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martes, 19 de febrero de 2013

Lucas e Inma 2


Entretanto, Lucas se había dirigido a la calle de Inma. Sin saber porqué se encontró a sí mismo parado frente a su puerta fumando un cigarrillo. La brasa del mismo era la única luz que había en toda la calle. Al igual que la última vez que había estado allí, todas las farolas se habían ido apagando a su paso. A lo lejos, un aullido rompió el silencio de aquella noche. Lucas no sabría decir si había sido un lobo o un perro quién lo había emitido.
Al fondo de la calle, donde Lucas había dejado su motocicleta, la primera farola se volvió a encender y después la segunda, la tercera y así el resto de farolas de la calle. Un instante después, apareció Inma a la altura de la primera farola dirigiéndose hacia él. Al llegar a la altura de Lucas, le dedicó una mirada de desprecio y sacó las llaves de su casa.
– Inma, espera– pidió el chico.
– ¿Qué quieres? Déjame en paz, todavía no te has dado cuenta que no quiero volver a saber nada de ti.
– Sólo quería darte esto– el chico le tendió una caja de CD.
– ¿Qué es esto?
– Un disco que te he grabado. Quiero que lo escuches.
– No lo quiero. No quiero nada tuyo. Olvídate de mí.
– Me pediste que no mirase tus ojos, que no llamase a tu puerta y que no pisase tu calle. Pero no puedo. Es superior a mis fuerzas.
– Pues tienes un problema y no tiene nada que ver conmigo.
La actitud de Lucas cambió de repente. A la vista de Inma, los ojos de su antiguo novio se pusieron en blanco por un instante para volver a su color natural. Cogió a la chica por los hombros y, siguiendo un primitivo instinto, le mostró los dientes con una especie de gruñido.
– Ojalá que se te apaguen los besos y que, como a mí, te duela. Ojalá te lleven los demonios fuera de mi cabeza. Sal de mis sueños. No quiero que te me aparezcas por las noches porque al despertar por la mañana te pierdo y eso duele demasiado– entonces el chico cerró los ojos.
Lucas abrió los ojos. Las farolas de la calle se encontraban encendidas. La primera parpadeaba. Sin entender nada, Lucas vio a Inma acercarse y, cuando llegó a su altura, la miró de arriba abajo.
– ¿Qué haces aquí?– preguntó la chica.
Hacía un momento él tenía a Inma cogida por los hombros y ahora había aparecido al fondo de la calle. Lucas no entendía nada. Se tocó el bolsillo interior de su cazadora y el disco que le acababa de dar a su exnovia seguía allí.
– ¿Estás sordo o qué?– volvió a preguntar la chica.
– Quería darte esto– y le tendió el CD.
– No lo quiero. Vete– y la chica se giró y entró en su casa. Lucas dejó el CD en el buzón y se fue hacia su motocicleta.
Había alguien junto a ella. Era una chica. Él conocía a aquella chica aunque no sabía de qué. Siguió avanzando y enseguida la reconoció a pesar de haberla visto sólo un par de veces. Era Lola, aquella gitana de la que Fernando se había hecho tan amigo en las fiestas patronales. La farola que iluminaba su motocicleta y a la gitana parpadeó y se apagó un instante. Dos puntos rojos brillaron donde antes habían estado los ojos de Lola observándole. La farola se encendió de nuevo y la gitana había desaparecido.
Cuando llegó al lugar en el que se encontraba la motocicleta, la farola se apagó nuevamente y Lucas escuchó un aullido proveniente de un lugar indeterminado.
– Tengo que dejar de venir por aquí. Tengo alucinaciones cada vez que piso esta puta calle. Inma no quiere saber de mí y si no lo olvido pronto, me va a traer muchos problemas.

viernes, 8 de febrero de 2013

El apartamento 3 (y final)


Apagó la luz del pasillo y entró en la habitación principal. Accionó el interruptor de la luz pero la bombilla no se encendió. Apretó varias veces el pulsador sin resultado. Salió nuevamente al pasillo para encender aquella luz y, justo al traspasar el umbral de la puerta, la bombilla del techo de la habitación de encendió. Eric dio media vuelta y entró en el cuarto. Sobre la cama reposaba el ramo marchito que había recogido minutos antes del pasillo del edificio. Sin embargo, aquella cama no era su cama. Aquella cama tenía un cabecero de hierro que había ido perdiendo la pintura y oxidándose y la colcha que cubría el colchón tenía un color mugriento sobre el blanco original y presentaba varios agujeros en toda su longitud. Su cama era un canapé de madera abatible con un colchón de látex cubierto por un edredón nórdico. Miró la mesita de noche para comprobar si había habido cambios en la misma. El mueble se encontraba en perfecto estado con la lámpara y el teléfono sobre ella. Entonces miró la pared que se encontraba a los pies de la cama. Más concretamente al cuadro que allí se encontraba presidiendo la pared, para darle las buenas noches cuando se acostaba y los buenos días cuando despertaba.
Al igual que los otros dos, este cuadro también había cambiado. La gran catedral de estilo barroco había dado paso a lo que parecía ser la plaza de un pueblo desconocido para él. En la imagen se podía ver una vieja marquesina de metal con los cristales, que protegían a sus usuarios del viento, hechos añicos. Un poco a la derecha de la parada de autobús, había una cabina de teléfono cuyo auricular colgaba del cable y su armazón metálico se encontraba oxidado por las inclemencias del tiempo. Justo detrás de aquellos dos objetos se podía ver la fachada de un edificio con una pequeña escalinata que acababa en una gran puerta de metal que también se encontraba oxidada. Sobre dicha puerta, había una inscripción en un idioma que no conocía “Ayuntamiento de Huerga de Vidriales”; por lo poco que sabía de idiomas, podría tratarse de español, francés, portugués o italiano, aunque no descartaba que se tratase de cualquier otro idioma. Por encima de la citada inscripción, un reloj parado marcaba las siete y cinco minutos. La hora del fin del mundo. En el primer plano de la imagen se veía un viejo cartel descolorido que colgaba de un oxidado soporte. El cartel anunciaba una marca de cerveza desconocida para él: “Mahou”. La publicidad figuraba en letras blancas sobre fondo rojo y sobre ellas dos jarras de cerveza. Debajo del cartel publicitario colgaba otro cartel de menor tamaño con lo que Eric supuso que era el nombre del establecimiento: “Bar La Vereda”, aunque no entendía el significado de las palabras.
No tenía la menor idea de lo que representaba aquel cuadro ni que era aquel sitio, pero una cosa tenía segura. No le gustaría estar allí ni por todo el oro del mundo.
¡POM!
Aquel molesto golpe otra vez. Pero esta vez venía de un sito distinto. Esta vez parecía provenir del interior de aquel cuadro que mostraba una escena postapocalíptica.
¡RIIING! ¡RIIING!
Nuevamente el teléfono de su apartamento sonaba en aquella extraña noche. Respondió desde el supletorio de su habitación. Un ruido metálico y molesto sonó al otro lado de la línea. Como si alguien rascara una sartén con un tenedor con tanta fuerza que quisiera atravesarla. Con una mueca de desagrado colgó nuevamente el auricular en su sitio.
Dirigió su mirada a la cama y observó que el marchito ramo había desaparecido. Sin saber porqué, su mirada se dirigió ahora hacia aquel cuadro que instantes antes había cambiado. Pudo apreciar un nuevo cambio. Pequeño, pero, a la vez tan importante, que lo desconcertó por completo. En la imagen había aparecido la silueta de una persona junto a la cabina de teléfono. Tenía el auricular en su mano y lo apoyaba contra su cara como si estuviera manteniendo una conversación.
¡RIIING! ¡RIIING!
Eric descolgó otra vez el auricular y, al igual que en la anterior ocasión, un estridente ruido metálico sonó al otro lado de la línea. “Tienes que venir”. Escuchó decir en su idioma. Después, silencio. Nada más que silencio. Miró otra vez al cuadro y la silueta había desaparecido. El teléfono de la cabina había vuelto a la posición inicial, con el auricular colgando del cable.
Necesitaba despejarse. Se estaba comenzando a volver loco. Tenía que aclarar sus ideas. Necesitaba aire fresco.
Acudió hasta la ventana para abrirla y que la brisa nocturna aclarase su cabeza. Accionó la manilla para la apertura del cristal pero estaba sellada al marco. Era imposible de abrir. Tiró y tiró con todas sus fuerzas pero no consiguió despegarla del cerco. Lleno de rabia y frustración golpeó el cristal con su puño pensando que, aunque tuviera que repararlo, merecería la pena que se rompiera. Sin embargo, nada ocurrió, el cristal no se rompía. En aquel instante, y cegado por la ira, cogió el teléfono que se encontraba en la mesilla de noche y golpeó el cristal una y otra vez con el auricular sin conseguir fracturarlo. Cansado de aquella maniobra, acudió a la ventana del salón. Aquella tenía que abrirse. Momentos antes había estado asomado a ella. ¿O no había llegado a abrirla? No lo recordaba, pero daba igual.
Al llegar al salón, el cuadro que colgaba sobre su sofá también había cambiado. El ramo que había recogido del pasillo había aparecido en aquel cuadro, a los pies de uno de los túmulos que en él se observaban.
Decidió ignorarlo y se dirigió a la ventana para abrirla, pero al igual que en el caso de la de su habitación, no consiguió abrirla ni romper el cristal, por más que lo golpeó con todos los objetos que encontró en el salón.
Tenía que refrescarse como fuera, así que decidió acudir al cuarto de baño y mojarse la cara y la nuca. Aquello lo aliviaría.
Entró en el cuarto de baño y abrió el grifo del agua fría del lavabo. Un chorro fresco y potente chocó contra la porcelana salpicando diminutas gotas de agua hacia el exterior. Metió las manos bajo el chorro y cogió un poco de agua que se arrojó con fuerza sobre la cara. Repitió la acción dos veces más y, finalmente, con las manos mojadas se humedeció la nuca. Levantó la cabeza y vio su cara en el espejo. Tenía ojeras por falta de sueño y unas pequeñas arrugas habían empezado a aparecer en la frente. Cerró los ojos y bajó la cabeza hacia el lavabo. Cuando levantó la cabeza y volvió a abrirlos la imagen del espejo había desaparecido. Su cara no se reflejaba en el cristal. Únicamente podía ver la bañera. Si miraba hacia abajo veía el borde del lavabo, y si miraba a la izquierda podía ver el borde del retrete. Se hallaba encerrado en el interior del espejo y no había forma de salir de allí por más que golpeaba el cristal que lo separaba de su mundo. Una silueta que se encontraba en su cuarto de baño miró hacia el espejo. Era la misma figura a la que momentos antes había visto en la cabina de teléfono del cuadro de su cuarto. Esa persona era él mismo. Era él mismo pero su rostro se encontraba desdibujado. La silueta se giró para salir de la estancia. Estaba seguro, esa figura era Eric, pero no era él mismo. Golpeó aquel cristal que lo separaba de su cuarto de baño. ¡POM!, ¡POM!, ¡POM!

Cuando el propietario del inmueble entró en el apartamento la puerta se encontraba cerrada con llave por dentro, por lo que los bomberos tuvieron que derribarla. Las ventanas había sido soldadas a sus marcos por dentro y no había rastro de Eric por ninguna parte.

viernes, 1 de febrero de 2013

El apartamento 2


CONTINUACIÓN...

¡POM!
Esta vez el ruido no procedía del baño si no de la habitación que él había convertido en estudio. Acudió hasta allí sin encender las luces. Entró en la habitación y encendió la luz. La encontró tal y como la había dejado varias horas antes. Había algo en su mente que no acababa de ver. Algo había llamado su atención al acudir a aquel cuarto pero no lograba saber de qué se trataba. Apagó la luz y salió nuevamente al pasillo.
Por el rabillo del ojo observó un ligero movimiento. Se giró a su derecha noventa grados pero no había nada en aquel lugar. Debía haber sido su propio reflejo en el cristal del cuadro. Eso era. El cuadro. Aquel cuadro que mostraba una pequeña iglesia románica había cambiado. Los tonos negros habían sido sustituidos por tonos rojos tan oscuro que parecían marrones.
¡POM!
Eric entró de nuevo en la habitación, esta vez sin dar la luz, y esperó. La oscuridad era total salvo por el pequeño led de encendido de la pantalla del ordenador que se encontraba parpadeando en tono naranja.
¡POM!
Provenía del exterior. Del pasillo que daba acceso a los apartamentos. ¿Quién sería el trastornado que estaría golpeando las paredes a aquella hora de la noche?
Salió al pasillo de su casa y, con la luz que le llegaba desde la lámpara de pie del salón, llegó hasta la habitación principal de la vivienda y luego a la puerta. Echó un vistazo a través la mirilla pero no vio nada. Intentó abrir la puerta pero por más que apretaba la manilla hacia abajo y tiraba de ella, la puerta no se abría. Alguien lo había encerrado en su propia casa. Tendría que llamar a la policía o a los bomberos. Aún le quedaba la opción de salir por la ventana del salón que daba a la escalera de incendios y desde ahí descender hasta la calle para acudir a la comisaría más cercana. Cuando se encaminaba hacia la ventana cayó en la cuenta que no había podido abrir la puerta porque la tenía trancada con la llave. Cogió su llavero con cinco llaves del pequeño cenicero en el que las tenía en la encimera de cocina, próximas a la puerta, y giró la llave dos veces para dejar la puerta sin el cierre y que nada le impidiera abrirla.
Agarró la manilla y la empujó despacio hacia abajo.
¡POM!
Eric se asustó y soltó la manilla de golpe. El ruido había sido más fuerte que en las ocasiones anteriores. Asió nuevamente la manilla de la puerta y la abrió lentamente. La puerta se desplazó varios centímetros hacia adentro para que Eric pudiera mirar por el pequeño hueco que se había formado. En el pasillo no había nadie.
¡RIIIING!, ¡RIIING!
El viejo teléfono estaba sonando en su casa. ¿Quién podría llamar a aquellas horas? Todo el mundo sabía que una llamada a un teléfono fijo a partir de ciertas horas sólo podía significar una cosa: malas noticias.
Entró en la vivienda para contestar rápidamente y evitar que el teléfono siguiera sonando y despertase a todo el vecindario. A su espalda, la puerta del apartamento se cerró con un fuerte golpe que sobresaltó a Eric.
¡BLAAAM!
¡RIIING!, ¡RIIING!
Eric se sobresaltó y giró hacia la puerta. Al ver que se había cerrado sola se giró de nuevo y corrió hacia el teléfono a contestar. El sonido de la nieve de la televisión se seguía escuchando a través de los altavoces del equipo de música. Levantó el auricular y respondió a la llamada. Al otro lado de la línea pudo sólo se escuchaba ruido. Cientos de voces mezcladas, que no pudo identificar, le decían cosas incoherentes; palabras sueltas que no tenían ningún sentido: ciudad, reunión, raíces, cabina, tráfico, reloj. Aquellas fueron algunas de las palabras que había conseguido separar del resto. ¿Qué significaría todo aquello?
¡POM!
Esta vez estaba seguro que el golpe había sido en su puerta. Colgó el teléfono y se fue sin dilación hacia la puerta de su apartamento. Observó el pasillo a través de la mirilla. El pasillo se encontraba vacío otra vez. ¿O quizá no? Eric miró con detenimiento un pequeño bulto que se encontraba apoyado en la pared del otro lado del pasillo, frente a su puerta. No podía identificar que era aquel objeto pero estaba seguro que instantes antes no se encontraba allí. Abrió la puerta y se acercó al objeto del pasillo. Se trataba de un ramo de flores marchitas que algún gracioso había dejado frente a su puerta en lugar de tirarlo al contenedor. Cogió el ramo y, nuevamente, entró en su apartamento. El televisor se había apagado tan misteriosamente como se había encendido. Las luces de la sirena de una ambulancia se colaron por la venta de su salón. Algo había pasado en la calle. Se acercó a la ventana para ver qué había sucedido. Dejó el ramo sobre la barra de la cocina y cruzó el salón. Antes de llegar a la ventana algo llamó su atención. El cuadro que presidía la pared del salón había cambiado al igual que lo había hecho el del pasillo. Los tonos negros de la pintura se habían vuelto de un color rojo oscuro de tal forma que parecía marrón. Como si hubiera sido pintado con oxido o con sangre. La iglesia gótica con sus vidrieras había dado paso a un desolado paisaje en el que se observaban dos grandes túmulos coronados con dos cruces. Las piedras que formaban los túmulos realmente eran calaveras. Aquellas cuencas vacías de ojos parecían mirarlo. Se quedó absorto mirando aquel nuevo y tétrico cuadro que colgaba de su pared.
¡POM!
El enésimo golpe lo sacó de su ensimismamiento y le hizo recordar que en la calle había pasado algo y que él quería mirar por la ventana a ver qué sucedía. Se aproximó al cristal y miró a través de él. En la calle, una ambulancia se encontraba detenida frente a su ventada con las luces de la sirena bañando las fachadas de los edificios cercanos. Alrededor de la ambulancia no había nadie. Tampoco se observaban restos de un accidente de tráfico. Cuando iba a retirar la mirada del exterior, una camilla conducida por dos enfermeros salió del portal de su edificio para ser introducida en la parte trasera de la ambulancia. El vehículo abandonó la calle a toda velocidad. ¿Quién iría en aquella camilla? Al día siguiente le preguntaría al conserje.
¡RIIING! ¡RIIING!
El teléfono volvía a sonar. Descolgó inmediatamente. “El teléfono marcado no existe”. Una voz automatizada le acababa de informar que el teléfono que él había marcado no existía. Eric no salía de su asombro. ¿Qué clase de broma era aquella? Él no había marcado ningún teléfono; él había sido el que había recibido la llamada. Colgó el auricular con un fuerte golpe y, sin saber porqué, miró hacia la barra de la cocina. El ramo de flores había desaparecido. Entonces miró hacia el cuadro del salón para comprobar si había sufrido algún cambio. Nada había cambiado. Aquel horrendo cuadro seguía siendo como hacía unos minutos. ¿O quizá no? A Eric le pareció ver que cerca de los túmulos había dos cuervos que antes no estaban. Lo más probable era que él no se hubiera fijado.
Empezaba a estar cansado y necesitaba dormir. Apagó la luz de la lámpara de pie y encendió la luz del pasillo para irse a acostar. Cuando recorrió el pasillo, se detuvo frente al cuadro que se encontraba en la pared y lo observó con detenimiento. La pintura de la iglesia no sólo había cambiado de color, si no que la iglesia no era la misma que la de la pintura original. Ambas eran muy parecidas pero no eran iguales.
¡POM!
Otra vez aquel golpe. Pero esta vez había sido más lejano, como si se hubiera producido en el pasillo del edificio, pero lejos de su domicilio.

CONTINUARÁ...