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jueves, 14 de noviembre de 2013

La canción del soldado

Una vieja canción popular de la Guerra Civil que me gusta mucho. Y nunca aprendemos que en las guerras sólo hay perdedores. Y en este país no sabemos pasar página y todavía hay rencores que duran más de 70 años.

Caminando por el campo,
entre las flores vi que había
una carta ensangrentada
de cuarenta años hacía.

Era de un paracaidista,
de la octava compañía;
en ella escribía a su madre
y la carta así decía:

"Madre, anoche en las trincheras,
entre el fuego y la metralla...
vi al enemigo correr
la noche estaba cerrada.

Le apunté con mi fusil
y, al tiempo que disparaba,
una luz iluminó
el rostro que yo mataba.

Clavó su mirada en mí,
con sus ojos ya vacíos.
¿Madre, sabe a quién maté?
No era soldado enemigo

Era mi amigo José,
compañero de la escuela,
con quien yo tango jugué
a soldados y a trincheras.

Ahora el juego era verdad,
y mi amigo yace en tierra.
Madre yo quiero morir,
ya estoy harto de esta guerra.

Y si te vuelvo a escribir
tal vez sea desde el cielo,
donde encontraré a José
y jugaremos de nuevo.

Según investigaciones del periodista Andrew Blanchtt Kensington la canción está basada en una carta real que un soldado escribió a su madre. Nunca llegó a recibirla, ni se supo quién la escribió ni la persona que la encontró.

Querida madre, no se como empezar esta carta pero te escribo con mi rostro bañado en lagrimas, caen por la soledad, tristeza, dolor y sufrimiento que vivo día tras día aquí. Lo primero que tengo que decirte es Te Quiero y aunque no lo demuestre con frecuencia, Te quiero con locura, para mi eres la persona más importante, siempre has estado ahí apoyándome y protegiéndome, haces que las cosas malas parezcan buenas, tus consejos están llenos de sabiduría y siempre me has llevado por el buen camino. Ahora ya soy mayor de edad, tengo dieciocho años, puedo afrontar yo solo las cosas... pero la verdad es que no puedo madre... Perdóname, os hecho mucho de menos, ¡no quiero estar aquí! Se que desde casa junto a padre y mis hermanos  os sentís orgullos de mi, podéis presumir de tener un hijo en el frente. Lo siento por ser un cobarde madre pero tengo miedo, más del que puedo aguantar. No entiendo esta guerra, no se cual es el bando bueno, no se por que lucho, no entiendo nada de lo que pasa, solo acato ordenes. El incesante sonido de los fusiles se mezclan con los gritos y llantos de la gente torturando mis oídos día y noche, vivo con una melodía continua de ametralladoras y lluvias constantes de bombarderos. Ya ni hablo, ni pienso porque otros lo hacen por mi, solo me hace falta una frase para salir del paso aquí, “a la orden”. Dicen que el amor es suficiente para seguir adelante, que hay que luchar por nuestras familias, demostrar lo que valemos, pero ya no tengo el valor para estar en la batalla, las piernas me tiemblan sin parar, no duermo, me cuesta respirar, lloro a escondidas porque no puedo demostrar lo que siento delante de mis compañeros, se fuerte y lucha me repito constantemente, pero las palabras se pierden en mi mente como las vida la gente que esta a mi alrededor, soy la marioneta de un tirano titiritero. A noche nos lanzaron en paracaídas a una zona nueva de batalla, dicen que somos la mejor compañía jamás vista, la fuerza de los ochos nos llaman. La octava compañía paracaidista, siempre al frente luchando por su patria, por los ideales de un estado, viviendo el conflicto con lealtad y valor. Somos soldados valerosos, abrimos brechas en las filas enemigas, causamos bajas en ellos como si fueran animales y no tenemos remordimientos, pero todo es mentira pura  mentira, solo fachada, una apariencia; los rostros de la gente demuestran lo contrario, sus caras se han tronado sombrías y pálidas, muestran el temor, horror y desamparo que se vive aquí, pero como nos repiten una y otra vez,  “¡soldados o ellos o ustedes!” Madre para lo que realmente te escribo es para contarte lo que me ocurrió anoche. Me encontraba en el campo de batalla resguardándome del fuego cruzado y la metralla. Como siempre acataba ordenes, teníamos que superar una cota para llegar hasta un punto estratégico que nos serviría de base, para ello era necesario abatir al contrario con toda nuestra fuerza, no escatimamos en munición, ni violencia... Madre anoche en las trincheras vía al enemigo correr hacia mi, le apunte con mi fusil y sin darle tiempo a reaccionar  le dispare; algo raro paso en ese momento, ya había matado a más gente antes pero en aquel chicho había algo distinto, una luz ilumino su rostro, la cara del enemigo al que asesinaba… madre era mi amigo José, mi compañero de la escuela, nuestro vecino, el hijo de Francisca, mi mejor amigo, con quien tanto yo jugué a soldados y a trincheras. Madre ahora el juego es verdad, no hay risas, solo oscuridad y llantos, no volveremos a jugar jamás, ¡lo están enterrando! Lo siento muchísimo, te pido perdón madre pero ya no aguanto mas aquí, me quiero morir, estoy harto de esta guerra, ¡no se dan cuenta que no va a ganar nadie joder! Tal vez te vuelva a escribir, pero la próxima que lo haga será desde el cielo, donde encontrare a José y jugaremos de nuevo. Madre ten por seguro que si mi sangre fuera tinta y mi corazón tintero, con la sangre de mi venas, te escribiría un “TE QUIERO”.
Hasta siempre.

lunes, 21 de octubre de 2013

Esteban Cúa

Yo no sé de qué modo podrá ayudarme que yo le cuente mi sueño, pero ya no sé que hacer, estoy desesperado por que alguien interprete lo que aparece en mi cabeza por las noches.
¿Ya está grabando?, pues claro, que tonto soy, si está la lucecita roja encendida, pues empiezo.

Mi nombre es Esteban Cua y tengo diecisiete años. Nací el 19 de abril de 1999, por lo tanto soy Aries.
Yo nunca he creído en cosas de horóscopos ni en los astros ni temas similares, incluso hasta hace unos meses nunca me había presentado como un Aries.
Quedé un día con cuatro amigos para ir al centro a mirar regalos de Navidad para nuestros padres y hermanos. Después iríamos al cine a ver la última película de Star Wars y al salir a merendar algo a la cafetería de la calle Mayor, ya sabe, esa tan famosa que aparece en muchas series y películas.
Los cinco tenemos planeado un viaje a Hungría. Llevamos un par de años hablando de ello, y, este año, por fin nos hemos decidido a hacerlo. Nos costó un poco convencer a nuestros padres, ya que es un viaje largo y costoso. Nunca hemos salido del país y a nuestros padres les da miedo, pero finalmente hemos conseguido que nos den permiso
En la cafetería, Daniela cogió una revista, no era una revista propia para adolescentes como nosotros; más bien era para mujeres maduras que les gusta leer y regodearse con las desdichas de los famosos. Comenzó a pasar hojas y a hacer comentarios sobre algunas de las noticias publicadas; el resto nos reíamos o le decíamos que no nos interesaba aquello. Entonces fue cuando llegó al horóscopo. Se detuvo en aquella página para leer el suyo en silencio, miró alguna cosa más por encima y pasó la hoja. Entonces mi amigo Julián la detuvo e hizo que regresara al horóscopo.
—Léenos también el nuestro —le pidió en tono jocoso—. Llevas un buen rato contándonos cotilleos, pues ahora infórmanos de lo que nos depara el futuro.
—Eso son chorradas —comentó Maxi, que no creía en la astrología.
—Pues yo sí que quiero que me lea el mío —intervino también Miranda.
El único que no se pronunció fui yo. No era algo que me interesara, pero sentía curiosidad por saber qué decían los astros sobre mi futuro. Así fue como Daniela fue leyendo uno por uno nuestros horóscopos, no recuerdo lo que les contó a los demás, pero recuerdo muy bien lo que me dijo a mí: “Vives momentos de bienestar que se verán recompensados con el viaje que siempre has soñado. En el trabajo recibirás una gratificación.”
—Mira, el tuyo acierta en lo del viaje —dijo Julián.
—Si eso fuera así, todos los demás horóscopos dirían lo mismo —intervino Maxi—, al fin y al cabo ese viaje lo haremos todos.
La verdad que sí que vivía momentos de bienestar porque me iba bien en los estudios, con mis amigos me lo pasaba genial y la relación con mi familia era estupenda. Lo único que no coincidía era lo del trabajo, pero al llegar a mi casa aquella noche, mi madre me dijo que a mi padre le habían ascendido en el trabajo. Mi padre también es Aries, igual que yo. No sabía si todo aquello era coincidencia o aquel horóscopo había acertado.
En fin, que cené con mi familia, vimos un rato la televisión y me fui a acostar. Desde aquella noche comencé a tener esa pesadilla. Bueno, realmente no es el mismo sueño todas las noches, pero el final es igual.
Aquella noche soñé con mares y ríos que ardían, y de ellos salían hombres que no tenían piel. Yo iba por un sendero de piedra y a mi alrededor había agua, pero no era un agua normal; era de color morado y, de repente, se convertía en lava, de la que salían pequeñas erupciones que invadían mi camino. Al intentar apartarme para no quemarme, salían de la lava hombres despellejados que avanzaban hacia mí. Yo intentaba huir, pero al intentar correr, lo que sucedía era que no lograba avanzar y aquellos seres me cerraban el paso.
Cuando conseguí moverme del sitio, ya no estaba en un camino, si no en una casa. Entraba por la puerta y allí me esperaba mi madre con mi amiga (la que nos leyó el horóscopo). Estaban comiendo magdalenas (algo raro, porque mi madre no puede comer dulce) y tomando leche. Me ofrecieron una y mi madre me preguntó que por qué venía tan sofocado; me pidió que me sentara y merendara con ellas. Subo a mi cuarto y allí me tumbo en la cama.
Y aquí comienza la parte común de todos los sueños: Aparece una mujer atada a la pared con cadenas. Está totalmente desnuda y tiene la cadena enganchada a un tobillo, el cual se le ha amoratado. Está demasiado pálida, como si estuviera muerta, pero respira y se mueve ligeramente. Me pongo en pie para acercarme a ella y liberarla. En el momento en el que toco su piel la noto fría, y me doy cuenta de que esa chica es Daniela, que me sonríe. Sus dientes están afilados y emite una carcajada aguda que me hiela la sangre. Cuando intento darme la vuelta para buscar algo con lo que cortar las cadenas, me encuentro con que estoy encerrado en una jaula. Por más que golpeo y zarandeo los barrotes, no consigo salir. Al otro lado, hay varias sombras a las que oigo reír. En ese instante me despierto.

Bueno, pues el caso es que como tenemos el viaje programado para cuando se acaben las clases no sé como interpretar esos sueños. ¿Tendrán algo que ver con el viaje? ¿Debemos seguir adelante con él? Aparte de las pesadillas, esas dudas son las que me atormentan.

Otro de los sueños comienza en el instituto, con mis amigos en clase. Nos están explicando el tema de Platón y su retórica. Sin embargo, no es el profesor de filosofía el que nos da la clase, si no la maestra de inglés. Y, aunque, no nos habla en castellano, la entendemos perfectamente. Cuando suena la campana y salimos del aula, en pasillo no es el del instituto. Es un pasillo con paredes acristaladas y está flotando en el aire, comunicando dos edificios a decenas de metros de altura. Resulta atrayente, y a la vez aterrador, caminar por aquel suelo de cristal como si realmente pudiéramos pasear por las nubes. Es una sensación que no se puede describir. Entonces nos montamos en un coche de feria y el suelo se convierte en raíles de montaña rusa. El vehículo se desliza por las vías bajando empinadas cuestas y haciendo giros imposibles. Cuando bajamos de allí nos encontrábamos en una mazmorra subterránea. Caminamos por un largo pasillo iluminado por antorchas cuya llama danza y salta produciendo extrañas sombras. Al final llegamos a una amplia sala llena de ordenadores y pantallas. A mí me recuerda a la Batcueva, ya sabe, la cueva de Batman. Allí hay unos cilindros llenos de un líquido verde y, aparentemente, viscoso en el que flotan cuerpos humanos, conectados a unos respiradores.
Nosotros los miramos como si fueran animales en un zoo, reímos y señalamos las cámaras cilíndricas. Todos son diferentes. Algunos son hombres, otros mujeres; blancos, negros, asiáticos; grandes, pequeños, delgados, obesos, musculosos.
Maxi se para frente a una de aquellas cápsulas y comienza a tocar el cristal y a pulsar botones. Nosotros le decimos que no toque nada, pero él nos ignora y continúa a la suyo. La profesora de inglés se acerca a él, y, lejos de impedirle que siga a lo suyo y estropee aquellos aparatos, le ayuda a intentar abrir la cápsula. Daniela y yo comentamos que aquello es un error, pero por más que le gritamos a Maxi y a la profesora que no toquen, ellos nos ignoran. Miranda y Julián se han acercado cada uno a un cilindro y comienzan también a tocar el cristal y los botones. Yo me acerco a Miranda e intento apartarla de aquel objeto; quiero agarrarle las manos, sin embargo, se mueve tan rápido que cuando voy a sujetarle una muñeca, esta se me escurre entre los dedos y continúa tocando los botones.
A nuestras espaldas oímos un ruido de descompresión al abrirse uno de aquellos cristales. El líquido se desparrama por el suelo y el cuerpo que flotaba en el interior cae al piso.
—Lo hemos liberado —dice Maxi. Él y la profesora lo están limpiando de los restos de líquido que había por el cuerpo. Cuando se levanta, sorprendentemente, va vestido.
La siguiente imagen es del resto de los cuerpos saliendo de sus crisálidas artificiales. Nosotros echamos a correr por aquellos subterráneos perseguidos por los seres de las cápsulas. Cuando les digo a mis amigos que corran para que no nos den alcance, me doy cuenta de que mis amigos ya han sido hechos prisioneros. Me meto por un pasillo que resulta desembocar en una habitación. En este punto es en el que los sueños confluyen en su parte común: la mujer, que resulta ser mi amiga Daniela, atada a la pared, con los dientes afilados y yo encerrado en una jaula.

Esos dos son los sueños que mejor recuerdo, del resto solo recuerdo detalles sueltos, salvo el final, que siempre coincide.

Bueno, veo que ha estado tomando notas, ¿tiene algún resultado? ¿Qué es lo que me pasa? ¿Debo hacer ese viaje? Bueno, imagino que aún será pronto. Esperaré su llamada, ya le dejé mis datos a la chica de la entrada. Adiós, y muchas gracias.

Babel

Apenas hacía unos días que había aterrizado en aquel planeta y ya había conseguido mucho más de lo que esperaba. Mucho más de lo que había encontrado en el mismo tiempo en el último planeta que había visitado.
Salió de su refugio prefabricado y se estiró para desentumecer los músculos. Respiró profundamente y encendió su visor. Aquella lente le había indicado que la concentración de oxígeno y demás gases de la atmósfera era ideal para poder respirar sin necesidad del equipo autónomo que utilizaba en todas las salidas al exterior.
Aquel podía ser un buen planeta para instalarse. Desde que Sarah Connor, hija del gran líder de la resistencia John Connor, había derrotado a Skynet y todos los organismos cibernéticos habían caído, la humanidad se esforzaba en encontrar un nuevo planeta en el que residir, ya que la Tierra había sido totalmente destruida en aquella maldita guerra. Habían pasado diez años desde aquella victoria, y poco después, él se había embarcado en aquella nave espacial en busca de un nuevo hogar para su especie. Había sido el número uno de su promoción y ello le había conferido el honor de ser el Primer Buscador. Había habido más, pero de momento ninguno de ellos había tenido éxito.
El último planeta que había explorado, Raticulín, no cumplía ni con un uno por ciento de las expectativas que se habían depositado en él. La estrella más cercana estaba demasiado lejos como para mantener unas condiciones de vida óptimas. Nada más pulsar la pantalla del visor, los datos que le habían aparecido le habían alertado. Aún así, estuvo un día entero recogiendo y examinando muestras que confirmaran lo que los datos del visor le decían. Cuando se lo comunicó a la Estación Base en la Tierra, ésta, enseguida, le dio las coordenadas de un nuevo planeta para explorar: Babel.
Sin perder un instante puso rumbo hacia aquel lugar. Desde su posición, y a una velocidad cien veces superior a la velocidad de la luz, tardó un año y medio en llegar a su destino. Se había colocado el visor sobre su ojo derecho y su traje espacial con escafandra. En cuanto puso el pie sobre la superficie de aquel nuevo planeta, el visor le indicó que los niveles de oxígeno eran compatibles para la vida humana. A pesar de eso, decidió hacer las comprobaciones manuales. Era lo que le habían enseñado en la Escuela de Buscadores. Los aparatos podían fallar, por lo tanto tenían que comprobar todas las mediciones dadas por los visores de forma manual.
El segundo día había instalado su refugio. Aquellas pequeñas capsulas contenían todo lo que iba a necesitar en aquel rastreo: un refugio, un vehículo ligero, un vehículo anfibio y un pequeño planeador. Simplemente tenía que sacarla de la caja, apretarlas ligeramente hasta oír un clic y lanzarla a varios metros de su posición. En cuestión de segundos, la cápsula explotaba y se convertía en lo que contenía su interior. Para volver a la forma de cápsula, el propietario tenía que pulsar el botón de retorno y volver a guardarlas.
Babel tenía agua potable y tierra fértil en la que podrían cultivar cereales y frutas como sus antepasados. También había abundantes árboles, pero de un tamaño mucho menor a los que había en la Tierra décadas atrás y ninguno de ellos tenía frutos. Lo que no había encontrado era ningún tipo de ser vivo que no fuera de origen vegetal.
Allí los días duraban treinta horas, de las cuales diecisiete eran de luz y trece de oscuridad. Para todos, aquello sería una novedad, ya que desde 2035 la luz del Sol no llegaba a la superficie de su planeta natal. Skynet había detonado varias bombas nucleares y la reacción provocada había sido que la atmósfera se oscureciera y se llenara de un polvo tóxico que impedía el paso de los rayos solares.
Un pitido sonó en su auricular y un mensaje salió en la pantalla de su visor. Estaba recibiendo una llamada desde la Estación Base. A las pocas horas de su llegada había hablado con ellos, para comunicar que el planeta Babel parecía seguro para ser habitado.
––Aquí Estación Base, adelante Primer Buscador.
––Al habla el Primer Buscador.
––Todo está dispuesto para establecer portal de teletransporte entre la Tierra y Babel.
––Recibido, mañana a primera hora activaré la puerta que voy a instalar ahora mismo.
––Mañana a primera hora reestableceremos la comunicación.
Aquellos breves diálogos informando de su situación o recibiendo órdenes era lo único que lo seguía manteniendo unido al Planeta Azul.
Acudió a su refugio y cogió el instrumental necesario para montar el portal que comunicara los dos planetas. Colocó los dos postes laterales a una distancia de tres metros entre ellos. Posteriormente, con ayuda de una armadura de carga, que reducía los esfuerzos más de la mitad, elevó el travesaño hasta colocarlo en el extremo de los postes. El visor le indicó que todo estaba correcto. Regresó al refugio y sacó un gran generador para darle energía al portal de teletransporte. Lo conectó y lo dejó en modo de carga, así al día siguiente podría ponerlo en marcha sin ningún problema.

Había llegado el momento de retirarse a descansar. La puesta de sol (aunque realmente lo que se ponía era la estrella Hamal de la constelación de Aries) estaba a punto de finalizar y no le gustaría estar fuera de su refugio cuando la noche reinara en el planeta. La temperatura bajaba más de treinta grados y se levantaba un ligero viento que daba más sensación de frío.
El visor se iluminó de golpe indicándole que había algo acercándose a él. Se giró rápidamente en la dirección que le indicaba el instrumento pero allí no había nada. La señal del visor desapareció. Seguramente se tratase de un error, les habían dicho en la Escuela de Buscadores que aquellos visores solían fallar. Habían sido fabricados con los restos de los órganos de visión que utilizaban los cyborgs T-800; eran muy buenos pero no infalibles. La señal volvió a activarse, pero frente a él no había nada.
Se quitó el aparato y le dio unos golpes con la mano, para que volviese a funcionar correctamente. Se lo colocó frente a su ojo izquierdo otra vez. El aparato seguía indicando que ante él había algo. Sin embargo, no podía ver nada. Quizá estuviera a más distancia de lo que pensaba.
Decidió adelantarse en busca de algo que no estaba seguro de que se encontrara allí. Cuando llevaba cien metros recorridos decidió que ya había sido suficiente por aquel día. Si no regresaba pronto al refugio se congelaría de frío. Dio dos pasos más antes de caer de bruces. Había tropezado con algo. Pero allí no había nada. Sin embargo, había oído que ese algo con el que había tropezado había emitido una especie de gemido. Se incorporó de nuevo.
Estaba sucediendo algo muy extraño. ¿Era posible que hubiera tropezado consigo mismo? Podría ser, pero estaba seguro de que no había sido así. Miró por su visor, pero el aparato no indicaba nada. Decidió regresar al refugio. Ahora el visor sí indicaba algo. Entre él y el refugio marcaba que había cinco objetos. Se retiró el visor nuevamente y ahora sí pudo ver lo que se interponía entre él y su refugio.
Allí había cinco seres peludos que parecían a lo que en su planeta una vez se conoció como osos. Eran de un tamaño que no sobrepasaba al de un humano, con grandes ojos que los hacían parecer enormes peluches y dos graciosas orejas sobre su cabeza. El Primer Buscador levantó la mano en señal de paz. Pero los cinco seres retrocedieron asustados.
Lo que había pensado que eran las orejas se movieron hacia delante y comenzaron a moverse y a emitir un sonido gutural y nasal a la vez. Resultaba que lo que había confundido con orejas realmente eran bocas.
––He venido en son de paz. Esto es una misión de reconocimiento
Evidentemente, no recibió ningún tipo de respuesta.
Tan de repente como habían aparecido, los cinco seres peludos desaparecieron. Corrió hacia el refugio para comunicarse con la Estación Base para informar que en aquel planeta había vida. Pulsó el botón del intercomunicador pero no obtuvo respuesta. Al otro lado no había nadie. Consultó la hora y el monitor le indicaba que en la ciudad en la que se encontraba la Estación Base eran altas horas de la madrugada. Con razón nadie respondía a su llamada. Miró a través de las ventanas, por si veía nuevamente a aquellos seres pero fue en vano. ¿Acaso lo habría imaginado?
Le convenía descansar. Al día siguiente tenía que contactar con la Estación Base e informar de la situación. Después, tendría que esperar órdenes de abrir la puerta de teletransporte o desmontarla y continuar su búsqueda en el siguiente planeta.

Cuando se despertó estaba amaneciendo. Según indicaba su monitor, eran las tres de la tarde en el país de la Estación Base. Estarían preocupados ya que había dicho que conectaría el portal a primera hora.
Salió al exterior y activó su visor. El clima era soleado, con una temperatura agradable de veinte grados y una humedad relativa del sesenta por ciento. Se acercó al portal y comprobó que la energía que se había almacenado durante la noche en los acumuladores era la suficiente para la apertura del transportador.
Pulsó el botón de su intercomunicador.
––Adelante Estación Base, aquí el Primer Buscador.
––Primer Buscador, adelante para Estación Base. ¿Todo a punto para la conexión del portal?
––Todo listo. Cuando lo ordene, procederé a la activación.
––Proceda.
El Primer Buscador se acercó al portal y se preparó activar los interruptores que activasen la puerta interplanetaria para la llegada de su gente a aquel planeta.
Entonces sintió un golpe, como un latigazo, en el lateral de su cara y su cuello. No sabía de dónde había venido aquel golpe pero le dolió. Incluso pasados unos segundos seguió escociéndole. Se llevó la mano a la zona dolorida y la puso frente a sus ojos. Estaba manchada de sangre.
Se giró buscando a su posible agresor y allí los vio. Delante de él y a poco más de veinte metros se encontraban los cinco seres peludos que había visto la noche anterior. Su aspecto ahora no era ya tan adorable como la primera vez que los había visto. De lo que había confundido con orejas en un primer instante, le salían una pareja de látigos que se agitaban por delante de los seres. Parecían lenguas furiosas dispuestas a darle un mortal lametazo.
El Primer Buscador sacó su arma y disparó contra una de aquellas criaturas. El ser se desparramó por el suelo en mil pedazos recubiertos de una sustancia viscosa de color amarillento.
Otro de los seres lanzó su látigo contra el Primer Buscador lacerándole el brazo con el que sujetaba su arma, que cayó al suelo. El humano se arrodilló para recoger el arma sin perder un solo instante. Las lenguas de los habitantes de Babel continuaban agitándose con violencia. Entonces, como un único ente, todos los seres lanzaron sus lenguas-látigo a la vez contra el Primer Buscador. Y repitieron la operación una y otra vez. Las heridas le cubrían casi la totalidad del cuerpo. Seguía con vida pero notaba que ésta se le escapa poco a poco por aquellos cortes que los babelonianos le habían hecho. Se estaba desangrando y no tenía fuerzas para moverse.
Giró su cabeza y, desde aquella posición, vio como los cuatro seres que aún quedaban en pie se acercaban a él. No tenía fuerzas para defenderse. Para su sorpresa pasaron de largo. No se dirigían hacia él si no hacia el portal. Con una de aquellas lenguas, uno de ellos pulsó el botón de encendido del portal intergaláctico. Un arco voltaico saltó entre los dos postes para convertirse a los pocos segundos en una superficie espejada de aspecto acuoso.
Aquellos cuatro habitantes de Babel atravesaron el portal con dirección a la Tierra. El Primer Buscador sintió una punzada de nervios al pensar que su planeta iba a ser invadido por una raza extraterrestre por su culpa. Sin embargo, se sintió más aliviado al pensar que los de su raza poseían armas que acabarían en un instante con aquellos seres, igual que él había hecho momentos antes.
A unos metros de su posición. Los restos de la criatura que había matado de un disparo, comenzaron a crecer hasta constituir cada uno una nueva criatura de aquella especie. Centenares de nuevos babelonianos se encaminaron hacia el portal interplanetario y lo atravesaron dirección a la Tierra. De todas las direcciones, más y más de aquellos seres aparecieron de la nada y se perdieron a través del umbral de la puerta teletransportadora.
La última sensación que tuvo el Primer Buscador antes de morir desangrado no fue miedo, si no angustia por haber condenado a su planeta. Después de tantos años de lucha contra Skynet y los Cyborgs, ahora la Tierra se vería envuelta en otra guerra contra unos seres que lejos de morir, se multiplicaban cuando los hacías saltar en pedazos.

domingo, 20 de octubre de 2013

Esos dichosos trabajos

Trabajar es maravilloso. Que digo maravilloso: un lujo hoy en día, por lo menos en España. Ayer un amigo me comentó “El otro día al salir del trabajo vi un unicornio” me quedé asombrado: una persona con trabajo. Según las estadísticas del Estado, cinco de cada diez personas en edad de trabajar son la mitad. A mí, sin ir más lejos, me ofrecieron un trabajo hace poco para hacer sondeos. No me lo tomé muy en serio cuando pregunté “¿Qué sondeos?” y me respondieron “Pues esas cosas largas con uñas que salen de las manos”.
Trabajar mola. Sobre todo, los trabajos en los que te pagan y te sientes realizado. Los médicos son los mejores. Les pagan por repetirte lo que lleva 30 años diciéndote tu madre: no fumes, no bebas, no vayas con mujeres de dudosa reputación… De dudosa reputación nada: nadie duda que son putas. Así, con todas las letras
Ser médico mola. Mola hasta que la cagas. Tú, reputado cirujano, entras en la habitación de tu paciente y exclamas: “Tengo una buena noticia, la amputación de su pene para el cambio de sexo ha sido todo un éxito”. “Pero… si yo venía a una operación de apendicitis”. “Ups. Entonces la noticia no es tan buena”. Te echan del hospital, del colegio de médicos y hasta del club de póker que te has montado con tus colegas.
Otro curro que mola es el de policía. Pasearte por ahí con una pistola, unas gafas de sol como las de las películas y un palillo masticado hasta que se convierte en un mazacote de astillas mojadas de saliva. Eres el cherif del pueblo. Hasta que empiezan los problemas de verdad.
La gente los confunde con una oficina de información. Tú, policía recién salido del horno, te destinan en la capital del país. 5 millones de habitantes y algún que otro perro. Te alquilas un piso cochambroso a compartir con otro compañero que está en tu misma situación y sabes ir de tu casa al trabajo y del trabajo a casa. El otro día conseguiste llegar hasta el super que está en la esquina sin perderte… Otra cosa fue el camino de vuelta que acabaste cogiendo el metro hasta la otra punta de la ciudad. Claro, bajo tierra no hay edificios con los que guiarte “Vivo al lado del Edificio España” pero bajo tierra eso no lo puedes decir, porque no se ven los edificios.
En fin, tú, novato sales tu primer día de patrulla con tu compañero novato y os preguntan por una calle. Pero no una calle cualquiera, no. Te preguntan por una calle que no sale ni en los mapas, no la localiza ni el google maps. Después de volverte loco mirando la guía, buscando en el móvil y hasta en el GPS, llega un abuelete y dice: “Sí, hombre, si esa es la que cruza Gran Vía paralela a Fuencarral. Es mu pequeña”. Le das las gracias al viejo, y le repites la información al ciudadano y cuando se va oyes como dice “Pues vaya mierda de policía, que no sabe ni las calles”. Ahí empiezas a pensar que tienes que empollarte bien el callejero si no quieres sufrir más bochornos como ese.
Entonces sucede lo que todo policía novato desea: una llamada de la central. Te llaman de la central y te dicen que se ha producido una pelea, que un hombre a pegado a otro y los viandantes lo tienen detenido. Tú piensas “Esto es pan comido. Llegamos, detenemos al tío, lo metemos al coche y la víctima que venga a denunciar”. Sin embargo, la realidad es bien distinta. Llegas, aparcas encima de la acera porque no tienes otro sitio, hablas con la víctima para conocer los hechos y procedes a detener al agresor. “Ahora tiene que venir a la comisaría a denunciar” Entonces comienza el caos. La víctima responde “No quiero denunciar. No quiero que lo detengan, sólo quiero que le den un susto” Varias frases se entrecruzan por tu cabeza:
“¡¡UUUUHHH!! ¿Así de susto o lo asustamos más?”
“Oiga, que no somos El Coco”.
El caso es que el susto te lo llevas tú cuando ves que la grúa se ha llevado el coche patrulla por estacionar encima de la acera.
Después del segundo ridículo del día, piensas en pedir el traslado a la oficina para recoger las denuncias. Te toca el turno de noche y de pronto te llega un ciudadano (varón) muy indignado a denunciar una estafa. Tú escuchas atentamente su relato: “Pues yo iba por esta calle, ¿sabe? Y entonces vi a un grupo de señoritas que estaban ejerciendo la prostitución. Yo no voy nunca de putas, no me gusta eso, pero me paré y solicité los servicios de una…”
“¿Y le pagó y no le prestó el servicio?”
“No. Peor aún.” Exclama él
“¿Le robó después de prestar el servicio?”
“No, no. Pues después de prestar el servicio vi que era un hombre.”
“Claro. Esa es una zona de prostitución de travestis. Los sabe todo el mundo.” Le respondes
“Pues me siento estafado. Quiero que me devuelva mi dinero y además denunciarle. Tenían que poner carteles que es una zona de travestis y no de señoritas”
Entonces piensas “A ver, alma de cántaro. ¿Y te das cuenta después? No ves que tiene nuez, que sus manos son más grandes que tu cabeza, ni que ¡estaba meando de pie! A ti sí que habría que denunciarte; pero por idiota.” Evidentemente, esto no se lo dices porque puedes perder tu trabajo y tu sueldo pagando costas judiciales por la denuncia que te pone.
Los bomberos no lo tienen mejor. Piensas que el trabajo de tu vida es ser bombero, y además se liga un montón. Con tu uniforme entalladito, entrenando en el gimnasio todos los días, salvando macizas de voraces incendios… ¡¡Y una polla como la manguera de un bombero!! No vas al gimnasio porque te vuelves un vago y total, la tripa es algo heredado de tu padre, que él heredo de su padre y éste del suyo. Las únicas llamadas a las que vas son para bajar gatos de árboles y lo más macizo que salvas es la dentadura de una octogenaria que se dejó la olla al fuego y casi quema el edificio en el que vive. Y ya lo peor es cuando te confunden con un cerrajero. Aunque para eso los bomberos tienen un as escondido en la manga.
Te llaman porque una persona se ha dejado las llaves dentro de su casa y no puede abrir la puerta. Los llamantes lo hacen con toda la picaresca española que hemos heredado en este país desde los tiempos del Lazarillo de Tormes. Lo que se les pasa por la cabeza es “Ya está, llamo a los bomberos y me ahorro los 300 euros del cerrajero”. Hartos de tanto mamoneo, el jefe de la dotación de bomberos, después de abrir la puerta… ¡ZAS! Minuta por valor de 500 euros por movilizar un servicio de emergencias sin motivo real de emergencia. Es como si llamas a una ambulancia para que te lleve a casa para ahorrarte el taxi.
Y qué decir de los cerrajeros. Que gran oficio el de cerrajero. Ya sólo por acudir a un servicio te cobran 300 euros de desplazamiento. Tú te encuentras frente a la puerta de tu casa sin poder entrar porque no tienes las llaves y llamas a un cerrajero. El tío llega y te dice “Señora, ha mirado bien en el bolso” y tú respondes toda digna “Pues claro, es el primer sitio en el que miré” y le tiendes el bolso para que lo compruebe por sí mismo. Entonces el tipo mete la mano en el bolso y al sacarla ¡TACHÁN! Un manojo de llaves entre las que está la de tu casa. 300 euros.
También se puede dar la situación que el tío no encuentre las llaves. Entonces coge una radiografía, la mete por el quicio de la puerta y ¡TACHAN! La puerta abierta. 300 euros.
Si lo último no funciona, el cerrajero coge una especie de taladro en miniatura y te destroza la cerradura y ¡TACHÁN! La puerta abierta y la cerradura inservible. 300 euros y otros 50 por una cerradura nueva.
El mágico cerrajero también tiene la opción de llamar al vecino de al lado y pedirle el duplicado de la llave que le diste hace años por si te pasaba lo que te está pasando. 300 euros.
Su primera opción, tras revolver tu bolso, es llamar al timbre por si hay alguien en casa. Entonces abre tu marido, tu esposa, tu padre, tu hermano o el perro y… ¡TACHAN! 300 euros. A lo que piensas “Hijo puta, eso lo podía hacer yo.” Sí, pero no lo has hecho.
Riiing. Riiing.
– Cerrajería ¿Dónde están las llaves?, matarile rile rile, ¿qué desea?
– Verá, he perdido las llaves y no puedo entrar a mi casa.
– Cobramos 300 euros por el desplazamiento.
– Pero si están en el local comercial del bajo de mi edificio.
– 300 euros por el desplazamiento aunque sea a pie.
– Cabrones, si es el primer piso y hay ascensor…
– 300 euros.
– Déjelo, que ya llamo a los bomberos que son gratis.

lunes, 7 de octubre de 2013

Amor secreto

Como realmente dice la gente no existe el crimen perfecto, ¿o sí? Yo puedo asegurar por experiencia propia que no. Esto no viene a ser si no una confesión de una terrible atrocidad que cometí hace algunos años. Algunos quizá habéis oído hablar de ella, pero la gran mayoría lo dudo.
 Todo comenzó hace cinco años, cuando yo conocí a una chica muy guapa, muy simpática y, porque no decirlo, de muy buen ver. Durante meses la amé en secreto, ella nunca supo de mi existencia. Pero yo de la suya sí, la espiaba donde quiera que estuviese, la seguía donde quiera que fuera y la amaba. Siempre en secreto, pero la amaba con locura.
 Pasó el tiempo y fuimos creciendo, al igual que mi amor hacia ella; cada día que pasaba la amaba más y más. Acabamos el colegio y llegó el verano. Ella se fue de vacaciones a otro lugar que desconozco, durante esa época fue el único instante que no supe de ella. Tres largos e infernales meses. Al finalizar el verano, comenzamos el instituto. Por una casualidad, el destino quiso que nos tocara en la misma clase, en la misma columna pero separados por otras dos o tres parejas de compañeros.
 Durante aquel primer año de instituto también la amé, incluso llegué a más: me atreví a hablar con ella. El primer día muy bien, el segundo también, y al tercero... Pero pasaron los meses y ella se fue distanciando de mí, y eso que la ruta que cogíamos para ir al instituto a Benavente era la misma.
 La distancia comenzó a forjarse por culpa de un grupo de amigas que conoció en la clase, aquel grupo de chicas la llevaba por el mal camino; el camino que la alejaba de mí. Yo no podía hacer nada. Luché y luché, traté de convencerla que no eran una buena compañía pero ella estaba ciega y no veía la realidad. Al poco, y gracias a ese grupo de amigas, conoció a un chico. Aquel chico la engatusó, la engañó para que fuera con él; no tenía nada de malo, sus amigas se iban con sus amigos. Y ella así lo hizo.
 Pero no estaban solos, al menos ellos ignoraban mi presencia. Cada minuto que ellos pasaban juntos yo estaba allí, escondido entre las sombras para vigilarlos, para evitar que aquel chico la tocara. Pero con el tiempo llegó incluso a besarla. Aquel día decidí hacer lo que posteriormente hice.
 Mi gran oportunidad se presentó un día que se celebraba una excusión a la capital. Casi todos los alumnos irían, casi todos. La "maldita pareja" había dicho a sus amigos y amigas que ellos se iban a quedar para pasar el día juntos; sin embargo, en sus casas dijeron que iban a la excursión (¿que cómo lo sé?, tengo mis métodos). Los dos quedaron a solas en Huerga de Vidriales, nuestro pueblo (mi pueblo, me lo conozco como si yo mismo lo hubiera creado).
 Él llegó con su reluciente moto seminueva y se dirigió al lugar en el que habían quedado, un edificio en obras al que nadie acudía. Allí, en la intimidad comenzaron a besarse sin miedo a ser sorprendidos, a fin de cuentas nadie iba allí nunca. Pero aquella mañana alguien los observaba: yo.
 Aproveché un momento en el que se besaban y le asesté al chico un fuerte golpe con un ladrillo, cayó al suelo sin conocimiento. La chica se quedó paralizada, lo que aproveché para abrirle la cabeza con un hacha que usaba mi padre para partir leña. Posteriormente, hice lo mismo con el inconsciente chico. Cuidadosamente despedacé los dos cuerpos como pude y los introduje en diversos recipientes de plástico, herméticos que metí en una bolsa de viaje.
 Escondí la bolsa en un lugar seguro e invertí varias horas en limpiar aquel lugar de la sangre que aquellos dos habían soltado. Me costó pero lo conseguí. Posteriormente, fui a la granja de mi tío y vertí en las pocilgas los restos. Los hambrientos cerdos no dejaron ni los huesos, los devoraron con tanta avidez que parecía que no hubieran comido en su vida. Luego quemé los recipientes herméticos y la bolsa y enterré las cenizas entre el estiércol.
 ¿Cómo me deshice de la moto? Esa es otra cuestión. El caso es que todo el mundo comenzó a conjeturar sobre lo sucedido: que si los chicos habían sido secuestrados, que si los habían matado, que si se habían fugado... Tras una intensa búsqueda y no hallar ni la moto ni los cuerpos, la gente llegó a la conclusión que se habían fugado para poder vivir su amor con libertad, como en las series y películas de la televisión.
 El crimen perfecto salvo por un detalle. Los remordimientos de conciencia que he sufrido desde entonces. No puedo cerrar los ojos sin verlos besarse, no puedo dormir sin que en mis sueños aparezca la chica con el hacha clavada en lo alto de la cabeza. Me estoy volviendo loco, y quiero confesarme culpable de haber asesinado a aquella pareja de novios y de haber dado a los cerdos sus restos como comida.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Rodrigo (4 de 4)


– …quiero ir!– gritó tras la cánula que le habían colocado para que pudiera respirar. Aunque lo que realmente se escuchó fue ngo qjuero irj.
– ¡Se ha despertado!– anunció el médico al conductor de la ambulancia. Posteriormente, dirigiéndose a Rodrigo, le comunicó lo sucedido–. Tranquilo. Está usted en una ambulancia. Ha sufrido un ataque y ha perdido mucha sangre pero está fuera de peligro. Ahora vamos camino del hospital. No intente hablar porque está usted intubado. Voy a ponerle un sedante para que se relaje y no note el dolor. Sólo tiene que guardar reposo y en unos días estará usted como nuevo.
El médico le inyecto una dosis de tiopental sódico que hizo que Rodrigo se sumiera en un sueño profundo.
Las heridas que había sufrido no eran tan graves como habían parecido en un primer momento. Había sufrido un corte en la garganta pero no había llegado a seccionar por completo ninguna de las venas o arterias principales. Lo trasladaban al hospital donde sería intervenido para reparar los daños sufridos y luego lo mantendrían en observación hasta que pudieran darle el alta sin ningún peligro para su vida.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Rodrigo (3 de 4)


Rodrigo abrió los ojos y se encontró con una persona, que no podía etiquetar como hombre o mujer. Se encontraba de pie junto a una piscina que no tenía bordillos. Se asemejaba a un cráter lleno de agua.
– Ven a bañarte conmigo– le decía el ser que se encontraba frente a él a la vez que caminaba internándose poco a poco en el agua de aquella piscina. Parecía que estaba metiéndose en el mar.
Él no quería bañarse en aquella piscina. El agua estaba negra. Parecía brea pero totalmente líquida y con una densidad similar a la del agua.
– Ven conmigo– repitió el ser–. Está estupenda.
Avanzó unos pasos hasta que el agua le tocó los pies. Aquella cosa tenía razón: el agua estaba estupenda. Estaba caliente y le reconfortaba. Sentía una sensación de paz que jamás había sentido. Una pequeña parte de él quería seguir metiéndose en la piscina y relajarse por completo. Sin embargo, otra parte más grande y fuerte estaba asustada. Aquel agua negra le daba miedo y no quería meterse en ella. Sabía que si daba otro paso más no saldría nunca de allí. No sabía si aquello era lo que en las películas identificaban como un túnel muy largo que al final hay una luz y una voz llamándote para que llegues al mundo de los muertos. Pero él no quería estar muerto. Él quería vivir.
– Ven conmigo. Este al lugar al que perteneces ahora.
– No, no quiero ir.
– Sí. Tienes que venir conmigo. Adelante, báñate.
– No. No quiero ir. No quiero ir. ¡No...

martes, 24 de septiembre de 2013

Rodrigo (2 de 4)


H-50, una ambulancia urgente a la Avenida América, a Torres Blancas. Tenemos una persona que ha sido degollada– comunicó Pradillo a la Emisora Central.
– Recibido– respondió el operador de la Sala-091.
Carrasco y Rocío llegaron pocos minutos después con el coche derrapando al entrar en la calle Padre Xifré. La sirena del vehículo camuflado se confundía con la del coche uniformado conducido por Álvaro que también llegaba en esos momentos para proceder al traslado del Asesino del Ajedrez al Grupo Especial de Homicidios de la Comisaría de Chamberí.
Rubén y Héctor le informaron de los Derechos que le asistían como detenido antes de introducirlo en el coche patrulla. Álvaro y Alexis emprendieron la marcha hacia la Comisaría con la orden de meter al detenido en los calabozos de inmediato. Lo cachearon antes de introducirlo en los asientos traseros del coche en busca de armas y objetos peligrosos. Portaba unas llaves, un teléfono móvil y algo de dinero, pero ningún documento identificativo.
– Vamos a Comisaría. ¿Quién se queda con la víctima?– dijo Héctor a Carrasco y a Rocío.
– Lidia y Lucas– respondió Rocío. Maíllo y Pradillo van a despejar un poco la zona de curiosos, que ya están empezando a arremolinarse– informó Rocío.
– Nosotros también nos vamos con vosotros– dijo Carrasco–. He llamado a Paco y ya tiene todo preparado para que comencemos con la comparecencia.
Como había dicho Rocío, el instinto de curiosidad de la gente había empezado a florecer y grupos de personas se arremolinaban en torno a la zona donde habían sucedido todos los hechos. Pradillo y Maíllo acordonaron el escenario del ataque impidiendo el paso de las personas ajenas a la Policía.
El ulular de la sirena del coche de los dos oficiales y el de Héctor y Rubén que se alejaban se fue solapando con el ulular de las sirenas del SAMUR que se acercaba al lugar. Una ambulancia medicalizada y el coche del coordinador de servicios llegaron a los pies de las Torres Blancas, al lugar exacto dónde se encontraba Rodrigo debatiéndose entre la vida y la muerte.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Rodrigo (1 de 4)

Rodrigo había salido de su casa de alquiler para ir a realizar unas compras a su antiguo barrio de Pueblo Nuevo. Los policías le habían recomendado que no saliera del domicilio a no ser que fuera estrictamente necesario, pero él necesitaba comprar alguna sartén porque no se había llevado ninguna y la cazuela que había utilizado el día anterior no le servía para freír unos filetes que tenía para la cena. Si compraba en el centro comercial durante el día no correría ningún riesgo. De todas formas, quería comunicárselo al Grupo Especial de Homicidios de Chamberí. Marcó el número que figuraba en la tarjeta que le había dado la oficial del pelo rizado pero nadie respondió a la llamada. Dejó pasar unos minutos y lo volvió a intentar de nuevo con el mismo resultado.
Cogió su cartera, el teléfono móvil y las llaves de su nuevo domicilio y salió al rellano de la escalera tras echar un vistazo por la mirilla de la puerta que todo estuviese despejado. Una vez que hubo seguido las recomendaciones de Carrasco y Rocío y no haber moros en la costa, salió de su casa y se encaminó hacia el metro de Cartagena. No era el que más cerca le quedaba, pero también le habían aconsejado que no realizara acciones rutinarias, que si tenía que salir a la calle que callejeara, se cambiara de acera ocasionalmente, que transitara por calles en las que hubiera afluencia de gente pero no tanta como para interrumpir una posible huída.
De repente, a la altura de Torres Blancas, algo lo alertó.
– ¡A Torres Blancas, todos a Torres Blancas, está aquí!– gritó una voz a su espalda. Era Héctor pidiendo apoyo a sus compañeros mientras corría para evitar que el Asesino del Ajedrez llevara a cabo su plan.
Rodrigo levantó la cabeza y se disponía a girar el cuello cuando alguien chocó con él.
Shah mat.
Posteriormente, la persona que había chocado con él salió despedida como si hubiera sido empujado por un resorte. A partir de ese momento Rodrigo sólo recordaba haberse llevado las manos al cuello y sentir un líquido caliente escurrirse por sus dedos. Se las observó y las vio llenas de sangre antes de caer al suelo sin sentido.
Sus ojos se cerraron pero sus oídos no. Podía oír perfectamente lo que se decía a su alrededor.
     – H-50, un ballenero urgente a la Patagonia. Tenemos un gallifante deshuesado.
     – Oído cocina.
     Las sirenas de los coches de Policía se escuchaban lejanas, aunque, se iban acercando por momentos con aquel sonido característico: dindon, dindon, dindon, dindon.
     – Vamos a la Comisaría. ¿Quién se queda con el gallifante?
     – La sota de bastos y la ficha azul. La ficha verde y el alfil van a despejar la zona de carroñeros que ya están empezando a arremolinarse.
     ¿Qué era todo aquello que decían? No entendía nada de lo que hablaban los policías. ¿Qué estaban haciendo por él? Se estaba muriendo y nadie movía un dedo por ayudarlo. Los coches de la policía se iban. Podía verlos desde arriba. Había una persona tendida en el suelo rodeada de gatos. Era él. Pero la vista que tenía era una perspectiva del lugar, como si estuviera varios metros por encima de la ciudad y pudiera observar todo lo que pasaba en aquel contexto como un mero espectador y no como uno de los actores, que era lo que realmente era, un actor: la víctima. ¿Sería su alma que se había separado de su cuerpo y quería que viera como moría antes de subir al cielo?
     Los gatos se ponían en pie y saltaban bailando alrededor de su cuerpo tendido. De nuevo ruido de sirenas. Pero esta vez era un ruido diferente, sonaba como una alarma antiaerea de la Segunda Guerra Mundial. Eran las ambulancias, las veía aproximarse por la parte trasera del castillo. Dos vehículos de chapa con una gran llave en el techo que servía para darlos cuerda y que anduvieran. Tres médicos ataviados con batas blancas saltaron del interior de la primera ambulancia. Llevaban la cabeza cubierta por un gorro blanco y se cubrían la cara con una mascarilla también blanca pero con el dibujo de una lengua que se burlaba de él.
     – Dios mío, el gallifante está deshuesado. Está perdiendo mucha celulosa.
     – Rápido. Dos litros de cerveza en vena. Tres centímetros cúbicos de gelatina y una unidad de melocotón en almíbar.
     – Doctor, le hemos cogido una carretera. ¿Qué hacemos ahora?
     – Pasapalabra.
     – Con la “G”, persona deshuesada.
     – Bambi.
     Aquellos matasanos movían las manos tan rápido que no podía ver lo que estaban haciendo. Los gatos se habían apartado unos metros para seguir bailando a su alrededor mientras cantaban una canción popular infantil.
     – Míralos– le decía una voz en su interior–. Míralos como bailan sobre tu cuerpo que ahora es el mío.
     De nuevo la oscuridad.
     Una oscuridad absoluta.

lunes, 2 de septiembre de 2013

El payaso triste


Había una vez una pequeña niña que se hallaba en un parque llorando. De pronto, y sin que ella lo hubiera visto venir apareció a su lado un payaso. Pero no era un payaso como los demás; su ropa no era de colores, ni su cara estaba pintada con una gran boca roja. Su ropa era un pantalón negro, una camiseta gris con parches negros o blancos y su cara estaba pintada de blanco, con una boca triste en negro y una lagrima negra que rodaba por su mejilla.
Estuvo unos minutos con la niña, al cabo de los cuales ella se fue sonriendo. La madre de la niña que lo había visto se acercó al payaso y le preguntó:
– ¿Qué le ha dicho usted a mi hija para que dejara de llorar y se haya ido riendo?
– Ella me ha contado que estaba llorando porque se había peleado con su hermano, sabía que había sido culpa suya y él le dijo que no quería ser su hermano más; entonces ella se puso triste y empezó a llorar.
– Sí, eso es verdad, sucedió hace unos minutos– afirmó la madre.
– Pues yo le dije que su hermano no lo decía de corazón. Que lo dijo porque estaba enfadado. Que si iba a pedirle perdón sinceramente él la perdonaría. Luego le dije que tenía que ir con la sonrisa más grande que tuviera, para que su hermano viera que ella era feliz siendo su hermana.
– ¿Cómo es posible que usted pueda decirle a una niña pequeña que muestre la sonrisa más grande que tuviese si lleva una lágrima negra y una cara de tristeza que asombraría a cualquiera?
– Al ver a su hija pensé: puedo ir hacer que deje de llorar y solucione su problema que no será muy grande o puedo ir, contarle mis problemas que son mucho mayores, hundirla y llorar los dos juntos. Evidentemente me decidí por la primera.
– ¿Y cuáles son sus problemas? Igual puedo ayudarle.
– Mi mujer esta muriéndose de cáncer y mi hijo murió ayer en un accidente.
– ¿Y de dónde saca las fuerzas para hacer eso?
– De sonrisas como la de su hija.
Entonces la mujer comprendió que aquel hombre, aunque fuera el más desgraciado del mundo, no quería que otras personas sufrieran.

lunes, 29 de julio de 2013

El Conventico (final)


     Cuando a la mañana siguiente se despertaron la luz del sol bañaba sus rostros; pero no despertaron a la puerta del Conventico, donde se habían quedado dormidos, si no que Laura y Silvia despertaron en la habitación en la que se habían metido a buscar carboncillo, Dani y Fernando en la buhardilla, Juan Cruz en la gran habitación central del piso de arriba. Ninguno de ellos sabía que era lo que les había pasado. Simplemente recordaban que la noche anterior habían ido al Conventico después de las cervezas y... no recordaban nada más. Primero se juntaron Dani y Fernando con Juan Cruz, luego más tarde los tres con las dos chicas en el vestíbulo. Todos estaban preguntándose qué era lo que los había sucedido sin hallar una respuesta coherente, cuando una profunda voz habló desde el patio.
     – Joder, me he quedado dormido en aquella puta capilla. ¿Por qué nadie me ha despertado?– preguntó Roberto.
     Todos se giraron asustados por aquel tono de voz tan ronco.
     – Y encima me he puesto malo.
     Los seis amigos se juntaron en el vestíbulo, le explicaron a Roberto que ellos también se habían quedado dormidos y que hacía unos minutos que habían despertado. Luego salieron de allí; cuando lo hicieron una extraña y placentera sensación los invadió a todos.
     – Alguna vez os habéis preguntado por qué nunca hay gatos en el Conventico– preguntó Roberto.
     – ¿A qué viene esa pregunta?– contestó Juan Cruz.
     – No lo sé, simplemente es que se me ha pasado por la mente ahora mismo– dijo Roberto–. Joder que calor que hace– y se quitó la cazadora.
     – Robe, ¿qué es eso que tienes ahí?– le preguntó Laura señalando una marca que tenía Roberto en un brazo; era una ampolla muy grande.
     – No lo sé; parece una quemadura, pero no sé con qué me habré quemado.
     De repente se giró para mirar hacia el Conventico y vio salir un poco de humo de la cocina.
     – Mirad, debemos haber encendido fuego y no lo apagamos antes de quedarnos dormidos. Menos mal que no se ha prendido todo el Conventico– les dijo a sus amigos.
     – Pues sí– contestó Silvia–. Joder, me cuesta hablar, como si hiciera años que no lo hiciera.
     – Yo no recuerdo haber encendido nada– dijo Fernando.
     – Ni yo– dijeron a la vez Dani y Juan Cruz.
     – Nosotras tampoco– dijo Laura.
     – Igual fueron Manolo y estos– dijo Roberto–. ¿Por cierto los visteis por allá arriba?
     – No– contestaron al unísono Juan Cruz, Dani y Fernando. Y sin más comentarios continuaron el camino de regreso a San Pedro.

Esto sólo es un fragmento de "El Conventico". Si te ha gustado y quieres saber todos los detalles de esta historia no dejes de visitar http://megustaescribir.com/members/sangrando/obras/ y allí leer la obra completa, puntúarla y añadirla a tu biblioteca. Espero que hayas disfrutado tanto leyéndola como yo escribiéndola.

viernes, 26 de julio de 2013

Silvia en El Conventico (2)


     Silvia se despertó en el mismo instante en el que sus amigos comenzaron a subir las escaleras del primer piso a la buhardilla. Al abrir los ojos, la primera imagen que vio fue la de un horrible monstruo que se acercaba hacia ella encorvado y emitiendo unos horrendos sonidos guturales. Silvia se quedó aterrada, intentó ponerse en pie y huir pero un fuerte dolor en su cuerpo se lo impidió, los puntos que los monjes le habían dado se le habían abierto y había comenzado a sangrar. Como pudo, fue retrocediendo de aquel horrible ser. La puerta se abrió tras ella y Dani entró a rescatarla; cuando se acercó a ella, Köufar se lanzó contra él y lo derribó. Fernando entró poco después de Dani, y tras él Juan Cruz; con aquella mala iluminación apenas podían distinguir lo que allí dentro estaba sucediendo, lo único que veían era que su amigo Dani estaba en un lío. Tenían que liberar a Silvia y ayudar a Dani en su lucha contra aquella bestia, así decidieron dividir sus fuerzas y Juan Cruz se ocupó de sacar de allí a la chica y Fernando acudió en ayuda de Dani. Cuando Juan Cruz puso a Silvia a salvo (fuera de la buhardilla con Laura) volvió a ayudar a sus dos amigos.
     Cuando se internó de nuevo en la buhardilla vio a Dani en el suelo sangrando de una gran herida en el pecho. Fernando estaba cogido del cuello por Köufar y le empezaba a faltar el aire. Juan Cruz ayudó a Dani a ponerse en pie, cuando lo consiguió le indicó que saliera fuera con las dos chicas. A duras penas Dani hizo lo que le indicaba su amigo. Cuando Dani hubo abandonado la sala, Juan Cruz se lanzó contra el terrible ser que tenía preso a Fernando haciendo que lo soltara. Cuando Fernando cayó al suelo tosió varias veces y luego se puso en pie. Köufar se recuperó del golpe recibido por Juan Cruz y luego inició un ataque contra él pero Juan Cruz lo esquivó y la criatura se fue contra una de las paredes y chocó contra ella; Juan Cruz se acercó a Fernando y, como ya hiciera con Dani, le ayudó a levantarse y a salir de allí. Köufar intentó evitarlo, pero cuando se acercó a la puerta algunos rayos de luz le llegaron de fuera y se quedó cegado en el umbral de la puerta. ¿Pero de dónde venían esos rayos si en aquel lugar nunca salía el sol y la luz de las estrellas no podía llegar hasta allí? Pues venía de una pequeña fogata que había hecho Laura con el mechero de Dani para calentar a Silvia y a Dani porque se quejaban de que tenían mucho frío.
     Aprovechando la ceguera temporal del monstruo los cinco huyeron de allí. Cuando estaban bajando el segundo tramo de escaleras, del primer piso a la planta baja, notaron un calor tremendamente inusual en aquel lugar. Era como si una hoguera gigante hubiera sido encendida allí. Llegaron a la planta baja y miraron hacia el patio con el fin de encontrar a Roberto pero éste no se encontraba allí. El patio estaba lleno de monjes agrupados en torno a alguien tendido en el suelo. Cuando se dispersaron y tomaron la dirección del edificio principal los cinco amigos pudieron ver que la persona que estaba en el suelo era el Elegido que yacía sin vida con algo clavado en el pecho; era el cuchillo que tenía Roberto para matar a Laura. Un extraño resplandor salió de la cocina. Era fuego. Se había declarado un incendio en dicho lugar. Los monjes que se encaminaban al lugar del fuego comenzaron a chillar y huir dando vueltas sin sentido, como un rebaño de ovejas amenazadas por la presencia de un predador. Escucharon una voz, era la de Roberto que venía desde la cocina.
     – Huid mientras podáis– les indicó.
     Un ruido chirriante sonó en la puerta de entrada, a sus espaldas. El portón que no les había dejado salir de allí se abrió de par en par y pudieron salir de aquel demoníaco lugar. No pudieron hacer nada por Roberto, que murió calcinado en el incendio de la cocina al igual que el resto de los monjes. Los cinco amigos estaban tan rendidos que nada más salir se quedaron dormidos a las puertas de aquel lugar.

jueves, 25 de julio de 2013

Roberto en El Conventico (6)


     A la última hora del mismo día en el que los prisioneros habían huido (los monjes aún no sabían este último detalle) se celebraría el sacrificio de la virgen. Todo estaba ya dispuesto para la ceremonia. La víctima sobre la cama de ejecuciones y el nuevo integrante de la hermandad dispuesto a cumplir su misión. Los prisioneros y su amigo estaban escondidos espiando a los monjes esperando la mínima oportunidad para acercarse a la capilla, entrar y sacar de allí a sus amigos para volver todos al pueblo a salvo.
     Todos los monjes acudieron a la capilla bajo la atenta y vigilante mirada de los tres amigos ocultos. Cuando todos los monjes se hallaban en la capilla decidieron acercarse hasta allí para salvar a los prisioneros. Como no querían ser descubiertos, fueron por la parte de atrás (Juan Cruz se acordaba que allí había una puerta de cuando había ido con su hermana y la amiga de ésta). La puerta secreta estaba ahora abierta, porque por allí habían entrado Roberto y el Elegido y nadie la había cerrado. Desde donde estaban situados no podían ver el interior porque una cortina se lo impedía; lo único que podían ver eran sombras creadas por las velas que rodeaban a Laura.
     Dentro del lugar, el Elegido hablaba a los demás monjes para contarles que el hermano Sixtrel iba a sacrificar a una virgen como ofrenda al Todopoderoso. Aquello significaba que cuando el Elegido se retirara de sus actos de líder de la hermandad toda esa responsabilidad recaería en Roberto. Cuando el Elegido acabó de hablar a sus hermanos todos rezaron una oración hacia el Todopoderoso antes de iniciar el sacrificio.
     Laura estaba a la espalda de Roberto y el líder de aquel grupo de fanáticos, entre ellos y la cortina que no dejaba ver desde fuera a sus tres amigos. No podía verle la cara a Roberto porque la llevaba tapada con el hábito tan siniestro que llevaban todos ellos; tampoco podía ver a Fernando, Dani y Juan Cruz porque estaba la cortina, lo primero y porque de la forma en la que estaba atada le era imposible girar el cuello lo suficiente.
     El Elegido se acercó a Roberto y le dio un puñal muy raro, con curvas, y ambos se colocaron a detrás del camastro de Laura, de cara a la audiencia. Laura lloraba de miedo al ver que iba a morir, no podía gritar porque estaba amordazada. Los dos terribles seres que la iban a matar estaban a su lado. Aquella terrible imagen ya la había vivido antes pero no podía recordar donde. El Elegido y el resto de los monjes entonaban una oración a la vez que el monje que acompañaba al Elegido se colocaba al lado de Laura con el cuchillo a la altura del pecho. El cántico de los monjes se fue elevando de tono, el Elegido iba metiendo la mano en un cáliz en el que tenía el brebaje del sacrificio e iba santificando a los monjes con él; cuando acabó de extender unas gotas de la pócima bebió unos tragos y se lo pasó al otro monje que estaba con él que se bebió el resto. El canto de los monjes llegaba a su punto cumbre y Roberto levantó el puñal por encima de su cabeza, el Elegido le dio la orden de ejecución, en ese instante la capucha se apartó de su cara y Laura podía ver el rostro de su ejecutor. Ese rostro no era otro que el de Roberto; pero no el del Roberto que ella conocía si no que era el rostro de un ser que parecía que hubiera muerto hacía mucho tiempo, aún conservaba algunos rasgos de su amigo pero no era él, era como un zombi, como si se estuviera descomponiendo. Cuando Laura reconoció a su amigo la mirada se le cambió, pasó del miedo a la incredulidad. ¿Cómo podía estar haciendo eso?
     En aquel momento, por la cabeza de Roberto pasó la imagen que había visto la noche anterior del Conventico ardiendo; el foco del fuego estaba en la cocina, lo sabía porque de allí era de donde salían más llamas. La imagen se borró de pronto.
     En ese mismo instante, los tres amigos fugitivos decidieron adentrarse en la capilla; cuando vieron a Roberto intentando matar a Laura todos se quedaron perplejos, aquella era la última imagen que esperaban encontrarse. El primero en reaccionar fue Dani que se abalanzó contra Roberto y lo derribó impidiendo que matara a Laura, acto seguido los otros dos liberaron a Laura ante el asombro de los monjes y del Elegido. ¿Cómo era posible que hubieran escapado de su prisión?
     Juan Cruz cogió a Laura en brazos y salió de allí lo más rápido que pudo, cuando los monjes quisieron reaccionar él ya estaba fuera, camino del edificio principal. Fernando ayudó a Dani a ponerse en pie y salir corriendo. Roberto y el resto de los monjes corrieron tras ellos; Roberto fue el primero en alcanzarlos; derribó a Fernando y elevó el cuchillo sobre él. El Elegido dio orden a los demás monjes de que no intervinieran, que aquello era asunto del hermano Sixtrel y él lo debía resolver.
     Fernando miró a los ojos de Roberto y a la mente de éste vino el sueño que había tenido la noche anterior, pero ahora sí que podía distinguir las caras de los que le acompañaban, correspondían a aquellos intrusos que se llevaban a la chica que él iba a sacrificar para entrar en la hermandad, la chica era otra de las personas que le acompañaban. También pudo identificar la imagen aterradora que allí aparecía y no era otra que la que le había dado aquel puñal y le había mandado ejecutar a una de sus acompañantes. Pero algo no cuadraba, le faltaba una persona, otra de las chicas. “A los intrusos les quitamos uno de sus riñones y luego se los entregamos a Köufar, que vive en la buhardilla. Köufar es una bestia mezcla entre hombre y animal salvaje. Lo tenemos en la buhardilla desde que lo encontramos en la puerta principal; lo alimentamos con los cuerpos de los gatos y con los de los intrusos, pero tienen que estar vivos y ha de matarlos él, si se lo damos ya muerto no se lo come y allí lo deja hasta que se pudre y se convierte en un esqueleto”. Aquellas palabras comenzaron a rondar su cabeza sin saber porqué, las oía una y otra vez. Lo estaban volviendo loco.
     – Roberto, soy yo, Fer– le dijo su amigo; pero Roberto no lo recordaba.
     – A los intrusos les quitamos uno de sus riñones y luego se los entregamos a Köufar, que vive en la buhardilla– repitió mecánicamente; aquella no era su voz, era más profunda. Se estaba volviendo loco. La cabeza le iba a estallar; se llevó las manos a la cabeza y se puso a dar vueltas sobre su propio eje a la vez que gritaba aquélla frase.
     Fernando aprovechó para huir y unirse a sus amigos que lo esperaban inmóviles sorprendidos ante la actuación de Roberto. Ninguno de sus amigos sabía lo que Roberto quería decir con aquellas palabras. Buhardilla. Aquella palabra comenzó a revolver la mente de Dani. Claro, habían arrojado a Silvia a la guarida del monstruo que había intentado devorarlos a ellos. Sin perder un segundo se lo comunicó al resto del grupo.
     – Silvia está en peligro; corramos antes de que ese bicho la devore. Esperemos que no sea demasiado tarde.
     Todos corrieron escaleras arriba, pasaron el primer piso y se encaminaron hacia la buhardilla. Cuando todos corrían hacia las escaleras el Elegido mandó a sus fieles seguidores ir tras ellos. Roberto seguía gritando y dando vueltas sobre sí mismo como un loco. De pronto, las ideas se le aclararon y corrió hacia el Elegido. Éste al verlo correr hacia él extendió sus brazos para acogerle en ellos; necesitaba de aquel muchacho para que se continuara la tradición que su antecesor había iniciado muchos años atrás. Roberto se refugió en los brazos del Elegido.
      Un fuerte alarido salió de la boca del líder de los monjes. Roberto no buscaba el refugio, sino que lo que hizo fue clavarle el puñal del sacrificio en el pecho. Cuando el Elegido se retiró, un humo negro comenzó a brotar de la herida que Roberto le hizo. Luego, recordando la visión que tuvo la primera vez que se acercó a la capilla corrió hacia la cocina; esa visión era el Conventico en llamas, y por la disposición de las mismas el fuego se debió originar en la cocina (o eso pensaba, quisiera dios que fuese así).