Este es un relato que presenté al ejercicio "Todos somos música" de El Edén de los Novelistas Brutos. Había que hacer un cuento basándose en una canción, y yo elegí "Voy a pasármelo bien" de Hombres G. No me gusta mucho como quedó, pero pienso mejorarlo y utilizarlo como base para para una recopilación de cuentos que tengo pensada y serán relatos basados en canciones.
En cuanto sonó el despertador se levantó de su cama dando un salto y comenzó a quitarse el pijama sin utilizar las manos. Visto desde fuera, parecía un contorsionista con hormigas caníbales en la ropa interior. Aquel pensamiento le hizo comenzar a reír como si fuera el mejor chiste que había escuchado nunca.
Cuando iba a salir de su habitación apareció su madre alarmada por el alboroto de las risas.
David le dio los buenos días con una sonrisa en los labios y posó dos sonoros besos en la mejilla.
—Hoy voy a desayunar zumo, leche con cereales y unos huevos con beicon —anunció el joven a su madre—. ¿Dónde están papá y mis hermanos?
—Abajo, en la cocina —respondió la mujer.
Sin decir más, David corrió escaleras abajo hasta llegar a la cocina. Entró resbalando sobre sus calcetines. Besó a su padre y a sus hermanos pequeños.
—¡Buenos días, familia! —saludó David elevando la voz.
—Buenos días, hijo —respondió su padre.
Sin embargo, sus hermanos no reaccionaron de la misma manera. Su hermana, a la que sacaba dos años le miró con cara de extrañeza. Le parecía tan raro que su hermano, con el que nunca había tenido una buena relación, le diera un beso de buenos días así sin venir a cuento… Su hermano pequeño, que idolatraba a David, sonrió, pero como no quería que todos vieran que le había gustado y pensaran que seguía siendo un niño, le dijo algo al primogénito.
—¡Eh!, no me des besos, que eso es de maricas. ¡Y ponte pantalones!
—¡Tú qué sabrás! —respondió David.
—¡Daniel, no digas tacos! —le recriminó su padre. No le gustaba nada que sus hijos dijeran palabras malsonantes, y menos el pequeño, que aún tenía once años y era un niño para aquellas palabras—. Y tú, ¿por qué estás tan contento?
—Porque hoy es un gran día. ¡Es viernes!
—¿Y qué? —intervino su hermana—. Como todos los viernes.
—Sí, pero hoy es especial. No sé por qué, pero voy a pasármelo bien. Bueno, me voy a subir a duchar antes de prepararme el desayuno.
Salió de la cocina corriendo y, de la misma manera, subió las escaleras, pisando solo un escalón de cada dos. El pasillo que conducía de la escalera hasta el baño lo recorrió haciendo volteretas laterales. En una de ellas golpeó un cuadro de la pared con el pie y a punto estuvo de tirarlo al suelo. Su madre le recriminó la acción, pero lejos de sentirse culpable, le lanzó una nueva sonrisa y le dio otro beso antes de entrar en el cuarto de baño.
Bailoteando la vez que canturreaba una vieja canción, se quitó los calzoncillos y se metió en la ducha. Abrió los grifos a tope y luego fue reduciendo la presión de uno y otro hasta dar con la temperatura deseada. Entonces cogió su esponja y la botella de gel ; la puso bocabajo y apretó con fuerza hasta que el líquido se desparramó de la esponja y cayó sobre el plato de la ducha. Con el agua corriente, pronto, el gel despilfarrado desapareció por el desagüe. No le importaba porque sabía que aquel día iba a ser especial. Aquel día iba a pasárselo bien. Y el resto no importaba.
Cuando estuvo vestido y peinado, bajo otra vez a la cocina a prepararse el desayuno. Abrió la nevera y cogió la botella de zumo, la de leche, dos huevos y el paquete de beicon. Puso la sartén sobre el fuego y echó dos lonchas de panceta, dejó que se hiciera lentamente; después echó los dos huevos y cuando estuvieron fritos los sacó al mismo plato en el que tenía el beicon. Se sirvió un vaso de zumo y otro de leche. El primero se lo bebió de un trago y el segundo lo puso sobre la mesa de la cocina, junto con el plato de la comida. Se sentó y dio buena cuenta de su desayuno.
—Así que esta noche vas salir, ¿no? —le preguntó su hermana.
—Así es. Esta noche va ser monumental.
—¿Y qué pasa con el tío ese que te quiere pegar?
—Sé que tengo muchos enemigos, pero esta noche no podrán contar conmigo, por que esta noche… Esta noche voy a pasármelo bien. Hoy no voy a dormir solooo… —canturreó.
—Eres un fantasma.
—Voy a cogerme un pedo monumental. Volveré al amanecer. Voy a venir a casa arrastrándome con la sonrisa puesta, mañana ya, si puedo, dormiré la siesta. Pero esta noche no pienso pegar ojo. Esta va a ser una gran noche. Ahora, si me dejas, voy a recoger esto, que me tengo que ir al instituto.
Al finalizar las tres primeras clases, se reunió en el pasillo con sus amigos Rafael y Javier. Los tres llevaban planeando aquella noche de fiesta desde hacía tres semanas. Habían esperado a finalizar los exámenes del segundo trimestre para poder salir sin tener que levantarse a estudiar al día siguiente. Los tres amigos se habían convertido en inseparables desde que comenzaron el primer curso de la secundaria hacía ya tres años.
—Venga, saca la agenda —ordenó Javier.
David sacó una antigua libreta de teléfonos. Desde los móviles, nadie utilizaba una agenda de papel; sin embargo, a David le gustaba anotar los teléfonos de sus amigos y sus ligues en aquella agenda por si perdía el móvil o se le borraba la memoria.
—Bueno, vamos a ver que encontramos en esta agendilla de teléfonos. Nunca se sabe… —Abrió la agenda y comenzó a pasar hojas adelante y atrás—. Marta, María del Mar, Ana, Elena…
—Decídete. Y si no, lo que puedes hacer es llamarlas a todas —aseguró Rafael—. Quedas con una pronto, con otra a media noche y con otra casi al amanecer. Así seguro que pillamos cacho.
—En cuanto llegues a casa las llamas. —Javier sacó un cigarrillo y se encaminó hacia el patio—. Vamos a fumar.
Los tres amigos salieron al patio y allí fumaron un cigarrillo.
—Nada, he llamado a todas las chicas de la agenda y ninguna puede salir —informó David a sus dos amigos en cuanto se reunieron aquella noche.
—¿Ninguna? No me lo creo. Seguro que han puesto las excusas de siempre —dijo Rafael.
—Que tienen que estudiar, tienen cena familiar o que van a salir con sus amigas que hace mucho que no salen solas, ¿no? —preguntó Javier.
—Sí, siempre son las mismas excusas. Pero bueno, conoceremos chicas nuevas y nos lo pasaremos genial.
—Eso. ¡Vámonos! —Rafael acompañó la última frase con un movimiento del brazo derecho como si estuviese dirigiendo a un pelotón de soldados.
Lo primero que hicieron los tres amigos fue ir hasta la barra de la discoteca en la que entraron, y pedir unas cervezas. A esas tres cervezas le siguieron otras tres y otras tres más. Cada uno pagó una de las rondas. Siempre hacían lo mismo, cada uno pagaba un trío de cervezas y después, cada cual se pagaba sus copas.
Según iba avanzando la noche, el local se llenaba más y más. Grupos de chicas entraban y salían como si no hubiera un mañana. Los tres amigos las miraban de arriba a abajo y evaluaban sus posibilidades. A algunas las descartaban porque no les parecían guapas y a otras porque lo eran demasiado. Descartaban también los grupos de cuatro chicas (a ellas no les gustaba que una de sus amigas se quedara sola porque las otras hubieran ligado) y las chicas que iban en parejas. Finalmente, también dejaban de lado a las chicas que incluían a algún chico en su grupo.
Pasaron la noche entre risas, copas y cigarrillos. La noche fue perdiendo fuerza a medida que las agujas del reloj avanzaban. Poco a poco vieron como los grupos de chicas iban y venían, mientras ellos simplemente las miraban y hacían bromas. Rieron y rieron durante horas. Cuando cerraron la discoteca salieron tambaleándose con un vaso casi lleno en la mano. Siempre les gustaba pedirse una copa justo antes de salir para poder ir bebiendo hasta casa. Hicieron una parada en un bar a comer un perrito caliente.
Se despidieron y cada uno fue hasta su hogar. David abrió la puerta y entró arrastrándose. Sus padres sabían que llegaría en unas condiciones similares. No era la primera vez que pasaba, siempre que se levantaba tan contento y repartía besos a su familia acababa llegando a casa arrastras. Luego se acostaba y dormía casi hasta las seis de la tarde. Sin embargo, aquel día sería diferente. No iba a poder dormir porque sus padres iban a celebrar el cumpleaños de su hermano pequeño, que sería el lunes.
A David le dio igual, porque aquella noche, a pesar de haber dormido solo, se lo había pasado bien. Muy bien
En cuanto sonó el despertador se levantó de su cama dando un salto y comenzó a quitarse el pijama sin utilizar las manos. Visto desde fuera, parecía un contorsionista con hormigas caníbales en la ropa interior. Aquel pensamiento le hizo comenzar a reír como si fuera el mejor chiste que había escuchado nunca.
Cuando iba a salir de su habitación apareció su madre alarmada por el alboroto de las risas.
David le dio los buenos días con una sonrisa en los labios y posó dos sonoros besos en la mejilla.
—Hoy voy a desayunar zumo, leche con cereales y unos huevos con beicon —anunció el joven a su madre—. ¿Dónde están papá y mis hermanos?
—Abajo, en la cocina —respondió la mujer.
Sin decir más, David corrió escaleras abajo hasta llegar a la cocina. Entró resbalando sobre sus calcetines. Besó a su padre y a sus hermanos pequeños.
—¡Buenos días, familia! —saludó David elevando la voz.
—Buenos días, hijo —respondió su padre.
Sin embargo, sus hermanos no reaccionaron de la misma manera. Su hermana, a la que sacaba dos años le miró con cara de extrañeza. Le parecía tan raro que su hermano, con el que nunca había tenido una buena relación, le diera un beso de buenos días así sin venir a cuento… Su hermano pequeño, que idolatraba a David, sonrió, pero como no quería que todos vieran que le había gustado y pensaran que seguía siendo un niño, le dijo algo al primogénito.
—¡Eh!, no me des besos, que eso es de maricas. ¡Y ponte pantalones!
—¡Tú qué sabrás! —respondió David.
—¡Daniel, no digas tacos! —le recriminó su padre. No le gustaba nada que sus hijos dijeran palabras malsonantes, y menos el pequeño, que aún tenía once años y era un niño para aquellas palabras—. Y tú, ¿por qué estás tan contento?
—Porque hoy es un gran día. ¡Es viernes!
—¿Y qué? —intervino su hermana—. Como todos los viernes.
—Sí, pero hoy es especial. No sé por qué, pero voy a pasármelo bien. Bueno, me voy a subir a duchar antes de prepararme el desayuno.
Salió de la cocina corriendo y, de la misma manera, subió las escaleras, pisando solo un escalón de cada dos. El pasillo que conducía de la escalera hasta el baño lo recorrió haciendo volteretas laterales. En una de ellas golpeó un cuadro de la pared con el pie y a punto estuvo de tirarlo al suelo. Su madre le recriminó la acción, pero lejos de sentirse culpable, le lanzó una nueva sonrisa y le dio otro beso antes de entrar en el cuarto de baño.
Bailoteando la vez que canturreaba una vieja canción, se quitó los calzoncillos y se metió en la ducha. Abrió los grifos a tope y luego fue reduciendo la presión de uno y otro hasta dar con la temperatura deseada. Entonces cogió su esponja y la botella de gel ; la puso bocabajo y apretó con fuerza hasta que el líquido se desparramó de la esponja y cayó sobre el plato de la ducha. Con el agua corriente, pronto, el gel despilfarrado desapareció por el desagüe. No le importaba porque sabía que aquel día iba a ser especial. Aquel día iba a pasárselo bien. Y el resto no importaba.
Cuando estuvo vestido y peinado, bajo otra vez a la cocina a prepararse el desayuno. Abrió la nevera y cogió la botella de zumo, la de leche, dos huevos y el paquete de beicon. Puso la sartén sobre el fuego y echó dos lonchas de panceta, dejó que se hiciera lentamente; después echó los dos huevos y cuando estuvieron fritos los sacó al mismo plato en el que tenía el beicon. Se sirvió un vaso de zumo y otro de leche. El primero se lo bebió de un trago y el segundo lo puso sobre la mesa de la cocina, junto con el plato de la comida. Se sentó y dio buena cuenta de su desayuno.
—Así que esta noche vas salir, ¿no? —le preguntó su hermana.
—Así es. Esta noche va ser monumental.
—¿Y qué pasa con el tío ese que te quiere pegar?
—Sé que tengo muchos enemigos, pero esta noche no podrán contar conmigo, por que esta noche… Esta noche voy a pasármelo bien. Hoy no voy a dormir solooo… —canturreó.
—Eres un fantasma.
—Voy a cogerme un pedo monumental. Volveré al amanecer. Voy a venir a casa arrastrándome con la sonrisa puesta, mañana ya, si puedo, dormiré la siesta. Pero esta noche no pienso pegar ojo. Esta va a ser una gran noche. Ahora, si me dejas, voy a recoger esto, que me tengo que ir al instituto.
Al finalizar las tres primeras clases, se reunió en el pasillo con sus amigos Rafael y Javier. Los tres llevaban planeando aquella noche de fiesta desde hacía tres semanas. Habían esperado a finalizar los exámenes del segundo trimestre para poder salir sin tener que levantarse a estudiar al día siguiente. Los tres amigos se habían convertido en inseparables desde que comenzaron el primer curso de la secundaria hacía ya tres años.
—Venga, saca la agenda —ordenó Javier.
David sacó una antigua libreta de teléfonos. Desde los móviles, nadie utilizaba una agenda de papel; sin embargo, a David le gustaba anotar los teléfonos de sus amigos y sus ligues en aquella agenda por si perdía el móvil o se le borraba la memoria.
—Bueno, vamos a ver que encontramos en esta agendilla de teléfonos. Nunca se sabe… —Abrió la agenda y comenzó a pasar hojas adelante y atrás—. Marta, María del Mar, Ana, Elena…
—Decídete. Y si no, lo que puedes hacer es llamarlas a todas —aseguró Rafael—. Quedas con una pronto, con otra a media noche y con otra casi al amanecer. Así seguro que pillamos cacho.
—En cuanto llegues a casa las llamas. —Javier sacó un cigarrillo y se encaminó hacia el patio—. Vamos a fumar.
Los tres amigos salieron al patio y allí fumaron un cigarrillo.
—Nada, he llamado a todas las chicas de la agenda y ninguna puede salir —informó David a sus dos amigos en cuanto se reunieron aquella noche.
—¿Ninguna? No me lo creo. Seguro que han puesto las excusas de siempre —dijo Rafael.
—Que tienen que estudiar, tienen cena familiar o que van a salir con sus amigas que hace mucho que no salen solas, ¿no? —preguntó Javier.
—Sí, siempre son las mismas excusas. Pero bueno, conoceremos chicas nuevas y nos lo pasaremos genial.
—Eso. ¡Vámonos! —Rafael acompañó la última frase con un movimiento del brazo derecho como si estuviese dirigiendo a un pelotón de soldados.
Lo primero que hicieron los tres amigos fue ir hasta la barra de la discoteca en la que entraron, y pedir unas cervezas. A esas tres cervezas le siguieron otras tres y otras tres más. Cada uno pagó una de las rondas. Siempre hacían lo mismo, cada uno pagaba un trío de cervezas y después, cada cual se pagaba sus copas.
Según iba avanzando la noche, el local se llenaba más y más. Grupos de chicas entraban y salían como si no hubiera un mañana. Los tres amigos las miraban de arriba a abajo y evaluaban sus posibilidades. A algunas las descartaban porque no les parecían guapas y a otras porque lo eran demasiado. Descartaban también los grupos de cuatro chicas (a ellas no les gustaba que una de sus amigas se quedara sola porque las otras hubieran ligado) y las chicas que iban en parejas. Finalmente, también dejaban de lado a las chicas que incluían a algún chico en su grupo.
Pasaron la noche entre risas, copas y cigarrillos. La noche fue perdiendo fuerza a medida que las agujas del reloj avanzaban. Poco a poco vieron como los grupos de chicas iban y venían, mientras ellos simplemente las miraban y hacían bromas. Rieron y rieron durante horas. Cuando cerraron la discoteca salieron tambaleándose con un vaso casi lleno en la mano. Siempre les gustaba pedirse una copa justo antes de salir para poder ir bebiendo hasta casa. Hicieron una parada en un bar a comer un perrito caliente.
Se despidieron y cada uno fue hasta su hogar. David abrió la puerta y entró arrastrándose. Sus padres sabían que llegaría en unas condiciones similares. No era la primera vez que pasaba, siempre que se levantaba tan contento y repartía besos a su familia acababa llegando a casa arrastras. Luego se acostaba y dormía casi hasta las seis de la tarde. Sin embargo, aquel día sería diferente. No iba a poder dormir porque sus padres iban a celebrar el cumpleaños de su hermano pequeño, que sería el lunes.
A David le dio igual, porque aquella noche, a pesar de haber dormido solo, se lo había pasado bien. Muy bien
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