Entretanto, Lucas se había dirigido a la calle de Inma. Sin
saber porqué se encontró a sí mismo parado frente a su puerta fumando un
cigarrillo. La brasa del mismo era la única luz que había en toda la calle. Al
igual que la última vez que había estado allí, todas las farolas se habían ido
apagando a su paso. A lo lejos, un aullido rompió el silencio de aquella noche.
Lucas no sabría decir si había sido un lobo o un perro quién lo había emitido.
Al fondo de la calle, donde Lucas había dejado su
motocicleta, la primera farola se volvió a encender y después la segunda, la
tercera y así el resto de farolas de la calle. Un instante después, apareció
Inma a la altura de la primera farola dirigiéndose hacia él. Al llegar a la
altura de Lucas, le dedicó una mirada de desprecio y sacó las llaves de su
casa.
– Inma, espera– pidió el chico.
– ¿Qué quieres? Déjame en paz, todavía no te has dado cuenta
que no quiero volver a saber nada de ti.
– Sólo quería darte esto– el chico le tendió una caja de CD.
– ¿Qué es esto?
– Un disco que te he grabado. Quiero que lo escuches.
– No lo quiero. No quiero nada tuyo. Olvídate de mí.
– Me pediste que no mirase tus ojos, que no llamase a tu
puerta y que no pisase tu calle. Pero no puedo. Es superior a mis fuerzas.
– Pues tienes un problema y no tiene nada que ver conmigo.
La actitud de Lucas cambió de repente. A la vista de Inma,
los ojos de su antiguo novio se pusieron en blanco por un instante para volver
a su color natural. Cogió a la chica por los hombros y, siguiendo un primitivo
instinto, le mostró los dientes con una especie de gruñido.
– Ojalá que se te apaguen los besos y que, como a mí, te
duela. Ojalá te lleven los demonios fuera de mi cabeza. Sal de mis sueños. No
quiero que te me aparezcas por las noches porque al despertar por la mañana te
pierdo y eso duele demasiado– entonces el chico cerró los ojos.
Lucas abrió los ojos. Las farolas de la calle se encontraban
encendidas. La primera parpadeaba. Sin entender nada, Lucas vio a Inma
acercarse y, cuando llegó a su altura, la miró de arriba abajo.
– ¿Qué haces aquí?– preguntó la chica.
Hacía un momento él tenía a Inma cogida por los hombros y
ahora había aparecido al fondo de la calle. Lucas no entendía nada. Se tocó el
bolsillo interior de su cazadora y el disco que le acababa de dar a su exnovia
seguía allí.
– ¿Estás sordo o qué?– volvió a preguntar la chica.
– Quería darte esto– y le tendió el CD.
– No lo quiero. Vete– y la chica se giró y entró en su casa.
Lucas dejó el CD en el buzón y se fue hacia su motocicleta.
Había alguien junto a ella. Era una chica. Él conocía a
aquella chica aunque no sabía de qué. Siguió avanzando y enseguida la reconoció
a pesar de haberla visto sólo un par de veces. Era Lola, aquella gitana de la
que Fernando se había hecho tan amigo en las fiestas patronales. La farola que
iluminaba su motocicleta y a la gitana parpadeó y se apagó un instante. Dos
puntos rojos brillaron donde antes habían estado los ojos de Lola observándole.
La farola se encendió de nuevo y la gitana había desaparecido.
Cuando llegó al lugar en el que se encontraba la motocicleta,
la farola se apagó nuevamente y Lucas escuchó un aullido proveniente de un
lugar indeterminado.
– Tengo que dejar de venir por aquí. Tengo alucinaciones cada
vez que piso esta puta calle. Inma no quiere saber de mí y si no lo olvido
pronto, me va a traer muchos problemas.
Se pone cada vez mejor. Esa calle es peligrosa, o lo es la gitana?
ResponderEliminarTus personajes son difíciles para que se sorprendan por algo. En una situación así, es para hacerse encima.
Saludos.