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lunes, 7 de octubre de 2013

Amor secreto

Como realmente dice la gente no existe el crimen perfecto, ¿o sí? Yo puedo asegurar por experiencia propia que no. Esto no viene a ser si no una confesión de una terrible atrocidad que cometí hace algunos años. Algunos quizá habéis oído hablar de ella, pero la gran mayoría lo dudo.
 Todo comenzó hace cinco años, cuando yo conocí a una chica muy guapa, muy simpática y, porque no decirlo, de muy buen ver. Durante meses la amé en secreto, ella nunca supo de mi existencia. Pero yo de la suya sí, la espiaba donde quiera que estuviese, la seguía donde quiera que fuera y la amaba. Siempre en secreto, pero la amaba con locura.
 Pasó el tiempo y fuimos creciendo, al igual que mi amor hacia ella; cada día que pasaba la amaba más y más. Acabamos el colegio y llegó el verano. Ella se fue de vacaciones a otro lugar que desconozco, durante esa época fue el único instante que no supe de ella. Tres largos e infernales meses. Al finalizar el verano, comenzamos el instituto. Por una casualidad, el destino quiso que nos tocara en la misma clase, en la misma columna pero separados por otras dos o tres parejas de compañeros.
 Durante aquel primer año de instituto también la amé, incluso llegué a más: me atreví a hablar con ella. El primer día muy bien, el segundo también, y al tercero... Pero pasaron los meses y ella se fue distanciando de mí, y eso que la ruta que cogíamos para ir al instituto a Benavente era la misma.
 La distancia comenzó a forjarse por culpa de un grupo de amigas que conoció en la clase, aquel grupo de chicas la llevaba por el mal camino; el camino que la alejaba de mí. Yo no podía hacer nada. Luché y luché, traté de convencerla que no eran una buena compañía pero ella estaba ciega y no veía la realidad. Al poco, y gracias a ese grupo de amigas, conoció a un chico. Aquel chico la engatusó, la engañó para que fuera con él; no tenía nada de malo, sus amigas se iban con sus amigos. Y ella así lo hizo.
 Pero no estaban solos, al menos ellos ignoraban mi presencia. Cada minuto que ellos pasaban juntos yo estaba allí, escondido entre las sombras para vigilarlos, para evitar que aquel chico la tocara. Pero con el tiempo llegó incluso a besarla. Aquel día decidí hacer lo que posteriormente hice.
 Mi gran oportunidad se presentó un día que se celebraba una excusión a la capital. Casi todos los alumnos irían, casi todos. La "maldita pareja" había dicho a sus amigos y amigas que ellos se iban a quedar para pasar el día juntos; sin embargo, en sus casas dijeron que iban a la excursión (¿que cómo lo sé?, tengo mis métodos). Los dos quedaron a solas en Huerga de Vidriales, nuestro pueblo (mi pueblo, me lo conozco como si yo mismo lo hubiera creado).
 Él llegó con su reluciente moto seminueva y se dirigió al lugar en el que habían quedado, un edificio en obras al que nadie acudía. Allí, en la intimidad comenzaron a besarse sin miedo a ser sorprendidos, a fin de cuentas nadie iba allí nunca. Pero aquella mañana alguien los observaba: yo.
 Aproveché un momento en el que se besaban y le asesté al chico un fuerte golpe con un ladrillo, cayó al suelo sin conocimiento. La chica se quedó paralizada, lo que aproveché para abrirle la cabeza con un hacha que usaba mi padre para partir leña. Posteriormente, hice lo mismo con el inconsciente chico. Cuidadosamente despedacé los dos cuerpos como pude y los introduje en diversos recipientes de plástico, herméticos que metí en una bolsa de viaje.
 Escondí la bolsa en un lugar seguro e invertí varias horas en limpiar aquel lugar de la sangre que aquellos dos habían soltado. Me costó pero lo conseguí. Posteriormente, fui a la granja de mi tío y vertí en las pocilgas los restos. Los hambrientos cerdos no dejaron ni los huesos, los devoraron con tanta avidez que parecía que no hubieran comido en su vida. Luego quemé los recipientes herméticos y la bolsa y enterré las cenizas entre el estiércol.
 ¿Cómo me deshice de la moto? Esa es otra cuestión. El caso es que todo el mundo comenzó a conjeturar sobre lo sucedido: que si los chicos habían sido secuestrados, que si los habían matado, que si se habían fugado... Tras una intensa búsqueda y no hallar ni la moto ni los cuerpos, la gente llegó a la conclusión que se habían fugado para poder vivir su amor con libertad, como en las series y películas de la televisión.
 El crimen perfecto salvo por un detalle. Los remordimientos de conciencia que he sufrido desde entonces. No puedo cerrar los ojos sin verlos besarse, no puedo dormir sin que en mis sueños aparezca la chica con el hacha clavada en lo alto de la cabeza. Me estoy volviendo loco, y quiero confesarme culpable de haber asesinado a aquella pareja de novios y de haber dado a los cerdos sus restos como comida.

1 comentario:

  1. La obsesión y la culpa no son buena compañía a la hora de cometer un crimen.
    Truculenta tu historia, Robe. Simple y retorcida.
    Te felicito.
    Saludos.

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