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jueves, 26 de septiembre de 2013

Rodrigo (4 de 4)


– …quiero ir!– gritó tras la cánula que le habían colocado para que pudiera respirar. Aunque lo que realmente se escuchó fue ngo qjuero irj.
– ¡Se ha despertado!– anunció el médico al conductor de la ambulancia. Posteriormente, dirigiéndose a Rodrigo, le comunicó lo sucedido–. Tranquilo. Está usted en una ambulancia. Ha sufrido un ataque y ha perdido mucha sangre pero está fuera de peligro. Ahora vamos camino del hospital. No intente hablar porque está usted intubado. Voy a ponerle un sedante para que se relaje y no note el dolor. Sólo tiene que guardar reposo y en unos días estará usted como nuevo.
El médico le inyecto una dosis de tiopental sódico que hizo que Rodrigo se sumiera en un sueño profundo.
Las heridas que había sufrido no eran tan graves como habían parecido en un primer momento. Había sufrido un corte en la garganta pero no había llegado a seccionar por completo ninguna de las venas o arterias principales. Lo trasladaban al hospital donde sería intervenido para reparar los daños sufridos y luego lo mantendrían en observación hasta que pudieran darle el alta sin ningún peligro para su vida.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Rodrigo (3 de 4)


Rodrigo abrió los ojos y se encontró con una persona, que no podía etiquetar como hombre o mujer. Se encontraba de pie junto a una piscina que no tenía bordillos. Se asemejaba a un cráter lleno de agua.
– Ven a bañarte conmigo– le decía el ser que se encontraba frente a él a la vez que caminaba internándose poco a poco en el agua de aquella piscina. Parecía que estaba metiéndose en el mar.
Él no quería bañarse en aquella piscina. El agua estaba negra. Parecía brea pero totalmente líquida y con una densidad similar a la del agua.
– Ven conmigo– repitió el ser–. Está estupenda.
Avanzó unos pasos hasta que el agua le tocó los pies. Aquella cosa tenía razón: el agua estaba estupenda. Estaba caliente y le reconfortaba. Sentía una sensación de paz que jamás había sentido. Una pequeña parte de él quería seguir metiéndose en la piscina y relajarse por completo. Sin embargo, otra parte más grande y fuerte estaba asustada. Aquel agua negra le daba miedo y no quería meterse en ella. Sabía que si daba otro paso más no saldría nunca de allí. No sabía si aquello era lo que en las películas identificaban como un túnel muy largo que al final hay una luz y una voz llamándote para que llegues al mundo de los muertos. Pero él no quería estar muerto. Él quería vivir.
– Ven conmigo. Este al lugar al que perteneces ahora.
– No, no quiero ir.
– Sí. Tienes que venir conmigo. Adelante, báñate.
– No. No quiero ir. No quiero ir. ¡No...

martes, 24 de septiembre de 2013

Rodrigo (2 de 4)


H-50, una ambulancia urgente a la Avenida América, a Torres Blancas. Tenemos una persona que ha sido degollada– comunicó Pradillo a la Emisora Central.
– Recibido– respondió el operador de la Sala-091.
Carrasco y Rocío llegaron pocos minutos después con el coche derrapando al entrar en la calle Padre Xifré. La sirena del vehículo camuflado se confundía con la del coche uniformado conducido por Álvaro que también llegaba en esos momentos para proceder al traslado del Asesino del Ajedrez al Grupo Especial de Homicidios de la Comisaría de Chamberí.
Rubén y Héctor le informaron de los Derechos que le asistían como detenido antes de introducirlo en el coche patrulla. Álvaro y Alexis emprendieron la marcha hacia la Comisaría con la orden de meter al detenido en los calabozos de inmediato. Lo cachearon antes de introducirlo en los asientos traseros del coche en busca de armas y objetos peligrosos. Portaba unas llaves, un teléfono móvil y algo de dinero, pero ningún documento identificativo.
– Vamos a Comisaría. ¿Quién se queda con la víctima?– dijo Héctor a Carrasco y a Rocío.
– Lidia y Lucas– respondió Rocío. Maíllo y Pradillo van a despejar un poco la zona de curiosos, que ya están empezando a arremolinarse– informó Rocío.
– Nosotros también nos vamos con vosotros– dijo Carrasco–. He llamado a Paco y ya tiene todo preparado para que comencemos con la comparecencia.
Como había dicho Rocío, el instinto de curiosidad de la gente había empezado a florecer y grupos de personas se arremolinaban en torno a la zona donde habían sucedido todos los hechos. Pradillo y Maíllo acordonaron el escenario del ataque impidiendo el paso de las personas ajenas a la Policía.
El ulular de la sirena del coche de los dos oficiales y el de Héctor y Rubén que se alejaban se fue solapando con el ulular de las sirenas del SAMUR que se acercaba al lugar. Una ambulancia medicalizada y el coche del coordinador de servicios llegaron a los pies de las Torres Blancas, al lugar exacto dónde se encontraba Rodrigo debatiéndose entre la vida y la muerte.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Rodrigo (1 de 4)

Rodrigo había salido de su casa de alquiler para ir a realizar unas compras a su antiguo barrio de Pueblo Nuevo. Los policías le habían recomendado que no saliera del domicilio a no ser que fuera estrictamente necesario, pero él necesitaba comprar alguna sartén porque no se había llevado ninguna y la cazuela que había utilizado el día anterior no le servía para freír unos filetes que tenía para la cena. Si compraba en el centro comercial durante el día no correría ningún riesgo. De todas formas, quería comunicárselo al Grupo Especial de Homicidios de Chamberí. Marcó el número que figuraba en la tarjeta que le había dado la oficial del pelo rizado pero nadie respondió a la llamada. Dejó pasar unos minutos y lo volvió a intentar de nuevo con el mismo resultado.
Cogió su cartera, el teléfono móvil y las llaves de su nuevo domicilio y salió al rellano de la escalera tras echar un vistazo por la mirilla de la puerta que todo estuviese despejado. Una vez que hubo seguido las recomendaciones de Carrasco y Rocío y no haber moros en la costa, salió de su casa y se encaminó hacia el metro de Cartagena. No era el que más cerca le quedaba, pero también le habían aconsejado que no realizara acciones rutinarias, que si tenía que salir a la calle que callejeara, se cambiara de acera ocasionalmente, que transitara por calles en las que hubiera afluencia de gente pero no tanta como para interrumpir una posible huída.
De repente, a la altura de Torres Blancas, algo lo alertó.
– ¡A Torres Blancas, todos a Torres Blancas, está aquí!– gritó una voz a su espalda. Era Héctor pidiendo apoyo a sus compañeros mientras corría para evitar que el Asesino del Ajedrez llevara a cabo su plan.
Rodrigo levantó la cabeza y se disponía a girar el cuello cuando alguien chocó con él.
Shah mat.
Posteriormente, la persona que había chocado con él salió despedida como si hubiera sido empujado por un resorte. A partir de ese momento Rodrigo sólo recordaba haberse llevado las manos al cuello y sentir un líquido caliente escurrirse por sus dedos. Se las observó y las vio llenas de sangre antes de caer al suelo sin sentido.
Sus ojos se cerraron pero sus oídos no. Podía oír perfectamente lo que se decía a su alrededor.
     – H-50, un ballenero urgente a la Patagonia. Tenemos un gallifante deshuesado.
     – Oído cocina.
     Las sirenas de los coches de Policía se escuchaban lejanas, aunque, se iban acercando por momentos con aquel sonido característico: dindon, dindon, dindon, dindon.
     – Vamos a la Comisaría. ¿Quién se queda con el gallifante?
     – La sota de bastos y la ficha azul. La ficha verde y el alfil van a despejar la zona de carroñeros que ya están empezando a arremolinarse.
     ¿Qué era todo aquello que decían? No entendía nada de lo que hablaban los policías. ¿Qué estaban haciendo por él? Se estaba muriendo y nadie movía un dedo por ayudarlo. Los coches de la policía se iban. Podía verlos desde arriba. Había una persona tendida en el suelo rodeada de gatos. Era él. Pero la vista que tenía era una perspectiva del lugar, como si estuviera varios metros por encima de la ciudad y pudiera observar todo lo que pasaba en aquel contexto como un mero espectador y no como uno de los actores, que era lo que realmente era, un actor: la víctima. ¿Sería su alma que se había separado de su cuerpo y quería que viera como moría antes de subir al cielo?
     Los gatos se ponían en pie y saltaban bailando alrededor de su cuerpo tendido. De nuevo ruido de sirenas. Pero esta vez era un ruido diferente, sonaba como una alarma antiaerea de la Segunda Guerra Mundial. Eran las ambulancias, las veía aproximarse por la parte trasera del castillo. Dos vehículos de chapa con una gran llave en el techo que servía para darlos cuerda y que anduvieran. Tres médicos ataviados con batas blancas saltaron del interior de la primera ambulancia. Llevaban la cabeza cubierta por un gorro blanco y se cubrían la cara con una mascarilla también blanca pero con el dibujo de una lengua que se burlaba de él.
     – Dios mío, el gallifante está deshuesado. Está perdiendo mucha celulosa.
     – Rápido. Dos litros de cerveza en vena. Tres centímetros cúbicos de gelatina y una unidad de melocotón en almíbar.
     – Doctor, le hemos cogido una carretera. ¿Qué hacemos ahora?
     – Pasapalabra.
     – Con la “G”, persona deshuesada.
     – Bambi.
     Aquellos matasanos movían las manos tan rápido que no podía ver lo que estaban haciendo. Los gatos se habían apartado unos metros para seguir bailando a su alrededor mientras cantaban una canción popular infantil.
     – Míralos– le decía una voz en su interior–. Míralos como bailan sobre tu cuerpo que ahora es el mío.
     De nuevo la oscuridad.
     Una oscuridad absoluta.

lunes, 2 de septiembre de 2013

El payaso triste


Había una vez una pequeña niña que se hallaba en un parque llorando. De pronto, y sin que ella lo hubiera visto venir apareció a su lado un payaso. Pero no era un payaso como los demás; su ropa no era de colores, ni su cara estaba pintada con una gran boca roja. Su ropa era un pantalón negro, una camiseta gris con parches negros o blancos y su cara estaba pintada de blanco, con una boca triste en negro y una lagrima negra que rodaba por su mejilla.
Estuvo unos minutos con la niña, al cabo de los cuales ella se fue sonriendo. La madre de la niña que lo había visto se acercó al payaso y le preguntó:
– ¿Qué le ha dicho usted a mi hija para que dejara de llorar y se haya ido riendo?
– Ella me ha contado que estaba llorando porque se había peleado con su hermano, sabía que había sido culpa suya y él le dijo que no quería ser su hermano más; entonces ella se puso triste y empezó a llorar.
– Sí, eso es verdad, sucedió hace unos minutos– afirmó la madre.
– Pues yo le dije que su hermano no lo decía de corazón. Que lo dijo porque estaba enfadado. Que si iba a pedirle perdón sinceramente él la perdonaría. Luego le dije que tenía que ir con la sonrisa más grande que tuviera, para que su hermano viera que ella era feliz siendo su hermana.
– ¿Cómo es posible que usted pueda decirle a una niña pequeña que muestre la sonrisa más grande que tuviese si lleva una lágrima negra y una cara de tristeza que asombraría a cualquiera?
– Al ver a su hija pensé: puedo ir hacer que deje de llorar y solucione su problema que no será muy grande o puedo ir, contarle mis problemas que son mucho mayores, hundirla y llorar los dos juntos. Evidentemente me decidí por la primera.
– ¿Y cuáles son sus problemas? Igual puedo ayudarle.
– Mi mujer esta muriéndose de cáncer y mi hijo murió ayer en un accidente.
– ¿Y de dónde saca las fuerzas para hacer eso?
– De sonrisas como la de su hija.
Entonces la mujer comprendió que aquel hombre, aunque fuera el más desgraciado del mundo, no quería que otras personas sufrieran.