—Buenos
días y bienvenido a la Clínica de Rehabilitación para Jóvenes de Macaulay
Culkin, señor…
—Hola
—saludó el joven mirando en todas direcciones para reconocer el que sería su
nuevo hogar, a la vez que se pasaba un viejo peine por su cabello—. Brigham,
Tom Brigán; pero todos me llaman Tommy.
—Muy
bien señor Brigham, le estábamos esperando. Rellene el formulario con los datos
de contactos de sus familiares más cercanos y déjeme su documentación para
poder rellenar la ficha de acceso.
—Mis
padre están fuera, si quiere puedo llamarlos para que ellos mismos les den sus
datos.
—No,
señor Brigham, tenemos una política de entrada para personas no adictas muy
estricta: "De la puerta para afuera son todos bienvenidos: de puertas para
adentro son entrometidos".
El
chico la miró cariacontecido y guardó su peinilla de concha. No entendía muy
bien lo que significaba la frase que acababa de decirle la recepcionista. Bajó
la vista de nuevo hacia el papel que le había entregado la mujer y comenzó a
escribir el nombre y los teléfonos móviles de sus padres.
—¿Motivo
de la entrada? ¿Qué fue lo que le impulsó a querer apartarse de las drogas
definitivamente? ¿Alguna mala experiencia personal, problemas de dinero, sus
familiares?
—¿Es
eso importante? Yo lo que quiero es desintoxicarme, el motivo no creo que sea
algo que les importe.
—El
motivo es lo más importante —sentenció una voz masculina a sus espaldas. Era
una voz potente, cargada de autoridad y seguridad en sí mismo del que hablaba.
Tommy
se giró para ver de quién provenía aquella voz y se encontró cara a cara con un
hombre trajeado. Era tan alto como él pero mucho más fornido. Su cabello rubio
peinado hacia atrás y sus azules le eran familiares, pero no sabría decir por
qué.
—Bienvenido
a mi centro. Mi nombre es Macaulay Culkin, pero puedes llamarme Mac. Soy el
director de este lugar, y soy extoxicómano, por eso sé que el motivo es lo más
importante.
Entonces
recordó de qué le sonaba aquella cara. Era aquel famoso actor que destacó de
niño con una película y varias secuelas de la misma y que luego se hundió en el
mundo de las drogas. Nunca más se supo de él, cinematográficamente, pero sí por
otros motivos, sobre todo relacionados con las drogas.
—Mi
mejor amigo, Adam, murió hace unas semanas por culpa de la cocaína. Salimos de
fiesta un viernes por la noche y comenzamos a tomar copas y meternos rayas.
Llegó un momento que perdimos el control y la noción del tiempo y del espacio.
No sabía dónde estábamos, ni qué hora era, ni siquiera si seguía siendo viernes
o ya era sábado o, incluso, domingo. Aún así no paramos y el alcohol y la
cocaína pasaba por nuestras manos y desaparecía dentro de nuestros cuerpos en
cuestión de minutos. Lo último que recuerdo es que estábamos en alguna
discoteca; después, el siguiente recuerdo que tengo es el de despertarme en la
cama de un hospital. Nos encontraron a mi amigo y a mí tendidos en la calle,
entre unos contenedores, llenos de magulladuras y con la ropa rota. Yo tuve
suerte y acabé en un hospital; mi amigo acabó en un cementerio. Según me
dijeron mis padres días después, la cocaína le produjo un fallo cardíaco y
murió por un infarto. Semanas después, sobre su tumba, le juré que conseguiría
apartarme de la droga.
—Es
un gran motivo —le dijo Mac—, y a él debes de aferrarte para lograr tu
propósito. Ahora, cuando acabes de rellenar todos los papeles, te acompañarán a
tu nueva habitación. Yo he de retirarme para solucionar otros asuntos que me
ocupan, pero si en alguna ocasión necesitas de mi ayuda, no dudes en pedir una
reunión privada. Hasta pronto, y no olvides nunca el motivo que te trajo aquí.
Una
vez asentado en la habitación en la que pasaría algún tiempo, repasó la
planificación que le había entregado la chica de la recepción para. Aquel día,
por ser el primero, no tendría que presentarse a las terapias matutinas, por lo
que tenía por delante tres horas para recorrer el centro y familiarizarse con
sus instalaciones.
—Perdón
—le dijo a un celador—, ¿por dónde queda el comedor? Es mi primer día y no lo
encuentro. —Después sacó su peine y repasó su flequillo con él-
—Es
por allí —respondió señalando hacia un largo pasillo que había a su espalda—.
Bienvenido, espero que consigas tu objetivo. Bonito peine, por cierto.
—Gracias.
De
vuelta de nuevo en su cuarto, aún tenía media hora para descansar antes de
empezar su primera sesión de terapia. Se sentó sobre su cama, pero enseguida se
levantó al notar algo en el bolsillo trasero de su pantalón. Era el viejo
peine, su inseparable compañero desde sus años de instituto. Lo utilizó una vez
más y lo guardó de nuevo. Salió de la habitación y se encaminó hacia la sala
donde se reunían los adictos. De nuevo tuvo que preguntarle al celador por su
situación.
—Hola
de nuevo. La sala que buscas está al otro lado del comedor, por ese pasillo.
Por cierto, me llamo Pedro Ramos. Mañana te daré un plano de las instalaciones,
para que no tengas que ir siempre preguntando. Aunque si quieres saber cosas no
dudes en buscarme. Soy el que más sabe de la Clínica.
—Muchas
gracias.
Tras
varias horas de conversación grupal en las que conoció a los que iban a ser sus
nuevos compañeros, se dirigió de nuevo al comedor para la cena y posteriormente
se metió en su cuarto a leer un libro antes de irse a dormir. Se había llevado
los libros de El Hobbit y El Señor de los Anillos; su amigo Adam
se los había recomendado hacía unos meses, después de prestarle El guardián entre el centeno, el cual le
había maravillado. Si aquellos libros eran la mitad de buenos que el anterior,
los disfrutaría sin ninguna duda. Entonces se le empañaron los ojos pensando en
su fallecido amigo. Minutos después, se quedó dormido con el libro abierto y los
nombres de los trece enanos rondándole en la mente. Tuvo una noche muy inquieta
en la que se despertó cada poco y no descansó como debería.
Al
día siguiente se levantó, se peinó, acudió al desayuno y después se dio una
rápida ducha, se peinó otra vez, se lavó los dientes y acudió a la primera
charla con su psicólogo personal. Al regresar cerca de la hora de la comida, se
encontró con que en la repisa del baño había otro peine, igual al suyo. Sería
cosa del centro, al igual que en los hoteles le habían dejado un cepillo de
dientes, jabón y útiles de afeitado; se les habría olvidado el peine y se lo
dejaron al día siguiente, seguro que era eso.
El
segundo día pasó muy similar al primero, con la diferencia que aquel día el
grupo dio un largo paseo por los jardines del centro de rehabilitación. La
noche fue menos agitada que la anterior y cuando se despertó se encontraba
descansado para afrontar el nuevo día. Entró al baño y se encontró con un nuevo
peine, igual que los dos que ya tenía. Lo cogió en su mano y salió para
dirigirse había la recepción e indicar que dejaran de ponerle peines, que ya
tenía tres, y sobre todo, que nadie entrara en su habitación mientras él
dormía.
—Buenos
días.
—Hola,
Pedro —saludó el joven al celador, al cual no había visto hasta que este le
saludó—. Oye, ¿tú sabes por qué me han puesto dos peines iguales al que traía
yo?
—¡Shhh!
—El celador miró en todas direcciones antes de continuar—. Sígueme.
Tommy
siguió al celador, que le condujo hasta un pequeño cuarto de limpieza.
—Aquí
podemos hablar sin peligro de ser oídos. Nadie te ha puesto ningún peine. En
este lugar los peines se duplican.
—¿Cómo
que se duplican? —preguntó extrañado Tommy.
—En
algunos casos peines se duplican hasta tal punto que llegan a hacer perder la
cabeza a los internos. En la mayoría de las ocasiones, vuelven a recaer en las
drogas y así la dirección se asegura que sigan más tiempo en el centro. Pronto
dejarás de notarlo porque te darás unas drogas que inhiben tu precepción para
que no te des cuenta de esa replicación y dirán que no estás curado y que
tienes paranoias y delirios para retenerte aquí por más tiempo.
—Es
de locos, ¿qué función tiene que los peines se vayan reproduciendo?
—Lo
desconozco, pero según he ido comprobando con los años es para conseguir reteneros
aquí y ganar más dinero por vuestro ingreso.
—Tengo
que salir de aquí cuanto antes, tengo que avisar a mis padres.
Y
así lo hizo, Tommy acudió a la recepción de la clínica a solicitar una llamada
de teléfono, pero le informaron que en aquellos momentos era imposible, ya que
tenían las líneas fuera de servicio. Que probase al día siguiente, que seguro
que la compañía telefónica ya habría solucionado el problema.
Cuando
llegó a su dormitorio al anochecer, seguía habiendo dos peines iguales al que
él tenía en los bolsillos, el cual sacó y utilizó para acicalarse. Se acostó y
al amanecer, el número de peines continuaba igual. Seguro que había sido cosa
de la gente de la limpieza que se habían equivocado. No podía ser que los
peines se duplicasen. Se peinó y salió dispuesto a comenzar con un nuevo día de
terapias.
A
la mañana siguiente, al despertar, en su cuarto de baño había una docena de
peines, algunos sobre la repisa y otros caídos sobre el lavabo. De regreso a la
habitación se encontró que habían aparecido cientos de peines sobre su cama y
muchos más en el suelo, cubriendo todo el enlosetado. Salió corriendo al
pasillo haciendo saltar peines por todas partes. Buscaba ayuda, a ser posible
del celador con el que había hablado sobre la duplicación de los peines. Al
girar una de las esquinas chocó contra el director del centro que caminaba
leyendo unos informes.
—¿Qué
sucede muchacho?
—Los
peines. El celador. Tengo que hablar con él. —Y de nuevo echó a correr.
—Espera,
¿a qué celadora buscas?
—A
Pedro Ramos. —Desapareció tras una nueva esquina dejan al director comentando
en solitario que no tenían ningún celador que se llamara Pedro Ramos; que todo
el personal de la clínica era femenino.
Una
hora después, Tom Brigham se encontraba en su cama, atado con correas
especiales para casos especiales de delirio agresivo, como el que estaba
sufriendo en ese momento. En su mano derecha sostenía su viejo peine, ya que
había sido imposible hacer que lo soltase. Dos doctoras y una enfermera
esperaban a que los calmantes hiciesen efecto y poder quitarle aquel objeto que
lo tenía obsesionado.
—Su
hijo ha sufrido un delirio debido a la del consumo de drogas; lo que se conoce
como síndrome de abstinencia o mono.
No tiene de qué preocuparse, ya que no es algo nuevo ni es algo infrecuente —le
comunicaba Macaulay Culkin a los padres de Tom. Les había citado para
informarles sobre el estado de su hijo y para conocer algún detalle sobre la
obsesión con los peines
—¿Y
qué es lo que le pasa? —preguntó la madre.
—Dice
que los peines se duplican y le persiguen. No sabemos de dónde ha sacado
semejante idea.
—Tommy
siempre llevaba un viejo peine en sus bolsillos y no paraba de peinarse.
Presumía mucho de su pelo y quería llevarlo bien colocado —mencionó el padre—.
En alguna ocasión llegamos a decirle que lo iba a desgastar de tanto usarlo.
—Comprendo.
Una cosa más, ¿saben quién es Pedro Ramos?
Los
padres del chico lo miraron desconcertados, pues era la primera vez que
escuchaban aquel nombre.
—¡Los
peines! Se están duplicando y pronto controlarán todo. ¡Ayúdame, Pedro!
¡Pedrooo! —gritaba una y otra vez. Pero su voz se perdía en la insonorización
de la sala. Por fin el sedante hizo efecto y sus músculos se relajaron, dejando
caer el peine que siempre utilizaba de la mano. En uno de los laterales todavía
se podía distinguir el nombre del fabricante objeto, casi borrada por el uso. «Pedro Ramos».
Julio 2017
PARA LOS INCONCLUSOS DE STEPHEN KING. BASADO EN:
Título: «Peinado»
Tommy Brigán es un joven adicto a la cocaína que decide ingresar en una clínica
de rehabilitación después de que un amigo de su edad sufriese un infarto debido
a la droga. Al ingresar en el centro llevaba un viejo peine en un bolsillo, el
cual, una vez dentro de la clínica, comienza a duplicarse a sí mismo.
Preocupado por su salud mental, Tommy habla con un celador, quien le confirma
que lo que ve es real, que los peines se están duplicando.