Apenas hacía unos días que había aterrizado en aquel planeta y ya había
conseguido mucho más de lo que esperaba. Mucho más de lo que había encontrado
en el mismo tiempo en el último planeta que había visitado.
Salió de su refugio prefabricado y se estiró para desentumecer los
músculos. Respiró profundamente y encendió su visor. Aquella lente le había
indicado que la concentración de oxígeno y demás gases de la atmósfera era
ideal para poder respirar sin necesidad del equipo autónomo que utilizaba en todas
las salidas al exterior.
Aquel podía ser un buen planeta para instalarse. Desde que Sarah Connor,
hija del gran líder de la resistencia John Connor, había derrotado a Skynet y todos los organismos
cibernéticos habían caído, la humanidad se esforzaba en encontrar un nuevo
planeta en el que residir, ya que la
Tierra había sido totalmente destruida en aquella maldita
guerra. Habían pasado diez años desde aquella victoria, y poco después, él se
había embarcado en aquella nave espacial en busca de un nuevo hogar para su
especie. Había sido el número uno de su promoción y ello le había conferido el
honor de ser el Primer Buscador. Había habido más, pero de momento ninguno de
ellos había tenido éxito.
El último planeta que había explorado, Raticulín, no cumplía ni con un
uno por ciento de las expectativas que se habían depositado en él. La estrella
más cercana estaba demasiado lejos como para mantener unas condiciones de vida
óptimas. Nada más pulsar la pantalla del visor, los datos que le habían
aparecido le habían alertado. Aún así, estuvo un día entero recogiendo y
examinando muestras que confirmaran lo que los datos del visor le decían.
Cuando se lo comunicó a la
Estación Base en la
Tierra , ésta, enseguida, le dio las coordenadas de un nuevo
planeta para explorar: Babel.
Sin perder un instante puso rumbo hacia aquel lugar. Desde su posición, y
a una velocidad cien veces superior a la velocidad de la luz, tardó un año y
medio en llegar a su destino. Se había colocado el visor sobre su ojo derecho y
su traje espacial con escafandra. En cuanto puso el pie sobre la superficie de
aquel nuevo planeta, el visor le indicó que los niveles de oxígeno eran
compatibles para la vida humana. A pesar de eso, decidió hacer las
comprobaciones manuales. Era lo que le habían enseñado en la Escuela de Buscadores. Los
aparatos podían fallar, por lo tanto tenían que comprobar todas las mediciones
dadas por los visores de forma manual.
El segundo día había instalado su refugio. Aquellas pequeñas capsulas
contenían todo lo que iba a necesitar en aquel rastreo: un refugio, un vehículo
ligero, un vehículo anfibio y un pequeño planeador. Simplemente tenía que sacarla
de la caja, apretarlas ligeramente hasta oír un clic y lanzarla a varios metros de su posición. En cuestión de
segundos, la cápsula explotaba y se convertía en lo que contenía su interior.
Para volver a la forma de cápsula, el propietario tenía que pulsar el botón de
retorno y volver a guardarlas.
Babel tenía agua potable y tierra fértil en la que podrían cultivar
cereales y frutas como sus antepasados. También había abundantes árboles, pero
de un tamaño mucho menor a los que había en la Tierra décadas atrás y
ninguno de ellos tenía frutos. Lo que no había encontrado era ningún tipo de
ser vivo que no fuera de origen vegetal.
Allí los días duraban treinta horas, de las cuales diecisiete eran de luz
y trece de oscuridad. Para todos, aquello sería una novedad, ya que desde 2035
la luz del Sol no llegaba a la superficie de su planeta natal. Skynet había detonado varias bombas nucleares
y la reacción provocada había sido que la atmósfera se oscureciera y se llenara
de un polvo tóxico que impedía el paso de los rayos solares.
Un pitido sonó en su auricular y un mensaje salió en la pantalla de su
visor. Estaba recibiendo una llamada desde la Estación Base. A las pocas
horas de su llegada había hablado con ellos, para comunicar que el planeta
Babel parecía seguro para ser habitado.
––Aquí Estación Base, adelante Primer Buscador.
––Al habla el Primer Buscador.
––Todo está dispuesto para establecer portal de teletransporte entre la Tierra y Babel.
––Recibido, mañana a primera hora activaré la puerta que voy a instalar
ahora mismo.
––Mañana a primera hora reestableceremos la comunicación.
Aquellos breves diálogos informando de su situación o recibiendo órdenes
era lo único que lo seguía manteniendo unido al Planeta Azul.
Acudió a su refugio y cogió el instrumental necesario para montar el
portal que comunicara los dos planetas. Colocó los dos postes laterales a una
distancia de tres metros entre ellos. Posteriormente, con ayuda de una armadura
de carga, que reducía los esfuerzos más de la mitad, elevó el travesaño hasta
colocarlo en el extremo de los postes. El visor le indicó que todo estaba
correcto. Regresó al refugio y sacó un gran generador para darle energía al
portal de teletransporte. Lo conectó y lo dejó en modo de carga, así al día
siguiente podría ponerlo en marcha sin ningún problema.
Había llegado el momento de retirarse a descansar. La puesta de sol
(aunque realmente lo que se ponía era la estrella Hamal de la constelación de
Aries) estaba a punto de finalizar y no le gustaría estar fuera de su refugio
cuando la noche reinara en el planeta. La temperatura bajaba más de treinta
grados y se levantaba un ligero viento que daba más sensación de frío.
El visor se iluminó de golpe indicándole que había algo acercándose a él.
Se giró rápidamente en la dirección que le indicaba el instrumento pero allí no
había nada. La señal del visor desapareció. Seguramente se tratase de un error,
les habían dicho en la Escuela
de Buscadores que aquellos visores solían fallar. Habían sido fabricados con
los restos de los órganos de visión que utilizaban los cyborgs T-800; eran muy
buenos pero no infalibles. La señal volvió a activarse, pero frente a él no
había nada.
Se quitó el aparato y le dio unos golpes con la mano, para que volviese a
funcionar correctamente. Se lo colocó frente a su ojo izquierdo otra vez. El
aparato seguía indicando que ante él había algo. Sin embargo, no podía ver
nada. Quizá estuviera a más distancia de lo que pensaba.
Decidió adelantarse en busca de algo que no estaba seguro de que se
encontrara allí. Cuando llevaba cien metros recorridos decidió que ya había
sido suficiente por aquel día. Si no regresaba pronto al refugio se congelaría
de frío. Dio dos pasos más antes de caer de bruces. Había tropezado con algo.
Pero allí no había nada. Sin embargo, había oído que ese algo con el que había
tropezado había emitido una especie de gemido. Se incorporó de nuevo.
Estaba sucediendo algo muy extraño. ¿Era posible que hubiera tropezado
consigo mismo? Podría ser, pero estaba seguro de que no había sido así. Miró
por su visor, pero el aparato no indicaba nada. Decidió regresar al refugio.
Ahora el visor sí indicaba algo. Entre él y el refugio marcaba que había cinco
objetos. Se retiró el visor nuevamente y ahora sí pudo ver lo que se interponía
entre él y su refugio.
Allí había cinco seres peludos que parecían a lo que en su planeta una
vez se conoció como osos. Eran de un tamaño que no sobrepasaba al de un humano,
con grandes ojos que los hacían parecer enormes peluches y dos graciosas orejas
sobre su cabeza. El Primer Buscador levantó la mano en señal de paz. Pero los
cinco seres retrocedieron asustados.
Lo que había pensado que eran las orejas se movieron hacia delante y
comenzaron a moverse y a emitir un sonido gutural y nasal a la vez. Resultaba
que lo que había confundido con orejas realmente eran bocas.
––He venido en son de paz. Esto es una misión de reconocimiento
Evidentemente, no recibió ningún tipo de respuesta.
Tan de repente como habían aparecido, los cinco seres peludos
desaparecieron. Corrió hacia el refugio para comunicarse con la Estación Base para informar que
en aquel planeta había vida. Pulsó el botón del intercomunicador pero no obtuvo
respuesta. Al otro lado no había nadie. Consultó la hora y el monitor le
indicaba que en la ciudad en la que se encontraba la Estación Base eran
altas horas de la madrugada. Con razón nadie respondía a su llamada. Miró a
través de las ventanas, por si veía nuevamente a aquellos seres pero fue en
vano. ¿Acaso lo habría imaginado?
Le convenía descansar. Al día siguiente tenía que contactar con la Estación Base e informar de la
situación. Después, tendría que esperar órdenes de abrir la puerta de
teletransporte o desmontarla y continuar su búsqueda en el siguiente planeta.
Cuando se despertó estaba amaneciendo. Según indicaba su monitor, eran
las tres de la tarde en el país de la Estación
Base. Estarían preocupados ya que había dicho que conectaría
el portal a primera hora.
Salió al exterior y activó su visor. El clima era soleado, con una
temperatura agradable de veinte grados y una humedad relativa del sesenta por
ciento. Se acercó al portal y comprobó que la energía que se había almacenado
durante la noche en los acumuladores era la suficiente para la apertura del
transportador.
Pulsó el botón de su intercomunicador.
––Adelante Estación Base, aquí el Primer Buscador.
––Primer Buscador, adelante para Estación Base. ¿Todo a punto para la
conexión del portal?
––Todo listo. Cuando lo ordene, procederé a la activación.
––Proceda.
El Primer Buscador se acercó al portal y se preparó activar los
interruptores que activasen la puerta interplanetaria para la llegada de su
gente a aquel planeta.
Entonces sintió un golpe, como un latigazo, en el lateral de su cara y su
cuello. No sabía de dónde había venido aquel golpe pero le dolió. Incluso
pasados unos segundos seguió escociéndole. Se llevó la mano a la zona dolorida
y la puso frente a sus ojos. Estaba manchada de sangre.
Se giró buscando a su posible agresor y allí los vio. Delante de él y a
poco más de veinte metros se encontraban los cinco seres peludos que había
visto la noche anterior. Su aspecto ahora no era ya tan adorable como la
primera vez que los había visto. De lo que había confundido con orejas en un
primer instante, le salían una pareja de látigos que se agitaban por delante de
los seres. Parecían lenguas furiosas dispuestas a darle un mortal lametazo.
El Primer Buscador sacó su arma y disparó contra una de aquellas
criaturas. El ser se desparramó por el suelo en mil pedazos recubiertos de una
sustancia viscosa de color amarillento.
Otro de los seres lanzó su látigo contra el Primer Buscador lacerándole
el brazo con el que sujetaba su arma, que cayó al suelo. El humano se arrodilló
para recoger el arma sin perder un solo instante. Las lenguas de los habitantes
de Babel continuaban agitándose con violencia. Entonces, como un único ente,
todos los seres lanzaron sus lenguas-látigo a la vez contra el Primer Buscador.
Y repitieron la operación una y otra vez. Las heridas le cubrían casi la
totalidad del cuerpo. Seguía con vida pero notaba que ésta se le escapa poco a
poco por aquellos cortes que los babelonianos le habían hecho. Se estaba
desangrando y no tenía fuerzas para moverse.
Giró su cabeza y, desde aquella posición, vio como los cuatro seres que
aún quedaban en pie se acercaban a él. No tenía fuerzas para defenderse. Para
su sorpresa pasaron de largo. No se dirigían hacia él si no hacia el portal.
Con una de aquellas lenguas, uno de ellos pulsó el botón de encendido del
portal intergaláctico. Un arco voltaico saltó entre los dos postes para
convertirse a los pocos segundos en una superficie espejada de aspecto acuoso.
Aquellos cuatro habitantes de Babel atravesaron el portal con dirección a
la Tierra. El
Primer Buscador sintió una punzada de nervios al pensar que su planeta iba a
ser invadido por una raza extraterrestre por su culpa. Sin embargo, se sintió
más aliviado al pensar que los de su raza poseían armas que acabarían en un
instante con aquellos seres, igual que él había hecho momentos antes.
A unos metros de su posición. Los restos de la criatura que había matado
de un disparo, comenzaron a crecer hasta constituir cada uno una nueva criatura
de aquella especie. Centenares de nuevos babelonianos se encaminaron hacia el
portal interplanetario y lo atravesaron dirección a la Tierra. De todas las
direcciones, más y más de aquellos seres aparecieron de la nada y se perdieron
a través del umbral de la puerta teletransportadora.
La última sensación que tuvo el Primer Buscador antes de morir
desangrado no fue miedo, si no angustia por haber condenado a su planeta.
Después de tantos años de lucha contra Skynet
y los Cyborgs, ahora
Muy buen relato, Robe. Vas contando la historia de manera lenta hasta llegar a una situación inesperada que, de manera ascendente, nos tiñe de sangre.
ResponderEliminarEl final es buenísimo.
Saludos.