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miércoles, 21 de enero de 2015

Los tres chiflados

     Segundo relato del desafío Versus II. En esta ocasión tuve que inventar una biografía sobre el grupo cómico Los tres chiflados de los que no había oído hablar en mi vida.


Larry Fine nace en Filadelfia en 1902. Hijo de dos equilibristas de circo, es el menor de cuatro hermanos.
Desde bien pequeño le atrajo la profesión de cómico, debido a que se crió en el circo. Con solo dos años ya participaba en los espectáculos en el número de los payasos. Salía paseando a un pequeño caniche, al cual enredaba su cuerda alrededor de los pies de sus compañeros para hacerlos caer y así arrancar las carcajadas del público.
Siempre lo tuvo muy claro, su vida iba a estar ligada al circo y a hacer reír a la gente.
Con el paso de los años se le iban ocurriendo bromas graciosas que mejoraran el número y que le dieran otro aire distinto. Repetir las mismas gracias año tras año en las mismas ciudades hacía que el público se aburriera y dejase de ir a sus funciones. Suya fue la idea de rociar a sus compañeros con agua cuando olían una falsa flor que portaba en su solapa o estampar un pastel en la cara de otro payaso. Ideas que posteriormente sus compañeros trasladaron a otros circos cuando el suyo se vio obligado al cierre.
En agosto de 1921 una desgracia cayó sobre el joven Fine. Comenzaba la feria de la cosecha de Maine y el circo había preparado un nuevo espectáculo. Los payasos se iban a enfrentar a un león, al que previamente le habían administrado sedantes y no se movía de su sitio. Los payasos salían con látigos y aros para que el león pasara a través de él. Como el león no hacía otra cosa que dormitar, los payasos hacían de leones y saltaban por el aro, se subían a banquetas e imitaban el comportamiento del animal. El número fue un gran éxito durante la primera semana de la feria.
El día de descanso, el león atacó a su cuidador cuando iba a limpiarle la jaula y escapó, sembrando el pánico en el recinto. Tras matar al cuidador de un zarpazo en el cuello, se lanzó sobre los ponis que tenían los payasos para su número de Buffalo Bill. Larry, al igual que el resto de sus compañeros de espectáculo, acudió a auxiliar a los equinos. Sin saber cómo había sucedido, Larry Fine se encontró arrinconado por el león.
La intervención de su familia acróbata (The Flying Fines) evitó la muerte del muchacho, aunque el precio fue demasiado alto. La mayor de sus hermanas recibió un zarpazo en la cara que le arrancó la mejilla izquierda y le hizo perder la visión de aquel ojo. Su padre murió cuando el león se lanzó sobre él y le aplastó la caja torácica con su peso antes de destrozarle el cuello y el hombro derechos a dentelladas.
El presentador del espectáculo llegó unos instantes después y descargo su escopeta contra el animal, que cayó mortalmente herido.
La tragedia acabó con dos fallecidos, seis heridos leves y tres graves. Las autoridades le retiraron al propietario la licencia circense y le impusieron una fuerte multa por el uso de animales salvajes sin autorización, lo que provocó la quiebra del empresario y el forzoso cierre.
Los meses siguientes la familia Fine intentó buscarse la vida realizando trabajos de ayuda a granjeros del lugar a cambio de comida y techo, pero las cosechas se estaban acabando y la proximidad del invierno hacía que los campesinos no pudieran emplearlos.
En 1925, tras varios años de aceptar pequeños papeles en comedias locales, se une a los hermanos Howard en lo que se convierte en el trío de humor más conocido de los siguientes veinte años.
Corría el año 1939 cuando en Europa se desencadenaba otra gran guerra. El Tercer Reich alemán invadía Polonia. Aquello produjo la declaración de guerra por parte de Francia y el Imperio Británico.

7 de diciembre de 1941. Las tropas japonesas atacan la base de Pearl Harbor. Al día siguiente los Estados Unidos de América declaraban la guerra al Imperio del Japón y la vida de Larry Fine cambiaba por segunda vez.
Su hijo Larry Fine Jr. moría en aquel ataque. Al igual que su país, Larry Fine le declaró la guerra a los japoneses. Sin pensárselo dos veces, y en contra de la opinión de su esposa, se alistó como voluntario junto con sus dos amigos Moe y Curly.
Tras varios años gloriosos de batalla, los tres cómicos se licenciaron con honores habiendo cumplido con su patria.
Más de cien cortos y veinte largometrajes avalan la carrera de Fine.
En 1975 fallece en California, pocos meses antes que su amigo Moe.

Moe Howard nace en Nueva York en 1897. Crece junto a su hermano Shemp, con el que más tarde formaría el germen de lo que serían los Tres Chiflados.
Debido a las calamidades económicas que atravesó su familia, Moe tuvo que ayudar con las labores del campo a sus padres, al igual que ya hacían sus hermanos mayores.
En 1915, la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial, como posteriormente fue conocida, se llevó la vida de dos sus hermanos mayores y dejó parcialmente ciego del ojo derecho a su hermano Shemp. Al cumplir 21 años y con ellos alcanzar la mayoría de edad, se alistó en el ejercito para combatir, sin embargo, pocos días después la guerra finalizó y no entró en batalla.
Cuando se licenció, se dedicó a la electricidad durante algunos años, hasta que en 1921, su hermano Shemp le propuso formar un dúo cómico y actuar por las ferias locales. Al principio a Moe no le pareció una buena idea, pero su hermano le convenció con el argumento de que en la guerra había visto sufrir tanto a la gente que habían perdido hasta la sonrisa y que él intentaba arrancársela a los niños con algún truco. Que ni los niños ni los adultos deberían olvidarse de reír ya que la risa era el motor del mundo.
Así fue como pasados los años, y de casualidad conocieron a Larry Fine en un espectáculo en la Feria de la Cosecha de Oklahoma. Tanto Fine como los hermanos Howard participaban con un número cómico. Tan prendados se quedaron de las respectivas actuaciones, que finalizada la jornada se reunieron en una taberna de la ciudad. Bebieron cerveza, charlaron y no dejaron de comentar las bromas del espectáculo.
Shemp escuchó que alguien que había en la taberna le preguntaba al tabernero “¿De qué ríen?” a lo que el mesero respondió “No lo sé. Están los tres chiflados”. De ahí le vino la idea de ponerse aquel nombre artístico que arrastraron toda su vida.
Fue en 1934 cuando Shemp dejó la formación para dedicarse al jazz y Moe Howard propuso la entrada de su hermano pequeño Curly, quedando así la formación definitiva con la que llegaron los éxitos televisivos.
Moe se casó con Hanna Sherman en 1925 y fue padre de tres niñas, las cuales nunca quisieron seguir los pasos de su padre. En 1942, cuando él se encontraba luchando por su país en la Segunda Guerra Mundial, su esposa fallecía de una embolia cerebral. Sus tres hijas nunca le perdonaron que él no estuviera a su lado y rompieron toda relación con Moe.
A finales de la década de los 40, contrajo matrimonio con la también actriz Carla Wayne con la que tuvo un hijo.
Retirado de los escenarios, Moe encontró entretenimiento en la papiroflexia y en las emisoras de radioaficionado con las que se comunicaba con su amigo Larry.
Desde la muerte de Fine, comienza a mezclar medicamentos con alcohol hasta que en Mayo de ese año fallece por sobredosis de ansiolíticos.

Curly Howard nació en Brooklyn en 1903. El pequeño de los Howard sobrevivió a una dura enfermedad que lo mantuvo en cama desde que apenas era un bebé hasta los cuatro años de edad, por lo que tuvo un importante retraso en sus funciones motoras. Tras ser infructuosas todas las técnicas conocidas hasta el momento, el Dr. Chang decidió probar con una novedosa técnica basada en la aplicación de radio al paciente.
Gracias a la idea del doctor, Curly sobrevivió a la enfermedad y adquirió las habilidades motoras que tenía que tener y con seis años era como cualquier otro niño de su edad.
Las sesiones con radio le habían dañado algunas funciones de su cuerpo, como el crecimiento del pelo y de las uñas, que le crecían mucho más lento que a cualquier otra persona. Por el contrario, le habían conferido un gran poder de regeneración de las heridas. Lo que para un hombre normal era una herida que tardaría una semana en cicatrizar, a él se le curaba en apenas un día.
Fascinado por la ciencia que le había salvado la vida, decidió estudiar química en la universidad de Nueva York, en la que se licenció con matrícula de honor.
Durante su juventud trabajó en algunos laboratorios de una gran compañía, pero nunca pudo realizar sus propios proyectos de investigación con radio. Siempre obtenía la misma respuesta: la partida presupuestaria era escasa para destinarla a experimentos que no habían sido aprobados por la junta directiva.
Harto de escuchar una negativa tras otra, con treinta años abandonó su trabajo para montar su propio laboratorio. Sin embargo, no consiguió los permisos gubernamentales necesarios para las investigaciones con isótopos de radio.
Un año después, su hermano Moe le propone ocupar el puesto que deja en el grupo cómico su hermano mayor Shemp. Sin pensárselo dos veces, Curly acepta la proposición y empieza la etapa más gloriosa de su vida.
Durante los diez primeros años los éxitos se van sucediendo en todos los campos; en el laborar con numerosos cortos y varios largometrajes, en la financiera con un incremento considerable de su patrimonio y en la sentimental con numerosos romances, aunque nunca pasó por el altar.
Con la oscarizada Katharine Hepburn mantuvo una relación amorosa de tres años que finalizó cuando en el rodaje de “Sueños de juventud” la actriz se fuga con el director de la película.
Posteriormente, conoció a Vivien Leigh durante el rodaje de “Lo que el viento se llevó”, película en la que Curly tenía un papel secundario, que nunca llegó a interpretar por decisión del productor. Con Leigh entabló algo más que amistad, que finalizó cuando Curly Howard se alistó para combatir en la Segunda Guerra Mundial.
De regreso a los Estados Unidos, se dejó ver con Ava Gardner y nuevamente con Vivien Leigh, pero esta última relación no duró más de dos meses, después de la cual se le relacionó con una desconocida joven llamada Norma Jeane Mortenson.
La relación con Norma Morteson duró cerca dos años, cuando la joven dio el salto a la gran pantalla con el sobrenombre de Marilyn Monroe. Entonces Curly no pudo soportar que aquella, hasta entonces, desconocida tuviera más éxito que él y rompió su romance.
Desde ese momento, y con el gusanillo que la Segunda Guerra Mundial había despertado en su interior, se dedicó plenamente a la carrera militar, participando en diversas misiones de espionaje en la Guerra Fría y en asaltos a varios establecimientos del ejército ruso en la Guerra de Corea.
Fue en dicha guerra donde comenzó a sufrir brotes esquizofrénicos, que le obligaron a trasladarse de nuevo a los Estados Unidos. Allí, los doctores del North Hollywood Hospital and Sanatorium avisaron a sus familiares que Curly había comenzado a causar problemas y que lo conveniente sería internarlo en una institución mental, a lo que Moe se opuso.
Durante el rodaje de “He coocked his goose”, Moe recibió el aviso de que su hermano había sido internado en el hospital Valdy View Sanitarium, donde fallecería algunos días después por una hemorragia cerebral masiva.

A pesar de haber tenido vidas tan dispares y desgracias de todo tipo, Moe, Curly y Larry supieron hacer reír a todo Estados Unidos y a países de América Latina como México, Venezuela, Paraguay o Argentina (donde tienen dedicado el museo más grande en Iberoamérica).
En 1983, por fin tuvieron el reconocimiento que se merecían y se consagró en su honor una estrella en el Paseo de la Fama.

viernes, 16 de enero de 2015

K.O.

Relato sobre un combate de boxeo con el que pasé la primera ronda de Versus II

K.O.

¡¡GRAN COMBATE!!
KENNY TURNER vs. LEO VITALLI
Por el título mundial de los pesos pesados.
Sábado, 15 de diciembre a las 22:00
Madison Square Garden (N.Y.)

Así rezaba el cartel que anunciaba su combate. Su último combate Llevaba muchos años retirado, pero necesitaba el dinero para sacar adelante a su familia. Con aquella pelea ganaría lo suficiente para que sus hijos fueran a la universidad y se labraran un futuro. No era el primer deportista (ni el primer boxeador) que regresaba a la élite después de haberse retirado.
Leo Vitalli. Su nombre había sido sinónimo de triunfo en las décadas de los ochenta y los noventa, cuando todos los muchachos de la calle querían ser boxeadores debido al tirón que habían tenido las películas de Rocky y al éxito de Mike Tyson.

Echó un último vistazo al cartel y continuó caminando hacia el gimnasio. Allí era respetado, y todos querían su opinión y aprobación para iniciarse en el mundo pugilístico. Él solo les exigía dos requisitos para entrenarlos: que continuasen con sus estudios y que se mantuvieran alejados de los problemas.
—Buenos días, Leo —saludó el dueño del local—. ¿Estás nervioso por el combate?
—Hola, Billy. Todavía faltan tres semanas. Me queda mucho tiempo para ponerme nervioso —rió Leo.
Tras saludar a los usuarios del gimnasio, entró en el vestuario y se puso su ropa de entrenamiento.
Después de realizar el calentamiento, se fue hacia el saco y comenzó a golpearlo durante varios minutos. Acabado aquel ejercicio se subió al cuadrilátero a la espera de que algún otro subiera con él. Estuvieron cruzando golpes durante un buen rato, hasta que su contrincante se cansó y otro nuevo subió a sustituirle.
Leo dio por finalizado el entrenamiento de aquella mañana. Por la tarde saldría a correr para hacer algo de ejercicio aeróbico. Así había pasado los cinco últimos meses. Necesitaba ponerse en forma para medirse al actual campeón mundial de los pesos pesados. En otras circunstancias le habría parecido irónico, hasta gracioso, que se enfrentaran el vigente campeón con el que lo fue veinte años atrás.
¡Qué recuerdos! Le encantaba volver atrás en el tiempo y revivir aquellos momentos de gloria.

—¿Sigues empeñado en pelear? —le preguntó su mujer cuando comenzó a servir la comida. Aquella conversación la habían tenido docenas de veces; sin embargo, ella no se daba por vencida. Iba a poner todo de su parte para que él renunciara a aquel combate.
—Va a ser mi último combate —respondió.
—Eso mismo me dijiste hace años y, después de mucho tiempo fuera del mundo del boxeo, ahora quieres volver,
—Llevo muchos meses entrenando. Además, este combate nos reportará lo suficiente como para que los chicos vayan a la universidad.
—No nos hace falta ese dinero. Con lo que ganamos con nuestros trabajos podemos pagarle los estudios —argumentó Margaret.
—No es suficiente. Quiero que vayan a una buena universidad y tengan la oportunidad que nosotros no tuvimos. No me gustaría verlos dar palos de ciego por la vida porque sus padres no pudieron darles todo su apoyo.
—Lo que te pagan por el combate no es suficiente.
—No te preocupes por eso. Será suficiente. Y no vamos a hablar más del tema. Fuimos padres demasiado tarde y no tenemos otra elección.
Sus hijos entraron en la cocina. Acababan de regresar del instituto.
—Hola, papá. Hola, mamá —saludaron ambos antes de sentarse a la mesa para comer en familia.
—Papá, ¿estás preparado para la pelea? —preguntó su primogénito Steve.
—Estoy en ello. Entreno duro cada día para…
—En el instituto no se habla de otra cosa —interrumpió su otro hijo: James—. Todos mis amigos quieren entradas.
—Se acabó hablar del combate —ordenó su madre—. Además, los menores tenéis prohibida la entrada.
—Pero mamá…
—Ni mamá ni nada. No vais a ir a la pelea y no hay más que hablar.
La familia se mantuvo en silencio hasta el momento del postre. Steve le preguntó a su padre si podía acompañarle a correr aquella tarde. A menudo, su hijo mayor solía ir con él a correr o al gimnasio a ver como entrenaba a futuros boxeadores.
—Sí, claro. Luego podríamos ir a comprar algo para la cena y ver el partido juntos. ¿Te apuntas James?
—No puedo, papá. Mañana tengo un examen —respondió el muchacho—. Intentaré estudiarlo todo para poder ver el baloncesto con vosotros. ¡Vivan los Knicks!
Su hijo Steve tenía diecisiete años y estaba en el último curso del instituto. Le gustaba mucho jugar al baloncesto, y se le daba bien, pero no lo suficiente para conseguir una beca de deportes para la universidad. A su hermano James se le daba mucho mejor, pero aún así, Leo dudaba que fuera a ser becado. Todavía estaba en primero y era suplente del equipo del instituto. Le faltaba cuerpo y experiencia, pero los sustituía por entrega y entusiasmo.
Aquella noche, después de haberse dado una ducha, Leo se sentó en el sofá con sus dos hijos a ver el partido de baloncesto entre los New York Knicks y los Oklahoma City Thunder.

Los días se pasaron rápido entre los entrenamientos y la vida familiar. Apenas salía a colación la pelea y siempre que se hablaba de ella era porque sus hijos le transmitían mensajes de ánimo de sus compañeros de clase.
—Leo, te queda un día para el combate. ¿Ya te has puesto nervioso? —bromeó el dueño del gimnasio al verlo llegar la víspera de la gran pelea.
—¿Tú me ves nervioso, Billy?
—Pues deberías estarlo. Según las últimas noticias, las casas de apuestas no dan un dólar por ti. Se paga 100 a 1 que llegues hasta el último asalto. 50 a 1 que caigas en el primero. 60 a 1 si te retiras antes del quinto. Hasta hay gente que ha apostado que no te vas a presentar.
—Y eso, ¿a cuánto se paga? —intentó seguir la broma Leo.
—10 a 1. Son muchos los que piensan que no va a ir —respondió su amigo seriamente a la vez que bajaba la cabeza—. Y quizá sea lo que tienes que hacer. Ya no eres un chaval y Turner es una mole de músculos recubierta de piel negra.
—¡Deja de decir tonterías! ¿No has visto cómo he estado entrenando? No voy a abandonar antes de empezar.
—¡Te va a matar!
—Tengo un buen seguro de vida.
—No gastes bromas con eso.
—No es ninguna broma —explicó Leo—. Contraté hace años un seguro de vida por diez millones de dólares. Por cubrirle las espaldas a Margaret y los chicos por si a mí me pasaba algo.
—¿No estarás pensando en dejar que te machaque hasta la muerte?
—No, no estoy tan loco. Quiero conseguir el dinero para que mis hijos estudien, pero no a costa de perderme ver como se hacen unos hombres de provecho. —Leo dejó su petate con la ropa de entrenamiento en el suelo—. ¿A cuánto se paga mi victoria?
—Los chicos te tienen preparada una pequeña sorpresa para animarte. Te deben estar esperando.
—No has respondido a mi pregunta.
—500 a 1. Casi nadie ha apostado por tu victoria.
—Yo tampoco lo haría —rió el boxeador. Después, recogió de nuevo su petate y fue al vestuario a cambiarse. Cuando estuvo preparado, salió a la zona de entrenamiento.
Allí, todos sus pupilos y compañeros de entrenamiento le habían hecho una pancarta enorme dándole ánimos para el combate del día siguiente.

Aquel sábado se hizo muy largo hasta que se fue acercando la hora del combate.
Leo llegó al estadio acompañado de su mujer. Ella tenía reservado un asiento en primera fila, junto a algunos de los amigos más íntimos de Leo. Sus dos hijos se tuvieron que conformar con verlo por la televisión.
Pocos minutos antes de las diez de la noche el Madison Square Garden se quedó totalmente a oscuras para recibir a los dos contendientes. Un potente foco iluminó la salida de los vestuarios para que la gente pudiera ver como saltaban al cuadrilátero Turner y Vitalli.
Desde el centro del escenario, con cada contendiente en su correspondiente rincón, el speaker comenzó con las presentaciones.
—En el rincón de mi derecha, con un peso de 92 kilos, vestido con calzón negro y dorado, el actual campeón del mundo de los pesos pesados… ¡¡Kenny Tornado Turner!! Y a mi izquierda, con 95 kilos de peso y calzón verde, el antiguo campeón y actual aspirante… ¡¡Leo Vitalli!! —El público rompió en aplausos hacia los dos luchadores—. El árbitro de la contienda será el señor Douglass.
El speaker se retiró de la lona y el árbitro hizo que los dos luchadores se acercaran al centro. Ambos obedecieron la orden.
—Quiero un combate limpio. Nada de golpes bajos ni en la nuca. Chocad esos guates y suerte.
La campana sonó y los dos púgiles comenzaron a intercambiar golpes. Durante los cuatro primeros asaltos la velocidad del combate no fue en aumento, pero en el quinto asalto todo cambió. Leo lanzaba crouchs y directos hacia su rival, pero este, más joven y ágil, los detenía o esquivaba en su mayoría. Los golpes que lanzaba Turner era muy fuertes y Vitalli los encajaba peor que cuando fue campeón. Ambos querían la victoria y el cinturón que los reconocía como campeones.
Llegaron al décimo asalto con las fuerzas desequilibradas. Vitalli tenía un ojo casi cerrado debido a los golpes y una ceja abierta que tuvieron que curarle en el descanso.
—Segundos fuera —anunciaron. Los ayudantes de los boxeadores comenzaron a retirarse. Turner se puso en pie y su banqueta fue retirada. Cuando Vitalli se puso en pie, se tambaleó y tuvo que apoyarse en las cuerdas para no caer—. Al rincón —le ordenó el arbitró a Turner. Después se acercó a Leo para interesarse por su estado.
—Estoy bien —respondió el aludido.
—Vamos a tirar la toalla —dijo el entrenador de Leo.
—¡No! —gritó este—. Es mi último combate y quiero acabarlo.
Se irguió de nuevo y se acercó al centro del cuadrilátero. Chocó sus guantes con los de Turner y continuaron el combate.
Turner lanzó un gancho de izquierda seguido de un directo de derecha a la cara de Vitalli que impactó de lleno haciéndole caer a la lona. Cuando el árbitro había llegado a la cuenta de cinco, recuperó su posición de guardia. Se lanzó al ataque y la velocidad de sus puños se incrementó de nuevo. Turner apenas podía detener el aluvión de golpes que se le venía encima. Su rival era mucho más fuerte y resistente de lo que había estimado para la edad que tenía.
Vitalli seguía lanzando directos de derecha hacia su oponente a la espera de un pequeño descuido. Una señal que indicara que tenía que dar el golpe de gracia que le llevara a ganar aquel combate.
Entonces llegó. Vitalli miró a los ojos de su rival y la vio. Turner lanzó otro de sus temidos directos. Leo lo bloqueó con su guante izquierdo y le devolvió el golpe con el derecho. Había visto como Turner bajaba la guardia cada vez que le lanzaba su directo. Vitalli lo había descubierto y aprovechó para golpear.
Aquel puñetazo vino seguido de otros muchos y acabaron con un golpe de derecha en la mandíbula del campeón mundial. El pesado cuerpo del boxeador cayó a plomo sobre la lona. El estadio enmudeció.
—Al rincón —le ordenó el árbitro a Vitalli—. Uno, dos, …—comenzó la cuenta— …nueve y diez. ¡K.O.!
El estadio estalló en vítores y aplausos para el nuevo campeón de los pesos pesados. Margaret subió casi de un salto al cuadrilátero a abrazar y besar a su marido. Había tenido tanto miedo de que le pasara algo que las lágrimas de alegría le rodaban por las mejillas.

Un mes después del combate, Vitalli y Turner volvieron a encontrarse. Pero esa vez no fue en un estadio plagado de personas que coreaban sus nombres. Estaban en un callejón del Bronx y no había nadie más con ellos.
—Gracias —comenzó Leo—. No sé cómo puedo pagártelo.
—Te debía una. Han pasado más de veinte años, pero no he olvidado lo que hiciste por mi abuela y por mí. ¿Has ganado suficiente?
—Con lo que me han pagado por el título y los patrocinadores podré enviar a mis hijos a una buena universidad. No es la mejor, pero se tendrán que arreglar.
Entonces Turner sacó un sobre y se lo entregó a Vitalli.
—Leo, con esto tendrás suficiente para esa universidad. No te conformes con mediocridades. Tú mismo me lo dijiste una vez.
—¿De dónde has sacado todo este dinero?
—Apostando a caballo ganador —rió Turner—. Sabiendo que iba a perder, decidí hacer una apuesta por ti a nombre de la hermana de mi abuela, y he ganado un montón de dinero. Más que si hubiera revalidado mi título. Por eso quiero ayudar a tus hijos con esto.
—Gracias, una y mil veces.
—Ya te he dicho que te debía una. Pensé que jamás serías capaz de ver cómo bajaba la guardia para que pudiera golpearme. Y eso que estaba avisado.
—Si he de serte sincero me costó. No me habías dicho que ibas a bajar la guardia. Solo sabía que en el décimo asalto ibas a darme facilidades, pero no sabía cómo. —Vitalli golpeó amistosamente el brazo de Turner—. Es más, hubo algún de un momento en el que pensé que no aguantaría hasta el décimo.
—Pero lo hiciste y ahora eres el campeón.
—Hasta mañana, que anunciaré mi retirada definitiva y te entregaré de nuevo lo que es tuyo.
—Espero, por nuestro bien, que jamás se sepa lo que de verdad pasó en este combate —deseó Turner.
—Ese secreto irá con nosotros a la tumba.

Veinte años antes, el nombre de Leo Vitalli era sinónimo de ganador, pero no por ello había dejado que la fama se le subiera a la cabeza. Como solía hacer desde la muerte de su padre, cada mes iba a donar sangre a un hospital de la ciudad. Cada vez iba a uno diferente y entraba y salía por la salida trasera. Lejos de las miradas de la gente. Le gustaba ayudar a los demás y aquella era una forma de hacerlo anónimamente.
Al salir se encontró con un muchacho de color que estaba siendo agredido en la parte trasera del hospital por otro chico, también de color, mayor que él. El de menor edad sacó una navaja del bolsillo e intentó pinchar a su agresor.
—Te voy a matar —amenazaba el joven al chico mayor—.Devuélveme mi dinero.
Vitalli se acercó a ellos para separarlos.
—¡Eh, chico! —llamó—. No hagas ninguna tontería. Dame esa navaja. No vayas a meterte en problemas.
Consiguió que tirase su arma al suelo. Se le veía muy asustado e incapaz de usar la navaja contra nadie. Comenzó a llorar y el agresor aprovechó para huir del lugar.
—¿Qué ha pasado? —quiso saber Leo.
—Ese chico me había prometido ayudarme y, al final, me ha engañado y me ha robado todo el dinero. Le voy a matar. Total, ya no tengo nada que perder.
—¿Por qué necesitas ayuda? Quizá yo pueda echarte una mano.
—Mi abuela está en el hospital muriéndose, y cuando lo haga, a mí ya no me quedará nada en el mundo por lo que vivir.
—Vaya, lo siento. ¿Qué le pasa a tu abuela?
—Tiene una enfermedad que necesita de unas pastillas muy caras para poder curarse y no tenemos dinero. Yo intento pedir algo para ver si reúno lo suficiente. Ese chico me dijo que él tenía unos billetes escondidos en un ladrillo, aquí en esta calle, pero me engañó.
—¿Y tus padres?
—Murieron cuando yo apenas era un bebe en un accidente de coche.
—No te preocupes. Tu abuela tendrá esas pastillas, pero prométeme que serás un buen chico y no harás nunca ninguna tontería que pueda arruinarte la vida. Y sobre todo, no le des ningún disgusto a tu abuela.
—Lo prometo.
—Ahora llévame a hablar con ella y con los médicos y yo pagaré ese tratamiento.
—Muchas gracias, señor…
—Vitalli. Leo Vitalli. —Al muchacho le sonaba aquel nombre, pero no fue hasta pasados varios años que lo identificó con el campeón mundial de los pesos pesados.
—¿Cómo puedo agradecérselo?
—Algún día tú me podrás devolver el favor. Pelea duro por tus sueños y no conformes con mediocridades.

Amanda Turner recibió el tratamiento para su enfermedad de manos de Leo Vitalli. Kenny Turner creció con aquel recuerdo y prometió devolverle el favor. Inspirándose en Leo, se entrenó día tras día para ser campeón del mundo de los pesos pesados.
Cuando se enteró por la prensa que aquel hombre tenía problemas económicos, decidió ponerse en contacto con él y ofrecerle un combate por el título. Leo en un principio rechazó la propuesta, hasta que Turner le explicó quién era y que quería devolverle aquel favor que hacía tantos años que le debía.


En breve el relato para la segunda ronda