Abrió los ojos y no reconoció el lugar en el que se encontraba. Hacía
mucho tiempo que no dormía tan bien; desde algún tiempo antes de aquella
fatídica noche en su casa de Polonia que comenzaron a ocurrirle cosas extrañas.
No recordaba que había sucedido el día anterior; las imágenes se agolpaban en
su mente. Entonces recordó.
Había llegado con su compañero a una ciudad nueva y se habían instalado
en aquel local industrial con otro grupo de supervivientes que ya estaban
alojados allí. Riesco había pasado algunas horas hablando con aquella mujer,
que parecía ser la líder del otro grupo. No entendió casi nada de aquella
conversación; algunas palabras sueltas y poco más. Después de comer algo, el
cansancio lo venció y se quedó dormido en mitad de la conversación.
Miró a su alrededor con más detenimiento y vio una pared azulejada, un
lavabo y un retrete. Se encontraba en un baño. No tenía conciencia de haber
tenido la necesidad de acudir al lavabo durante la noche. Sin duda, tenía que
estar muy cansado porque no recordaba aquello.
Decidió levantarse y salir a la zona donde había estado la noche anterior
con su más reciente amigo. Ambos llevaban varios meses luchando codo con codo
contra aquellos muertos vivientes que nadie sabía de dónde habían salido, pero
todos sabían que no tenías que dejar que te mordieran, porque si no te
convertías en uno de ellos.
Abrió la puerta del cuarto y se encontró con un pequeño recibidor que
desembocaba en un salón con cocina americana, separados ambos por una pequeña
barra.
Estaba en un apartamento. Él conocía aquel apartamento. Era su
apartamento, pero estaba algo cambiado. Los electrodomésticos que él tenía
habían desaparecido y en su lugar había otros más modernos, metalizados y con
pantallas TFT.
Miró hacia el salón y también lo vio cambiado. Su vieja cadena de música
había desaparecido y en su lugar había una moderna barra de sonido para
conectar reproductores mp3 y teléfonos móviles. Su sofá había sido sustituido
por uno largo de diseño, con una forma un tanto extraña. En sus reposabrazos
había botones, que Eric supuso que eran para reclinar los respaldos y elevar la
zona de las piernas e, incluso, para darse masajes.
Su pequeña lámpara de lectura se había convertido en un tubo de cristal
sin ningún tipo de botón de encendido, por lo que Eric supuso que era táctil.
La televisión que había en el salón era ahora una pantalla plana anclada a la
pared sin ningún tipo de cable visible. Cuando miró más detenidamente, pudo
ver, o mejor dicho, no ver ni enchufes ni interruptores de la luz en ninguna
pared.
La ventana era un gran cristal sobre la pared, sin ningún elemento
metálico de soporte. Se acercó hasta el cristal y cuando se apoyó para mirar
hacia el exterior, sobre el cristal apareció un pequeño panel táctil con un
mensaje en su idioma.
¿Abrir ventana? Sí. No.
Pulsó sobre el sí y el cristal
comenzó a plegarse sobre si mismo desde abajo hacia arriba como una persiana
veneciana. Eric se echó hacia atrás asustado.
¿Dónde estaba? Aquel no era su apartamento aunque lo pareciera. Todo era igual
pero a la vez era distinto. Lo único que no había cambiado era el cuadro de la
catedral gótica que dominaba la pared que se encontraba opuesta al televisor.
La última vez que lo había mirado aquel cuadro había cambiado y mostraba unos
túmulos (que posteriormente vio en el pueblo al que había ido a parar); ahora
volvía a mostrarse tal y como él lo conocía.
Aquel pueblo… ¿cómo había ido a parar allí? Lo último que recordaba era
estar en su baño mirándose al espejo. De pronto se encontró al otro lado del
mismo y el reflejo había salido al mundo real y abandonaba la estancia. Lo
siguiente fue aparecer en aquella plaza que momentos antes había visto en otro
de los cuadros de su casa. No sabía cómo había ido a parar allí y no sabía
tampoco cómo había regresado pero sabía que no había sido un sueño porque en
aquel lugar había recibido una herida en la pierna y la cicatriz todavía estaba
allí. El pelo le había crecido y las uñas había tenido que írselas mordiendo ya
que apenas podía disponer de instrumentos para arreglárselas. La barba hacía
tiempo que había dejado de preocuparle y directamente se la había dejado crecer
libremente.
Avanzó por el pasillo hacia su cuarto. Según entró al pequeño pasillo
distribuidor, la luz se encendió de forma automática iluminando la zona. El
cuadro de la pared del fondo, que mostraba una iglesia románica, seguía en su
sitio y volvía a ser el que había sido siempre y no la pintura de la iglesia de
aquel pueblo en la que él se había refugiado del ataque de los zombis. Abrió la
puerta de la habitación que él usaba como despacho y despensa. Al atravesar el
umbral de la habitación, la luz del pasillo se apagó.
Aquella habitación también había cambiado. Se había convertido en un
cuarto infantil con las paredes decoradas con personajes de dibujos animados,
dos camas literas formando una L, un
armario y un escritorio sin nada encima. La encimera del escritorio era de
cristal con un pulsador de encendido. Eric lo pulsó por curiosidad. Bajo el
cristal del escritorio se encendió una pantalla. Había encendido un ordenador
cuya pantalla era el propio escritorio. Puso la mano sobre la pantalla y un
puntero apareció bajo su dedo: era una pantalla táctil. Movió puntero por la
pantalla, se puso sobre una carpeta y la abrió. La volvió a cerrar y apagó el
equipo. Se aproximó a la ventana y al tocar el cristal le apareció sobre el
mismo el panel de mando para su apertura que ya había visto en la ventana del
salón. Esta vez pulsó el no.
Abandonó aquel cuarto y se internó en la que había sido su habitación. La
cama seguía en su sitio; sin embargo, su mesita de noche había cambiado. Ahora
era un panel de cristal que parecía flotar ya que no tenía patas para apoyar en
el suelo, se encontraba anclado a la base de la cama. Sobre ella no había ni
teléfono, ni despertador, ni lámpara de noche; lo que sí había era un botón de
encendido como el del escritorio de la otra habitación. Lo pulsó y enseguida el
cristal de la mesita se convirtió en una pantalla de cristal líquido con varias
aplicaciones e iconos; una de ellas ponía despertador,
en otra luz de techo y una tercera
indicaba luz de cortesía. Comenzó
pulsando ésta última, con lo que se encendieron sobre el cabecero de la cama
una serie de luces de led que hacían de lámpara de noche. Apagó los leds y
pulsó sobre la aplicación del despertador y un reloj digital se dibujó en el
cristal de la mesita. Marcaba la hora actual, la fecha y la hora de la alarma.
Eran las once y seis minutos de la mañana del día veintiuno de junio del año
dos mil veinte. Ocho años más de cuando él vivía allí. Si él no había calculado
mal apenas habían pasado unos meses desde que apareciera en aquella plaza hasta
su regreso y no ocho años como indicaba aquel despertador. La fecha tenía que
estar mal. Pero, entonces, ¿de dónde habían salido aquellos muebles tan
futuristas?
Miró hacia la pared y el cuadro de la catedral barroca seguía en su sitio
y no había cambiado un ápice. ¿O tal vez sí? Por un segundo le pareció ver que
el edificio desparecía y en su lugar aparecía aquella plaza y en ella la cabina
de teléfono. En aquella cabina le pareció verse a sí mismo.
¡RIIIING!, ¡RIIING!
Aquel timbrazo lo sacó de sus pensamientos. El teléfono estaba sonando
pero no veía ningún terminal para responder a la llamada. La mesita estaba
iluminada, y sobre su pantalla se leía el nombre y el número del llamante: Jerzy. Él no conocía a ningún Jerzy.
También había dos botones táctiles responder
y rechazar. Al segundo timbrazo una
voz femenina comenzó a decir el nombre del llamante. Eric decidió no tocar
nada. Al quinto timbrazo la llamada se cortó.
CONTINUARÁ...
No me esperaba para nada esta continuación. Hay un cambio de registro, pero es leve. Me gusta.
ResponderEliminarContinuo la lectura.