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lunes, 15 de abril de 2013

Regreso al apartamento (1 de 2)


Abrió los ojos y no reconoció el lugar en el que se encontraba. Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien; desde algún tiempo antes de aquella fatídica noche en su casa de Polonia que comenzaron a ocurrirle cosas extrañas. No recordaba que había sucedido el día anterior; las imágenes se agolpaban en su mente. Entonces recordó.
Había llegado con su compañero a una ciudad nueva y se habían instalado en aquel local industrial con otro grupo de supervivientes que ya estaban alojados allí. Riesco había pasado algunas horas hablando con aquella mujer, que parecía ser la líder del otro grupo. No entendió casi nada de aquella conversación; algunas palabras sueltas y poco más. Después de comer algo, el cansancio lo venció y se quedó dormido en mitad de la conversación.
Miró a su alrededor con más detenimiento y vio una pared azulejada, un lavabo y un retrete. Se encontraba en un baño. No tenía conciencia de haber tenido la necesidad de acudir al lavabo durante la noche. Sin duda, tenía que estar muy cansado porque no recordaba aquello.
Decidió levantarse y salir a la zona donde había estado la noche anterior con su más reciente amigo. Ambos llevaban varios meses luchando codo con codo contra aquellos muertos vivientes que nadie sabía de dónde habían salido, pero todos sabían que no tenías que dejar que te mordieran, porque si no te convertías en uno de ellos.
Abrió la puerta del cuarto y se encontró con un pequeño recibidor que desembocaba en un salón con cocina americana, separados ambos por una pequeña barra.
Estaba en un apartamento. Él conocía aquel apartamento. Era su apartamento, pero estaba algo cambiado. Los electrodomésticos que él tenía habían desaparecido y en su lugar había otros más modernos, metalizados y con pantallas TFT.
Miró hacia el salón y también lo vio cambiado. Su vieja cadena de música había desaparecido y en su lugar había una moderna barra de sonido para conectar reproductores mp3 y teléfonos móviles. Su sofá había sido sustituido por uno largo de diseño, con una forma un tanto extraña. En sus reposabrazos había botones, que Eric supuso que eran para reclinar los respaldos y elevar la zona de las piernas e, incluso, para darse masajes.
Su pequeña lámpara de lectura se había convertido en un tubo de cristal sin ningún tipo de botón de encendido, por lo que Eric supuso que era táctil. La televisión que había en el salón era ahora una pantalla plana anclada a la pared sin ningún tipo de cable visible. Cuando miró más detenidamente, pudo ver, o mejor dicho, no ver ni enchufes ni interruptores de la luz en ninguna pared.
La ventana era un gran cristal sobre la pared, sin ningún elemento metálico de soporte. Se acercó hasta el cristal y cuando se apoyó para mirar hacia el exterior, sobre el cristal apareció un pequeño panel táctil con un mensaje en su idioma.
¿Abrir ventana? Sí. No.
Pulsó sobre el y el cristal comenzó a plegarse sobre si mismo desde abajo hacia arriba como una persiana veneciana. Eric se echó hacia atrás asustado.
¿Dónde estaba? Aquel no era su apartamento aunque lo pareciera. Todo era igual pero a la vez era distinto. Lo único que no había cambiado era el cuadro de la catedral gótica que dominaba la pared que se encontraba opuesta al televisor. La última vez que lo había mirado aquel cuadro había cambiado y mostraba unos túmulos (que posteriormente vio en el pueblo al que había ido a parar); ahora volvía a mostrarse tal y como él lo conocía.
Aquel pueblo… ¿cómo había ido a parar allí? Lo último que recordaba era estar en su baño mirándose al espejo. De pronto se encontró al otro lado del mismo y el reflejo había salido al mundo real y abandonaba la estancia. Lo siguiente fue aparecer en aquella plaza que momentos antes había visto en otro de los cuadros de su casa. No sabía cómo había ido a parar allí y no sabía tampoco cómo había regresado pero sabía que no había sido un sueño porque en aquel lugar había recibido una herida en la pierna y la cicatriz todavía estaba allí. El pelo le había crecido y las uñas había tenido que írselas mordiendo ya que apenas podía disponer de instrumentos para arreglárselas. La barba hacía tiempo que había dejado de preocuparle y directamente se la había dejado crecer libremente.
Avanzó por el pasillo hacia su cuarto. Según entró al pequeño pasillo distribuidor, la luz se encendió de forma automática iluminando la zona. El cuadro de la pared del fondo, que mostraba una iglesia románica, seguía en su sitio y volvía a ser el que había sido siempre y no la pintura de la iglesia de aquel pueblo en la que él se había refugiado del ataque de los zombis. Abrió la puerta de la habitación que él usaba como despacho y despensa. Al atravesar el umbral de la habitación, la luz del pasillo se apagó.
Aquella habitación también había cambiado. Se había convertido en un cuarto infantil con las paredes decoradas con personajes de dibujos animados, dos camas literas formando una L, un armario y un escritorio sin nada encima. La encimera del escritorio era de cristal con un pulsador de encendido. Eric lo pulsó por curiosidad. Bajo el cristal del escritorio se encendió una pantalla. Había encendido un ordenador cuya pantalla era el propio escritorio. Puso la mano sobre la pantalla y un puntero apareció bajo su dedo: era una pantalla táctil. Movió puntero por la pantalla, se puso sobre una carpeta y la abrió. La volvió a cerrar y apagó el equipo. Se aproximó a la ventana y al tocar el cristal le apareció sobre el mismo el panel de mando para su apertura que ya había visto en la ventana del salón. Esta vez pulsó el no.
Abandonó aquel cuarto y se internó en la que había sido su habitación. La cama seguía en su sitio; sin embargo, su mesita de noche había cambiado. Ahora era un panel de cristal que parecía flotar ya que no tenía patas para apoyar en el suelo, se encontraba anclado a la base de la cama. Sobre ella no había ni teléfono, ni despertador, ni lámpara de noche; lo que sí había era un botón de encendido como el del escritorio de la otra habitación. Lo pulsó y enseguida el cristal de la mesita se convirtió en una pantalla de cristal líquido con varias aplicaciones e iconos; una de ellas ponía despertador, en otra luz de techo y una tercera indicaba luz de cortesía. Comenzó pulsando ésta última, con lo que se encendieron sobre el cabecero de la cama una serie de luces de led que hacían de lámpara de noche. Apagó los leds y pulsó sobre la aplicación del despertador y un reloj digital se dibujó en el cristal de la mesita. Marcaba la hora actual, la fecha y la hora de la alarma. Eran las once y seis minutos de la mañana del día veintiuno de junio del año dos mil veinte. Ocho años más de cuando él vivía allí. Si él no había calculado mal apenas habían pasado unos meses desde que apareciera en aquella plaza hasta su regreso y no ocho años como indicaba aquel despertador. La fecha tenía que estar mal. Pero, entonces, ¿de dónde habían salido aquellos muebles tan futuristas?
Miró hacia la pared y el cuadro de la catedral barroca seguía en su sitio y no había cambiado un ápice. ¿O tal vez sí? Por un segundo le pareció ver que el edificio desparecía y en su lugar aparecía aquella plaza y en ella la cabina de teléfono. En aquella cabina le pareció verse a sí mismo.
¡RIIIING!, ¡RIIING!
Aquel timbrazo lo sacó de sus pensamientos. El teléfono estaba sonando pero no veía ningún terminal para responder a la llamada. La mesita estaba iluminada, y sobre su pantalla se leía el nombre y el número del llamante: Jerzy. Él no conocía a ningún Jerzy. También había dos botones táctiles responder y rechazar. Al segundo timbrazo una voz femenina comenzó a decir el nombre del llamante. Eric decidió no tocar nada. Al quinto timbrazo la llamada se cortó.
CONTINUARÁ...

1 comentario:

  1. No me esperaba para nada esta continuación. Hay un cambio de registro, pero es leve. Me gusta.
    Continuo la lectura.

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