Trabajar es maravilloso.
Que digo maravilloso: un lujo hoy en día, por lo menos en España. Ayer un amigo
me comentó “El otro día al salir del trabajo vi un unicornio” me quedé
asombrado: una persona con trabajo. Según las estadísticas del Estado, cinco de
cada diez personas en edad de trabajar son la mitad. A mí, sin ir más lejos, me
ofrecieron un trabajo hace poco para hacer sondeos. No me lo tomé muy en serio
cuando pregunté “¿Qué sondeos?” y me respondieron “Pues esas cosas largas con
uñas que salen de las manos”.
Trabajar mola. Sobre todo,
los trabajos en los que te pagan y te sientes realizado. Los médicos son los
mejores. Les pagan por repetirte lo que lleva 30 años diciéndote tu madre: no
fumes, no bebas, no vayas con mujeres de dudosa reputación… De dudosa
reputación nada: nadie duda que son putas. Así, con todas las letras
Ser médico mola. Mola
hasta que la cagas. Tú, reputado cirujano, entras en la habitación de tu
paciente y exclamas: “Tengo una buena noticia, la amputación de su pene para el
cambio de sexo ha sido todo un éxito”. “Pero… si yo venía a una operación de
apendicitis”. “Ups. Entonces la noticia no es tan buena”. Te echan del
hospital, del colegio de médicos y hasta del club de póker que te has montado
con tus colegas.
Otro curro que mola es el
de policía. Pasearte por ahí con una pistola, unas gafas de sol como las de las
películas y un palillo masticado hasta que se convierte en un mazacote de
astillas mojadas de saliva. Eres el cherif
del pueblo. Hasta que empiezan los problemas de verdad.
La gente los confunde con
una oficina de información. Tú, policía recién salido del horno, te destinan en
la capital del país. 5 millones de habitantes y algún que otro perro. Te
alquilas un piso cochambroso a compartir con otro compañero que está en tu
misma situación y sabes ir de tu casa al trabajo y del trabajo a casa. El otro
día conseguiste llegar hasta el super
que está en la esquina sin perderte… Otra cosa fue el camino de vuelta que
acabaste cogiendo el metro hasta la otra punta de la ciudad. Claro, bajo tierra
no hay edificios con los que guiarte “Vivo al lado del Edificio España” pero
bajo tierra eso no lo puedes decir, porque no se ven los edificios.
En fin, tú, novato sales
tu primer día de patrulla con tu compañero novato y os preguntan por una calle.
Pero no una calle cualquiera, no. Te preguntan por una calle que no sale ni en
los mapas, no la localiza ni el google maps. Después de volverte loco mirando
la guía, buscando en el móvil y hasta en el GPS, llega un abuelete y dice: “Sí,
hombre, si esa es la que cruza Gran Vía paralela a Fuencarral. Es mu pequeña”. Le das las gracias al
viejo, y le repites la información al ciudadano y cuando se va oyes como dice
“Pues vaya mierda de policía, que no sabe ni las calles”. Ahí empiezas a pensar
que tienes que empollarte bien el
callejero si no quieres sufrir más bochornos como ese.
Entonces sucede lo que
todo policía novato desea: una llamada de la central. Te llaman de la central y
te dicen que se ha producido una pelea, que un hombre a pegado a otro y los
viandantes lo tienen detenido. Tú piensas “Esto es pan comido. Llegamos,
detenemos al tío, lo metemos al coche y la víctima que venga a denunciar”. Sin
embargo, la realidad es bien distinta. Llegas, aparcas encima de la acera
porque no tienes otro sitio, hablas con la víctima para conocer los hechos y
procedes a detener al agresor. “Ahora tiene que venir a la comisaría a
denunciar” Entonces comienza el caos. La víctima responde “No quiero denunciar.
No quiero que lo detengan, sólo quiero que le den un susto” Varias frases se
entrecruzan por tu cabeza:
“¡¡UUUUHHH!! ¿Así de susto
o lo asustamos más?”
“Oiga, que no somos El Coco”.
El caso es que el susto te
lo llevas tú cuando ves que la grúa se ha llevado el coche patrulla por
estacionar encima de la acera.
Después del segundo
ridículo del día, piensas en pedir el traslado a la oficina para recoger las
denuncias. Te toca el turno de noche y de pronto te llega un ciudadano (varón)
muy indignado a denunciar una estafa. Tú escuchas atentamente su relato: “Pues
yo iba por esta calle, ¿sabe? Y entonces vi a un grupo de señoritas que estaban
ejerciendo la prostitución. Yo no voy nunca de putas, no me gusta eso, pero me
paré y solicité los servicios de una…”
“¿Y le pagó y no le prestó
el servicio?”
“No. Peor aún.” Exclama él
“¿Le robó después de
prestar el servicio?”
“No, no. Pues después de
prestar el servicio vi que era un hombre.”
“Claro. Esa es una zona de
prostitución de travestis. Los sabe todo el mundo.” Le respondes
“Pues me siento estafado.
Quiero que me devuelva mi dinero y además denunciarle. Tenían que poner
carteles que es una zona de travestis y no de señoritas”
Entonces piensas “A ver,
alma de cántaro. ¿Y te das cuenta después? No ves que tiene nuez, que sus manos
son más grandes que tu cabeza, ni que ¡estaba meando de pie! A ti sí que habría
que denunciarte; pero por idiota.” Evidentemente, esto no se lo dices porque
puedes perder tu trabajo y tu sueldo pagando costas judiciales por la denuncia
que te pone.
Los bomberos no lo tienen
mejor. Piensas que el trabajo de tu vida es ser bombero, y además se liga un
montón. Con tu uniforme entalladito, entrenando en el gimnasio todos los días,
salvando macizas de voraces incendios… ¡¡Y una polla como la manguera de un
bombero!! No vas al gimnasio porque te vuelves un vago y total, la tripa es
algo heredado de tu padre, que él heredo de su padre y éste del suyo. Las
únicas llamadas a las que vas son para bajar gatos de árboles y lo más macizo
que salvas es la dentadura de una octogenaria que se dejó la olla al fuego y
casi quema el edificio en el que vive. Y ya lo peor es cuando te confunden con
un cerrajero. Aunque para eso los bomberos tienen un as escondido en la manga.
Te llaman porque una
persona se ha dejado las llaves dentro de su casa y no puede abrir la puerta.
Los llamantes lo hacen con toda la picaresca española que hemos heredado en
este país desde los tiempos del Lazarillo de Tormes. Lo que se les pasa por la
cabeza es “Ya está, llamo a los bomberos y me ahorro los 300 euros del
cerrajero”. Hartos de tanto mamoneo,
el jefe de la dotación de bomberos, después de abrir la puerta… ¡ZAS! Minuta
por valor de 500 euros por movilizar un servicio de emergencias sin motivo real
de emergencia. Es como si llamas a una ambulancia para que te lleve a casa para
ahorrarte el taxi.
Y qué decir de los
cerrajeros. Que gran oficio el de cerrajero. Ya sólo por acudir a un servicio
te cobran 300 euros de desplazamiento. Tú te encuentras frente a la puerta de
tu casa sin poder entrar porque no tienes las llaves y llamas a un cerrajero.
El tío llega y te dice “Señora, ha mirado bien en el bolso” y tú respondes toda
digna “Pues claro, es el primer sitio en el que miré” y le tiendes el bolso
para que lo compruebe por sí mismo. Entonces el tipo mete la mano en el bolso y
al sacarla ¡TACHÁN! Un manojo de llaves entre las que está la de tu casa. 300
euros.
También se puede dar la
situación que el tío no encuentre las llaves. Entonces coge una radiografía, la
mete por el quicio de la puerta y ¡TACHAN! La puerta abierta. 300 euros.
Si lo último no funciona,
el cerrajero coge una especie de taladro en miniatura y te destroza la
cerradura y ¡TACHÁN! La puerta abierta y la cerradura inservible. 300 euros y
otros 50 por una cerradura nueva.
El mágico cerrajero
también tiene la opción de llamar al vecino de al lado y pedirle el duplicado
de la llave que le diste hace años por si te pasaba lo que te está pasando. 300
euros.
Su primera opción, tras
revolver tu bolso, es llamar al timbre por si hay alguien en casa. Entonces
abre tu marido, tu esposa, tu padre, tu hermano o el perro y… ¡TACHAN! 300
euros. A lo que piensas “Hijo puta, eso lo podía hacer yo.” Sí, pero no lo has
hecho.
Riiing. Riiing.
– Cerrajería ¿Dónde están las llaves?, matarile rile rile,
¿qué desea?
– Verá, he perdido las llaves
y no puedo entrar a mi casa.
– Cobramos 300 euros por
el desplazamiento.
– Pero si están en el
local comercial del bajo de mi edificio.
– 300 euros por el
desplazamiento aunque sea a pie.
– Cabrones, si es el
primer piso y hay ascensor…
– 300 euros.
– Déjelo, que ya llamo a los bomberos que son
gratis.
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