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viernes, 28 de junio de 2013

Laura y Silvia en El Conventico (4)


     Durante aquella noche, tanto Laura como Silvia no consiguieron pegar ojo. Laura lo intentó en un par de ocasiones, pero cuando estaba a punto de conseguirlo una extraña imagen acudía a su mente y la arrancaba de los brazos de Morfeo. En aquella aterrorizadora imagen se podía ver a sí misma tumbada boca arriba en una especie de cama de madera, vestida de blanco y con muchas velas alrededor. Podía oír voces pero no era capaz de averiguar de dónde venían. De pronto, frente a ella veía uno de los monjes con un cuchillo muy raro, con curvas; el monje levantaba el cuchillo por encima de su cabeza. Cuando se disponía a bajarlo, tras la orden de otro monje que vestía de forma distinta a los demás, la capucha se apartaba y le dejaba ver el rostro de su ejecutor. Ese rostro no era otro que el de Roberto; pero no el del Roberto que ella conocía, si no que era el rostro de un ser que parecía que hubiera muerto hacía mucho tiempo, aún conservaba algunos rasgos de su amigo pero no era él, era como un zombi, como si se estuviera descomponiendo. Cuando veía la cara de aquel monstruo que se parecía a Roberto era cuando despertaba.
     Silvia no intentó siquiera dormir, pero en su mente también aparecía una pesadilla; aparecía el momento en el que el monje le arrancaba la lengua al gato. Esa imagen se repetía una y otra vez en su imaginación y no la dejaba pensar en otra cosa. Tenía miedo, no ya por lo que le pudiera pasar a ella, si no por lo que le pudiera pasar a Laura o al resto de sus amigos. Al final cayó rendida.

jueves, 27 de junio de 2013

Juan Cruz en El Conventico (4)


     Juan Cruz siguió escondido durante mucho tiempo. Horas; quizá era posible que llevara allí un día. Tenía mucha hambre. De pronto, se dio cuenta que estaba escondido cerca de unas tomateras, así que decidió que podía comer algún tomate. Cuando se acercó a la planta para coger uno de sus frutos, ésta se mostró ante sus ojos como una planta podrida y sin vida, con arañas y gusanos.
     Le dio tanto asco que retrocedió un par de pasos y casi cayó al suelo al pisar el terreno en malas condiciones donde se encontraba. Se quedó parado a ver si venía alguno de los monjes que lo hubiera oído trastabillar; pero nadie se acercó por allí.
      De pronto reparó en una cosa muy curiosa y espantosa a la vez: en todo el tiempo que llevaba allí escondido no había visto ni un solo rayo de sol; a él le había parecido que llevaba allí casi un día y ni un rayo de sol había aparecido en el cielo. Por Dios– pensó–; ¿en qué puto lugar estoy? No había sol, la realidad no era tal como la concebían sus ojos, sus amigos habían desaparecido, unos extraños monjes habitaban lo que un día él conoció como el Conventico.

miércoles, 26 de junio de 2013

Roberto en El Conventico (3)


     Roberto seguía rezando, sin saber porqué, cuando la voz de alarma se escuchó dentro de la capilla. ¿A que vendrían esos gritos?; ¿podría ser que sus amigos se hallasen en peligro?; pero... ¿quiénes eran sus amigos?
     El Elegido se puso en pie (desde que presentó a Roberto a la gran hermandad había estado sentado) para recibir a un monje que se había acercado a él. El monje le dijo algo al oído y el Elegido lo anunció al resto de los monjes que se hallaban allí.
     – Me acaban de informar que unos intrusos han entrado en nuestro recinto y han alborotado a la comunidad. Por suerte ya los hemos capturado. También quiero anunciar que mañana es el día de nuestra Gran Fiesta. Sacrificaremos a una virgen al Todopoderoso.
     Todos los monjes emitieron una oración de agradecimiento al Elegido.
     Roberto también emitió dicha oración. De pronto se fijo de nuevo en que iba vestido de pies a cabeza con el manto que llevaban los monjes. ¿Cómo era posible que tuviera el manto aquel si él no se lo había puesto? Estaban pasando unas cosas muy raras; y encima al día siguiente iban a sacrificar a una virgen. Esos tipos eran unos asesinos a la antigua usanza, con la excusa de su Dios violan y matan a niñas y jóvenes inocentes cuyo único pecado era ser virgen.
     – Y como bienvenida, el maestro de ceremonias de mañana será el hermano Sixtrel– anunció el Elegido.
     Al rato, todos los monjes del Conventico se retiraron a sus habitaciones, tanto los de la capilla como los del edificio principal. Roberto se retiró con ellos a una habitación cercana a la cocina. ¿Cómo era posible que entraran tantos monjes en un sitio tan pequeño como era el Conventico? Antes de quedarse dormido por la mente de Roberto pasaron muchas preguntas; algunas de ellas ya se le habían pasado antes por la cabeza pero otras no. Una de las más importantes fue ¿cómo era posible que el Conventico estuviera en perfectas condiciones si él mismo había visto hace unas pocas horas como ardía? Dándole vueltas a esa pregunta en su cabeza se quedó dormido.

martes, 25 de junio de 2013

Juan Cruz en El Conventico (3)


     Juan Cruz iba de camino hacia la capilla cuando escuchó una voz de alarma que venía de la parte principal, la que él acababa de abandonar. Se giró y vio mucho movimiento en dicho edificio, se dio la vuelta de nuevo y vio salir a algunos monjes de la capilla. Al verse en peligro decidió esconderse y el mejor sitio que encontró para hacerlo fueron unas matas de tomates que se encontraban a su derecha. Desde allí podía observar a los monjes que habían salido de la capilla pero ellos no lo verían a él.
     Antes de llegar al edificio principal se dieron la vuelta y volvieron a la capilla. Mientras que los monjes habían ido hacia la parte principal los rezos no habían cesado; incluso se habían incrementado. ¿Por qué rezarían a aquellas horas de la noche? Sin duda este era el sueño más raro que había tenido nunca.

lunes, 24 de junio de 2013

Laura y Silvia en El Conventico (3)


     Laura y Silvia se encontraban en la habitación de enfrente a Dani y Fernando pero ni pudieron ver que los metían allí ni podían oírlos. Silvia seguía pensando en cómo les podía haber pasado aquello. Todo por culpa de Roberto, Dani y Juan Cruz. Aunque la culpa también había sido suya por hacerlos caso; ya eran mayorcitas para tomar sus decisiones y habían tomado la decisión de ir con ellos. De pronto comenzó a llorar. ¿Por qué ellos? ¿Qué habían hecho para merecer tal castigo? ¿Qué habría sido de sus amigos? ¿Estarían a salvo? Ojalá que sí.
     Laura intentó consolar a Silvia sin resultado positivo. ¿Cómo podía consolar a una persona a la que le habían cortado la lengua? Pero como lo habrían hecho sin que ella los viera; la habrían dormido o algo así y por eso no los vio torturar a su prima. Posiblemente le dio un shock al ver al monje con la vela y se quedó allí varias horas sin enterarse de lo que pasaba. Pero Silvia también se había mostrado sorprendida al emitir el vómito de sangre cuando quiso hablar. ¿Qué coño estaba sucediendo allí? Daría lo que fuera por estar en su casa durmiendo y no allí. ¿Por qué no se habían ido a casa y habían dejado que los chicos se hubieran ido a Santibáñez como querían?

viernes, 21 de junio de 2013

Juan Cruz en El Conventico (2)


     Juan Cruz había ido al piso de abajo por unas escaleras en perfectas condiciones. De pronto las cochambrosas escaleras del Conventico se habían convertido en las mismas escaleras pero nuevas. La planta baja también había sido remodelada. Escuchó un ruido bajo las escaleras; allí se encontraba la cocina. Abrió la puerta y se introdujo en ella. No se veía nada. El ruido del pasador de la puerta le alertó de que alguien iba a entrar, al verse acorralado se escondió en un armario que allí había. Un monje entró en la cocina y cogió un trozo de pan que se encontraba en la encimera. En el instante en el que el monje se disponía a abandonar la cocina un gato se cruzó delante de él. Desde su escondite en el armario Juan Cruz pudo ver como el monje cogía al gato y primero le aplastaba la cabeza sobre la pared y luego lo despellejaba y lo colgaba bocabajo de las patas traseras para que se aireara, como los conejos.
     – Tú servirás para la cena de mañana– le dijo el monje al gato. Luego soltó una carcajada antes de salir.
     Pocos minutos después salió Juan Cruz, primero del armario y luego de la cocina. Miró hacia la entrada principal y se hallaba cerrada por una gran puerta. Su cierre debía de haber sido el golpe sordo que escucharon al entrar y atribuyeron a los que se habían ido al Dumper. Se dio la vuelta y vio la capilla del patio iluminada, con un monje custodiando la entrada; unos lejanos rezos le llegaron desde allí. Decidió acercarse porque hacia allí había visto que iba su amigo Roberto

jueves, 20 de junio de 2013

Fer y Dani en El Conventico (2)


     – Socorro. Esa fiera nos quiere atacar– les dijo Fernando a los monjes que estaban allí.
     – Está prohibido subir a la buhardilla. ¿Cómo habéis conseguido la llave del candado?– preguntó uno de los cuatro monjes.
     – ¿Qué candado?– preguntó atónito Dani.
     – No te hagas el tonto– le dijo otro monje–. La buhardilla está cerrada con candado para que nadie pueda entrar ni salir.
     – Para que no pueda salir esa cosa querrá decir ¿verdad?– interrumpió Fernando.
     El monje le soltó una bofetada que tiró a Fernando al suelo. A Dani no le pareció que el golpe hubiera sido tan fuerte como para tirar a su amigo, pero no podía asegurar nada. Entre los cuatro monjes cogieron a los dos amigos y los bajaron de allí.
     – Esto lo vais a pagar caro– les dijo un monje a la vez que cerraba un antiguo candado que atrancaba la puerta que daba a las escaleras.
     Dicha puerta no existía cuando ellos subieron, como tampoco existía el candado. ¿Qué estaba sucediendo allí? Aquel lugar donde se encontraban no era el Conventico; al menos no el que ellos conocían. Sus paredes estaban en perfecto estado y en cada habitación había una puerta y tenía las cuatro paredes y el techo. Era como si hubieran vuelto al pasado, pero eso era imposible. Nadie podía hacer viajes en el tiempo; y menos espontáneamente, como ellos. Es posible que sea sólo un sueño- pensó Dani, pero si no era así, ¿qué les habría pasado a sus amigos? Los llevaron a la sala principal del segundo piso, donde se había quedado Juan Cruz. Pero ahora no estaba allí; ¿lo habrían atrapado a él también?, ¿habría huido a tiempo? Ojalá fuera así, y que volviera con gente suficiente y los pudieran sacar de allí a todos a salvo.
     El monje que había golpeado a Fernando se encaminó hacia la escalera que bajaba a la planta baja, donde supuestamente estaban Laura, Silvia y Roberto. Tenían que avisarlos como fuera. Ahora sólo estaban tres monjes custodiándolos, era su oportunidad de librarse de ellos, buscar a sus amigos y huir de allí para siempre. Maldita la hora en que se nos ocurrió venir al puto Conventico- pensó Dani. Fernando estaba con un solo monje y Dani con dos. Se miraron a los ojos y sin decirse nada ya sabían lo que pensaba el otro. Ambos empujaron a sus captores con todas sus fuerzas; estos apenas se movieron pero Fernando y Dani consiguieron librarse de las ataduras de aquellos fuertes brazos y bajar por las escaleras.
     – Alarma, alarma. Intrusos. Intrusos en la escalera– gritó uno de los monjes que se habían quedado custodiando a los dos amigos.
     A los gritos le siguió una salida masiva de monjes de las habitaciones. Todos con el manto y con una vela en la mano. Cuando Fernando y Dani acabaron de bajar las escaleras un grupo de monjes los esperaba. Intentaron dar la vuelta para volver a subir y, aunque fuera, saltar por la ventana pero por detrás también les habían cerrado el paso. Estaban rodeados, no tenían escapatoria, no podían enfrentarse a tanta gente ellos dos solos. Sin darles tiempo a nada, varios monjes se les echaron encima y los ataron con cuerdas gruesas. Como las que usa mi abuela- pensó Dani. Los bajaron a la planta baja y allí los encerraron en una habitación del fondo del lado derecho según se entra al edificio; la habitación daba directamente al patio del Conventico.
     La habitación no tenía absolutamente nada, ni una mesa ni una silla ni una cama; nada de nada. En la pared que daba a la calle había una ventana pero estaba rejada y, además, en la calle había muchos monjes haciendo guardia alrededor del Conventico. Nunca lograrían escapar de allí sin ayuda de sus amigos. A no ser que sus amigos estuvieran también en su misma situación
     – Aquí os quedaréis hasta que el Elegido decida qué hacer con vosotros– comentó el monje que había pegado a Fernando (o era otro monje, la verdad es que eran todos iguales y no sabrían diferenciarlos).
     El Elegido; ¿quién sería el Elegido? A Fernando aquello le recordó a las películas y series donde sale una secta satánica que tiene un líder y que sacrifica vírgenes a su Dios. ¡¿Vírgenes?! Fernando miró a Dani y gritó:
     – Laura y Silvia están en peligro. Espero equivocarme pero es probable que las sacrifiquen.
     – ¿Qué?– le preguntó Dani extrañado.
     Entonces Fernando le contó lo que pensaba que podía ocurrir.

miércoles, 19 de junio de 2013

Roberto en El Conventico (2)


     Roberto comenzó a correr hacia la parte en llamas pero la sombra que le había hablado, junto con otras seis, se interpusieron en su camino y le cortaron el camino. Intentó rodearlos, pero la velocidad a la que se movían era tal que le fue imposible; aquella velocidad era superior a la de cualquier ser vivo conocido. También optó por empujarlos y seguir corriendo a ayudar a sus amigos; al fin y al cabo el casi los obligó a ir allí aunque casi nadie quería. El empujón no dio resultado y la barrera de monjes apenas se inmutó.
     – Acompáñanos a rezar, sólo así podrás salvar tu alma y la suya– le dijo otro monje. O quizá era el mismo, eran todos iguales, imposibles de diferenciarse uno de otro.
     – No, no quiero ir con vosotros a ningún sitio. Hijos de puta, dejadme en paz. Quiero volver con mis amigos– clamó Roberto.
     – Está prohibido gritar. Al que grita se le corta la lengua– le informó un monje. ¿El mismo u otro? No importaba, él lo que quería era irse de allí, despertar de ese mal sueño.
     Sin saber cómo ni por qué, se vio metido en la capilla, de rodillas rezando oraciones que ni siquiera conocía. Para colmo, llevaba puesto un manto como aquel grupo de fantoches. De pronto, el silencio se hizo en la sala y un ser con un manto de otro color y visiblemente más lujoso entró en la estancia. Probablemente fuera el jefe de aquella panda de locos; en las películas siempre pasaba eso, el que más destacaba por su indumentaria era el jefe. Y así era allí también. El jefe levantó las manos y todos hicieron lo mismo.
     – Levantemos las manos hacia el Elegido– gritó un monje. Todos, que hacían lo que se les había ordenado, repitieron una oración del rezo anterior.
     Roberto también la repitió como todos, sin saber porqué; también, sin saber porqué, había levantado las manos hacia el Elegido. Al poco de estar allí con todos aquellos fanáticos, el Elegido recibió un animal (parecía un gato) vivo que él mismo se encargó de matar arrancándole las patas y la cola, luego le retorció el cuerpo hasta que le dio una vuelta entera (el desgraciado animal crujió como si de una rama seca se tratase) y para finalizar, le aplastó la cabeza con una sola mano cerrándola sobre sí misma. Aquel espectáculo fue horrible; a Roberto le dieron ganas de vomitar pero no consiguió hacerlo.
     – Como sabéis, hoy tenemos un nuevo hermano en nuestra hermandad. Hermano Sixtrel bienvenido a nuestra reunión– dijo el Elegido.
     Todos se giraron hacia Roberto y le dieron la bienvenida como hermano Sixtrel. Roberto, en un principio no sabía que se referían a él; él estaba allí porque le habían llevado a la fuerza. De ahí a unirse a ellos había un gran trecho que no pensaba recorrer nunca. Él sólo quería salir de allí con sus amigos; nada más, ¿acaso era tan difícil lo que pedía?

martes, 18 de junio de 2013

Laura y Silvia en El Conventico (2)


     Otra bocanada de sangre salió de la boca de Silvia cuando intentó gritar de... ¿dolor? De la boca de Laura sí que salió un grito de horror ante aquella visión. De nuevo el monje salió de su cuarto con la vela en la mano.
     – ¿No os he dicho ya que no se puede gritar a estas horas de la noche? ¿Quieres que te cortemos la lengua como a tu amiga?
     La lengua. Le habían cortado la lengua a Silvia por gritar. Pero... ¿cuándo?, si ella no lo había visto y había estado allí en todo momento. ¿O no? A Silvia le cuadraban las cosas menos que a Laura; ¿cómo le habían podido cortar la lengua sin que se enterase? Ella había visto como cuando salió el monje, cogió a un gato y le arrancó, primero, la lengua y luego las cuatro patas dejando como resultado un amasijo de pelo y sangre realmente asqueroso, por eso se había puesto a llorar. Pero de ahí a que le hubieran cortado la lengua. ¿Acaso habrían hecho una especie de embrujo a través del gato para que lo sufriera ella?; si era así entonces ¿por qué aún conservaba los brazos y las piernas?

lunes, 17 de junio de 2013

Juan Cruz en El Conventico


     Juan Cruz comenzó a dar paseos por la habitación más grande del primer piso. En uno de los paseos llegó hasta la ventana que daba al patio interior y vio a Roberto acercarse a la capilla que allí se encontraba; lo llamó un par de veces pero éste no le oía. Decidió seguir con sus paseos hasta que bajaran Fernando y Dani de allí arriba. No entendía cómo podían estar tanto tiempo allá arriba si no había nada; él había subido con su hermana y una amiga unos meses antes y sólo había polvo y suciedad.
      En otro de sus paseos se encontró de frente a la ventana que daba a la calle. Vio (o le pareció ver) un grupo de personas agrupadas en torno al Conventico. Decidió asomarse y, en efecto, el Conventico estaba custodiado por un ejército de monjes. Mejor dicho, eran un grupo de mantos con forma humana, porque lo único que se distinguía eran los mantos; no se veía una pizca de humanidad. Todos ellos estaban dispuestos en forma de círculo alrededor del edificio y con una antorcha de la altura de un hombre en la mano izquierda y otro objeto en la derecha; ¿qué era?, ¿un rosario? Podría ser.

viernes, 14 de junio de 2013

Fer y Dani en El Conventico


     Fernando, Dani y Juan Cruz estaban subiendo al piso de arriba con mucho cuidado porque las escaleras eran una trampa mortal. Faltaban varios peldaños y los que había no eran muy seguros que digamos. Cuando llegaron al descansillo, escucharon unas risas y unos pasos. Pensaron que eran los que estaban buscando y apretaron el paso para cogerlos cuanto antes y devolverles el susto. Llegaron a la segunda planta y, primero registraron la zona de la derecha según subían porque era la más cercana, y si estaban por allí los cogerían y si estaban en el otro lado tendrían la salida vigilada, sin embargo, si empezaban por la otra zona y estaban a la derecha se podían escapar.
     En aquellas dos habitaciones no había nadie, así que pasaron a la zona izquierda. En la habitación central (que era la más grande) tampoco estaban. Miraron en las otras, pero allí tampoco estaban. No se percataron de que la pared de la última habitación estaba en su lugar y no derruida como debía de estar, porque hacía varias décadas que se había caído. Se dieron la vuelta y entraron en una habitación, que realmente no era tal sino que era la entrada a otras escaleras que daban a la buhardilla. Esas escaleras estaban en mejor estado que las que llevaban del bajo al primero; ¿cómo era posible?, quizás porque casi nadie subía allí arriba y sí a la primera planta. De nuevo volvieron a escuchar risas.
     – Estos cabrones están arriba– les dijo Fernando a sus dos amigos.
     – Pues vamos– apoyó Dani.
     – Yo no subo ahí ni de coña. Yo me vuelvo abajo con estos u os espero aquí pero yo ahí no subo. Está lleno de mierda– se echó atrás Juan Cruz.
     – Como quieras. Fer, vamos.
     Dani y Fernando subieron con mucho cuidado porque, aunque la escalera estaba en buenas condiciones, sonaba mucho a podrido. Llegaron arriba, abrieron otra puerta y echaron un ojo al panorama que se divisaba desde su posición; apenas se veía unos pasos por delante de ellos y sólo se distinguían siluetas de objetos. Un infernal olor llegó a su pituitaria. Dani, que iba el primero, se tuvo que girar y estuvo a punto de vomitar del asco que le dio aquel olor. Fernando miró con curiosidad la razón por la cual su amigo había estado a punto de vomitar. Ante ellos y por todo el suelo se extendían cabezas y entrañas de animales e incluso, podría haber restos humanos. Al fondo se distinguía una gran silueta que emitía unos extraños gruñidos como si estuviera...
     – Joder, Dani, que se lo está comiendo– aseguró Fernando con el vómito a dos pasos de salir despedido de su boca.
     La figura emitió otro de sus gruñidos y salió corriendo hacia ellos. Ambos se giraron para huir pero varias sombras como las que habían visto en el campo del fútbol o por el camino custodiaban la puerta de entrada a la buhardilla.

jueves, 13 de junio de 2013

Roberto en El Conventico


De pronto, sin darse cuenta, estaban mirando todos a la fachada principal del Conventico. Silvia fue la primera en darse cuenta que la sombra que habían visto antes estaba en el segundo piso, asomada a una de las ventanas. Sin saber la razón que los impulsaba a hacerlo todos entraron en el Conventico. Cuando estuvieron los seis dentro sonó el ruido de una gran puerta al cerrarse, una puerta tan grande como la del Conventico; pero el Conventico llevaba sin puerta muchísimos años.
Todos se sobresaltaron al oír el golpe; nadie sabía de dónde había salido pero enseguida se hicieron especulaciones al respecto. Juan Cruz dijo que había sido alguna madera o piedra o algo por el estilo que se había caído. Dani pensó que eran Manolo, Miguel y los demás que habían ido al Dumper, que se fueron hasta allí y que al verlos decidieron gastarles una pequeña broma. Fernando apoyó a Dani y decidió ir a buscarlos. Roberto dijo que no eran ellos porque si no hubieran oído más ruido, risas o algo por el estilo. Laura le dio la razón. Dani, Juan Cruz y Fernando subieron al piso de arriba en busca de los demás para devolverles la broma pero con alguna que otra colleja; Roberto se negó y dijo que él no se movía de allí. Laura y Silvia decidieron meterse en alguna de las habitaciones para leer las firmas y firmar si encontraban un trozo de tabla y lo quemaban con el mechero.
Cuando se quedó solo, Roberto se encendió un cigarro y comenzó a andar por la entrada en pequeños paseos de ida y vuelta. En uno de ellos que lo alejaban de la puerta y lo acercaban al patio interior vio un grupo de sombras como la que habían visto antes dirigiéndose hacia la capilla que allí se encontraba; un lejano sonido de campanas repicando llegó a sus oídos. Movido por la curiosidad se acercó a la capilla. Las sombras venían de la nada y se metían por la pequeña puerta. Cuando estuvo a dos pasos pudo distinguir una forma humana cubierta por una especie de manto gigante como el que usan los frailes o las monjas, con su capuchón, que les cubría de pies a cabeza. No le podía ver la cara a ninguna de las sombras ya que llevaban todas echado el capuchón. Le dio las últimas caladas al cigarro y se acercó aún más a la puerta de la capilla que estaba custodiada por una de las siluetas.
No sabía por qué, pero había una fuerza extraña que le obligaba a acercase cada vez más a la puerta, y a traspasarla. Miró hacia el interior; lo que vio se le quedó grabado en sus retinas para resto de su vida. Cerca de unas cien sombras allí metidas arrodillas con las manos juntas a la altura del pecho en posición de rezo y emitiendo un murmullo inaudible.
– Pasa. Sólo aquí estaremos a salvo– le dijo la sombra con una voz que parecía que venía de más allá de la nada; a la vez que con una mano (o lo que hubiese debajo de aquel vestido raro) le señalaba el edificio principal del Conventico.
Roberto se giró muy lentamente sin ni siquiera imaginar lo que iba a ver y pensando en que todo era un mal sueño. Eso era, una pesadilla causada por los botijos que se había tomado; había vuelto a casa se había acostado y estaba soñando. Al girarse vio la parte principal ardiendo, gritos de angustia y dolor provenían del interior; ¿serían de sus amigos? Intentó correr hacia allí pero no pudo, una fuerza lo retenía en la entrada a la capilla.
– No puedes hacer nada por ellos; sólo rezar por sus almas. Que cada cual llore a sus muertos.


miércoles, 12 de junio de 2013

Laura y Silvia en El Conventico


Laura y Silvia estaban en busca de un trozo de madera para quemarlo y pintar sobre alguna pared. Cuando lo encontraron se dieron cuenta que no tenían mechero. Pensaron en pedírselo a Roberto, ya que era el que más cerca estaba de ellas. Salieron de la habitación en la que se encontraban y llegaron al pasillo; al final del mismo vieron a Roberto paseando. Silvia le llamo pero no la oía; entonces decidieron acercarse. Cuando comenzaron a andar vieron que Roberto salía hacia la parte de atrás; Silvia volvió a gritar su nombre pero él seguía sin oírla.
De pronto, una vela tras ellas iluminó el pasillo y se escuchó una puerta cerrarse. El pasillo en el que estaban no era el mismo en que habían estado apenas unos minutos antes. Era un pasillo relativamente nuevo en comparación con el otro, con las paredes enteras y sin pintadas. Cuando se dieron cuenta, se giraron a ver de dónde venía la luz que las iluminaba. Según giraban sobre sus talones una voz les dio una orden.
– Ssshhh!!! No sabéis que está prohibido chillar a estas horas de la noche– lo que iluminaba el pasillo era una vela y lo que la sujetaba era la sombra que habían visto en la Calea y poco antes de llegar allí. Iba vestida con un hábito de monje ermitaño o algo por el estilo. Le cubría de arriba abajo y para rematar, una enorme capucha le tapaba la cabeza y la cara. Las dos chicas no podían ver nada del cuerpo de aquel personaje, el hábito lo tapaba todo.
¿Dónde estaban?, ¿cómo habían llegado allí?, ¿quién era aquel tipo? Eran tantas las preguntas que se agolpaban en la cabeza de Laura que le empezó a doler intensamente; en ella daban vueltas los botellines de cerveza, los cigarros, una sombra, un ruido de una puerta y una vela; los botellines de cerveza, los cigarros, una sombra, un ruido de una puerta y una vela. Así una y otra y otra vez. Laura miró a Silvia y la vio acuclillada en el suelo llorando con la cara entre las manos. La llamó; cuando levantó la cabeza estaba pálida como un muerto y con unas ojeras increíbles. ¿Cómo era posible que estuviera tan pálida y con esas ojeras?, ¿cuánto tiempo habría estado llorando? Laura miró su reloj y vio que se encontraba parado en las 18:07 del día 31 de Mayo. ¿Cómo era posible? Le última vez que lo miró eran las 0:10 de una madrugada de jueves a viernes de Agosto del año 2001.
– Silvia. Silvia– llamó a su prima–. ¿Estás bien?
Silvia miró a los ojos de Laura. ¿Por qué estaba tan tranquila?, ¿acaso no había visto lo que ella? Pero era imposible que no lo hubiera visto, si ocurrió delante de sus narices. Además, llevaba cerca de dos horas (por lo que pudo calcular ya que su reloj no funcionaba) sin moverse siquiera desde que sucediera aquello. No quería ni pensar en eso. Por Dios Santo, nunca había visto nada más horrible y ojalá nunca lo hubiera tenido que ver. Por un instante pensó que las siguientes serían ellas, pero el personaje del manto desapareció tan misteriosamente como había llegado.
– No, no estoy bien. ¿No has visto lo que ha pasado?
– Silvia dime algo. Me estás asustando.
– ¿Qué quieres que te diga? Ya te estoy diciendo que no estoy bien.
– Silvia, por favor dime algo. Socorro. Fernando. Dani. ¡¡Socorro!!
Laura. Te estoy hablando. ¿Qué pasa que no me oyes?
Laura estaba llorando a la vez que zarandeaba a Silvia para que la hablara. De pronto Silvia abrió la boca muy despacio. Iba a decirle algo. Eso es, Silvia; despacio, poco a poco, dime lo que te pasa–pensó Laura. Pero de su boca no salió ningún tipo de sonido legible, si no una especie de gorjeo y una bocanada de sangre. Las dos se quedaron atónitas.