CONTINUACIÓN...
¡POM!
Esta vez el ruido no procedía del baño si no de la habitación que él
había convertido en estudio. Acudió hasta allí sin encender las luces. Entró en
la habitación y encendió la luz. La encontró tal y como la había dejado varias
horas antes. Había algo en su mente que no acababa de ver. Algo había llamado
su atención al acudir a aquel cuarto pero no lograba saber de qué se trataba.
Apagó la luz y salió nuevamente al pasillo.
Por el rabillo del ojo observó un ligero movimiento. Se giró a su derecha
noventa grados pero no había nada en aquel lugar. Debía haber sido su propio
reflejo en el cristal del cuadro. Eso era. El cuadro. Aquel cuadro que mostraba
una pequeña iglesia románica había cambiado. Los tonos negros habían sido
sustituidos por tonos rojos tan oscuro que parecían marrones.
¡POM!
Eric entró de nuevo en la habitación, esta vez sin dar la luz, y esperó.
La oscuridad era total salvo por el pequeño led de encendido de la pantalla del
ordenador que se encontraba parpadeando en tono naranja.
¡POM!
Provenía del exterior. Del pasillo que daba acceso a los apartamentos.
¿Quién sería el trastornado que estaría golpeando las paredes a aquella hora de
la noche?
Salió al pasillo de su casa y, con la luz que le llegaba desde la lámpara
de pie del salón, llegó hasta la habitación principal de la vivienda y luego a
la puerta. Echó un vistazo a través la mirilla pero no vio nada. Intentó abrir
la puerta pero por más que apretaba la manilla hacia abajo y tiraba de ella, la
puerta no se abría. Alguien lo había encerrado en su propia casa. Tendría que
llamar a la policía o a los bomberos. Aún le quedaba la opción de salir por la
ventana del salón que daba a la escalera de incendios y desde ahí descender
hasta la calle para acudir a la comisaría más cercana. Cuando se encaminaba
hacia la ventana cayó en la cuenta que no había podido abrir la puerta porque
la tenía trancada con la llave. Cogió su llavero con cinco llaves del pequeño
cenicero en el que las tenía en la encimera de cocina, próximas a la puerta, y
giró la llave dos veces para dejar la puerta sin el cierre y que nada le
impidiera abrirla.
Agarró la manilla y la empujó despacio hacia abajo.
¡POM!
Eric se asustó y soltó la manilla de golpe. El ruido había sido más
fuerte que en las ocasiones anteriores. Asió nuevamente la manilla de la puerta
y la abrió lentamente. La puerta se desplazó varios centímetros hacia adentro
para que Eric pudiera mirar por el pequeño hueco que se había formado. En el
pasillo no había nadie.
¡RIIIING!, ¡RIIING!
El viejo teléfono estaba sonando en su casa. ¿Quién podría llamar a
aquellas horas? Todo el mundo sabía que una llamada a un teléfono fijo a partir
de ciertas horas sólo podía significar una cosa: malas noticias.
Entró en la vivienda para contestar rápidamente y evitar que el teléfono
siguiera sonando y despertase a todo el vecindario. A su espalda, la puerta del
apartamento se cerró con un fuerte golpe que sobresaltó a Eric.
¡BLAAAM!
¡RIIING!, ¡RIIING!
Eric se sobresaltó y giró hacia la puerta. Al ver que se había cerrado
sola se giró de nuevo y corrió hacia el teléfono a contestar. El sonido de la
nieve de la televisión se seguía escuchando a través de los altavoces del
equipo de música. Levantó el auricular y respondió a la llamada. Al otro lado
de la línea pudo sólo se escuchaba ruido. Cientos de voces mezcladas, que no
pudo identificar, le decían cosas incoherentes; palabras sueltas que no tenían
ningún sentido: ciudad, reunión, raíces, cabina, tráfico, reloj. Aquellas
fueron algunas de las palabras que había conseguido separar del resto. ¿Qué
significaría todo aquello?
¡POM!
Esta vez estaba seguro que el golpe había sido en su puerta. Colgó el
teléfono y se fue sin dilación hacia la puerta de su apartamento. Observó el
pasillo a través de la mirilla. El pasillo se encontraba vacío otra vez. ¿O
quizá no? Eric miró con detenimiento un pequeño bulto que se encontraba apoyado
en la pared del otro lado del pasillo, frente a su puerta. No podía identificar
que era aquel objeto pero estaba seguro que instantes antes no se encontraba
allí. Abrió la puerta y se acercó al objeto del pasillo. Se trataba de un ramo
de flores marchitas que algún gracioso había dejado frente a su puerta en lugar
de tirarlo al contenedor. Cogió el ramo y, nuevamente, entró en su apartamento.
El televisor se había apagado tan misteriosamente como se había encendido. Las
luces de la sirena de una ambulancia se colaron por la venta de su salón. Algo
había pasado en la calle. Se acercó a la ventana para ver qué había sucedido.
Dejó el ramo sobre la barra de la cocina y cruzó el salón. Antes de llegar a la
ventana algo llamó su atención. El cuadro que presidía la pared del salón había
cambiado al igual que lo había hecho el del pasillo. Los tonos negros de la
pintura se habían vuelto de un color rojo oscuro de tal forma que parecía
marrón. Como si hubiera sido pintado con oxido o con sangre. La iglesia gótica
con sus vidrieras había dado paso a un desolado paisaje en el que se observaban
dos grandes túmulos coronados con dos cruces. Las piedras que formaban los
túmulos realmente eran calaveras. Aquellas cuencas vacías de ojos parecían
mirarlo. Se quedó absorto mirando aquel nuevo y tétrico cuadro que colgaba de
su pared.
¡POM!
El enésimo golpe lo sacó de su ensimismamiento y le hizo recordar que en
la calle había pasado algo y que él quería mirar por la ventana a ver qué
sucedía. Se aproximó al cristal y miró a través de él. En la calle, una
ambulancia se encontraba detenida frente a su ventada con las luces de la
sirena bañando las fachadas de los edificios cercanos. Alrededor de la
ambulancia no había nadie. Tampoco se observaban restos de un accidente de
tráfico. Cuando iba a retirar la mirada del exterior, una camilla conducida por
dos enfermeros salió del portal de su edificio para ser introducida en la parte
trasera de la ambulancia. El vehículo abandonó la calle a toda velocidad.
¿Quién iría en aquella camilla? Al día siguiente le preguntaría al conserje.
¡RIIING! ¡RIIING!
El teléfono volvía a sonar. Descolgó inmediatamente. “El teléfono marcado no existe”. Una voz automatizada le acababa de
informar que el teléfono que él había marcado no existía. Eric no salía de su
asombro. ¿Qué clase de broma era aquella? Él no había marcado ningún teléfono;
él había sido el que había recibido la llamada. Colgó el auricular con un
fuerte golpe y, sin saber porqué, miró hacia la barra de la cocina. El ramo de
flores había desaparecido. Entonces miró hacia el cuadro del salón para
comprobar si había sufrido algún cambio. Nada había cambiado. Aquel horrendo
cuadro seguía siendo como hacía unos minutos. ¿O quizá no? A Eric le pareció
ver que cerca de los túmulos había dos cuervos que antes no estaban. Lo más
probable era que él no se hubiera fijado.
Empezaba a estar cansado y necesitaba dormir. Apagó la luz de la lámpara
de pie y encendió la luz del pasillo para irse a acostar. Cuando recorrió el
pasillo, se detuvo frente al cuadro que se encontraba en la pared y lo observó
con detenimiento. La pintura de la iglesia no sólo había cambiado de color, si
no que la iglesia no era la misma que la de la pintura original. Ambas eran muy
parecidas pero no eran iguales.
¡POM!
Otra vez aquel golpe. Pero esta vez había sido más lejano, como si se
hubiera producido en el pasillo del edificio, pero lejos de su domicilio.
CONTINUARÁ...
Ya a esta altura, Eric debería estar cagado en las patas, y el tipo sigue como si nada. Es de hielo.
ResponderEliminarSigo.