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viernes, 1 de febrero de 2013

El apartamento 2


CONTINUACIÓN...

¡POM!
Esta vez el ruido no procedía del baño si no de la habitación que él había convertido en estudio. Acudió hasta allí sin encender las luces. Entró en la habitación y encendió la luz. La encontró tal y como la había dejado varias horas antes. Había algo en su mente que no acababa de ver. Algo había llamado su atención al acudir a aquel cuarto pero no lograba saber de qué se trataba. Apagó la luz y salió nuevamente al pasillo.
Por el rabillo del ojo observó un ligero movimiento. Se giró a su derecha noventa grados pero no había nada en aquel lugar. Debía haber sido su propio reflejo en el cristal del cuadro. Eso era. El cuadro. Aquel cuadro que mostraba una pequeña iglesia románica había cambiado. Los tonos negros habían sido sustituidos por tonos rojos tan oscuro que parecían marrones.
¡POM!
Eric entró de nuevo en la habitación, esta vez sin dar la luz, y esperó. La oscuridad era total salvo por el pequeño led de encendido de la pantalla del ordenador que se encontraba parpadeando en tono naranja.
¡POM!
Provenía del exterior. Del pasillo que daba acceso a los apartamentos. ¿Quién sería el trastornado que estaría golpeando las paredes a aquella hora de la noche?
Salió al pasillo de su casa y, con la luz que le llegaba desde la lámpara de pie del salón, llegó hasta la habitación principal de la vivienda y luego a la puerta. Echó un vistazo a través la mirilla pero no vio nada. Intentó abrir la puerta pero por más que apretaba la manilla hacia abajo y tiraba de ella, la puerta no se abría. Alguien lo había encerrado en su propia casa. Tendría que llamar a la policía o a los bomberos. Aún le quedaba la opción de salir por la ventana del salón que daba a la escalera de incendios y desde ahí descender hasta la calle para acudir a la comisaría más cercana. Cuando se encaminaba hacia la ventana cayó en la cuenta que no había podido abrir la puerta porque la tenía trancada con la llave. Cogió su llavero con cinco llaves del pequeño cenicero en el que las tenía en la encimera de cocina, próximas a la puerta, y giró la llave dos veces para dejar la puerta sin el cierre y que nada le impidiera abrirla.
Agarró la manilla y la empujó despacio hacia abajo.
¡POM!
Eric se asustó y soltó la manilla de golpe. El ruido había sido más fuerte que en las ocasiones anteriores. Asió nuevamente la manilla de la puerta y la abrió lentamente. La puerta se desplazó varios centímetros hacia adentro para que Eric pudiera mirar por el pequeño hueco que se había formado. En el pasillo no había nadie.
¡RIIIING!, ¡RIIING!
El viejo teléfono estaba sonando en su casa. ¿Quién podría llamar a aquellas horas? Todo el mundo sabía que una llamada a un teléfono fijo a partir de ciertas horas sólo podía significar una cosa: malas noticias.
Entró en la vivienda para contestar rápidamente y evitar que el teléfono siguiera sonando y despertase a todo el vecindario. A su espalda, la puerta del apartamento se cerró con un fuerte golpe que sobresaltó a Eric.
¡BLAAAM!
¡RIIING!, ¡RIIING!
Eric se sobresaltó y giró hacia la puerta. Al ver que se había cerrado sola se giró de nuevo y corrió hacia el teléfono a contestar. El sonido de la nieve de la televisión se seguía escuchando a través de los altavoces del equipo de música. Levantó el auricular y respondió a la llamada. Al otro lado de la línea pudo sólo se escuchaba ruido. Cientos de voces mezcladas, que no pudo identificar, le decían cosas incoherentes; palabras sueltas que no tenían ningún sentido: ciudad, reunión, raíces, cabina, tráfico, reloj. Aquellas fueron algunas de las palabras que había conseguido separar del resto. ¿Qué significaría todo aquello?
¡POM!
Esta vez estaba seguro que el golpe había sido en su puerta. Colgó el teléfono y se fue sin dilación hacia la puerta de su apartamento. Observó el pasillo a través de la mirilla. El pasillo se encontraba vacío otra vez. ¿O quizá no? Eric miró con detenimiento un pequeño bulto que se encontraba apoyado en la pared del otro lado del pasillo, frente a su puerta. No podía identificar que era aquel objeto pero estaba seguro que instantes antes no se encontraba allí. Abrió la puerta y se acercó al objeto del pasillo. Se trataba de un ramo de flores marchitas que algún gracioso había dejado frente a su puerta en lugar de tirarlo al contenedor. Cogió el ramo y, nuevamente, entró en su apartamento. El televisor se había apagado tan misteriosamente como se había encendido. Las luces de la sirena de una ambulancia se colaron por la venta de su salón. Algo había pasado en la calle. Se acercó a la ventana para ver qué había sucedido. Dejó el ramo sobre la barra de la cocina y cruzó el salón. Antes de llegar a la ventana algo llamó su atención. El cuadro que presidía la pared del salón había cambiado al igual que lo había hecho el del pasillo. Los tonos negros de la pintura se habían vuelto de un color rojo oscuro de tal forma que parecía marrón. Como si hubiera sido pintado con oxido o con sangre. La iglesia gótica con sus vidrieras había dado paso a un desolado paisaje en el que se observaban dos grandes túmulos coronados con dos cruces. Las piedras que formaban los túmulos realmente eran calaveras. Aquellas cuencas vacías de ojos parecían mirarlo. Se quedó absorto mirando aquel nuevo y tétrico cuadro que colgaba de su pared.
¡POM!
El enésimo golpe lo sacó de su ensimismamiento y le hizo recordar que en la calle había pasado algo y que él quería mirar por la ventana a ver qué sucedía. Se aproximó al cristal y miró a través de él. En la calle, una ambulancia se encontraba detenida frente a su ventada con las luces de la sirena bañando las fachadas de los edificios cercanos. Alrededor de la ambulancia no había nadie. Tampoco se observaban restos de un accidente de tráfico. Cuando iba a retirar la mirada del exterior, una camilla conducida por dos enfermeros salió del portal de su edificio para ser introducida en la parte trasera de la ambulancia. El vehículo abandonó la calle a toda velocidad. ¿Quién iría en aquella camilla? Al día siguiente le preguntaría al conserje.
¡RIIING! ¡RIIING!
El teléfono volvía a sonar. Descolgó inmediatamente. “El teléfono marcado no existe”. Una voz automatizada le acababa de informar que el teléfono que él había marcado no existía. Eric no salía de su asombro. ¿Qué clase de broma era aquella? Él no había marcado ningún teléfono; él había sido el que había recibido la llamada. Colgó el auricular con un fuerte golpe y, sin saber porqué, miró hacia la barra de la cocina. El ramo de flores había desaparecido. Entonces miró hacia el cuadro del salón para comprobar si había sufrido algún cambio. Nada había cambiado. Aquel horrendo cuadro seguía siendo como hacía unos minutos. ¿O quizá no? A Eric le pareció ver que cerca de los túmulos había dos cuervos que antes no estaban. Lo más probable era que él no se hubiera fijado.
Empezaba a estar cansado y necesitaba dormir. Apagó la luz de la lámpara de pie y encendió la luz del pasillo para irse a acostar. Cuando recorrió el pasillo, se detuvo frente al cuadro que se encontraba en la pared y lo observó con detenimiento. La pintura de la iglesia no sólo había cambiado de color, si no que la iglesia no era la misma que la de la pintura original. Ambas eran muy parecidas pero no eran iguales.
¡POM!
Otra vez aquel golpe. Pero esta vez había sido más lejano, como si se hubiera producido en el pasillo del edificio, pero lejos de su domicilio.

CONTINUARÁ...

1 comentario:

  1. Ya a esta altura, Eric debería estar cagado en las patas, y el tipo sigue como si nada. Es de hielo.
    Sigo.

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