Estaba solo en su apartamento. Igual que el día anterior. Igual que todos
los días desde hacía cinco años que se había independizado de sus padres y
había decidido alquilar aquel pequeño apartamento en el centro de la ciudad.
Gracias a su trabajo podía permitirse pagar la tan elevada cantidad que pedían
por el arrendamiento.
La vivienda no era gran cosa, contaba con una cocina americana que se
encontraba separada del salón por una barra parecida a la de los bares. El baño
quedaba justo enfrente de la cocina y haciendo esquina con el pequeño pasillo
que conducía a las dos habitaciones con las que contaba la casa. Un horrible
cuadro, que ya se encontraba en la casa cuando la alquiló, presidía la pared
del fondo de aquel pasillo. Otros dos cuadros, tan feos como aquel, decoraban
la pared que daba a los pies de su cama y otro encima del sofá. En la esquina
inferior derecha de los tres se observaba la misma rúbrica indescifrable, por
lo que había llegado a la conclusión que los tres eran obra del mismo artista.
Los tres debían pertenecer a una misma colección, ya que en todos aparecían
edificios religiosos. El más pequeño de los tres, el del pasillo, representaba
una iglesia románica, pequeña, sin grandes adornos exteriores. El segundo en
tamaño, el del salón tenía pintada una iglesia de mayor tamaño que la anterior
de estilo gótico, en la que se veían vidrieras y arcos de medio punto en los
ventanales. El mayor de todos los cuadros, el de su habitación, era el más
extraño de todos y el que más respeto le infundía. En él había dibujada una
gran catedral de estilo barroco con sus fachadas fuertemente decoradas. Los
cuadros no eran realistas, eran como bosquejos de una obra que nunca se llegó a
finalizar. Eran horrendos. Sólo contemplarlos le ponía los pelos de punta. Sin
embargo, no se había atrevido a retirarlos porque le daba pavor tocarlos, como
si algo malo pudiera pasar al retirarlos de las paredes. Tenía la sensación que
abriría una puerta a una dimensión desconocida y sería como destapar la caja de
Pandora.
El resto del mobiliario era algo sencillo. En el salón había un sofá y
una mesa de centro, una lámpara de pie y una mesita donde tenía varios libros y
un teléfono, un mueble bajo en el que tenía una televisión plana, un
reproductor DVD y varias películas. Al lado de la ventana, había una estantería
en la que tenía un equipo de música y varias colecciones de libros. La
televisión se encontraba conectada al equipo de música para escucharla a través
de los altavoces del mismo. En la cocina tenía dos taburetes, una nevera casi
vacía, una vitrocerámica y un horno. Una de las habitaciones se encontraba
presidida por una mesa de ordenador con una computadora sobre ella. Al lado del
monitor había dos altavoces y un equipo multifunción. Al lado de la mesa
descansaba una silla de oficina de color azul. En la pared del fondo había una
estantería metálica en la que guardaba productos de limpieza y algunos
alimentos no perecederos. Había creado una despensa-oficina. La otra habitación
tenía una cama de matrimonio, una mesita con un teléfono y una pequeña lámpara;
el armario era empotrado con puertas de espejo.
¡POM!
Un golpe sordo en el baño y de pronto la televisión se había encendido
sola. Eric se levantó de un salto del sofá y dejó caer el libro que tenía sobre
su regazo. Se había quedado dormido y, seguramente, al moverse había apretado
el mando a distancia haciendo que la televisión se encendiera.
¡POM!
De nuevo aquel ruido en el baño. Se puso en pie y miró la hora en el display de la minicadena. Eran las doce
y media de la noche. No recordaba como se había quedado dormido ni a qué hora
se le echó el sueño encima. Recordaba haber llegado a su casa a las nueve de la
noche después de un largo entrenamiento de carrera. Había estado corriendo
cerca de una hora y media a un ritmo alto, un poco por debajo de los cuatro
minutos y medio por kilómetro. Al llegar a su casa se había dado una ligera
ducha y se había preparado una cena a base de huevos cocidos, atún y un poco de
queso blando. Después de aquello, no recordaba nada más. No tenía conocimiento
de cómo había llegado al sofá y cuantas páginas del libro había leído. Sabía
qué libro estaba leyendo porque reconoció la portada, pero no recordaba haberlo
cogido de la mesita de noche de la habitación.
¡POM!
Por tercera vez se escuchó aquel sonido procedente del baño. Se acercó
hasta la puerta que daba al cuarto de baño. Estaba cerrada, como siempre la
tenía. Abrió lentamente tras encender la luz en el interruptor que se
encontraba en el exterior. No había nadie, como era de esperar. ¿Y a quién
esperaba encontrarse?, ¿a Bob Esponja corriendo por los bordes de la bañera y
tirando los botes de gel y champú a su interior?, quizá esperaba encontrarse
con una mujer desnuda dándose un baño o a un miembro de la mafia intentando
escapar a través de su desagüe. Tenía que dejar de leer tantos libros de
ficción y de ver tantas películas de terror.
Cerró nuevamente la puerta del baño y apagó la luz. Regresó al sofá y
recogió el libro que se encontraba en el suelo abierto por una página concreta,
la última página que recordaba haber leído el día anterior. Por lo visto,
aquella noche no había conseguido leer tan siquiera una página antes de caer
dormido. Le puso el marcapáginas en el lugar correspondiente, cerró el libro y
lo depositó sobre la mesita auxiliar. La televisión continuaba encendida en un
canal sin señal y en la pantalla sólo se veía lo que comúnmente era conocido
como aguas o nieve en la televisión. Cientos de miles de puntos blancos y negros
danzaban en la pantalla con un extraño compás. Eric cogió el mando a distancia
y apretó el botón de apagado pero nada ocurrió en la pantalla. Sin embargo, el
equipo de música se encendió permitiendo escuchar el molesto siseo que emitía
el canal sin señal que estaba sintonizado. Eric repitió el proceso y volvió a
pulsar el botón de apagado del mando a distancia. Lejos de cesar, el volumen se
incrementó más. Tiró el mando contra el sofá y procedió al apagado manual de la
televisión, pulsando directamente el botón situado en la parta baja del
aparato. No había respuesta. Acudió hasta la estantería para apagar el equipo
de música y tampoco lo consiguió por más veces que apretó el botón. Harto de
aquello, procedió a dar un tirón a los cables de alimentación que salían de los
aparatos y se incrustaban en una toma de electricidad de la pared. Tanto la
televisión como la cadena seguían funcionando.
¡POM!
De nuevo aquel ruido sordo en el cuarto de baño. Eric soltó los dos
cables que acaba de desconectar de un tirón y se encaminó otra vez al aseo. No
había dado más de tres pasos cuando se detuvo como si algo hubiese llamado su
atención en la pantalla del televisor. Aquella nieves, aquellos centenares de
miles de puntos monocromos bailando en la totalidad de las cuarenta pulgadas de
la pantalla no deberían estar allí. Desde la entrada de la televisión digital,
aquellas imágenes no se producían. Cuando no había señal de antena la pantalla
se quedaba en negro con un pequeño cartel que indicaba “sin señal”.
¡POM!
El nuevo golpe le devolvió a la realidad del lugar en el que se
encontraba. Acudió al baño y, tras encender la luz, abrió la puerta. Al igual
que la vez anterior no había nadie en el lugar.
CONTINUARÁ....
CONTINUARÁ....
Más, más, más....Queremos más poltergeist..No a Mas el de Ciu....;)
ResponderEliminarUna de fantasmas, me gusta. La parsimonia del protagonista es interesante. No se pone histérico por lo que sucede a su alrededor.
ResponderEliminarSigo leyendo.