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viernes, 14 de junio de 2013

Fer y Dani en El Conventico


     Fernando, Dani y Juan Cruz estaban subiendo al piso de arriba con mucho cuidado porque las escaleras eran una trampa mortal. Faltaban varios peldaños y los que había no eran muy seguros que digamos. Cuando llegaron al descansillo, escucharon unas risas y unos pasos. Pensaron que eran los que estaban buscando y apretaron el paso para cogerlos cuanto antes y devolverles el susto. Llegaron a la segunda planta y, primero registraron la zona de la derecha según subían porque era la más cercana, y si estaban por allí los cogerían y si estaban en el otro lado tendrían la salida vigilada, sin embargo, si empezaban por la otra zona y estaban a la derecha se podían escapar.
     En aquellas dos habitaciones no había nadie, así que pasaron a la zona izquierda. En la habitación central (que era la más grande) tampoco estaban. Miraron en las otras, pero allí tampoco estaban. No se percataron de que la pared de la última habitación estaba en su lugar y no derruida como debía de estar, porque hacía varias décadas que se había caído. Se dieron la vuelta y entraron en una habitación, que realmente no era tal sino que era la entrada a otras escaleras que daban a la buhardilla. Esas escaleras estaban en mejor estado que las que llevaban del bajo al primero; ¿cómo era posible?, quizás porque casi nadie subía allí arriba y sí a la primera planta. De nuevo volvieron a escuchar risas.
     – Estos cabrones están arriba– les dijo Fernando a sus dos amigos.
     – Pues vamos– apoyó Dani.
     – Yo no subo ahí ni de coña. Yo me vuelvo abajo con estos u os espero aquí pero yo ahí no subo. Está lleno de mierda– se echó atrás Juan Cruz.
     – Como quieras. Fer, vamos.
     Dani y Fernando subieron con mucho cuidado porque, aunque la escalera estaba en buenas condiciones, sonaba mucho a podrido. Llegaron arriba, abrieron otra puerta y echaron un ojo al panorama que se divisaba desde su posición; apenas se veía unos pasos por delante de ellos y sólo se distinguían siluetas de objetos. Un infernal olor llegó a su pituitaria. Dani, que iba el primero, se tuvo que girar y estuvo a punto de vomitar del asco que le dio aquel olor. Fernando miró con curiosidad la razón por la cual su amigo había estado a punto de vomitar. Ante ellos y por todo el suelo se extendían cabezas y entrañas de animales e incluso, podría haber restos humanos. Al fondo se distinguía una gran silueta que emitía unos extraños gruñidos como si estuviera...
     – Joder, Dani, que se lo está comiendo– aseguró Fernando con el vómito a dos pasos de salir despedido de su boca.
     La figura emitió otro de sus gruñidos y salió corriendo hacia ellos. Ambos se giraron para huir pero varias sombras como las que habían visto en el campo del fútbol o por el camino custodiaban la puerta de entrada a la buhardilla.

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