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lunes, 22 de septiembre de 2014

Sitiados


  Con este relato estoy incluido en el libro recopilación del Taller de Escritura "Móntame una Escena". Disfrutadlo.

Llevaban varios días encerrados en su propio castillo resistiendo los ataques de sus enemigos. La gran mayoría de su ejército de infantería había caído en la lucha. La caballería del Rey Alexander, guiada por el Conde de Locksley, era muy poderosa. Bajo los cascos de sus caballos yacían muchos cadáveres. Demasiados.
Al principio, la batalla había sido muy igualada. La infantería del Rey Eric, su rey, contaba con el mejor entrenamiento del país, pero su caballería era muy limitada. Cuando la caballería del Conde de Locksley cargó, el ejército del Rey Eric fue aniquilado casi por completo. Los pocos supervivientes de la infantería regresaron a su castillo para protegerse de la furia enemiga.
Desde las almenas del castillo, los arqueros mantenían a raya al ejército del Rey Alexander. Habían reforzado las puertas con carros y elementos muebles que habían encontrado por las inmediaciones de la muralla.
Cuando atacaron con arietes las puertas, desde lo alto de las murallas los soldados lanzaron agua y aceite hirviendo contra sus enemigos, que corrieron abrasados y repletos de quemaduras.
Flechas incendiarias y piedras lanzadas por catapultas comenzaron a caer sobre las casas que estaban en el interior de las murallas.
—¡AGUA!¡AGUA! —resonaban los gritos por todas las calles. Los aldeanos corrían de un sitio a otro con calderos de agua para poder apagar el fuego. No era tarea fácil extinguir un incendio y, al mismo tiempo, esquivar flechas y grandes piedras lanzadas por las catapultas.
Después de resistir durante horas a los ataques, las fuerzas de los habitantes del castillo del Rey Eric comenzaban a flaquear. También los atacantes estaban cansados de intentar, sin éxito, atravesar las murallas de la ciudad. A la orden del capitán de la guardia personal de la Reina, esposa de Alexander, los soldados se retiraron a descansar y a recibir las consagraciones de los obispos que los acompañaban a las guerras para darles su bendición y la ayuda divina.
Con los primeros rayos de sol de la mañana, la batalla se reanudó casi en el mismo punto en el que se había interrumpido la noche anterior. El pendón negro del ejército del Rey Alexander ya estaba enarbolado cerca de las murallas blancas del castillo del Rey Eric. Blanco contra negro, negro contra blanco. La luz contra la oscuridad. El bien contra el mal. El todo contra la nada. Los contarios. Siempre los contrarios eran los que marcaban las diferencias.
Los arqueros y la infantería atacaban sin piedad el castillo, mientras el escaso ejército de Eric se defendía como gato panza arriba. Tenían que resistir un día más. Esperaban la ayuda del Duque de Borgoña. Habían enviado un mensajero poco antes del ataque del Rey Alexander, solicitando ayuda de su caballería. Si todo iba bien, al alba del día siguiente recibirían el apoyo solicitado. Lo que ignoraba el Rey Eric y su ejército era que el correo enviado había sido interceptado un día después de su partida y nunca llegaría la ayuda necesaria.
Pero las malas noticias no se acababan ahí. A las murallas se aproximaban dos grandes torres de asalto de color negro. Con aquellos artefactos, la conquista del castillo iba a ser pan comido para el ejército del Rey Alexander. Un par de horas después, el pendón negro del Rey Alexander caminaba por las calles de la ciudadela. El capitán de la guardia personal de la Reina retenía al Rey Eric. Fue la propia Reina en persona la que recibió el cetro de mando de manos del Rey derrotado tras su rendición.

—Jaque mate. Se acabó el juego —exclamó una voz infantil.
Cuatro manos de niños recogieron las piezas de ajedrez para guardarlas en su caja y que no se perdiera ninguna. La partida (batalla) había durado varios días y, después de muchos movimientos defensivos, Alexander había derrotado a su hermano Eric gracias a las dos torres y la reina.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Blind Love

Con este relato he obtenido el tercer lugar en las calificaciones del concurso de El Taller Comunitario de Literatura "Bruto Haijin: cuentos basados en micros". Aquí os dejo el original con el que participé; aunque tengo que hacerle algunas correcciones. Que lo disfrutéis.
Robe Ferrer



Por fin había encontrado trabajo después de tanto tiempo buscando.
Menuda vida: casi veinte años estudiando para luego irse directo a la cola del paro. Después haces cursos y más cursos y te reciclas una y mil veces hasta que, por fin, tienes la primera oportunidad de demostrar que tus años de estudio sirven de algo.
Había tenido la entrevista personal con el jefe de recursos humanos de la empresa dos días antes y me había dicho que ya me llamarían. Evidentemente, no pensaba que fueran a hacerlo. Había escuchado aquella frase tantas veces que había perdido todo el sentido para mí. Sin embargo, ahí estaba, en mi nuevo puesto de trabajo sentado tras una mesa y frente al monitor de un ordenador que no dejaba de escupir datos para que yo los ordenase y los colocase en tablas de tal forma que tuvieran algún sentido.
Mi mesa está cerca del despacho del jefazo. No sé si eso es bueno o es malo, pero allí me encontraba yo, a escasos metros de su puerta. Estaba tan cerca que le podía escuchar hablar con su secretaria personal. Sin embargo, lo que no podía hacer era verlos. Las cortinas siempre estaban echadas y era imposible ver nada hacia el interior de aquel despacho.
A la hora de la salida vi a mi jefe. Salía de su despacho cuando yo me levantaba de mi mesa. Me acerqué a él para saludarlo. Consideraba que era lo correcto en mi primer día de trabajo.
—Buenos días, señor —le dije acercándome por su espalda—. Soy Emilio, el nuevo administrativo.
Aquel hombre se giró hacia mí y me sorprendió al observar que se trataba de una persona invidente. Jamás pensé que el jefe de aquella gran empresa pudiera ser ciego. Ahora entendía porqué su secretaria le leía una y otra vez los correos electrónicos recibidos y cada poco le repetía lo que él le acababa de dictar.
—Bienvenido. Espero que te sientas como en tu casa. Ahora si me disculpas, tengo prisa por ir a comer, esta tarde tengo una reunión importante y aún me falta mucho por preparar.
—Sí, sí, por supuesto.
Me separé de él y me fui a casa, a disfrutar de mi tiempo libre.
Aquella tarde no dejé de pensar en mi nuevo trabajo. Estaba eufórico, como un niño en su primer día de colegio. Nervioso por las cosas nuevas, con miedo ante ellas, pero ilusionado por aprender todo lo que pueda.

Al día siguiente la cosa no fue muy distinta. Colocar los datos en las tablas correspondientes. Así una y otra vez. Abrir emails y pasar los números que venían en los archivos a las tablas. Así una y otra vez. La verdad que era un trabajo monótono y aburrido; pero a fin de cuentas era un trabajo.
Poco después de las nueve llegó el jefe y entró en su despacho. Al ver que llegaba lo saludé y él me devolvió el saludo. Unos minutos después, escuché a su secretaria leerle un correo.
No la había visto entrar aquella mañana, quizá tuviera un horario diferente al mío. Yo solo trabajaba por las mañanas. Ella seguramente trabajase a jornada completa.
Después silencio. Los email se acabaron y la secretaria dejó de hablar.

Según iban pasando los días, aquella voz fue formando parte de mi vida. Me gustaba imaginar como sería aquella chica. Me la imaginaba joven, con el pelo largo, un cuerpo de infarto y una cara angelical.
Llevaba allí una semana y no la había visto aún. Llegaba antes que yo y se iba más tarde. Hubo un par de días que me decidí a esperarla en la puerta del edificio, pero pasadas varias horas, decidí irme. Aquella espera no tenía sentido. No sabía como era; lo único que conocía era su voz, ¿y qué iba a hacer?, ¿obligar a todas las mujeres a que hablaran cuando salieran de allí? No podía hacer aquello. Mi única oportunidad de conocerla era esperarla en la puerta del despacho, pero no podía quedarme allí mucho más allá de mi hora de salida sin llamar la atención.
De momento tenía que conformarme con escuchar su voz. Incluso en alguna ocasión fingía ir al lavabo para echar un vistazo al interior del despacho del jefe, pero no podía ver nada, siempre tenía la puerta cerrada y si la dejaba abierta, lo único que veía era su cara y su bastón blanco apoyado en un esquinazo de la mesa. Ni rastro de la muchacha.
Tenía una voz realmente dulce y sensual. Estaba enamorado de aquella voz. Incluso, en ocasiones, fantaseaba que nos encontrábamos los dos solos en algún lugar paradisíaco y ella me susurraba palabras al oído. Aquello me hacía sentir cachondo, hasta tal punto que alguna vez tuve que ir a masturbarme al baño.
La gran mayoría de las ocasiones, mis fantasías se veían interrumpidas por los gritos que el jefe le dirigía a Alice. Así era como yo la había bautizado. Me había parecido escuchar en alguna conversación que el jefe la llamaba Alice, pero aunque no estaba seguro que se tratase de ella, decidí que aquel sería su nombre.
—En conclusión, los beneficios del trimestre han sido superiores a los del año anterior durante el mismo periodo —le dictaba el jefe—. Léeme lo que te he dictado.
“En conclusión, los beneficios del trimestre han sido superiores a los del año anterior durante el mismo periódico”.
—¡NO, NO, NO! Eres una inútil que no sirve para nada. Ni siquiera eres capaz de escribir lo que yo te dicto. Estoy harto de ti y de tus errores.
La pobre Alice no respondía nunca a aquellos gritos y con la misma paciencia y calma repetía lo que el jefe volvía a dictarle.
Había interiorizado su trabajo como si fuese una esclava que tenía que callar ante lo que su jefe le decía y soportar los insultos y vejaciones. El jefe tenía el poder y la sabiduría suprema. Ella tenía que aceptar todas y cada una de las órdenes del jefe sin cuestionarlas.

Tras varios meses escuchando las broncas e insultos que el jefe le dirigía a Alice, decidí que tenía que hacer algo. No podía soportar más aquella situación. No podía ser que Alice aguantara aquel tormento por más tiempo, por muy interiorizado que lo tuviera.
Sin más, una mañana, después de que el jefe le hubiera gritado en diversas ocasiones a Alice, por pequeños errores en la escritura de sus dictados, no aguanté más. Me levanté de mi sitio, me acerqué a la puerta del despacho y la abrí de una patada.
No sé como reaccionó el resto de la gente de la oficina, me imagino que se sorprenderían y algunos hasta se asustarían.
—¡YA ESTÄ BIEN! —grité en cuanto puse un pie dentro del despacho. Sin embargo, el resto de palabras que había ideado mi mente se perdió en la nada en aquel preciso instante.
En el despacho no había nadie más que mi jefe, sentado en un gran sillón frente a la pantalla de una computadora. En una esquina de la mesa, reposaba su bastón blanco.
—Pero qué demonios… ¿Quién osa a entrar en mi despacho gritando y dando golpes? —preguntó. Yo me encontraba mudo de la sorpresa—. Alice, identifica a esta persona.
En la pared, a la altura del techo, la lente de una cámara de seguridad enfocó hacia mí y una luz láser de color rojo parpadeó un par de veces. Indudablemente estaba escaneando mi tarjeta de empleado.
—Emilio Carlos Agliardi. Administrativo. Puesto nueve. Planta cuatro —recitó la computadora con la sensual voz de Alice.
—¿Es una computadora? ¿Alice es una maldita computadora? —pregunté retóricamente.
—ALICE 3.0 es la mejor computadora-guía para personas invidentes —puntualizó mi jefe—. Y ahora, si es tan amable dígame que desea y abandone enseguida mi despacho, tengo mucho que hacer.
Sin decir nada más, me acerqué hasta la esquina de su mesa y así el bastón que le ayudaba a no tropezar con los muebles y comencé a descargar golpes contra el monitor que coronaba la mesa. A cada bastonazo que le daba, una oleada de chispas saltaba desde su interior.
Mi jefe, asustado gritaba y preguntaba a alguien que no encontraba allí, qué era lo que estaba sucediendo.
Minutos después, había acallado todas las palabras de su estúpida computadora para siempre.
El personal de seguridad me retuvo y me propinó una buena paliza pensando que quería agredir al jefe. Nada más lejos de lo que realmente sucedía.


Dos semanas después, he salido del hospital y me encuentro en mi casa solo y sin trabajo. Sin embargo, mi soledad durara poco. Esta misma mañana he encargado por Internet una computadora ALICE 3.0 con asistente de voz para personas invidentes.