuando conseguí moverme del sitio, ya no estaba en un camino, si no en una casa. Entraba por la puerta y allí me esperaba mi madre con mi amiga (la que nos leyó el horóscopo). Estaban comiendo magdalenas (algo raro, porque mi madre no puede comer dulce) y tomando leche. Me ofrecieron una y mi madre me preguntó que por qué venía tan sofocado; me pidió que me sentara y merendara con ellas. Subo a mi cuarto y allí me tumbo en la cama.
Y aquí comienza la parte común de todos los sueños: Aparece una mujer atada a la pared con cadenas. Está totalmente desnuda y tiene la cadena enganchada a un tobillo, el cual se le ha amoratado. Está demasiado pálida, como si estuviera muerta, pero respira y se mueve ligeramente. Me pongo en pie para acercarme a ella y liberarla. En el momento en el que toco su piel la noto fría, y me doy cuenta de que esa chica es Daniela, que me sonríe. Sus dientes están afilados y emite una carcajada aguda que me hiela la sangre. Cuando intento darme la vuelta para buscar algo con lo que cortar las cadenas, me encuentro con que estoy encerrado en una jaula. Por más que golpeo y zarandeo los barrotes, no consigo salir. Al otro lado, hay varias sombras a las que oigo reír. En ese instante me despierto.

Bueno, pues el caso es que como tenemos el viaje programado para cuando se acaben las clases no sé como interpretar esos sueños. ¿Tendrán algo que ver con el viaje? ¿Debemos seguir adelante con él? Aparte de las pesadillas, esas dudas son las que me atormentan.

Otro de los sueños comienza en el instituto, con mis amigos en clase. Nos están explicando el tema de Platón y su retórica. Sin embargo, no es el profesor de filosofía el que nos da la clase, si no la maestra de inglés. Y, aunque, no nos habla en castellano, la entendemos perfectamente. Cuando suena la campana y salimos del aula, en pasillo no es el del instituto. Es un pasillo con paredes acristaladas y está flotando en el aire, comunicando dos edificios a decenas de metros de altura. Resulta atrayente, y a la vez aterrador, caminar por aquel suelo de cristal como si realmente pudiéramos pasear por las nubes. Es una sensación que no se puede describir. Entonces nos montamos en un coche de feria y el suelo se convierte en raíles de montaña rusa. El vehículo se desliza por las vías bajando empinadas cuestas y haciendo giros imposibles. Cuando bajamos de allí nos encontrábamos en una mazmorra subterránea. Caminamos por un largo pasillo iluminado por antorchas cuya llama danza y salta produciendo extrañas sombras. Al final llegamos a una amplia sala llena de ordenadores y pantallas. A mí me recuerda a la Batcueva, ya sabe, la cueva de Batman. Allí hay unos cilindros llenos de un líquido verde y, aparentemente, viscoso en el que flotan cuerpos humanos, conectados a unos respiradores.
Nosotros los miramos como si fueran animales en un zoo, reímos y señalamos las cámaras cilíndricas. Todos son diferentes. Algunos son hombres, otros mujeres; blancos, negros, asiáticos; grandes, pequeños, delgados, obesos, musculosos.
Maxi se para frente a una de aquellas cápsulas y comienza a tocar el cristal y a pulsar botones. Nosotros le decimos que no toque nada, pero él nos ignora y continúa a la suyo. La profesora de inglés se acerca a él, y, lejos de impedirle que siga a lo suyo y estropee aquellos aparatos, le ayuda a intentar abrir la cápsula. Daniela y yo comentamos que aquello es un error, pero por más que le gritamos a Maxi y a la profesora que no toquen, ellos nos ignoran. Miranda y Julián se han acercado cada uno a un cilindro y comienzan también a tocar el cristal y los botones. Yo me acerco a Miranda e intento apartarla de aquel objeto; quiero agarrarle las manos, sin embargo, se mueve tan rápido que cuando voy a sujetarle una muñeca, esta se me escurre entre los dedos y continúa tocando los botones.
A nuestras espaldas oímos un ruido de descompresión al abrirse uno de aquellos cristales. El líquido se desparrama por el suelo y el cuerpo que flotaba en el interior cae al piso.
—Lo hemos liberado —dice Maxi. Él y la profesora lo están limpiando de los restos de líquido que había por el cuerpo. Cuando se levanta, sorprendentemente, va vestido.
La siguiente imagen es del resto de los cuerpos saliendo de sus crisálidas artificiales. Nosotros echamos a correr por aquellos subterráneos perseguidos por los seres de las cápsulas. Cuando les digo a mis amigos que corran para que no nos den alcance, me doy cuenta de que mis amigos ya han sido hechos prisioneros. Me meto por un pasillo que resulta desembocar en una habitación. En este punto es en el que los sueños confluyen en su parte común: la mujer, que resulta ser mi amiga Daniela, atada a la pared, con los dientes afilados y yo encerrado en una jaula.

Esos dos son los sueños que mejor recuerdo, del resto solo recuerdo detalles sueltos, salvo el final, que siempre coincide.

Bueno, veo que ha estado tomando notas, ¿tiene algún resultado? ¿Qué es lo que me pasa? ¿Debo hacer ese viaje? Bueno, imagino que aún será pronto. Esperaré su llamada, ya le dejé mis datos a la chica de la entrada. Adiós, y muchas gracias.

Babel

Apenas hacía unos días que había aterrizado en aquel planeta y ya había conseguido mucho más de lo que esperaba. Mucho más de lo que había encontrado en el mismo tiempo en el último planeta que había visitado.
Salió de su refugio prefabricado y se estiró para desentumecer los músculos. Respiró profundamente y encendió su visor. Aquella lente le había indicado que la concentración de oxígeno y demás gases de la atmósfera era ideal para poder respirar sin necesidad del equipo autónomo que utilizaba en todas las salidas al exterior.
Aquel podía ser un buen planeta para instalarse. Desde que Sarah Connor, hija del gran líder de la resistencia John Connor, había derrotado a Skynet y todos los organismos cibernéticos habían caído, la humanidad se esforzaba en encontrar un nuevo planeta en el que residir, ya que la Tierra había sido totalmente destruida en aquella maldita guerra. Habían pasado diez años desde aquella victoria, y poco después, él se había embarcado en aquella nave espacial en busca de un nuevo hogar para su especie. Había sido el número uno de su promoción y ello le había conferido el honor de ser el Primer Buscador. Había habido más, pero de momento ninguno de ellos había tenido éxito.
El último planeta que había explorado, Raticulín, no cumplía ni con un uno por ciento de las expectativas que se habían depositado en él. La estrella más cercana estaba demasiado lejos como para mantener unas condiciones de vida óptimas. Nada más pulsar la pantalla del visor, los datos que le habían aparecido le habían alertado. Aún así, estuvo un día entero recogiendo y examinando muestras que confirmaran lo que los datos del visor le decían. Cuando se lo comunicó a la Estación Base en la Tierra, ésta, enseguida, le dio las coordenadas de un nuevo planeta para explorar: Babel.
Sin perder un instante puso rumbo hacia aquel lugar. Desde su posición, y a una velocidad cien veces superior a la velocidad de la luz, tardó un año y medio en llegar a su destino. Se había colocado el visor sobre su ojo derecho y su traje espacial con escafandra. En cuanto puso el pie sobre la superficie de aquel nuevo planeta, el visor le indicó que los niveles de oxígeno eran compatibles para la vida humana. A pesar de eso, decidió hacer las comprobaciones manuales. Era lo que le habían enseñado en la Escuela de Buscadores. Los aparatos podían fallar, por lo tanto tenían que comprobar todas las mediciones dadas por los visores de forma manual.
El segundo día había instalado su refugio. Aquellas pequeñas capsulas contenían todo lo que iba a necesitar en aquel rastreo: un refugio, un vehículo ligero, un vehículo anfibio y un pequeño planeador. Simplemente tenía que sacarla de la caja, apretarlas ligeramente hasta oír un clic y lanzarla a varios metros de su posición. En cuestión de segundos, la cápsula explotaba y se convertía en lo que contenía su interior. Para volver a la forma de cápsula, el propietario tenía que pulsar el botón de retorno y volver a guardarlas.
Babel tenía agua potable y tierra fértil en la que podrían cultivar cereales y frutas como sus antepasados. También había abundantes árboles, pero de un tamaño mucho menor a los que había en la Tierra décadas atrás y ninguno de ellos tenía frutos. Lo que no había encontrado era ningún tipo de ser vivo que no fuera de origen vegetal.
Allí los días duraban treinta horas, de las cuales diecisiete eran de luz y trece de oscuridad. Para todos, aquello sería una novedad, ya que desde 2035 la luz del Sol no llegaba a la superficie de su planeta natal. Skynet había detonado varias bombas nucleares y la reacción provocada había sido que la atmósfera se oscureciera y se llenara de un polvo tóxico que impedía el paso de los rayos solares.
Un pitido sonó en su auricular y un mensaje salió en la pantalla de su visor. Estaba recibiendo una llamada desde la Estación Base. A las pocas horas de su llegada había hablado con ellos, para comunicar que el planeta Babel parecía seguro para ser habitado.
––Aquí Estación Base, adelante Primer Buscador.
––Al habla el Primer Buscador.
––Todo está dispuesto para establecer portal de teletransporte entre la Tierra y Babel.
––Recibido, mañana a primera hora activaré la puerta que voy a instalar ahora mismo.
––Mañana a primera hora reestableceremos la comunicación.
Aquellos breves diálogos informando de su situación o recibiendo órdenes era lo único que lo seguía manteniendo unido al Planeta Azul.
Acudió a su refugio y cogió el instrumental necesario para montar el portal que comunicara los dos planetas. Colocó los dos postes laterales a una distancia de tres metros entre ellos. Posteriormente, con ayuda de una armadura de carga, que reducía los esfuerzos más de la mitad, elevó el travesaño hasta colocarlo en el extremo de los postes. El visor le indicó que todo estaba correcto. Regresó al refugio y sacó un gran generador para darle energía al portal de teletransporte. Lo conectó y lo dejó en modo de carga, así al día siguiente podría ponerlo en marcha sin ningún problema.

Había llegado el momento de retirarse a descansar. La puesta de sol (aunque realmente lo que se ponía era la estrella Hamal de la constelación de Aries) estaba a punto de finalizar y no le gustaría estar fuera de su refugio cuando la noche reinara en el planeta. La temperatura bajaba más de treinta grados y se levantaba un ligero viento que daba más sensación de frío.
El visor se iluminó de golpe indicándole que había algo acercándose a él. Se giró rápidamente en la dirección que le indicaba el instrumento pero allí no había nada. La señal del visor desapareció. Seguramente se tratase de un error, les habían dicho en la Escuela de Buscadores que aquellos visores solían fallar. Habían sido fabricados con los restos de los órganos de visión que utilizaban los cyborgs T-800; eran muy buenos pero no infalibles. La señal volvió a activarse, pero frente a él no había nada.
Se quitó el aparato y le dio unos golpes con la mano, para que volviese a funcionar correctamente. Se lo colocó frente a su ojo izquierdo otra vez. El aparato seguía indicando que ante él había algo. Sin embargo, no podía ver nada. Quizá estuviera a más distancia de lo que pensaba.
Decidió adelantarse en busca de algo que no estaba seguro de que se encontrara allí. Cuando llevaba cien metros recorridos decidió que ya había sido suficiente por aquel día. Si no regresaba pronto al refugio se congelaría de frío. Dio dos pasos más antes de caer de bruces. Había tropezado con algo. Pero allí no había nada. Sin embargo, había oído que ese algo con el que había tropezado había emitido una especie de gemido. Se incorporó de nuevo.
Estaba sucediendo algo muy extraño. ¿Era posible que hubiera tropezado consigo mismo? Podría ser, pero estaba seguro de que no había sido así. Miró por su visor, pero el aparato no indicaba nada. Decidió regresar al refugio. Ahora el visor sí indicaba algo. Entre él y el refugio marcaba que había cinco objetos. Se retiró el visor nuevamente y ahora sí pudo ver lo que se interponía entre él y su refugio.
Allí había cinco seres peludos que parecían a lo que en su planeta una vez se conoció como osos. Eran de un tamaño que no sobrepasaba al de un humano, con grandes ojos que los hacían parecer enormes peluches y dos graciosas orejas sobre su cabeza. El Primer Buscador levantó la mano en señal de paz. Pero los cinco seres retrocedieron asustados.
Lo que había pensado que eran las orejas se movieron hacia delante y comenzaron a moverse y a emitir un sonido gutural y nasal a la vez. Resultaba que lo que había confundido con orejas realmente eran bocas.
––He venido en son de paz. Esto es una misión de reconocimiento
Evidentemente, no recibió ningún tipo de respuesta.
Tan de repente como habían aparecido, los cinco seres peludos desaparecieron. Corrió hacia el refugio para comunicarse con la Estación Base para informar que en aquel planeta había vida. Pulsó el botón del intercomunicador pero no obtuvo respuesta. Al otro lado no había nadie. Consultó la hora y el monitor le indicaba que en la ciudad en la que se encontraba la Estación Base eran altas horas de la madrugada. Con razón nadie respondía a su llamada. Miró a través de las ventanas, por si veía nuevamente a aquellos seres pero fue en vano. ¿Acaso lo habría imaginado?
Le convenía descansar. Al día siguiente tenía que contactar con la Estación Base e informar de la situación. Después, tendría que esperar órdenes de abrir la puerta de teletransporte o desmontarla y continuar su búsqueda en el siguiente planeta.

Cuando se despertó estaba amaneciendo. Según indicaba su monitor, eran las tres de la tarde en el país de la Estación Base. Estarían preocupados ya que había dicho que conectaría el portal a primera hora.
Salió al exterior y activó su visor. El clima era soleado, con una temperatura agradable de veinte grados y una humedad relativa del sesenta por ciento. Se acercó al portal y comprobó que la energía que se había almacenado durante la noche en los acumuladores era la suficiente para la apertura del transportador.
Pulsó el botón de su intercomunicador.
––Adelante Estación Base, aquí el Primer Buscador.
––Primer Buscador, adelante para Estación Base. ¿Todo a punto para la conexión del portal?
––Todo listo. Cuando lo ordene, procederé a la activación.
––Proceda.
El Primer Buscador se acercó al portal y se preparó activar los interruptores que activasen la puerta interplanetaria para la llegada de su gente a aquel planeta.
Entonces sintió un golpe, como un latigazo, en el lateral de su cara y su cuello. No sabía de dónde había venido aquel golpe pero le dolió. Incluso pasados unos segundos seguió escociéndole. Se llevó la mano a la zona dolorida y la puso frente a sus ojos. Estaba manchada de sangre.
Se giró buscando a su posible agresor y allí los vio. Delante de él y a poco más de veinte metros se encontraban los cinco seres peludos que había visto la noche anterior. Su aspecto ahora no era ya tan adorable como la primera vez que los había visto. De lo que había confundido con orejas en un primer instante, le salían una pareja de látigos que se agitaban por delante de los seres. Parecían lenguas furiosas dispuestas a darle un mortal lametazo.
El Primer Buscador sacó su arma y disparó contra una de aquellas criaturas. El ser se desparramó por el suelo en mil pedazos recubiertos de una sustancia viscosa de color amarillento.
Otro de los seres lanzó su látigo contra el Primer Buscador lacerándole el brazo con el que sujetaba su arma, que cayó al suelo. El humano se arrodilló para recoger el arma sin perder un solo instante. Las lenguas de los habitantes de Babel continuaban agitándose con violencia. Entonces, como un único ente, todos los seres lanzaron sus lenguas-látigo a la vez contra el Primer Buscador. Y repitieron la operación una y otra vez. Las heridas le cubrían casi la totalidad del cuerpo. Seguía con vida pero notaba que ésta se le escapa poco a poco por aquellos cortes que los babelonianos le habían hecho. Se estaba desangrando y no tenía fuerzas para moverse.
Giró su cabeza y, desde aquella posición, vio como los cuatro seres que aún quedaban en pie se acercaban a él. No tenía fuerzas para defenderse. Para su sorpresa pasaron de largo. No se dirigían hacia él si no hacia el portal. Con una de aquellas lenguas, uno de ellos pulsó el botón de encendido del portal intergaláctico. Un arco voltaico saltó entre los dos postes para convertirse a los pocos segundos en una superficie espejada de aspecto acuoso.
Aquellos cuatro habitantes de Babel atravesaron el portal con dirección a la Tierra. El Primer Buscador sintió una punzada de nervios al pensar que su planeta iba a ser invadido por una raza extraterrestre por su culpa. Sin embargo, se sintió más aliviado al pensar que los de su raza poseían armas que acabarían en un instante con aquellos seres, igual que él había hecho momentos antes.
A unos metros de su posición. Los restos de la criatura que había matado de un disparo, comenzaron a crecer hasta constituir cada uno una nueva criatura de aquella especie. Centenares de nuevos babelonianos se encaminaron hacia el portal interplanetario y lo atravesaron dirección a la Tierra. De todas las direcciones, más y más de aquellos seres aparecieron de la nada y se perdieron a través del umbral de la puerta teletransportadora.
La última sensación que tuvo el Primer Buscador antes de morir desangrado no fue miedo, si no angustia por haber condenado a su planeta. Después de tantos años de lucha contra Skynet y los Cyborgs, ahora la Tierra se vería envuelta en otra guerra contra unos seres que lejos de morir, se multiplicaban cuando los hacías saltar en pedazos.

domingo, 20 de octubre de 2013

Esos dichosos trabajos

Trabajar es maravilloso. Que digo maravilloso: un lujo hoy en día, por lo menos en España. Ayer un amigo me comentó “El otro día al salir del trabajo vi un unicornio” me quedé asombrado: una persona con trabajo. Según las estadísticas del Estado, cinco de cada diez personas en edad de trabajar son la mitad. A mí, sin ir más lejos, me ofrecieron un trabajo hace poco para hacer sondeos. No me lo tomé muy en serio cuando pregunté “¿Qué sondeos?” y me respondieron “Pues esas cosas largas con uñas que salen de las manos”.
Trabajar mola. Sobre todo, los trabajos en los que te pagan y te sientes realizado. Los médicos son los mejores. Les pagan por repetirte lo que lleva 30 años diciéndote tu madre: no fumes, no bebas, no vayas con mujeres de dudosa reputación… De dudosa reputación nada: nadie duda que son putas. Así, con todas las letras
Ser médico mola. Mola hasta que la cagas. Tú, reputado cirujano, entras en la habitación de tu paciente y exclamas: “Tengo una buena noticia, la amputación de su pene para el cambio de sexo ha sido todo un éxito”. “Pero… si yo venía a una operación de apendicitis”. “Ups. Entonces la noticia no es tan buena”. Te echan del hospital, del colegio de médicos y hasta del club de póker que te has montado con tus colegas.
Otro curro que mola es el de policía. Pasearte por ahí con una pistola, unas gafas de sol como las de las películas y un palillo masticado hasta que se convierte en un mazacote de astillas mojadas de saliva. Eres el cherif del pueblo. Hasta que empiezan los problemas de verdad.
La gente los confunde con una oficina de información. Tú, policía recién salido del horno, te destinan en la capital del país. 5 millones de habitantes y algún que otro perro. Te alquilas un piso cochambroso a compartir con otro compañero que está en tu misma situación y sabes ir de tu casa al trabajo y del trabajo a casa. El otro día conseguiste llegar hasta el super que está en la esquina sin perderte… Otra cosa fue el camino de vuelta que acabaste cogiendo el metro hasta la otra punta de la ciudad. Claro, bajo tierra no hay edificios con los que guiarte “Vivo al lado del Edificio España” pero bajo tierra eso no lo puedes decir, porque no se ven los edificios.
En fin, tú, novato sales tu primer día de patrulla con tu compañero novato y os preguntan por una calle. Pero no una calle cualquiera, no. Te preguntan por una calle que no sale ni en los mapas, no la localiza ni el google maps. Después de volverte loco mirando la guía, buscando en el móvil y hasta en el GPS, llega un abuelete y dice: “Sí, hombre, si esa es la que cruza Gran Vía paralela a Fuencarral. Es mu pequeña”. Le das las gracias al viejo, y le repites la información al ciudadano y cuando se va oyes como dice “Pues vaya mierda de policía, que no sabe ni las calles”. Ahí empiezas a pensar que tienes que empollarte bien el callejero si no quieres sufrir más bochornos como ese.
Entonces sucede lo que todo policía novato desea: una llamada de la central. Te llaman de la central y te dicen que se ha producido una pelea, que un hombre a pegado a otro y los viandantes lo tienen detenido. Tú piensas “Esto es pan comido. Llegamos, detenemos al tío, lo metemos al coche y la víctima que venga a denunciar”. Sin embargo, la realidad es bien distinta. Llegas, aparcas encima de la acera porque no tienes otro sitio, hablas con la víctima para conocer los hechos y procedes a detener al agresor. “Ahora tiene que venir a la comisaría a denunciar” Entonces comienza el caos. La víctima responde “No quiero denunciar. No quiero que lo detengan, sólo quiero que le den un susto” Varias frases se entrecruzan por tu cabeza:
“¡¡UUUUHHH!! ¿Así de susto o lo asustamos más?”
“Oiga, que no somos El Coco”.
El caso es que el susto te lo llevas tú cuando ves que la grúa se ha llevado el coche patrulla por estacionar encima de la acera.
Después del segundo ridículo del día, piensas en pedir el traslado a la oficina para recoger las denuncias. Te toca el turno de noche y de pronto te llega un ciudadano (varón) muy indignado a denunciar una estafa. Tú escuchas atentamente su relato: “Pues yo iba por esta calle, ¿sabe? Y entonces vi a un grupo de señoritas que estaban ejerciendo la prostitución. Yo no voy nunca de putas, no me gusta eso, pero me paré y solicité los servicios de una…”
“¿Y le pagó y no le prestó el servicio?”
“No. Peor aún.” Exclama él
“¿Le robó después de prestar el servicio?”
“No, no. Pues después de prestar el servicio vi que era un hombre.”
“Claro. Esa es una zona de prostitución de travestis. Los sabe todo el mundo.” Le respondes
“Pues me siento estafado. Quiero que me devuelva mi dinero y además denunciarle. Tenían que poner carteles que es una zona de travestis y no de señoritas”
Entonces piensas “A ver, alma de cántaro. ¿Y te das cuenta después? No ves que tiene nuez, que sus manos son más grandes que tu cabeza, ni que ¡estaba meando de pie! A ti sí que habría que denunciarte; pero por idiota.” Evidentemente, esto no se lo dices porque puedes perder tu trabajo y tu sueldo pagando costas judiciales por la denuncia que te pone.
Los bomberos no lo tienen mejor. Piensas que el trabajo de tu vida es ser bombero, y además se liga un montón. Con tu uniforme entalladito, entrenando en el gimnasio todos los días, salvando macizas de voraces incendios… ¡¡Y una polla como la manguera de un bombero!! No vas al gimnasio porque te vuelves un vago y total, la tripa es algo heredado de tu padre, que él heredo de su padre y éste del suyo. Las únicas llamadas a las que vas son para bajar gatos de árboles y lo más macizo que salvas es la dentadura de una octogenaria que se dejó la olla al fuego y casi quema el edificio en el que vive. Y ya lo peor es cuando te confunden con un cerrajero. Aunque para eso los bomberos tienen un as escondido en la manga.
Te llaman porque una persona se ha dejado las llaves dentro de su casa y no puede abrir la puerta. Los llamantes lo hacen con toda la picaresca española que hemos heredado en este país desde los tiempos del Lazarillo de Tormes. Lo que se les pasa por la cabeza es “Ya está, llamo a los bomberos y me ahorro los 300 euros del cerrajero”. Hartos de tanto mamoneo, el jefe de la dotación de bomberos, después de abrir la puerta… ¡ZAS! Minuta por valor de 500 euros por movilizar un servicio de emergencias sin motivo real de emergencia. Es como si llamas a una ambulancia para que te lleve a casa para ahorrarte el taxi.
Y qué decir de los cerrajeros. Que gran oficio el de cerrajero. Ya sólo por acudir a un servicio te cobran 300 euros de desplazamiento. Tú te encuentras frente a la puerta de tu casa sin poder entrar porque no tienes las llaves y llamas a un cerrajero. El tío llega y te dice “Señora, ha mirado bien en el bolso” y tú respondes toda digna “Pues claro, es el primer sitio en el que miré” y le tiendes el bolso para que lo compruebe por sí mismo. Entonces el tipo mete la mano en el bolso y al sacarla ¡TACHÁN! Un manojo de llaves entre las que está la de tu casa. 300 euros.
También se puede dar la situación que el tío no encuentre las llaves. Entonces coge una radiografía, la mete por el quicio de la puerta y ¡TACHAN! La puerta abierta. 300 euros.
Si lo último no funciona, el cerrajero coge una especie de taladro en miniatura y te destroza la cerradura y ¡TACHÁN! La puerta abierta y la cerradura inservible. 300 euros y otros 50 por una cerradura nueva.
El mágico cerrajero también tiene la opción de llamar al vecino de al lado y pedirle el duplicado de la llave que le diste hace años por si te pasaba lo que te está pasando. 300 euros.
Su primera opción, tras revolver tu bolso, es llamar al timbre por si hay alguien en casa. Entonces abre tu marido, tu esposa, tu padre, tu hermano o el perro y… ¡TACHAN! 300 euros. A lo que piensas “Hijo puta, eso lo podía hacer yo.” Sí, pero no lo has hecho.
Riiing. Riiing.
– Cerrajería ¿Dónde están las llaves?, matarile rile rile, ¿qué desea?
– Verá, he perdido las llaves y no puedo entrar a mi casa.
– Cobramos 300 euros por el desplazamiento.
– Pero si están en el local comercial del bajo de mi edificio.
– 300 euros por el desplazamiento aunque sea a pie.
– Cabrones, si es el primer piso y hay ascensor…
– 300 euros.
– Déjelo, que ya llamo a los bomberos que son gratis.

lunes, 7 de octubre de 2013

Amor secreto

Como realmente dice la gente no existe el crimen perfecto, ¿o sí? Yo puedo asegurar por experiencia propia que no. Esto no viene a ser si no una confesión de una terrible atrocidad que cometí hace algunos años. Algunos quizá habéis oído hablar de ella, pero la gran mayoría lo dudo.
 Todo comenzó hace cinco años, cuando yo conocí a una chica muy guapa, muy simpática y, porque no decirlo, de muy buen ver. Durante meses la amé en secreto, ella nunca supo de mi existencia. Pero yo de la suya sí, la espiaba donde quiera que estuviese, la seguía donde quiera que fuera y la amaba. Siempre en secreto, pero la amaba con locura.
 Pasó el tiempo y fuimos creciendo, al igual que mi amor hacia ella; cada día que pasaba la amaba más y más. Acabamos el colegio y llegó el verano. Ella se fue de vacaciones a otro lugar que desconozco, durante esa época fue el único instante que no supe de ella. Tres largos e infernales meses. Al finalizar el verano, comenzamos el instituto. Por una casualidad, el destino quiso que nos tocara en la misma clase, en la misma columna pero separados por otras dos o tres parejas de compañeros.
 Durante aquel primer año de instituto también la amé, incluso llegué a más: me atreví a hablar con ella. El primer día muy bien, el segundo también, y al tercero... Pero pasaron los meses y ella se fue distanciando de mí, y eso que la ruta que cogíamos para ir al instituto a Benavente era la misma.
 La distancia comenzó a forjarse por culpa de un grupo de amigas que conoció en la clase, aquel grupo de chicas la llevaba por el mal camino; el camino que la alejaba de mí. Yo no podía hacer nada. Luché y luché, traté de convencerla que no eran una buena compañía pero ella estaba ciega y no veía la realidad. Al poco, y gracias a ese grupo de amigas, conoció a un chico. Aquel chico la engatusó, la engañó para que fuera con él; no tenía nada de malo, sus amigas se iban con sus amigos. Y ella así lo hizo.
 Pero no estaban solos, al menos ellos ignoraban mi presencia. Cada minuto que ellos pasaban juntos yo estaba allí, escondido entre las sombras para vigilarlos, para evitar que aquel chico la tocara. Pero con el tiempo llegó incluso a besarla. Aquel día decidí hacer lo que posteriormente hice.
 Mi gran oportunidad se presentó un día que se celebraba una excusión a la capital. Casi todos los alumnos irían, casi todos. La "maldita pareja" había dicho a sus amigos y amigas que ellos se iban a quedar para pasar el día juntos; sin embargo, en sus casas dijeron que iban a la excursión (¿que cómo lo sé?, tengo mis métodos). Los dos quedaron a solas en Huerga de Vidriales, nuestro pueblo (mi pueblo, me lo conozco como si yo mismo lo hubiera creado).
 Él llegó con su reluciente moto seminueva y se dirigió al lugar en el que habían quedado, un edificio en obras al que nadie acudía. Allí, en la intimidad comenzaron a besarse sin miedo a ser sorprendidos, a fin de cuentas nadie iba allí nunca. Pero aquella mañana alguien los observaba: yo.
 Aproveché un momento en el que se besaban y le asesté al chico un fuerte golpe con un ladrillo, cayó al suelo sin conocimiento. La chica se quedó paralizada, lo que aproveché para abrirle la cabeza con un hacha que usaba mi padre para partir leña. Posteriormente, hice lo mismo con el inconsciente chico. Cuidadosamente despedacé los dos cuerpos como pude y los introduje en diversos recipientes de plástico, herméticos que metí en una bolsa de viaje.
 Escondí la bolsa en un lugar seguro e invertí varias horas en limpiar aquel lugar de la sangre que aquellos dos habían soltado. Me costó pero lo conseguí. Posteriormente, fui a la granja de mi tío y vertí en las pocilgas los restos. Los hambrientos cerdos no dejaron ni los huesos, los devoraron con tanta avidez que parecía que no hubieran comido en su vida. Luego quemé los recipientes herméticos y la bolsa y enterré las cenizas entre el estiércol.
 ¿Cómo me deshice de la moto? Esa es otra cuestión. El caso es que todo el mundo comenzó a conjeturar sobre lo sucedido: que si los chicos habían sido secuestrados, que si los habían matado, que si se habían fugado... Tras una intensa búsqueda y no hallar ni la moto ni los cuerpos, la gente llegó a la conclusión que se habían fugado para poder vivir su amor con libertad, como en las series y películas de la televisión.
 El crimen perfecto salvo por un detalle. Los remordimientos de conciencia que he sufrido desde entonces. No puedo cerrar los ojos sin verlos besarse, no puedo dormir sin que en mis sueños aparezca la chica con el hacha clavada en lo alto de la cabeza. Me estoy volviendo loco, y quiero confesarme culpable de haber asesinado a aquella pareja de novios y de haber dado a los cerdos sus restos como comida.