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viernes, 17 de mayo de 2013

Espera sin retorno


Esta es una historia triste como la que cantaba Joan Manuel Serrat sobre una chica llamada Penélope que esperó a su amor durante años y cuando por fin regresó no lo reconocía porque ella recordaba cómo era en el pasado. Pero esta vez la persona esperada nunca regresó. Ninguna carta, ninguna llamada de teléfono. Nada.

Todo comenzó una mañana en la estación de Atocha de Madrid a las 7:11. Era una fría mañana de Enero de 1980. Francisco José, un chico de 23 años se despedía de su amada María Jesús unos minutos antes de que ella embarcara en un tren hacia Murcia para trabajar como ayudante de oficina en una gran empresa de dicha ciudad.
Las lágrimas desbordaban por los ojos de ambos. Un funcionario de RENFE anunció la inminente salida del tren de pasajeros con destino a Murcia. Ella tomó su equipaje y con lágrimas en los ojos y un te quiero en los labios subió al tren. El trabajo era para seis meses al final de los cuales ella prometió volver y Francisco José juró esperarla en la estación. El sonido de la máquina locomotora se hizo cada vez más intenso y el tren comenzó a avanzar, lentamente al principio, y poco a poco fue tomando más velocidad hasta perderse en la lejanía. Francisco José tomó su tristeza y decidió continuar con su vida hasta que ella volviera. Entonces se casarían.
Francisco José y María Jesús se conocieron dos años atrás en un bar en el que ella trabajaba como camarera y él fue a tomar unas cervezas con sus amigos un fin de semana. Tonteando con sus amigos él le preguntó la hora a la que salía y quedó con ella. Fueron a una discoteca a bailar y poco a poco surgió el amor entre ellos. Comenzaron a ser novios unas semanas más tarde. Durante los dos años siguientes hicieron una vida normal de pareja con sus buenos y malos momentos, sus planes, discusiones, lloros, alegrías y penas. El fin de semana anterior a la partida de la chica, los dos se entregaron al amor por primera vez.
Pasados los seis meses Francisco José estaba puntual como un reloj en el mismo lugar donde aquella mañana de Enero había despedido a su amor. Iba vestido con sus mejores galas y un ramo de flores en la mano. Deseaba fervientemente que ella estuviera allí para abrazarla, decirle lo mucho que la quería y pedirle que se casara con él. Puntual llegó el tren y los viajeros comenzaron a descender; todos menos uno. Todos menos su amor. Francisco José pensó que María Jesús habría perdido el tren así que se sentó en un banco del andén a esperar. Lo que no sabía Francisco José era que esa espera nunca tendría fin.

Ahora veintidós años después, cada mañana cuando voy a clase lo veo en el mismo andén, con la misma ropa que llevaba el día del supuesto regreso de su amada. Un buen día, hace unos meses me pidió un cigarro, yo se lo di y mientras esperaba mi tren me contó su historia. Me contó que llevaba la misma ropa, un traje que ella le regaló, para que cuando su amor volviera lo supiera reconocer entre tantas caras. También me enseñó el anillo de compromiso que pensaba regalarle para sellar su amor.
Ayer no lo vi y hoy tampoco lo he visto. Le pregunté a un guardia de seguridad y me dijo que había fallecido de un infarto al corazón. Pero yo sé que realmente murió de pena por esperar lo que nunca llegó. Cuando he sabido la noticia he roto a llorar como un niño. Otro guardia le preguntó al que me había dado la noticia que porqué lloraba y éste le contestó: – Por el mendigo sin familia que murió hace dos días. A lo que yo le respondí: – Cuidado con lo que dices porque ese hombre era mi padre.

Lo que Francisco José nunca supo fue que de su noche de amor con María Jesús nació un niño que poco a poco fue creciendo y se convirtió en el joven que le dio aquel cigarrillo y que todas las mañanas le dedicaba una amable sonrisa entre la frialdad de la gente. Mi madre me contó su historia de amor con Francisco José, que tuvo miedo de que él la rechazara por el embarazo pensando que el niño fuera de otro y por eso volvió de Murcia en autobús a los seis meses de su marcha; por eso mismo no volvió a llamarlo. Cuando hablé con él la primera vez y me contó su historia se me partió el corazón pero no le dije nada por no rompérselo a él también. Ahora no sé cómo decirle a mi madre que ha muerto; posiblemente cargue con esta pena yo solo y no le diga nada, no quiero verla sufrir como lo vi a él.

1 comentario:

  1. Triste relato, muy triste. Y cuando pensás que no puede ser más triste, ¡LO ES!
    Un dramón de la san puta, Robe, te felicito.
    Saludos.

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