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lunes, 11 de septiembre de 2017

Peinado


—Buenos días y bienvenido a la Clínica de Rehabilitación para Jóvenes de Macaulay Culkin, señor…
—Hola —saludó el joven mirando en todas direcciones para reconocer el que sería su nuevo hogar, a la vez que se pasaba un viejo peine por su cabello—. Brigham, Tom Brigán; pero todos me llaman Tommy.
—Muy bien señor Brigham, le estábamos esperando. Rellene el formulario con los datos de contactos de sus familiares más cercanos y déjeme su documentación para poder rellenar la ficha de acceso.
—Mis padre están fuera, si quiere puedo llamarlos para que ellos mismos les den sus datos.
—No, señor Brigham, tenemos una política de entrada para personas no adictas muy estricta: "De la puerta para afuera son todos bienvenidos: de puertas para adentro son entrometidos".
El chico la miró cariacontecido y guardó su peinilla de concha. No entendía muy bien lo que significaba la frase que acababa de decirle la recepcionista. Bajó la vista de nuevo hacia el papel que le había entregado la mujer y comenzó a escribir el nombre y los teléfonos móviles de sus padres.
—¿Motivo de la entrada? ¿Qué fue lo que le impulsó a querer apartarse de las drogas definitivamente? ¿Alguna mala experiencia personal, problemas de dinero, sus familiares?
—¿Es eso importante? Yo lo que quiero es desintoxicarme, el motivo no creo que sea algo que les importe.
—El motivo es lo más importante —sentenció una voz masculina a sus espaldas. Era una voz potente, cargada de autoridad y seguridad en sí mismo del que hablaba.
Tommy se giró para ver de quién provenía aquella voz y se encontró cara a cara con un hombre trajeado. Era tan alto como él pero mucho más fornido. Su cabello rubio peinado hacia atrás y sus azules le eran familiares, pero no sabría decir por qué.
—Bienvenido a mi centro. Mi nombre es Macaulay Culkin, pero puedes llamarme Mac. Soy el director de este lugar, y soy extoxicómano, por eso sé que el motivo es lo más importante.
Entonces recordó de qué le sonaba aquella cara. Era aquel famoso actor que destacó de niño con una película y varias secuelas de la misma y que luego se hundió en el mundo de las drogas. Nunca más se supo de él, cinematográficamente, pero sí por otros motivos, sobre todo relacionados con las drogas.
—Mi mejor amigo, Adam, murió hace unas semanas por culpa de la cocaína. Salimos de fiesta un viernes por la noche y comenzamos a tomar copas y meternos rayas. Llegó un momento que perdimos el control y la noción del tiempo y del espacio. No sabía dónde estábamos, ni qué hora era, ni siquiera si seguía siendo viernes o ya era sábado o, incluso, domingo. Aún así no paramos y el alcohol y la cocaína pasaba por nuestras manos y desaparecía dentro de nuestros cuerpos en cuestión de minutos. Lo último que recuerdo es que estábamos en alguna discoteca; después, el siguiente recuerdo que tengo es el de despertarme en la cama de un hospital. Nos encontraron a mi amigo y a mí tendidos en la calle, entre unos contenedores, llenos de magulladuras y con la ropa rota. Yo tuve suerte y acabé en un hospital; mi amigo acabó en un cementerio. Según me dijeron mis padres días después, la cocaína le produjo un fallo cardíaco y murió por un infarto. Semanas después, sobre su tumba, le juré que conseguiría apartarme de la droga.
—Es un gran motivo —le dijo Mac—, y a él debes de aferrarte para lograr tu propósito. Ahora, cuando acabes de rellenar todos los papeles, te acompañarán a tu nueva habitación. Yo he de retirarme para solucionar otros asuntos que me ocupan, pero si en alguna ocasión necesitas de mi ayuda, no dudes en pedir una reunión privada. Hasta pronto, y no olvides nunca el motivo que te trajo aquí.

Una vez asentado en la habitación en la que pasaría algún tiempo, repasó la planificación que le había entregado la chica de la recepción para. Aquel día, por ser el primero, no tendría que presentarse a las terapias matutinas, por lo que tenía por delante tres horas para recorrer el centro y familiarizarse con sus instalaciones.
—Perdón —le dijo a un celador—, ¿por dónde queda el comedor? Es mi primer día y no lo encuentro. —Después sacó su peine y repasó su flequillo con él-
—Es por allí —respondió señalando hacia un largo pasillo que había a su espalda—. Bienvenido, espero que consigas tu objetivo. Bonito peine, por cierto.
—Gracias.
De vuelta de nuevo en su cuarto, aún tenía media hora para descansar antes de empezar su primera sesión de terapia. Se sentó sobre su cama, pero enseguida se levantó al notar algo en el bolsillo trasero de su pantalón. Era el viejo peine, su inseparable compañero desde sus años de instituto. Lo utilizó una vez más y lo guardó de nuevo. Salió de la habitación y se encaminó hacia la sala donde se reunían los adictos. De nuevo tuvo que preguntarle al celador por su situación.
—Hola de nuevo. La sala que buscas está al otro lado del comedor, por ese pasillo. Por cierto, me llamo Pedro Ramos. Mañana te daré un plano de las instalaciones, para que no tengas que ir siempre preguntando. Aunque si quieres saber cosas no dudes en buscarme. Soy el que más sabe de la Clínica.
—Muchas gracias.
Tras varias horas de conversación grupal en las que conoció a los que iban a ser sus nuevos compañeros, se dirigió de nuevo al comedor para la cena y posteriormente se metió en su cuarto a leer un libro antes de irse a dormir. Se había llevado los libros de El Hobbit y El Señor de los Anillos; su amigo Adam se los había recomendado hacía unos meses, después de prestarle El guardián entre el centeno, el cual le había maravillado. Si aquellos libros eran la mitad de buenos que el anterior, los disfrutaría sin ninguna duda. Entonces se le empañaron los ojos pensando en su fallecido amigo. Minutos después, se quedó dormido con el libro abierto y los nombres de los trece enanos rondándole en la mente. Tuvo una noche muy inquieta en la que se despertó cada poco y no descansó como debería.

Al día siguiente se levantó, se peinó, acudió al desayuno y después se dio una rápida ducha, se peinó otra vez, se lavó los dientes y acudió a la primera charla con su psicólogo personal. Al regresar cerca de la hora de la comida, se encontró con que en la repisa del baño había otro peine, igual al suyo. Sería cosa del centro, al igual que en los hoteles le habían dejado un cepillo de dientes, jabón y útiles de afeitado; se les habría olvidado el peine y se lo dejaron al día siguiente, seguro que era eso.
El segundo día pasó muy similar al primero, con la diferencia que aquel día el grupo dio un largo paseo por los jardines del centro de rehabilitación. La noche fue menos agitada que la anterior y cuando se despertó se encontraba descansado para afrontar el nuevo día. Entró al baño y se encontró con un nuevo peine, igual que los dos que ya tenía. Lo cogió en su mano y salió para dirigirse había la recepción e indicar que dejaran de ponerle peines, que ya tenía tres, y sobre todo, que nadie entrara en su habitación mientras él dormía.
—Buenos días.
—Hola, Pedro —saludó el joven al celador, al cual no había visto hasta que este le saludó—. Oye, ¿tú sabes por qué me han puesto dos peines iguales al que traía yo?
—¡Shhh! —El celador miró en todas direcciones antes de continuar—. Sígueme.
Tommy siguió al celador, que le condujo hasta un pequeño cuarto de limpieza.
—Aquí podemos hablar sin peligro de ser oídos. Nadie te ha puesto ningún peine. En este lugar los peines se duplican.
—¿Cómo que se duplican? —preguntó extrañado Tommy.
—En algunos casos peines se duplican hasta tal punto que llegan a hacer perder la cabeza a los internos. En la mayoría de las ocasiones, vuelven a recaer en las drogas y así la dirección se asegura que sigan más tiempo en el centro. Pronto dejarás de notarlo porque te darás unas drogas que inhiben tu precepción para que no te des cuenta de esa replicación y dirán que no estás curado y que tienes paranoias y delirios para retenerte aquí por más tiempo.
—Es de locos, ¿qué función tiene que los peines se vayan reproduciendo?
—Lo desconozco, pero según he ido comprobando con los años es para conseguir reteneros aquí y ganar más dinero por vuestro ingreso.
—Tengo que salir de aquí cuanto antes, tengo que avisar a mis padres.
Y así lo hizo, Tommy acudió a la recepción de la clínica a solicitar una llamada de teléfono, pero le informaron que en aquellos momentos era imposible, ya que tenían las líneas fuera de servicio. Que probase al día siguiente, que seguro que la compañía telefónica ya habría solucionado el problema.
Cuando llegó a su dormitorio al anochecer, seguía habiendo dos peines iguales al que él tenía en los bolsillos, el cual sacó y utilizó para acicalarse. Se acostó y al amanecer, el número de peines continuaba igual. Seguro que había sido cosa de la gente de la limpieza que se habían equivocado. No podía ser que los peines se duplicasen. Se peinó y salió dispuesto a comenzar con un nuevo día de terapias.
A la mañana siguiente, al despertar, en su cuarto de baño había una docena de peines, algunos sobre la repisa y otros caídos sobre el lavabo. De regreso a la habitación se encontró que habían aparecido cientos de peines sobre su cama y muchos más en el suelo, cubriendo todo el enlosetado. Salió corriendo al pasillo haciendo saltar peines por todas partes. Buscaba ayuda, a ser posible del celador con el que había hablado sobre la duplicación de los peines. Al girar una de las esquinas chocó contra el director del centro que caminaba leyendo unos informes.
—¿Qué sucede muchacho?
—Los peines. El celador. Tengo que hablar con él. —Y de nuevo echó a correr.
—Espera, ¿a qué celadora buscas?
—A Pedro Ramos. —Desapareció tras una nueva esquina dejan al director comentando en solitario que no tenían ningún celador que se llamara Pedro Ramos; que todo el personal de la clínica era femenino.
Una hora después, Tom Brigham se encontraba en su cama, atado con correas especiales para casos especiales de delirio agresivo, como el que estaba sufriendo en ese momento. En su mano derecha sostenía su viejo peine, ya que había sido imposible hacer que lo soltase. Dos doctoras y una enfermera esperaban a que los calmantes hiciesen efecto y poder quitarle aquel objeto que lo tenía obsesionado.

—Su hijo ha sufrido un delirio debido a la del consumo de drogas; lo que se conoce como síndrome de abstinencia o mono. No tiene de qué preocuparse, ya que no es algo nuevo ni es algo infrecuente —le comunicaba Macaulay Culkin a los padres de Tom. Les había citado para informarles sobre el estado de su hijo y para conocer algún detalle sobre la obsesión con los peines
—¿Y qué es lo que le pasa? —preguntó la madre.
—Dice que los peines se duplican y le persiguen. No sabemos de dónde ha sacado semejante idea.
—Tommy siempre llevaba un viejo peine en sus bolsillos y no paraba de peinarse. Presumía mucho de su pelo y quería llevarlo bien colocado —mencionó el padre—. En alguna ocasión llegamos a decirle que lo iba a desgastar de tanto usarlo.
—Comprendo. Una cosa más, ¿saben quién es Pedro Ramos?
Los padres del chico lo miraron desconcertados, pues era la primera vez que escuchaban aquel nombre.

—¡Los peines! Se están duplicando y pronto controlarán todo. ¡Ayúdame, Pedro! ¡Pedrooo! —gritaba una y otra vez. Pero su voz se perdía en la insonorización de la sala. Por fin el sedante hizo efecto y sus músculos se relajaron, dejando caer el peine que siempre utilizaba de la mano. En uno de los laterales todavía se podía distinguir el nombre del fabricante objeto, casi borrada por el uso. «Pedro Ramos».
Julio 2017







PARA LOS INCONCLUSOS DE STEPHEN KING. BASADO EN:

Título: «Peinado» Tommy Brigán es un joven adicto a la cocaína que decide ingresar en una clínica de rehabilitación después de que un amigo de su edad sufriese un infarto debido a la droga. Al ingresar en el centro llevaba un viejo peine en un bolsillo, el cual, una vez dentro de la clínica, comienza a duplicarse a sí mismo. Preocupado por su salud mental, Tommy habla con un celador, quien le confirma que lo que ve es real, que los peines se están duplicando.