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miércoles, 19 de junio de 2013

Roberto en El Conventico (2)


     Roberto comenzó a correr hacia la parte en llamas pero la sombra que le había hablado, junto con otras seis, se interpusieron en su camino y le cortaron el camino. Intentó rodearlos, pero la velocidad a la que se movían era tal que le fue imposible; aquella velocidad era superior a la de cualquier ser vivo conocido. También optó por empujarlos y seguir corriendo a ayudar a sus amigos; al fin y al cabo el casi los obligó a ir allí aunque casi nadie quería. El empujón no dio resultado y la barrera de monjes apenas se inmutó.
     – Acompáñanos a rezar, sólo así podrás salvar tu alma y la suya– le dijo otro monje. O quizá era el mismo, eran todos iguales, imposibles de diferenciarse uno de otro.
     – No, no quiero ir con vosotros a ningún sitio. Hijos de puta, dejadme en paz. Quiero volver con mis amigos– clamó Roberto.
     – Está prohibido gritar. Al que grita se le corta la lengua– le informó un monje. ¿El mismo u otro? No importaba, él lo que quería era irse de allí, despertar de ese mal sueño.
     Sin saber cómo ni por qué, se vio metido en la capilla, de rodillas rezando oraciones que ni siquiera conocía. Para colmo, llevaba puesto un manto como aquel grupo de fantoches. De pronto, el silencio se hizo en la sala y un ser con un manto de otro color y visiblemente más lujoso entró en la estancia. Probablemente fuera el jefe de aquella panda de locos; en las películas siempre pasaba eso, el que más destacaba por su indumentaria era el jefe. Y así era allí también. El jefe levantó las manos y todos hicieron lo mismo.
     – Levantemos las manos hacia el Elegido– gritó un monje. Todos, que hacían lo que se les había ordenado, repitieron una oración del rezo anterior.
     Roberto también la repitió como todos, sin saber porqué; también, sin saber porqué, había levantado las manos hacia el Elegido. Al poco de estar allí con todos aquellos fanáticos, el Elegido recibió un animal (parecía un gato) vivo que él mismo se encargó de matar arrancándole las patas y la cola, luego le retorció el cuerpo hasta que le dio una vuelta entera (el desgraciado animal crujió como si de una rama seca se tratase) y para finalizar, le aplastó la cabeza con una sola mano cerrándola sobre sí misma. Aquel espectáculo fue horrible; a Roberto le dieron ganas de vomitar pero no consiguió hacerlo.
     – Como sabéis, hoy tenemos un nuevo hermano en nuestra hermandad. Hermano Sixtrel bienvenido a nuestra reunión– dijo el Elegido.
     Todos se giraron hacia Roberto y le dieron la bienvenida como hermano Sixtrel. Roberto, en un principio no sabía que se referían a él; él estaba allí porque le habían llevado a la fuerza. De ahí a unirse a ellos había un gran trecho que no pensaba recorrer nunca. Él sólo quería salir de allí con sus amigos; nada más, ¿acaso era tan difícil lo que pedía?

1 comentario:

  1. Esto se vuelve cada vez más desconcertante. El suspenso que creás es increíble. Te felicito, Robe.
    Saludos.

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