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martes, 12 de diciembre de 2017

Vampman

—¡El murciélago quiere comerme! ¡El murciélago quiere comerme!
—No ha dejado de repetir lo mismo desde que llegó, señor comisario —le dijo el carcelero de Arkham.
Gordon miró al interior de la celda acolchada a través del ojo de buey y vio al desquiciado Garfield Lynns. Estaba totalmente seguro de que aquello era una nueva acción de Jonathan Crane para hacerse con el control de la ciudad.
Desde la explosión sobre el Atlántico que salvó Gotham, nadie había vuelvo a ver al hombre murciélago. Todos los criminales fugados de las cárceles de la ciudad habían sido detenidos de nuevo con la ayuda de Blake. Sin embargo, unos meses atrás, había habido una nueva fuga de Arkham comandada por Crane. En aquella ocasión, diez de los más peligrosos delincuentes de la ciudad habían huido: Pamela Isley, Hugo Strange, Floyd Lawton, Waylon Jones, Jervis Tetch, Victor Fries, Harleen Quinzel, Zsasz, Edward Nygma, Lynns y el propio Crane. De todos ellos, se había conseguido detener de nuevo a Lawton, Fries y, ahora, a Lynns; los cuales presentaban claros delirios de terror, posiblemente, causados por la toxina del miedo que empleaba Crane en su alter ego de El Espantapájaros. De la doctora Quinzel solo se había encontrado parte de la cabeza y apenas era reconocible. Del resto no había ninguna noticia.
***
—¡No puedes escapar de mí! —dijo la voz grave a sus espaldas. Cada vez la notaba más cercana por más que corría.
Edward Nygma no sabía quién había organizado la fuga del manicomio, pero que su celda fuera una de las que se habían abierto, le había venido muy bien. Sin pensarlo un instante, se lanzó a la protección que le brindaba la noche para escabullirse y esconderse en su viejo laboratorio de las abandonadas industrias Wayne. Solo Batman le buscaría en aquel sitio. Allí había permanecido oculto hasta unas horas antes, que alguien le había descubierto.
Un ruido en las plantas superiores mientras perfeccionaba un nuevo bastón para leer las mentes, le puso en alerta. Se agazapó tras una mesa y guardó silencio para escuchar. Oía pisadas, pero eran tan ligeras que no podía asegurar si lo imaginaba o no. Entonces sucedió. La pared más cercana a la mesa en la que se encontraba voló por los aires con una explosión.
—¡Te encontré!
La silueta a la que pertenecía la voz apareció tras la cortina de polvo y humo que se había formado con la explosión. Sin pararse a pensar, Edward emprendió una carrera para salvar la vida. Algo le decía que esta vez no iba a regresar a Arkham. Él no tenía una fuerza descomunal o grandes poderes como otros de los fugados; él solo contaba con su intelecto superior y, en aquellos momentos de tensión, lo notaba algo bajo de forma. Por ello, lo único que le quedaba era correr y conseguir despistar a su perseguidor. Eso y sus pajaritos. Sacó un par de explosivos y los lanzó contra la silueta oscura.
—Estabas muerto —murmuraba mientras arrojaba las granadas con forma de ave—. Todos vimos la explosión, y son los gatos los que tienen siete vidas, no los murciélagos.
—Si estoy muerto, entonces, ¿por qué intentas matarme? —respondió la silueta, que por fin se dejó ver. Su capa, sus botas y su capucha con las orejas puntiagudas eran inconfundibles—. No se puede matar a los muertos.
Entonces se dejó ver por completo y el terror se dibujó en los ojos de Edward. El murciélago había cambiado. Se rumoreaba en los bajos fondos de la ciudad, pero ahora podía comprobarlo por él mismo. Se decía que había regresado de entre los muertos, pero que ya no era el mismo, que ya no se encargaba de detener a los criminales, sino que los eliminaba.
Batman dio un zarpazo a Nygma y le abrió cuatro grandes heridas en el pecho que comenzaron a sangrar de inmediato. Sus dedos se habían convertido en garras tan afiladas como cuchillas. Abrió la boca y sus dientes se mostraron puntiagudos y brillantes, se lanzó contra su víctima y le dio una dentellada en la cara arrancándole un pedazo de mejilla. Algunos jirones de piel quedaron colgando con el hueso del pómulo al descubierto.
Edward gritó todo el rato, hasta que el insoportable dolor le hizo perder el conocimiento. Mientras, el murciélago continuaba desgarrando y mordiendo los músculos y tendones que iba encontrando. Su boca y sus manos se encontraban totalmente cubiertas de sangre, y aquello parecía gustarle. No sabía de qué manera había afectado la explosión a su ser, pero estaba claro que no era el mismo. En otro tiempo, se hubiese limitado a detener a Nygma y a los otros prófugos, pero desde que salvó a la ciudad de la bomba, tenía sed de sangre. Llevó la cabeza hacia atrás y lanzó un gruñido más animal que humano.
***
Garfield Lynns se arrastraba con sus manos por aquel callejón oscuro sin poder mover las piernas. El golpe que le había dado el murciélago le había paralizado completamente de cintura para abajo.
El monstruo lo perseguía como si fuera el juego más divertido del mundo: darle caza. Primero lo siguió por algunas calles apareciendo y desapareciendo cerca de él mientras reía. Después comenzó a darle empujones y golpes para guiarlo por el camino que el murciélago quería, sin darle opción para elegir la ruta de escape. Entonces fue cuando se cansó del juego y, Batman, le propinó un golpe con una especie de bastón en la parte baja de la espalda dejándole inmóvil temporalmente.
—¡Detente! —le ordenó una voz autoritaria; sin miedo—. Tú no eras así. Eras justo, y por eso te respetaban y te temían.
Batman se giró hacia la voz. La reconoció como la de una persona que era buena y que en su día le había ayudado en la lucha contra la delincuencia.
—John, no te entrometas. —El detective no se amilanó ni un momento. Había luchado siempre contra el crimen y por la justicia gracias a Batman. Pero aquel ya no era el hombre murciélago que él conoció. Los ojos le centellearon con un brillo rojizo, demoníaco.
Se giró de nuevo hacia Lynns, que había conseguido desplazarse algunos metros ayudándose de las manos. Estaba recuperando la movilidad en sus piernas, pero aún no podía confiar en ellas para escapar.
Sonó un disparo en la noche, iluminando el callejón. John Blake había disparado contra el demonio en el que se había convertido el Caballero Oscuro. Batman se abalanzó contra el detective a la vez que este disparaba dos veces más. El murciélago lanzó un zarpazo hacia el cuello de Blake, pero este se cubrió con un brazo. Una gran incisión se abrió desde el codo hasta la muñeca. El detective ahogó un grito y lanzó un golpe sin éxito. Batman repitió el ataque y Blake su defensa, sin embargo, en esta ocasión, las garras del murciélago cercenaron el brazo del detective por debajo del codo. Un gran chorro de sangre salpicó a todos los presentes. Batman se limpió la sangre que había manchado su cara con una larga lengua. Después cogió al detective por los hombros y lo levantó hasta dejarle la yugular a la altura de su boca. Lanzó una dentellada, y otra, y otra más. La sangre salpicaba en todas direcciones y se escurría por la comisura de los labios del murciélago. Sus ojos refulgían con más fuerza que antes. John Blake perdió el conocimiento momentos antes de que su rival le robara la vida rompiéndole el cuello. Después bebió toda la sangre y devoró con avidez todo el cuerpo.
Lynns no se quedó más tiempo. Se arrastró, caminó y corrió impulsado por el miedo hasta que lo encontraron vagando por la ciudad y repitiendo que Batman quería comérselo. En ese estado fue trasladado a Arkham.
***
—No podemos hacer nada por él —dijo el comisario Gordon justo antes de retirarse del ventanuco.
—¡Está aquí! ¡El murciélago está aquí y quiere comerme! —continuaba gritando Lynns.

En la oscuridad de su celda, lo último que vio fueron unos ojos rojos y unos afilados dientes brillantes.