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martes, 29 de enero de 2013

El apartamento 1


Estaba solo en su apartamento. Igual que el día anterior. Igual que todos los días desde hacía cinco años que se había independizado de sus padres y había decidido alquilar aquel pequeño apartamento en el centro de la ciudad. Gracias a su trabajo podía permitirse pagar la tan elevada cantidad que pedían por el arrendamiento.
La vivienda no era gran cosa, contaba con una cocina americana que se encontraba separada del salón por una barra parecida a la de los bares. El baño quedaba justo enfrente de la cocina y haciendo esquina con el pequeño pasillo que conducía a las dos habitaciones con las que contaba la casa. Un horrible cuadro, que ya se encontraba en la casa cuando la alquiló, presidía la pared del fondo de aquel pasillo. Otros dos cuadros, tan feos como aquel, decoraban la pared que daba a los pies de su cama y otro encima del sofá. En la esquina inferior derecha de los tres se observaba la misma rúbrica indescifrable, por lo que había llegado a la conclusión que los tres eran obra del mismo artista. Los tres debían pertenecer a una misma colección, ya que en todos aparecían edificios religiosos. El más pequeño de los tres, el del pasillo, representaba una iglesia románica, pequeña, sin grandes adornos exteriores. El segundo en tamaño, el del salón tenía pintada una iglesia de mayor tamaño que la anterior de estilo gótico, en la que se veían vidrieras y arcos de medio punto en los ventanales. El mayor de todos los cuadros, el de su habitación, era el más extraño de todos y el que más respeto le infundía. En él había dibujada una gran catedral de estilo barroco con sus fachadas fuertemente decoradas. Los cuadros no eran realistas, eran como bosquejos de una obra que nunca se llegó a finalizar. Eran horrendos. Sólo contemplarlos le ponía los pelos de punta. Sin embargo, no se había atrevido a retirarlos porque le daba pavor tocarlos, como si algo malo pudiera pasar al retirarlos de las paredes. Tenía la sensación que abriría una puerta a una dimensión desconocida y sería como destapar la caja de Pandora.
El resto del mobiliario era algo sencillo. En el salón había un sofá y una mesa de centro, una lámpara de pie y una mesita donde tenía varios libros y un teléfono, un mueble bajo en el que tenía una televisión plana, un reproductor DVD y varias películas. Al lado de la ventana, había una estantería en la que tenía un equipo de música y varias colecciones de libros. La televisión se encontraba conectada al equipo de música para escucharla a través de los altavoces del mismo. En la cocina tenía dos taburetes, una nevera casi vacía, una vitrocerámica y un horno. Una de las habitaciones se encontraba presidida por una mesa de ordenador con una computadora sobre ella. Al lado del monitor había dos altavoces y un equipo multifunción. Al lado de la mesa descansaba una silla de oficina de color azul. En la pared del fondo había una estantería metálica en la que guardaba productos de limpieza y algunos alimentos no perecederos. Había creado una despensa-oficina. La otra habitación tenía una cama de matrimonio, una mesita con un teléfono y una pequeña lámpara; el armario era empotrado con puertas de espejo.
¡POM!
Un golpe sordo en el baño y de pronto la televisión se había encendido sola. Eric se levantó de un salto del sofá y dejó caer el libro que tenía sobre su regazo. Se había quedado dormido y, seguramente, al moverse había apretado el mando a distancia haciendo que la televisión se encendiera.
¡POM!
De nuevo aquel ruido en el baño. Se puso en pie y miró la hora en el display de la minicadena. Eran las doce y media de la noche. No recordaba como se había quedado dormido ni a qué hora se le echó el sueño encima. Recordaba haber llegado a su casa a las nueve de la noche después de un largo entrenamiento de carrera. Había estado corriendo cerca de una hora y media a un ritmo alto, un poco por debajo de los cuatro minutos y medio por kilómetro. Al llegar a su casa se había dado una ligera ducha y se había preparado una cena a base de huevos cocidos, atún y un poco de queso blando. Después de aquello, no recordaba nada más. No tenía conocimiento de cómo había llegado al sofá y cuantas páginas del libro había leído. Sabía qué libro estaba leyendo porque reconoció la portada, pero no recordaba haberlo cogido de la mesita de noche de la habitación.
¡POM!
Por tercera vez se escuchó aquel sonido procedente del baño. Se acercó hasta la puerta que daba al cuarto de baño. Estaba cerrada, como siempre la tenía. Abrió lentamente tras encender la luz en el interruptor que se encontraba en el exterior. No había nadie, como era de esperar. ¿Y a quién esperaba encontrarse?, ¿a Bob Esponja corriendo por los bordes de la bañera y tirando los botes de gel y champú a su interior?, quizá esperaba encontrarse con una mujer desnuda dándose un baño o a un miembro de la mafia intentando escapar a través de su desagüe. Tenía que dejar de leer tantos libros de ficción y de ver tantas películas de terror.
Cerró nuevamente la puerta del baño y apagó la luz. Regresó al sofá y recogió el libro que se encontraba en el suelo abierto por una página concreta, la última página que recordaba haber leído el día anterior. Por lo visto, aquella noche no había conseguido leer tan siquiera una página antes de caer dormido. Le puso el marcapáginas en el lugar correspondiente, cerró el libro y lo depositó sobre la mesita auxiliar. La televisión continuaba encendida en un canal sin señal y en la pantalla sólo se veía lo que comúnmente era conocido como aguas o nieve en la televisión. Cientos de miles de puntos blancos y negros danzaban en la pantalla con un extraño compás. Eric cogió el mando a distancia y apretó el botón de apagado pero nada ocurrió en la pantalla. Sin embargo, el equipo de música se encendió permitiendo escuchar el molesto siseo que emitía el canal sin señal que estaba sintonizado. Eric repitió el proceso y volvió a pulsar el botón de apagado del mando a distancia. Lejos de cesar, el volumen se incrementó más. Tiró el mando contra el sofá y procedió al apagado manual de la televisión, pulsando directamente el botón situado en la parta baja del aparato. No había respuesta. Acudió hasta la estantería para apagar el equipo de música y tampoco lo consiguió por más veces que apretó el botón. Harto de aquello, procedió a dar un tirón a los cables de alimentación que salían de los aparatos y se incrustaban en una toma de electricidad de la pared. Tanto la televisión como la cadena seguían funcionando.
¡POM!
De nuevo aquel ruido sordo en el cuarto de baño. Eric soltó los dos cables que acaba de desconectar de un tirón y se encaminó otra vez al aseo. No había dado más de tres pasos cuando se detuvo como si algo hubiese llamado su atención en la pantalla del televisor. Aquella nieves, aquellos centenares de miles de puntos monocromos bailando en la totalidad de las cuarenta pulgadas de la pantalla no deberían estar allí. Desde la entrada de la televisión digital, aquellas imágenes no se producían. Cuando no había señal de antena la pantalla se quedaba en negro con un pequeño cartel que indicaba “sin señal”.
¡POM!
El nuevo golpe le devolvió a la realidad del lugar en el que se encontraba. Acudió al baño y, tras encender la luz, abrió la puerta. Al igual que la vez anterior no había nadie en el lugar.

CONTINUARÁ....

miércoles, 9 de enero de 2013

Lucas e Inma 1

El grupo de amigos se fue disgregando poco a poco y quedando para el día siguiente para hacer la excursión a la Cueva del Moro. Finalmente, tras despedirse del resto, Guillermo y su primo llegaron a casa del primero para recoger la motocicleta de Lucas. Una vez que se encontró solo, Lucas arrancó la motocicleta y se encendió un cigarrillo para ir fumándoselo mientras salía del pueblo. Se montó en el vehículo y lentamente se fue dirigiendo hacia la salida de Villarreal. No era tarde pero la zona se encontraba prácticamente vacía, a excepción de algún que otro vecino que volvía a su casa. Sin saber porqué, Lucas cambió de rumbo y se encaminó hacia la calle de Inma. Muchas veces había hecho aquel camino pero ninguna en aquel estado. Cuando llegó al principio de la calle todas las farolas de la misma se encontraban encendidas; paró la motocicleta debajo de una de ellas y tiró el cigarrillo a medio fumar. No sabía bien porqué estaba allí si sabía que no iba a ver a Inma y, aunque la viera, no iba a querer hablar con él, aquella tarde se lo había dejado bien claro; sin embargo, había algo que le decía que tenía que pasar por aquella calle y que tenía que llegar hasta su puerta. Así que, sin más, comenzó a avanzar hacia la casa de Inma. Nada más comenzar a andar se apagó la primera farola de la calle, una que estaba en la esquina, y a medida que avanzaba se iban apagando las demás farolas, una, otra y otra más hasta que llegó a la puerta de Inma que se apagó la luz que la iluminaba. Miró hacia atrás y toda la calle por la que él había avanzado se encontraba a oscuras y cuando miró al tramo de calle que no había recorrido, y no tenía intención de recorrer, se apagaron el resto de farolas de golpe. En ese instante aulló un perro, a ese se le unió otro y después otro hasta que parecía que todos los perros del lugar se hubieran puesto de acuerdo para aullar a la vez. Desde las afueras del pueblo llegaron también los aullidos de algunos lobos. Lucas miró al cielo y vio como la pequeña luna en cuarto menguante se completaba hasta hacerse llena y desde la parte más alta comenzaba a manar sangre hasta teñirse por completo de rojo. Diversas imágenes sin sentido atravesaron la cabeza de Lucas: un pollo sin cabeza corriendo y salpicándolo todo de sangre, un perro de presa ladrando hacia él, una persona mordiéndole las entrañas a un cuerpo sin vida que de pronto dejaba su banquete para mirar a Lucas. Con un alarido, el chico salió corriendo a coger su motocicleta para irse de allí cuanto antes. Al llegar a la misma y ponerla de nuevo en marcha miró hacia la puerta de Inma y todo se encontraba en perfecto orden: las farolas encendidas, los perros en silencio y la luna en cuarto menguante, como debía estar. Por si acaso, y lleno de miedo, Lucas montó en su motocicleta y aceleró para no detenerse hasta llegar a su casa. Nunca le iba a contar a nadie lo que había sucedido aquella noche en aquella calle.