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martes, 30 de diciembre de 2014

Estoy aquí

Diploma subcampeón Versus II (2014)
Mírame,
estoy aquí,
no es que haya vuelto,
es que nunca me fui.

Aunque he estado ausente una temporada no quiere decir que haya abandonado mis trabajos literarios. Desde septiembre he estado trabajando para el concurso organizado por El Edén de los Novelistas Brutos, Versus en su segunda edición, en el que he quedado en segundo lugar.
Poco a poco y espaciados en el tiempo iré publicando los relatos que me han hecho alcanzar el galardón de segundo clasificado. Hasta entonces, feliz año 2015 a todos los seguidores del blog y muchas gracias por vuestras lecturas.
Robe Ferrer

lunes, 22 de septiembre de 2014

Sitiados


  Con este relato estoy incluido en el libro recopilación del Taller de Escritura "Móntame una Escena". Disfrutadlo.

Llevaban varios días encerrados en su propio castillo resistiendo los ataques de sus enemigos. La gran mayoría de su ejército de infantería había caído en la lucha. La caballería del Rey Alexander, guiada por el Conde de Locksley, era muy poderosa. Bajo los cascos de sus caballos yacían muchos cadáveres. Demasiados.
Al principio, la batalla había sido muy igualada. La infantería del Rey Eric, su rey, contaba con el mejor entrenamiento del país, pero su caballería era muy limitada. Cuando la caballería del Conde de Locksley cargó, el ejército del Rey Eric fue aniquilado casi por completo. Los pocos supervivientes de la infantería regresaron a su castillo para protegerse de la furia enemiga.
Desde las almenas del castillo, los arqueros mantenían a raya al ejército del Rey Alexander. Habían reforzado las puertas con carros y elementos muebles que habían encontrado por las inmediaciones de la muralla.
Cuando atacaron con arietes las puertas, desde lo alto de las murallas los soldados lanzaron agua y aceite hirviendo contra sus enemigos, que corrieron abrasados y repletos de quemaduras.
Flechas incendiarias y piedras lanzadas por catapultas comenzaron a caer sobre las casas que estaban en el interior de las murallas.
—¡AGUA!¡AGUA! —resonaban los gritos por todas las calles. Los aldeanos corrían de un sitio a otro con calderos de agua para poder apagar el fuego. No era tarea fácil extinguir un incendio y, al mismo tiempo, esquivar flechas y grandes piedras lanzadas por las catapultas.
Después de resistir durante horas a los ataques, las fuerzas de los habitantes del castillo del Rey Eric comenzaban a flaquear. También los atacantes estaban cansados de intentar, sin éxito, atravesar las murallas de la ciudad. A la orden del capitán de la guardia personal de la Reina, esposa de Alexander, los soldados se retiraron a descansar y a recibir las consagraciones de los obispos que los acompañaban a las guerras para darles su bendición y la ayuda divina.
Con los primeros rayos de sol de la mañana, la batalla se reanudó casi en el mismo punto en el que se había interrumpido la noche anterior. El pendón negro del ejército del Rey Alexander ya estaba enarbolado cerca de las murallas blancas del castillo del Rey Eric. Blanco contra negro, negro contra blanco. La luz contra la oscuridad. El bien contra el mal. El todo contra la nada. Los contarios. Siempre los contrarios eran los que marcaban las diferencias.
Los arqueros y la infantería atacaban sin piedad el castillo, mientras el escaso ejército de Eric se defendía como gato panza arriba. Tenían que resistir un día más. Esperaban la ayuda del Duque de Borgoña. Habían enviado un mensajero poco antes del ataque del Rey Alexander, solicitando ayuda de su caballería. Si todo iba bien, al alba del día siguiente recibirían el apoyo solicitado. Lo que ignoraba el Rey Eric y su ejército era que el correo enviado había sido interceptado un día después de su partida y nunca llegaría la ayuda necesaria.
Pero las malas noticias no se acababan ahí. A las murallas se aproximaban dos grandes torres de asalto de color negro. Con aquellos artefactos, la conquista del castillo iba a ser pan comido para el ejército del Rey Alexander. Un par de horas después, el pendón negro del Rey Alexander caminaba por las calles de la ciudadela. El capitán de la guardia personal de la Reina retenía al Rey Eric. Fue la propia Reina en persona la que recibió el cetro de mando de manos del Rey derrotado tras su rendición.

—Jaque mate. Se acabó el juego —exclamó una voz infantil.
Cuatro manos de niños recogieron las piezas de ajedrez para guardarlas en su caja y que no se perdiera ninguna. La partida (batalla) había durado varios días y, después de muchos movimientos defensivos, Alexander había derrotado a su hermano Eric gracias a las dos torres y la reina.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Blind Love

Con este relato he obtenido el tercer lugar en las calificaciones del concurso de El Taller Comunitario de Literatura "Bruto Haijin: cuentos basados en micros". Aquí os dejo el original con el que participé; aunque tengo que hacerle algunas correcciones. Que lo disfrutéis.
Robe Ferrer



Por fin había encontrado trabajo después de tanto tiempo buscando.
Menuda vida: casi veinte años estudiando para luego irse directo a la cola del paro. Después haces cursos y más cursos y te reciclas una y mil veces hasta que, por fin, tienes la primera oportunidad de demostrar que tus años de estudio sirven de algo.
Había tenido la entrevista personal con el jefe de recursos humanos de la empresa dos días antes y me había dicho que ya me llamarían. Evidentemente, no pensaba que fueran a hacerlo. Había escuchado aquella frase tantas veces que había perdido todo el sentido para mí. Sin embargo, ahí estaba, en mi nuevo puesto de trabajo sentado tras una mesa y frente al monitor de un ordenador que no dejaba de escupir datos para que yo los ordenase y los colocase en tablas de tal forma que tuvieran algún sentido.
Mi mesa está cerca del despacho del jefazo. No sé si eso es bueno o es malo, pero allí me encontraba yo, a escasos metros de su puerta. Estaba tan cerca que le podía escuchar hablar con su secretaria personal. Sin embargo, lo que no podía hacer era verlos. Las cortinas siempre estaban echadas y era imposible ver nada hacia el interior de aquel despacho.
A la hora de la salida vi a mi jefe. Salía de su despacho cuando yo me levantaba de mi mesa. Me acerqué a él para saludarlo. Consideraba que era lo correcto en mi primer día de trabajo.
—Buenos días, señor —le dije acercándome por su espalda—. Soy Emilio, el nuevo administrativo.
Aquel hombre se giró hacia mí y me sorprendió al observar que se trataba de una persona invidente. Jamás pensé que el jefe de aquella gran empresa pudiera ser ciego. Ahora entendía porqué su secretaria le leía una y otra vez los correos electrónicos recibidos y cada poco le repetía lo que él le acababa de dictar.
—Bienvenido. Espero que te sientas como en tu casa. Ahora si me disculpas, tengo prisa por ir a comer, esta tarde tengo una reunión importante y aún me falta mucho por preparar.
—Sí, sí, por supuesto.
Me separé de él y me fui a casa, a disfrutar de mi tiempo libre.
Aquella tarde no dejé de pensar en mi nuevo trabajo. Estaba eufórico, como un niño en su primer día de colegio. Nervioso por las cosas nuevas, con miedo ante ellas, pero ilusionado por aprender todo lo que pueda.

Al día siguiente la cosa no fue muy distinta. Colocar los datos en las tablas correspondientes. Así una y otra vez. Abrir emails y pasar los números que venían en los archivos a las tablas. Así una y otra vez. La verdad que era un trabajo monótono y aburrido; pero a fin de cuentas era un trabajo.
Poco después de las nueve llegó el jefe y entró en su despacho. Al ver que llegaba lo saludé y él me devolvió el saludo. Unos minutos después, escuché a su secretaria leerle un correo.
No la había visto entrar aquella mañana, quizá tuviera un horario diferente al mío. Yo solo trabajaba por las mañanas. Ella seguramente trabajase a jornada completa.
Después silencio. Los email se acabaron y la secretaria dejó de hablar.

Según iban pasando los días, aquella voz fue formando parte de mi vida. Me gustaba imaginar como sería aquella chica. Me la imaginaba joven, con el pelo largo, un cuerpo de infarto y una cara angelical.
Llevaba allí una semana y no la había visto aún. Llegaba antes que yo y se iba más tarde. Hubo un par de días que me decidí a esperarla en la puerta del edificio, pero pasadas varias horas, decidí irme. Aquella espera no tenía sentido. No sabía como era; lo único que conocía era su voz, ¿y qué iba a hacer?, ¿obligar a todas las mujeres a que hablaran cuando salieran de allí? No podía hacer aquello. Mi única oportunidad de conocerla era esperarla en la puerta del despacho, pero no podía quedarme allí mucho más allá de mi hora de salida sin llamar la atención.
De momento tenía que conformarme con escuchar su voz. Incluso en alguna ocasión fingía ir al lavabo para echar un vistazo al interior del despacho del jefe, pero no podía ver nada, siempre tenía la puerta cerrada y si la dejaba abierta, lo único que veía era su cara y su bastón blanco apoyado en un esquinazo de la mesa. Ni rastro de la muchacha.
Tenía una voz realmente dulce y sensual. Estaba enamorado de aquella voz. Incluso, en ocasiones, fantaseaba que nos encontrábamos los dos solos en algún lugar paradisíaco y ella me susurraba palabras al oído. Aquello me hacía sentir cachondo, hasta tal punto que alguna vez tuve que ir a masturbarme al baño.
La gran mayoría de las ocasiones, mis fantasías se veían interrumpidas por los gritos que el jefe le dirigía a Alice. Así era como yo la había bautizado. Me había parecido escuchar en alguna conversación que el jefe la llamaba Alice, pero aunque no estaba seguro que se tratase de ella, decidí que aquel sería su nombre.
—En conclusión, los beneficios del trimestre han sido superiores a los del año anterior durante el mismo periodo —le dictaba el jefe—. Léeme lo que te he dictado.
“En conclusión, los beneficios del trimestre han sido superiores a los del año anterior durante el mismo periódico”.
—¡NO, NO, NO! Eres una inútil que no sirve para nada. Ni siquiera eres capaz de escribir lo que yo te dicto. Estoy harto de ti y de tus errores.
La pobre Alice no respondía nunca a aquellos gritos y con la misma paciencia y calma repetía lo que el jefe volvía a dictarle.
Había interiorizado su trabajo como si fuese una esclava que tenía que callar ante lo que su jefe le decía y soportar los insultos y vejaciones. El jefe tenía el poder y la sabiduría suprema. Ella tenía que aceptar todas y cada una de las órdenes del jefe sin cuestionarlas.

Tras varios meses escuchando las broncas e insultos que el jefe le dirigía a Alice, decidí que tenía que hacer algo. No podía soportar más aquella situación. No podía ser que Alice aguantara aquel tormento por más tiempo, por muy interiorizado que lo tuviera.
Sin más, una mañana, después de que el jefe le hubiera gritado en diversas ocasiones a Alice, por pequeños errores en la escritura de sus dictados, no aguanté más. Me levanté de mi sitio, me acerqué a la puerta del despacho y la abrí de una patada.
No sé como reaccionó el resto de la gente de la oficina, me imagino que se sorprenderían y algunos hasta se asustarían.
—¡YA ESTÄ BIEN! —grité en cuanto puse un pie dentro del despacho. Sin embargo, el resto de palabras que había ideado mi mente se perdió en la nada en aquel preciso instante.
En el despacho no había nadie más que mi jefe, sentado en un gran sillón frente a la pantalla de una computadora. En una esquina de la mesa, reposaba su bastón blanco.
—Pero qué demonios… ¿Quién osa a entrar en mi despacho gritando y dando golpes? —preguntó. Yo me encontraba mudo de la sorpresa—. Alice, identifica a esta persona.
En la pared, a la altura del techo, la lente de una cámara de seguridad enfocó hacia mí y una luz láser de color rojo parpadeó un par de veces. Indudablemente estaba escaneando mi tarjeta de empleado.
—Emilio Carlos Agliardi. Administrativo. Puesto nueve. Planta cuatro —recitó la computadora con la sensual voz de Alice.
—¿Es una computadora? ¿Alice es una maldita computadora? —pregunté retóricamente.
—ALICE 3.0 es la mejor computadora-guía para personas invidentes —puntualizó mi jefe—. Y ahora, si es tan amable dígame que desea y abandone enseguida mi despacho, tengo mucho que hacer.
Sin decir nada más, me acerqué hasta la esquina de su mesa y así el bastón que le ayudaba a no tropezar con los muebles y comencé a descargar golpes contra el monitor que coronaba la mesa. A cada bastonazo que le daba, una oleada de chispas saltaba desde su interior.
Mi jefe, asustado gritaba y preguntaba a alguien que no encontraba allí, qué era lo que estaba sucediendo.
Minutos después, había acallado todas las palabras de su estúpida computadora para siempre.
El personal de seguridad me retuvo y me propinó una buena paliza pensando que quería agredir al jefe. Nada más lejos de lo que realmente sucedía.


Dos semanas después, he salido del hospital y me encuentro en mi casa solo y sin trabajo. Sin embargo, mi soledad durara poco. Esta misma mañana he encargado por Internet una computadora ALICE 3.0 con asistente de voz para personas invidentes.

martes, 29 de julio de 2014

Exploración

No sé muy bien como sucedió todo, pero de repente desperté tumbado en aquella fría camilla. No podía mover ninguna parte del cuerpo a excepción de los ojos. Entonces comencé a notar como por mis venas circulaba algo que las quemaba y las congelaba un instante después. No era doloroso pero si desagradable.
Al principio todo estaba muy oscuro, pero pronto me di cuenta de que por mis pies entraba algo de luz. Me costó un poco enfocar la visión pero conseguí ver los tonos metálicos del interior de aquel aparato. Era gris y frío, y no solo en la vista, si no también en la sensación. Allí dentro se sentía frío.
Empecé a escuchar un zumbido. Al principio fue muy suave; era incluso agradable, sin embargo, después se convirtió en un ruido atroz. Venía desde mis pies hacia mi cabeza. Una luz se encendió en el interior de aquella maquina metálica. Era como un anillo que girara dentro de un tubo. Llegó a la altura de mi cabeza y moviendo los ojos pude ver que pasaba de largo lentamente. Unos segundos después regresaba por el mismo camino que acababa de recorrer para finalizar a mis pies con el mismo murmullo con el que había comenzado.
La camilla de metal se empezó a mover hacia atrás, sacándome de aquel enorme tubo metálico. La luz era cegadora y, al igual que momentos antes en el interior del cilindro, me costó algunos segundos poder acostumbrarme a ella y enfocar la visión. Entonces fue cuando los vi detrás de aquel cristal. Hablaban entre ellos pero apenas lograba distinguir murmullos. Fue entonces cuando se dirigieron a mí a través de un micrófono y un altavoz. Su extraño lenguaje me desconcertaba y no entendía lo que me querían decir.
Yo seguía estando inmóvil y por mucho que me esforzaba no conseguía mover ni un solo músculo. Cada vez estaba más seguro de que estaba siendo el conejillo de indias de los estudios de extraños seres. Escuché un ruido como si una puerta se hubiera cerrado y momentos después lo vi frente a mí.
Sus ojos eras como los míos pero de otro color. No tenía pelo ni vello facial. Sus labios eran muy parecidos a los míos. Y de repente se abrieron. Aquella boca era oscura y me parecía tan grande que casi podía engullirme de un único bocado. Entonces comenzó a emitir sonidos. No entendí nada de lo que me dijo.
—Señor Márquez, ya le hemos hecho la resonancia. Pronto comenzarán a desaparecer los efectos de la anestesia y podrá moverse. —Misteriosamente podía entender lo que me decía—. Tuvo usted un accidente con la moto y tuvimos que anestesiarle para poder realizarle la prueba y comprobar los daños internos que usted pudiera tener, pero por suerte no hay ningún órgano dañado; apenas un par de huesos rotos. La enfermera vendrá en un minuto y lo llevará a su habitación.

El hombre de la cabeza afeitada se despidió de mí antes de abandonar la sala en la que me acababan de realizar aquella prueba médica.

domingo, 6 de julio de 2014

Divagaciones de un cuerdo

Palabras que sangran, ojos que lloran y de repente… El vacío. La nada. El todo. El infinito.
Busco entre las sombras y no veo tu olor. Ese olor dulce como el de la hierba fresca recién cortada. Para olvidarme de ti planto una casa, construyo un árbol y peino mis sonrisas; esas sonrisas que nunca volverán a ser mías porque las he perdido en la nada.
El sol sale por el oeste y se esconde por el sur. Sabe bien cuales han sido tus pasos y no quiere seguirlos, por miedo a perderse igual que tú. Dios intenta morderme. El dolor es insoportable pero las cosquillas de las hormigas palian mis sufrimientos.
Han pasado los años y he conseguido escapar de las nubes que me susurraban tu nombre cada amanecer y lo olvidaban al ponerse el sol. Aquel sol que no quiere seguir tus pasos pero que a mí me los recuerda cada día.
Desde la soledad de mi habitación, con una sola ventana enrejada que enfoca a la ciudad veo dibujadas en los edificios todas las palabras que me dijiste antes de tu marcha: “No sufras, que el tiempo todo lo cura”.

El tiempo todo lo cura. El tiempo, todo locura.

domingo, 22 de junio de 2014

Sola

Y la dejé allí sola, llorando en aquel cementerio en el que mi cuerpo descansaba.
Me dolía mucho hacer aquello, y sabía que a ella le dolía más aún, pero no tenía alternativa. Mi espíritu se había debilitado demasiado después de aquel encuentro. Si hubiera apurado un poco más el tiempo, habría pasado del plano metafísico al plano inmaterial y ya no podría ponerme en contacto con mi amada.
Desde que abandoné el mundo de los vivos veinte años atrás, todas las semanas me ponía en contacto con la que fue mi mujer durante cuarenta y ocho años y mi novia durante tres. Aquello nos hacía sentir bien a los dos y no hacía daño a nadie.
La veía y la sentía tan joven como cuando nos conocimos y ahora contaba ya con ochenta y siete años.
Durante todo aquel tiempo habíamos criado a cuatro hijos, trece nietos, y ella, seis biznietos y una preciosa tataranieta que había nacido unos días atrás. Pude ver a aquella princesita a través de su mente en aquel último encuentro.
Realmente aquel no había sido el motivo del encuentro, lo que quería que supiera era que, aunque llevaba dos décadas esperándola, apenas me quedaban unos días en aquel plano en el cual podía comunicarme con ella. Sin embargo, no tuve el valor de decírselo.
Por suerte, nuestros encuentros se volverían eternos, porque su llegada a este mundo estaba prevista para las próximas horas. Evidentemente, aquello tampoco se lo dije.

martes, 7 de enero de 2014

Dulce niña Carolina

Me llamo Carolina y tengo un añito. Ya sé caminar aunque todavía me caigo muchas veces. Aún no sé hablar, pero sé decir papá y mamá, aunque dicho por mí suena algo así como ¡paa…ppáááá!
Me estoy despertando. Abro los ojos y a mi lado veo a mi papá. No recuerdo haberme despertado en mitad de la noche llorando y que papá y mamá me llevaran a su cama. Cuando estoy malita y toso o tengo miedo y lloro, mis papás me llevan a su cama. Con ellos estoy más tranquila y me duermo enseguida.
También me gusta jugar con ellos en la cama cuando nos despertamos los fines de semana. Yo me despierto muy pronto y para que me vuelva a dormir me meten en la cama con ellos un rato. Cuando ya no quiero dormir más jugamos a hacernos cosquillas y a tirarnos peluches los unos a los otros.
¡Paa…ppáááá!
Le llamo, pero no me responde. Sigue dormido. Voy a despertarle. Quiero jugar con él y con mamá a las cosquillas. Pero no veo a mamá. Seguro que se ha levantado para prepararme el desayuno.
Me he dado cuenta que no estamos en la cama. Estoy tumbada sobre algo duro y frío. ¿Nos habremos quedado dormidos en el suelo? Seguramente estuvimos viendo la tele y nos quedamos dormidos. Pero, ahora que me fijo, esto no es nuestro salón, ni siquiera es nuestra casa. Hay coches y una gran puerta.
Voy gateando hasta papá y me pongo de rodillas a su lado. Le doy golpes en un lado de la espalda mientras le llamo.
¡Paa…ppáááá!
No se despierta. Seguro que se está haciendo el dormido.
¡Paa…ppáááá!
Sigue sin hacerme caso. Pero veo que tiene los ojos abiertos. Me está tomando el pelo. Voy a darle un beso que seguro que así se despierta del todo y me hace cosquillas. Muchas veces intenta engañarme así y cuando me acerco a darle un beso me hace cosquillas y no puedo parar de reír.
Le doy un besito. ¡Ahora vienen las cosquillas! Pero papá sigue sin moverse.
Hasta ahora no me había dado cuenta de que no llevo mi pijama de ositos; llevo mis pantalones y mi jersey nuevos. Papá tampoco lleva su pijama y mamá sigue sin aparecer.
Ahora empiezo a acordarme. No estábamos durmiendo. Ya hace un rato que nos despertamos, jugamos a hacernos cosquillas y tirarnos peluches y desayunamos. Mamá se iba quedar haciendo cosas en casa. Papá y yo nos íbamos a comprar al supermercado. Habíamos salido de casa y bajado en el ascensor.
En la calle hacía buen tiempo. Yo iba sólo con mi jersey y papá con su camiseta; no hacía falta llevar chaquetas o cazadoras. Papá abrió la puerta del sitio ese donde guardamos el coche, pero no sé como se llama. Encendió la luz y bajamos la escalera. Él me llevaba en brazos porque yo no sé bajar escaleras. Entonces pasó. No sé la razón pero papá se tropezó y caímos por las escaleras. Lo último que recuerdo es que papá me abrazaba muy fuerte y no me dejaba caer ni que me diera contra el suelo.
A papá le sale algo por las orejas. Es como agua pero de otro color más oscuro. Se parece al tomate que mamá me echa en la comida.
¡Paa…ppáááá! ¡Paa…ppáááá!
Más gente ha llegado a donde estamos. Es el señor que cuida los coches y va con otro dos hombre que llevan ropa brillante. Uno lleva una cosa colgada del cuello como la que usa mi pediatra para oírme el corazón. Cuando se acercan a papá, yo sigo llamándole y dándole besos para que se despierte y me haga cosquillas.
¡Paa…ppáááá!
El señor que cuida los coches me coge en brazos y me abraza fuerte mientras los otros hombres tapan a mi papá con una sábana que brilla mucho. Le tapan hasta la cara. Eso no me gusta. Mamá dice que no hay que taparse la cara con la sábana.
Esos hombres tumban a papá en una cama con ruedas y se lo llevan. Aún está tapado. Entonces empiezo a llorar. ¿Por qué mi papá se va con esos señores?, ¿por qué no me da un beso como otras veces que se va?
Yo quiero ir con mi papá.
¡Paa…ppáááá! ¡Paa…ppáááá!

Pero él sigue sin despertarse.

Relato de mi futuro trabajo "Tengo miedo"

jueves, 2 de enero de 2014

Nuevo proyecto

Comienza un año y con él un nuevo proyecto del que dejo el inicio (o un fragmento interior, ya veremos como se va desarrollando la cosa).

Como cada tarde, Jake se sentó en aquel banco a esperar. Llevaba dos meses vigilando a aquel hombre. Su mujer sospechaba que tenía una aventura extramatrimonial y había contratado sus servicios.
Necesitaba el dinero y nunca decía que no a un encargo de aquellas características. Suponía un dinero fácil. El cliente le entregaba datos y fotos de su pareja y él se limitaba a seguir a la persona en cuestión. En una semana o poco más tenía un elaborado dossier sobre las actividades que el cliente suponía que tenía su pareja y caso resuelto. Él recibía aquella pasta gansa y el cliente confirmaba sus sospechas.
Sin embargo, en éste caso la cosa no había resultado tan sencilla. Había esperado al marido a la salida de su trabajo y lo había seguido hasta una nave de trasteros y guardamuebles de alquiler.
Cuando quiso entrar al interior, el vigilante se lo impidió argumentando que solamente podían entrar quienes tuviesen un habitáculo registrado a su nombre o fueran con una orden judicial para registrar alguno de ellos en concreto. Como no tenía ni una cosa ni la otra, no pudo pasar.
Al poco alquiló un trastero para poder entrar en la nave, pero fue inútil porque cada pequeño almacén era independiente de los demás y la forma de acceso a cada uno era única e independiente del resto. Sólo el propietario, mediante una llave especial, podía llegar hasta la puerta correspondiente.
Había intentado hacerse el encontradizo con él. Había simulado ser un antiguo compañero del colegio y hasta había preguntado en su entorno laboral, pero nada. No había conseguido ningún dato adicional. Su vida fuera de su hogar y su trabajo era demasiado hermética. Nadie sabía lo que hacía desde que entraba a aquel almacén y volvía a salir varias horas después para regresar a su hogar.
Jake también vigiló varios días los trasteros tanto antes de la entrada del marido como después de su salida. Permaneció sentado en su coche horas sin ningún resultado positivo.

Su cliente estaba impacientándose por la falta de noticias que confirmaran sus sospechas o que las descartaran para siempre. Él siempre le decía lo mismo, que tarde tras tarde salía de su trabajo y se dirigía hacia aquellos almacenes. Entraba, permanecía algunas horas y salía de nuevo para regresar a su hogar. La mujer, cansada de oír siempre lo mismo, le había dado un último plazo. Tenía una semana para averiguar qué hacía su marido en aquel lugar.