Esta es una historia triste
como la que cantaba Joan Manuel Serrat sobre una chica llamada Penélope que
esperó a su amor durante años y cuando por fin regresó no lo reconocía porque
ella recordaba cómo era en el pasado. Pero esta vez la persona esperada nunca
regresó. Ninguna carta, ninguna llamada de teléfono. Nada.
Todo comenzó una mañana en la
estación de Atocha de Madrid a las 7:11. Era una fría mañana de Enero de 1980.
Francisco José, un chico de 23 años se despedía de su amada María Jesús unos
minutos antes de que ella embarcara en un tren hacia Murcia para trabajar como
ayudante de oficina en una gran empresa de dicha ciudad.
Las lágrimas desbordaban por
los ojos de ambos. Un funcionario de RENFE anunció la inminente salida del tren
de pasajeros con destino a Murcia. Ella tomó su equipaje y con lágrimas en los
ojos y un te quiero en los labios subió al tren. El trabajo era para
seis meses al final de los cuales ella prometió volver y Francisco José juró
esperarla en la estación. El sonido de la máquina locomotora se hizo cada vez
más intenso y el tren comenzó a avanzar, lentamente al principio, y poco a poco
fue tomando más velocidad hasta perderse en la lejanía. Francisco José tomó su
tristeza y decidió continuar con su vida hasta que ella volviera. Entonces se
casarían.
Francisco José y María Jesús se
conocieron dos años atrás en un bar en el que ella trabajaba como camarera y él
fue a tomar unas cervezas con sus amigos un fin de semana. Tonteando con sus
amigos él le preguntó la hora a la que salía y quedó con ella. Fueron a una
discoteca a bailar y poco a poco surgió el amor entre ellos. Comenzaron a ser
novios unas semanas más tarde. Durante los dos años siguientes hicieron una
vida normal de pareja con sus buenos y malos momentos, sus planes, discusiones,
lloros, alegrías y penas. El fin de semana anterior a la partida de la chica,
los dos se entregaron al amor por primera vez.
Pasados los seis meses
Francisco José estaba puntual como un reloj en el mismo lugar donde aquella mañana
de Enero había despedido a su amor. Iba vestido con sus mejores galas y un ramo
de flores en la mano. Deseaba fervientemente que ella estuviera allí para
abrazarla, decirle lo mucho que la quería y pedirle que se casara con él.
Puntual llegó el tren y los viajeros comenzaron a descender; todos menos uno.
Todos menos su amor. Francisco José pensó que María Jesús habría perdido el
tren así que se sentó en un banco del andén a esperar. Lo que no sabía
Francisco José era que esa espera nunca tendría fin.
Ahora veintidós años después,
cada mañana cuando voy a clase lo veo en el mismo andén, con la misma ropa que
llevaba el día del supuesto regreso de su amada. Un buen día, hace unos meses
me pidió un cigarro, yo se lo di y mientras esperaba mi tren me contó su
historia. Me contó que llevaba la misma ropa, un traje que ella le regaló, para
que cuando su amor volviera lo supiera reconocer entre tantas caras. También me
enseñó el anillo de compromiso que pensaba regalarle para sellar su amor.
Ayer no lo vi y hoy tampoco lo
he visto. Le pregunté a un guardia de seguridad y me dijo que había fallecido
de un infarto al corazón. Pero yo sé que realmente murió de pena por esperar lo
que nunca llegó. Cuando he sabido la noticia he roto a llorar como un niño.
Otro guardia le preguntó al que me había dado la noticia que porqué lloraba y
éste le contestó: – Por el mendigo sin familia que murió hace dos días.
A lo que yo le respondí: – Cuidado con lo que dices porque ese hombre era mi
padre.
Lo que Francisco José nunca supo
fue que de su noche de amor con María Jesús nació un niño que poco a poco fue
creciendo y se convirtió en el joven que le dio aquel cigarrillo y que todas
las mañanas le dedicaba una amable sonrisa entre la frialdad de la gente. Mi
madre me contó su historia de amor con Francisco José, que tuvo miedo de que él
la rechazara por el embarazo pensando que el niño fuera de otro y por eso
volvió de Murcia en autobús a los seis meses de su marcha; por eso mismo no
volvió a llamarlo. Cuando hablé con él la primera vez y me contó su historia se
me partió el corazón pero no le dije nada por no rompérselo a él también. Ahora
no sé cómo decirle a mi madre que ha muerto; posiblemente cargue con esta pena
yo solo y no le diga nada, no quiero verla sufrir como lo vi a él.
Triste relato, muy triste. Y cuando pensás que no puede ser más triste, ¡LO ES!
ResponderEliminarUn dramón de la san puta, Robe, te felicito.
Saludos.