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domingo, 20 de octubre de 2013

Esos dichosos trabajos

Trabajar es maravilloso. Que digo maravilloso: un lujo hoy en día, por lo menos en España. Ayer un amigo me comentó “El otro día al salir del trabajo vi un unicornio” me quedé asombrado: una persona con trabajo. Según las estadísticas del Estado, cinco de cada diez personas en edad de trabajar son la mitad. A mí, sin ir más lejos, me ofrecieron un trabajo hace poco para hacer sondeos. No me lo tomé muy en serio cuando pregunté “¿Qué sondeos?” y me respondieron “Pues esas cosas largas con uñas que salen de las manos”.
Trabajar mola. Sobre todo, los trabajos en los que te pagan y te sientes realizado. Los médicos son los mejores. Les pagan por repetirte lo que lleva 30 años diciéndote tu madre: no fumes, no bebas, no vayas con mujeres de dudosa reputación… De dudosa reputación nada: nadie duda que son putas. Así, con todas las letras
Ser médico mola. Mola hasta que la cagas. Tú, reputado cirujano, entras en la habitación de tu paciente y exclamas: “Tengo una buena noticia, la amputación de su pene para el cambio de sexo ha sido todo un éxito”. “Pero… si yo venía a una operación de apendicitis”. “Ups. Entonces la noticia no es tan buena”. Te echan del hospital, del colegio de médicos y hasta del club de póker que te has montado con tus colegas.
Otro curro que mola es el de policía. Pasearte por ahí con una pistola, unas gafas de sol como las de las películas y un palillo masticado hasta que se convierte en un mazacote de astillas mojadas de saliva. Eres el cherif del pueblo. Hasta que empiezan los problemas de verdad.
La gente los confunde con una oficina de información. Tú, policía recién salido del horno, te destinan en la capital del país. 5 millones de habitantes y algún que otro perro. Te alquilas un piso cochambroso a compartir con otro compañero que está en tu misma situación y sabes ir de tu casa al trabajo y del trabajo a casa. El otro día conseguiste llegar hasta el super que está en la esquina sin perderte… Otra cosa fue el camino de vuelta que acabaste cogiendo el metro hasta la otra punta de la ciudad. Claro, bajo tierra no hay edificios con los que guiarte “Vivo al lado del Edificio España” pero bajo tierra eso no lo puedes decir, porque no se ven los edificios.
En fin, tú, novato sales tu primer día de patrulla con tu compañero novato y os preguntan por una calle. Pero no una calle cualquiera, no. Te preguntan por una calle que no sale ni en los mapas, no la localiza ni el google maps. Después de volverte loco mirando la guía, buscando en el móvil y hasta en el GPS, llega un abuelete y dice: “Sí, hombre, si esa es la que cruza Gran Vía paralela a Fuencarral. Es mu pequeña”. Le das las gracias al viejo, y le repites la información al ciudadano y cuando se va oyes como dice “Pues vaya mierda de policía, que no sabe ni las calles”. Ahí empiezas a pensar que tienes que empollarte bien el callejero si no quieres sufrir más bochornos como ese.
Entonces sucede lo que todo policía novato desea: una llamada de la central. Te llaman de la central y te dicen que se ha producido una pelea, que un hombre a pegado a otro y los viandantes lo tienen detenido. Tú piensas “Esto es pan comido. Llegamos, detenemos al tío, lo metemos al coche y la víctima que venga a denunciar”. Sin embargo, la realidad es bien distinta. Llegas, aparcas encima de la acera porque no tienes otro sitio, hablas con la víctima para conocer los hechos y procedes a detener al agresor. “Ahora tiene que venir a la comisaría a denunciar” Entonces comienza el caos. La víctima responde “No quiero denunciar. No quiero que lo detengan, sólo quiero que le den un susto” Varias frases se entrecruzan por tu cabeza:
“¡¡UUUUHHH!! ¿Así de susto o lo asustamos más?”
“Oiga, que no somos El Coco”.
El caso es que el susto te lo llevas tú cuando ves que la grúa se ha llevado el coche patrulla por estacionar encima de la acera.
Después del segundo ridículo del día, piensas en pedir el traslado a la oficina para recoger las denuncias. Te toca el turno de noche y de pronto te llega un ciudadano (varón) muy indignado a denunciar una estafa. Tú escuchas atentamente su relato: “Pues yo iba por esta calle, ¿sabe? Y entonces vi a un grupo de señoritas que estaban ejerciendo la prostitución. Yo no voy nunca de putas, no me gusta eso, pero me paré y solicité los servicios de una…”
“¿Y le pagó y no le prestó el servicio?”
“No. Peor aún.” Exclama él
“¿Le robó después de prestar el servicio?”
“No, no. Pues después de prestar el servicio vi que era un hombre.”
“Claro. Esa es una zona de prostitución de travestis. Los sabe todo el mundo.” Le respondes
“Pues me siento estafado. Quiero que me devuelva mi dinero y además denunciarle. Tenían que poner carteles que es una zona de travestis y no de señoritas”
Entonces piensas “A ver, alma de cántaro. ¿Y te das cuenta después? No ves que tiene nuez, que sus manos son más grandes que tu cabeza, ni que ¡estaba meando de pie! A ti sí que habría que denunciarte; pero por idiota.” Evidentemente, esto no se lo dices porque puedes perder tu trabajo y tu sueldo pagando costas judiciales por la denuncia que te pone.
Los bomberos no lo tienen mejor. Piensas que el trabajo de tu vida es ser bombero, y además se liga un montón. Con tu uniforme entalladito, entrenando en el gimnasio todos los días, salvando macizas de voraces incendios… ¡¡Y una polla como la manguera de un bombero!! No vas al gimnasio porque te vuelves un vago y total, la tripa es algo heredado de tu padre, que él heredo de su padre y éste del suyo. Las únicas llamadas a las que vas son para bajar gatos de árboles y lo más macizo que salvas es la dentadura de una octogenaria que se dejó la olla al fuego y casi quema el edificio en el que vive. Y ya lo peor es cuando te confunden con un cerrajero. Aunque para eso los bomberos tienen un as escondido en la manga.
Te llaman porque una persona se ha dejado las llaves dentro de su casa y no puede abrir la puerta. Los llamantes lo hacen con toda la picaresca española que hemos heredado en este país desde los tiempos del Lazarillo de Tormes. Lo que se les pasa por la cabeza es “Ya está, llamo a los bomberos y me ahorro los 300 euros del cerrajero”. Hartos de tanto mamoneo, el jefe de la dotación de bomberos, después de abrir la puerta… ¡ZAS! Minuta por valor de 500 euros por movilizar un servicio de emergencias sin motivo real de emergencia. Es como si llamas a una ambulancia para que te lleve a casa para ahorrarte el taxi.
Y qué decir de los cerrajeros. Que gran oficio el de cerrajero. Ya sólo por acudir a un servicio te cobran 300 euros de desplazamiento. Tú te encuentras frente a la puerta de tu casa sin poder entrar porque no tienes las llaves y llamas a un cerrajero. El tío llega y te dice “Señora, ha mirado bien en el bolso” y tú respondes toda digna “Pues claro, es el primer sitio en el que miré” y le tiendes el bolso para que lo compruebe por sí mismo. Entonces el tipo mete la mano en el bolso y al sacarla ¡TACHÁN! Un manojo de llaves entre las que está la de tu casa. 300 euros.
También se puede dar la situación que el tío no encuentre las llaves. Entonces coge una radiografía, la mete por el quicio de la puerta y ¡TACHAN! La puerta abierta. 300 euros.
Si lo último no funciona, el cerrajero coge una especie de taladro en miniatura y te destroza la cerradura y ¡TACHÁN! La puerta abierta y la cerradura inservible. 300 euros y otros 50 por una cerradura nueva.
El mágico cerrajero también tiene la opción de llamar al vecino de al lado y pedirle el duplicado de la llave que le diste hace años por si te pasaba lo que te está pasando. 300 euros.
Su primera opción, tras revolver tu bolso, es llamar al timbre por si hay alguien en casa. Entonces abre tu marido, tu esposa, tu padre, tu hermano o el perro y… ¡TACHAN! 300 euros. A lo que piensas “Hijo puta, eso lo podía hacer yo.” Sí, pero no lo has hecho.
Riiing. Riiing.
– Cerrajería ¿Dónde están las llaves?, matarile rile rile, ¿qué desea?
– Verá, he perdido las llaves y no puedo entrar a mi casa.
– Cobramos 300 euros por el desplazamiento.
– Pero si están en el local comercial del bajo de mi edificio.
– 300 euros por el desplazamiento aunque sea a pie.
– Cabrones, si es el primer piso y hay ascensor…
– 300 euros.
– Déjelo, que ya llamo a los bomberos que son gratis.

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