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martes, 23 de julio de 2013

Silvia en El Conventico (1)


     Köufar era un ser humano con cierta deformidad que los monjes consideraron como una bestia. Debido a su aislamiento no había aprendido a andar erguido totalmente ni a hablar; se comportaba como un salvaje. Estaba tan acostumbrado a la oscuridad que la mínima ráfaga de luz le dañaba.
     Cuando Köufar vio que la puerta se abría se arrinconó en una esquina para que no le diera nada de luz, y para que los monjes no le castigaran. Había intentado huir en varias ocasiones, pero al acercarse a la puerta la luz lo cegaba y los monjes lo apaleaban hasta que volvía al rincón en el que se refugiaba ahora. Las veces que había capturado a algún monje y lo había matado lo habían tenido castigado sin comer durante una semana; la primera vez casi se muere de hambre pero las otras dos vivió a base de los restos de los monjes y, cuando estos se le acabaron, de sus propios excrementos.
     La puerta se cerró de nuevo y distinguió un nuevo bocado para él. Estaba de suerte, comería carne humana fresca después de muchos años sin hacerlo; era su favorita, pero apenas se la daban. Al acercarse y ver que Silvia no se movía pensó que estaba muerta y la dejó allí. Nunca comía nada que no hubiera matado él mismo, era como un reflejo de supervivencia que había desarrollado con el paso del tiempo, tras una indigestión que cogió al comerse un gato muerto que le habían dado y que ya estaba en estado de descomposición.
      Silvia se había dormido la otra noche en la habitación con Laura; cuando entraron a por su compañera para el sacrificio le echaron por encima unos polvos narcóticos que la dormirían hasta varias horas después de la operación. Durante el tiempo que estuvo bajo los efectos del sedante soñó que la separaban de Laura y que a cada una le aplicaban una tortura distinta, pero que no sabría decir cual era. Aunque estaban muy separadas, ella podía oír los gritos de dolor de Laura y también podía sentirlo; Sin embargo, era incapaz de sentir su propio dolor. Veía cuchillos y tijeras de un tamaño descomunal que se movían con soltura por todo su cuerpo y sesgaban partes del mismo sin que ella pudiera hacer nada. Luego, de pronto, todo se puso oscuro y lo único que recordaría al despertar sería una criatura monstruosa. Nada más próximo a la realidad que lo que iba a ver al abrir los ojos.

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