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miércoles, 12 de junio de 2013

Laura y Silvia en El Conventico


Laura y Silvia estaban en busca de un trozo de madera para quemarlo y pintar sobre alguna pared. Cuando lo encontraron se dieron cuenta que no tenían mechero. Pensaron en pedírselo a Roberto, ya que era el que más cerca estaba de ellas. Salieron de la habitación en la que se encontraban y llegaron al pasillo; al final del mismo vieron a Roberto paseando. Silvia le llamo pero no la oía; entonces decidieron acercarse. Cuando comenzaron a andar vieron que Roberto salía hacia la parte de atrás; Silvia volvió a gritar su nombre pero él seguía sin oírla.
De pronto, una vela tras ellas iluminó el pasillo y se escuchó una puerta cerrarse. El pasillo en el que estaban no era el mismo en que habían estado apenas unos minutos antes. Era un pasillo relativamente nuevo en comparación con el otro, con las paredes enteras y sin pintadas. Cuando se dieron cuenta, se giraron a ver de dónde venía la luz que las iluminaba. Según giraban sobre sus talones una voz les dio una orden.
– Ssshhh!!! No sabéis que está prohibido chillar a estas horas de la noche– lo que iluminaba el pasillo era una vela y lo que la sujetaba era la sombra que habían visto en la Calea y poco antes de llegar allí. Iba vestida con un hábito de monje ermitaño o algo por el estilo. Le cubría de arriba abajo y para rematar, una enorme capucha le tapaba la cabeza y la cara. Las dos chicas no podían ver nada del cuerpo de aquel personaje, el hábito lo tapaba todo.
¿Dónde estaban?, ¿cómo habían llegado allí?, ¿quién era aquel tipo? Eran tantas las preguntas que se agolpaban en la cabeza de Laura que le empezó a doler intensamente; en ella daban vueltas los botellines de cerveza, los cigarros, una sombra, un ruido de una puerta y una vela; los botellines de cerveza, los cigarros, una sombra, un ruido de una puerta y una vela. Así una y otra y otra vez. Laura miró a Silvia y la vio acuclillada en el suelo llorando con la cara entre las manos. La llamó; cuando levantó la cabeza estaba pálida como un muerto y con unas ojeras increíbles. ¿Cómo era posible que estuviera tan pálida y con esas ojeras?, ¿cuánto tiempo habría estado llorando? Laura miró su reloj y vio que se encontraba parado en las 18:07 del día 31 de Mayo. ¿Cómo era posible? Le última vez que lo miró eran las 0:10 de una madrugada de jueves a viernes de Agosto del año 2001.
– Silvia. Silvia– llamó a su prima–. ¿Estás bien?
Silvia miró a los ojos de Laura. ¿Por qué estaba tan tranquila?, ¿acaso no había visto lo que ella? Pero era imposible que no lo hubiera visto, si ocurrió delante de sus narices. Además, llevaba cerca de dos horas (por lo que pudo calcular ya que su reloj no funcionaba) sin moverse siquiera desde que sucediera aquello. No quería ni pensar en eso. Por Dios Santo, nunca había visto nada más horrible y ojalá nunca lo hubiera tenido que ver. Por un instante pensó que las siguientes serían ellas, pero el personaje del manto desapareció tan misteriosamente como había llegado.
– No, no estoy bien. ¿No has visto lo que ha pasado?
– Silvia dime algo. Me estás asustando.
– ¿Qué quieres que te diga? Ya te estoy diciendo que no estoy bien.
– Silvia, por favor dime algo. Socorro. Fernando. Dani. ¡¡Socorro!!
Laura. Te estoy hablando. ¿Qué pasa que no me oyes?
Laura estaba llorando a la vez que zarandeaba a Silvia para que la hablara. De pronto Silvia abrió la boca muy despacio. Iba a decirle algo. Eso es, Silvia; despacio, poco a poco, dime lo que te pasa–pensó Laura. Pero de su boca no salió ningún tipo de sonido legible, si no una especie de gorjeo y una bocanada de sangre. Las dos se quedaron atónitas.

1 comentario:

  1. Una historia que pinta muy bien. Lo digo así porque pienso que continúa.
    Gran trabajo, Rober.
    Saludos.

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