Como realmente dice la gente no existe el crimen perfecto, ¿o sí? Yo
puedo asegurar por experiencia propia que no. Esto no viene a ser si no una
confesión de una terrible atrocidad que cometí hace algunos años. Algunos quizá
habéis oído hablar de ella, pero la gran mayoría lo dudo.
Todo comenzó hace cinco años,
cuando yo conocí a una chica muy guapa, muy simpática y, porque no decirlo, de
muy buen ver. Durante meses la amé en secreto, ella nunca supo de mi
existencia. Pero yo de la suya sí, la espiaba donde quiera que estuviese, la
seguía donde quiera que fuera y la amaba. Siempre en secreto, pero la amaba con
locura.
Pasó el tiempo y fuimos creciendo,
al igual que mi amor hacia ella; cada día que pasaba la amaba más y más.
Acabamos el colegio y llegó el verano. Ella se fue de vacaciones a otro lugar
que desconozco, durante esa época fue el único instante que no supe de ella.
Tres largos e infernales meses. Al finalizar el verano, comenzamos el
instituto. Por una casualidad, el destino quiso que nos tocara en la misma
clase, en la misma columna pero separados por otras dos o tres parejas de
compañeros.
Durante aquel primer año de
instituto también la amé, incluso llegué a más: me atreví a hablar con ella. El
primer día muy bien, el segundo también, y al tercero... Pero pasaron los meses
y ella se fue distanciando de mí, y eso que la ruta que cogíamos para ir al
instituto a Benavente era la misma.
La distancia comenzó a forjarse
por culpa de un grupo de amigas que conoció en la clase, aquel grupo de chicas
la llevaba por el mal camino; el camino que la alejaba de mí. Yo no podía hacer
nada. Luché y luché, traté de convencerla que no eran una buena compañía pero
ella estaba ciega y no veía la realidad. Al poco, y gracias a ese grupo de amigas,
conoció a un chico. Aquel chico la engatusó, la engañó para que fuera con él;
no tenía nada de malo, sus amigas se iban con sus amigos. Y ella así lo hizo.
Pero no estaban solos, al menos
ellos ignoraban mi presencia. Cada minuto que ellos pasaban juntos yo estaba
allí, escondido entre las sombras para vigilarlos, para evitar que aquel chico
la tocara. Pero con el tiempo llegó incluso a besarla. Aquel día decidí hacer
lo que posteriormente hice.
Mi gran oportunidad se presentó un
día que se celebraba una excusión a la capital. Casi todos los alumnos irían,
casi todos. La "maldita pareja" había dicho a sus amigos y amigas que
ellos se iban a quedar para pasar el día juntos; sin embargo, en sus casas
dijeron que iban a la excursión (¿que cómo lo sé?, tengo mis métodos). Los dos
quedaron a solas en Huerga de Vidriales, nuestro pueblo (mi pueblo, me lo
conozco como si yo mismo lo hubiera creado).
Él llegó con su reluciente moto
seminueva y se dirigió al lugar en el que habían quedado, un edificio en obras
al que nadie acudía. Allí, en la intimidad comenzaron a besarse sin miedo a ser
sorprendidos, a fin de cuentas nadie iba allí nunca. Pero aquella mañana
alguien los observaba: yo.
Aproveché un momento en el que se
besaban y le asesté al chico un fuerte golpe con un ladrillo, cayó al suelo sin
conocimiento. La chica se quedó paralizada, lo que aproveché para abrirle la
cabeza con un hacha que usaba mi padre para partir leña. Posteriormente, hice
lo mismo con el inconsciente chico. Cuidadosamente despedacé los dos cuerpos
como pude y los introduje en diversos recipientes de plástico, herméticos que
metí en una bolsa de viaje.
Escondí la bolsa en un lugar
seguro e invertí varias horas en limpiar aquel lugar de la sangre que aquellos
dos habían soltado. Me costó pero lo conseguí. Posteriormente, fui a la granja
de mi tío y vertí en las pocilgas los restos. Los hambrientos cerdos no dejaron
ni los huesos, los devoraron con tanta avidez que parecía que no hubieran
comido en su vida. Luego quemé los recipientes herméticos y la bolsa y enterré
las cenizas entre el estiércol.
¿Cómo me deshice de la moto? Esa
es otra cuestión. El caso es que todo el mundo comenzó a conjeturar sobre lo
sucedido: que si los chicos habían sido secuestrados, que si los habían matado,
que si se habían fugado... Tras una intensa búsqueda y no hallar ni la moto ni
los cuerpos, la gente llegó a la conclusión que se habían fugado para poder
vivir su amor con libertad, como en las series y películas de la televisión.
El crimen perfecto salvo por un
detalle. Los remordimientos de conciencia que he sufrido desde entonces. No
puedo cerrar los ojos sin verlos besarse, no puedo dormir sin que en mis sueños
aparezca la chica con el hacha clavada en lo alto de la cabeza. Me estoy
volviendo loco, y quiero confesarme culpable de haber asesinado a aquella
pareja de novios y de haber dado a los cerdos sus restos como comida.
La obsesión y la culpa no son buena compañía a la hora de cometer un crimen.
ResponderEliminarTruculenta tu historia, Robe. Simple y retorcida.
Te felicito.
Saludos.