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jueves, 26 de febrero de 2015

El Segundo Advenimiento

“Cuando dos mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar.” Apocalipsis 20; 7 y 8.

24 de diciembre de 2013. Yusuf se encuentra solo en su cuarto. Se ha vestido con su mejor traje y enciende una videocámara que tiene anclada sobre un trípode. En la pequeña pantalla enfoca el sofá y pulsa el botón indicado con un círculo rojo y bajo el cual aparece la palabra inglesa REC. Después su propia imagen aparece en el visor y se sienta en el sofá. La escena ya está completa. Sin saber bien que decir, comienza a hablar.

A quién vea este video. Me llamo Yusuf y quiero confesar un crimen que cometí hace dieciocho años. El peor crimen que puede cometer una persona. Todo comenzó el 14 de diciembre del año 1995.
Yo, por aquel entonces, tenía veintiún años y era joven y necio. Sobre todo necio. Vivía con mi mujer Meryem, que era tan joven como yo y esperábamos un hijo. Habíamos acudido a las consultas médicas para saber que todo iba bien, pero nos negamos a conocer el sexo del bebé; queríamos que fuera una sorpresa. Teníamos algunos nombres pensados, pero los que más nos gustaban eran Isa para niño y Anwaar para niña. Mi mujer me dijo que una noche tuvo un sueño revelador y que en él aparecían aquellos dos nombres. Yo no creía mucho en aquello, pero los nombres me gustaron y a ella le hacía ilusión.
Meryem tenía que salir de cuentas alrededor del 25 de diciembre. Una fecha tan emblemática para los nosotros, que éramos cristianos y que para nuestros vecinos musulmanes no tenia mayor trascendencia. Vivíamos en Turquía y pertenecíamos a la minoría cristiana del país.
Aquel día, a falta de menos de dos semanas para el nacimiento de mi hijo, dos extraños personajes se presentaron en la fábrica de muebles en la que yo trabajaba y me pidieron un momento de atención, ya que tenían que decirme algo muy importante acerca del nacimiento de mi hijo. Al principio no les hice caso, pero cuando mencionaron el nombre de mi mujer y la fecha prevista para el parto me pudo la curiosidad y los acompañé a una tetería cercana. Una vez que tuvimos intimidad, comenzaron a hablar.
—Mi nombre es Alessandro Ferrara y soy teólogo, y mi acompañante es el doctor en arqueología James Croft —se presentó el más anciano de los dos—. Llevamos muchos años estudiando un hecho que se va a dar próximamente y que acabará con la humanidad, y todos los datos nos llevan hasta usted y el nacimiento de su hijo.
—¿Cómo dice? —No daba crédito a lo que oía. No me podía ver la cara, pero me imagino que tenía los ojos abiertos como platos y la mandíbula desencajada—. Está de broma, ¿verdad? No tengo ganas de perder el tiempo con ustedes.
Y amablemente me levanté de mi asiento y salí del local. Los dos hombres me siguieron casi a la carrera, pues mis pasos eran más ligeros que los suyos.
—Yusuf, tu hijo será el anticristo —me dijo el teólogo cuando me dio alcance. No lo había notado pero me sujetaba con fuerza por el brazo. Podría considerarse un acto amenazante. Di un fuerte tirón y me libré de su mano vieja y apergaminada.
Cuando llegué a mi hogar, mi esposa ya me esperaba con la cena sobre la mesa. Apenas hablé con ella y en cuanto acabé de cenar me acosté alegando que no me encontraba bien. Cuando Meryem se acostó, yo fingí estar dormido. No quería hablar de lo sucedido aquella tarde.
No conseguía conciliar el sueño y en los momentos que me vencía el cansancio y cerraba los ojos, horribles imágenes poblaban mi mente: edificios ardiendo, mujeres y niños cayendo en precipicios que no tenían fin, gigantes olas de barro que arrasaban todo lo que se encontraban a su paso y sobre todo personas muertas cuyas almas abandonaban los cuerpos en medio de un terrible sufrimiento.
Me desperté con un terrible dolor de cabeza y grandes ojeras. Meryem me insistió para que me quedara en casa y no fuera a trabajar, pero no quería tener que explicarle el porqué de mi situación. Le dije que me encontraba bien y que no se preocupara por mí.
Llegué a mi trabajo y allí me esperaban de nuevo aquellos dos hombres.
—Yusuf. Tenemos que hablar con usted. Es muy importante —comenzó a decirme el arqueólogo.
—Déjenme en paz —les pedí sin detenerme ni un instante.
Ocupé mi puesto en la cadena de fabricación, pero antes de media hora tuve que irme. Las imágenes que aquella noche me habían asaltado seguían rondando mi cabeza. Tenía que hablar con aquellos dos hombres y dejarles bien claro que yo no tenía nada que ver con lo que fuera que se traían entre manos. Como supuse, seguían en la puerta esperándome.
—Vayamos a un sitio tranquilo —les pedí antes de que ninguno pudiera decir nada.
—Nuestro apartamento será perfecto. Allí tenemos todos los datos para mostrarte y que nos creas.
Casi una hora después llegamos a un viejo edificio de apartamentos. Entramos en su vivienda y me quedé sorprendido al ver la cantidad de documentos que había sobre las camas, las mesas y pinchados en las paredes con alfileres.
—¿Qué quiere tomar? —me ofrecieron.
—Nada. Quiero que vayan al grano y me dejen en paz de una vez. Desde ayer que sembraron la idea de que mi hijo será el aniquilador de la humanidad, no han dejado de inundar mi mente imágenes horribles.
—Tenemos pruebas —comenzó el arqueólogo—. En mi última excavación en la frontera de este país, descubrí unos extraños manuscritos sobre la llegada del anticristo. —Desplegó un montón de folios sobre el suelo y continuó su relato—. Mira. Aquí dice que Satanás llegará al mundo mil años después de haberlo hecho nuestro salvador Jesucristo. Que será vencido y que mil años más tarde saldrá de su prisión para reunir a las naciones del mundo, Gog y Magog y entonces atacarán la tierra de Israel y el mal vencerá en el mundo.
—¿Gog y Magog? ¿Quiénes son esos? —quise saber.
—No son personas. Son lugares. Según nuestros estudios esos lugares bíblicos hacen referencia a las actuales Rusia y Turquía. En uno de esos países nacerá el hijo de Satanás y someterá a toda la humanidad. El caos y el terror imperarán en el mundo. En los documentos está escrito que en los albores del nuevo milenio tendría lugar el segundo advenimiento del demonio.
—Pero nosotros estamos aquí para impedirlo —intervino el teólogo.
—Para el cambio de siglo todavía faltan cuatro años. Vamos a entrar en 1996 y el milenio no cambia hasta el 2000
—Te equivocas. —El teólogo se quitó las gafas metálicas que llevaba y limpió cuidadosamente los cristales haciendo una pausa que me pareció eterna. Entonces tomó los mandos de la conversación—. El actual calendario por el que se rige el mundo es el calendario gregoriano, instaurado en el siglo XVI y tiene un desfase de cinco años. Al realizar los cálculos del nacimiento de Jesús se erraron en cuatro años, más otro adicional al no contar el año cero. Con lo cual nos situamos a 15 de diciembre de 2000 y no de 1995.
—Entonces el milenio ya ha empezado hace casi un año —protesté.
—Te equivocas de nuevo. El milenio son mil años, desde el año 1 al 1000 y del 1001 hasta el 2000; con lo cual el milenio empieza en el 2001, dentro de diecisiete días. Días antes nacerá el anticristo. Concretamente el día de Navidad.
—¿Cómo pueden estar tan seguros?
—El diablo siempre ha querido burlarse de Dios y de su creación y ha hecho todo como él pero a la inversa. Dios creó y él destruye. Dios deja al hombre a su libre albedrío y Satanás lo intenta llevar al lado de las tinieblas.
»Tu esposa y tú os llamáis como los padres de Jesús, y vais a tener un hijo en la misma fecha y le pondréis el mismo nombre. Claro está que tu esposa no es virgen como nuestra Santa Madre, pero seguro que ha recibido la visita de un ángel caído que le ha anunciado que va a ser la madre del hijo de Lucifer. Posiblemente no se lo haya planteado así, pero alguna señal habrá tenido.
—Bueno, un día me dijo que soñó con el nombre de nuestro hijo. Se llamarían Isa. Yo no creo en esas cosas, pero el nombre no me disgusta y a mi mujer le pareció bien seguir lo que le indicaba el sueño.
—Debí suponerlo; Isa es la forma árabe del nombre de Jesús. Otra prueba más de que estamos en lo cierto. Es la prueba definitiva. —Entonces el teólogo se acercó a la cama y cogió más papeles—. Mira, el mal está haciendo de las suyas antes de la llegada definitiva del hijo de Satanás: graves inundaciones en Corea del Norte a lo largo de todo el año que están desembocando en hambruna, los terremotos de Neftegorsk, Cali, Antofagasta y el que sufristeis aquí en Kobe, huracanes y los atentados de Madrid, Oklahoma y el del metro de Tokio… Son datos irrefutables de que la llegada de Satanás está próxima. Y necesitamos tu ayuda. Tú eres el encargado de acabar con la vida de tu hijo cuando nazca; igual que Dios encargó a Abraham acabar con la vida de su hijo, el Señor te pide que hagas el mismo sacrificio.
—¡Jamás! Sois unos chiflados —espeté justo antes de levantarme. Tiré todos los papeles que me encontré de camino al suelo y abandoné el apartamento dando un tremendo portazo.

Aquellos dos fanáticos de la religión y del fin del mundo me estuvieron siguiendo e intentando convencerme de que mi mujer llevaba al mismísimo hijo de Satanás en su vientre. También me aventuraron que mi hijo no nacería en un hospital, si no que lo haría a la intemperie, resguardado por alguna especie de portal, al igual que hizo Jesús.
Durante los días siguientes, tuve horribles pesadillas que no me dejaban dormir. A mi mujer le dije que eran los nervios de ser padre. Que estaba muy emocionado y que por eso no dormía en condiciones.
Por fin, la noche de Nochebuena mi mujer se puso de parto. A partir de ese día, los días de Navidad tendrían doble celebración en nuestra familia. Antes del ocaso le comenzaron las contracciones y pasada la media noche rompió aguas. Con calma cogimos todo lo que teníamos preparado para pasar unos días en el hospital, tal como nos había indicado la comadrona, y nos montamos en el coche.
Meryem respiraba rítmicamente y con pausa, como aprendió en las clases a las que asistió para el parto. Yo, mientras tanto, conducía más nervioso que cualquier otra cosa, pero con la precaución de no tener un accidente.
Entonces sucedió. En una calle despoblada, una rueda del coche se reventó y me hizo perder el control del vehículo. Tuve que dar varios volantazos hasta que chocamos con un muro y allí nos detuvimos. Mi esposa se golpeó en la cabeza y perdió el sentido durante unos minutos. Mientras intentaba sacarla del interior, escuché una voz a mis espaldas.
—Te ayudaremos. —Era el arqueólogo, que junto a su acompañante se encontraban allí. Habían ido siguiéndome desde que salí de mi casa—.Va a matar a su madre. Así como Jesús amó a su progenitora, tu hijo odia a la suya y acabará con ella. Tienes que matarlo con este puñal sagrado antes de que sea demasiado tarde. —Y me tendió un puñal con la hoja curva y extrañas filigranas en la empuñadura
—No lo permitiré. Mi mujer y mi hijo van a vivir los dos —respondí sin coger el arma.
Cuando sacamos a Meryem de mi coche, la trasladamos hasta el de los dos estudiosos del Apocalipsis. Intentaron una y otra vez poner en marcha el motor, pero todos los intentos fueron en vano.
La noche era fría y con el motor parado la calefacción del auto no funcionaba y mi esposa y el bebé, cuando saliera, necesitaban calor; por lo que decidimos cobijarnos en el portal de un edificio abandonado. Nada más tumbarla en el suelo, Meryem recuperó la consciencia debido a una nueva contracción.
—¡Ya está aquí! —gritó. No se había percatado de que no estábamos solos ni de que estábamos en un portal lejos del hospital.
El teólogo llegó con un par de mantas. No había notado que se había separado de nosotros.
—Toma. Las tenía en el coche. Nunca vienen mal unas mantas, por si acaso.
Con ellas tapamos a mi mujer e intentamos asistirla en el parto. No sabíamos como hacerlo, pero nos dejamos llevar por los instintos naturales.
Ella empujaba con todas sus fuerzas a la vez que gritaba. Cuando descansaba un instante para tomar aire de nuevo y empujar me decía llorando que la dolía como si la estuvieran arrancando las entrañas. Entonces otro empujón más y un nuevo grito. Aquel grito era diferente a los anteriores, no era de esfuerzo ni de un dolor físico normal. Era un grito desgarrador, como un aullido.
—¡¡¡AAAHHH!!! ME DUELE. SÁCAMELO. SÁCAMELO. ME ESTÁ MATANDO —gritaba mientras apretaba mi mano. La presión era tan fuerte que no podía soltarme. Si continuaba así me partiría los dedos.
Los gritos no cesaban y el dolor de mi mujer tampoco. Yo no podía ver lo que sucedía por allí abajo ya que Meryem me tenía cogida la mano con tal fuerza que no me dejaba separarme de su lado. Los dos eruditos se encontraban arrodillados entre sus piernas y parecía que tiraban de algo. De mi hijo.
—Empuje, que ya está acabando de salir —indicó el teólogo levantando un poco la cabeza.
—¡¡AAAHHH!! —El último grito de mi mujer me partió el alma al medio. Entonces la presión sobre mi mano se aflojó y pude separarme de ella e ir hacia el teólogo y su acompañante para ver a mi hijo.
—Ha matado a la madre —anunció el arqueólogo.
Yo supuse que el aflojarme la mano se debía a que ya no tenía que hacer esfuerzos para que saliese el bebé, pero aquel hombre estaba en lo cierto. Volví a colocarme a la altura de la cara de mi mujer; no respiraba. Le busqué le pulso pero fue inútil. Le hice la respiración artificial y el masaje cardíaco hasta que caí casi desfallecido. Todo fue en vano. Entonces, le presté atención al causante de aquella muerte. A mi hijo. Los dos eruditos estaban en lo cierto y aquella criatura era el hijo de Satanás y tenía que acabar con él.
—Dadme a ese hijo de puta que voy a matarlo y acabar con esto —les dije.
Para mi sorpresa, el arqueólogo tenía cogido al bebé y lo acunaba.
—Estábamos equivocados. No es el hijo de Satanás. Es una niña preciosa. Tantos estudios y horas de trabajo para nada. —El hombre me tendió a mi hija.
La cogí en mis brazos y dos emociones enfrentadas aparecieron en mi corazón. Una era el amor incondicional de un padre a su hija y otra el odio hacia el ser que me había arrebatado a mi esposa.
El arqueólogo y el teólogo se apartaron de nosotros varios pasos. Pude ver que el teólogo llevaba el puñal en la mano, pero no lo sostenía con gesto amenazante, si no con el fin de guardarlo en su funda.
Entonces la niña comenzó a llorar. Aquel llanto me comprimió el corazón. Un segundo después, el muro más cercano a los dos hombres que nos acompañaban se vino abajo aplastándolos. Varios disparos sonaron por la zona y una explosión se produjo en una fábrica nocturna que se encontraba a varias cuadras de distancia. Después la niña empezó a reír, aquella risa me trajo tal congoja que no podría describirla
—No puede ser verdad —murmuré a la vez que bajaba mi mirada al suelo con resignación. Allí vi el puñal del teólogo—. Tenían razón, Satanás se burla de la obra de Dios y la copia a la inversa. El Señor nos envió a su hijo para salvarnos y él nos envía a su hija para condenarnos.
No lo dudé un instante y coloqué a aquel bebé en el suelo, le quité la manta con la que lo habían tapado los estudiosos y levanté el cuchillo por encima de mi cabeza para acabar con la vida de la hija del demonio.

—Entonces cometí el mayor crimen imaginable —dijo Yusuf—. Han pasado dieciocho años y…
—¡Papá! —Se escuchó una voz juvenil proveniente de otra habitación de la casa—. Date prisa o llegaremos tarde. Una no cumple dieciocho años todos los días.
—Voy, Anwaar, hija mía. Han pasado dieciocho años y hoy quiero pedir perdón por cometer el crimen de condenar a la humanidad. Cuando aquella criatura me miró, no fui capaz de matarla.
»Nos cambiamos de ciudad y de país para alejarla (alejarme) de los recuerdos de la noche en que murió su madre. Hasta ahora solo ha provocado algún accidente cuando no se le concedía un capricho y se enfadaba. También provocó el tsunami de 2004, porque por su noveno cumpleaños no le regalé la mascota que tanto quería. Ahora, que está a punto de cumplir los dieciocho años, no sé qué sucederá, pero temo que libere toda la maldad que lleva en su interior. Hace dieciocho años no fui capaz de matarla y he condenado a la humanidad. Desde que nació, en mi familia hay una doble celebración: conmemoramos el nacimiento del hijo de Dio y de la hija de Satanás. Que el Señor me perdone.

1 comentario:

  1. BRAVO.
    En el pasado me tocó leer tu excelente relato armado en creencias y quizás mitologías. Capturante narrativa.
    Las mujeres cuando furiosas todas tienen un poco de Anticristo.

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