Yo no sé de qué modo podrá ayudarme que
yo le cuente mi sueño, pero ya no sé que hacer, estoy desesperado por que
alguien interprete lo que aparece en mi cabeza por las noches.
¿Ya está grabando?, pues claro, que
tonto soy, si está la lucecita roja encendida, pues empiezo.
Mi nombre es Esteban Cua y tengo
diecisiete años. Nací el 19 de abril de 1999, por lo tanto soy Aries.
Yo nunca he creído en cosas de
horóscopos ni en los astros ni temas similares, incluso hasta hace unos meses
nunca me había presentado como un Aries.
Quedé un día con cuatro amigos para ir
al centro a mirar regalos de Navidad para nuestros padres y hermanos. Después
iríamos al cine a ver la última película de Star
Wars y al salir a merendar algo a la cafetería de la calle Mayor, ya sabe,
esa tan famosa que aparece en muchas series y películas.
Los cinco tenemos planeado un viaje a
Hungría. Llevamos un par de años hablando de ello, y, este año, por fin nos
hemos decidido a hacerlo. Nos costó un poco convencer a nuestros padres, ya que
es un viaje largo y costoso. Nunca hemos salido del país y a nuestros padres
les da miedo, pero finalmente hemos conseguido que nos den permiso
En la cafetería, Daniela cogió una
revista, no era una revista propia para adolescentes como nosotros; más bien
era para mujeres maduras que les gusta leer y regodearse con las desdichas de
los famosos. Comenzó a pasar hojas y a hacer comentarios sobre algunas de las
noticias publicadas; el resto nos reíamos o le decíamos que no nos interesaba
aquello. Entonces fue cuando llegó al horóscopo. Se detuvo en aquella página
para leer el suyo en silencio, miró alguna cosa más por encima y pasó la hoja.
Entonces mi amigo Julián la detuvo e hizo que regresara al horóscopo.
—Léenos también el nuestro —le pidió en
tono jocoso—. Llevas un buen rato contándonos cotilleos, pues ahora infórmanos
de lo que nos depara el futuro.
—Eso son chorradas —comentó Maxi, que no
creía en la astrología.
—Pues yo sí que quiero que me lea el mío
—intervino también Miranda.
El único que no se pronunció fui yo. No
era algo que me interesara, pero sentía curiosidad por saber qué decían los
astros sobre mi futuro. Así fue como Daniela fue leyendo uno por uno nuestros
horóscopos, no recuerdo lo que les contó a los demás, pero recuerdo muy bien lo
que me dijo a mí: “Vives momentos de
bienestar que se verán recompensados con el viaje que siempre has soñado. En el
trabajo recibirás una gratificación.”
—Mira, el tuyo acierta en lo del viaje
—dijo Julián.
—Si eso fuera así, todos los demás
horóscopos dirían lo mismo —intervino Maxi—, al fin y al cabo ese viaje lo
haremos todos.
La verdad que sí que vivía momentos de
bienestar porque me iba bien en los estudios, con mis amigos me lo pasaba
genial y la relación con mi familia era estupenda. Lo único que no coincidía
era lo del trabajo, pero al llegar a mi casa aquella noche, mi madre me dijo
que a mi padre le habían ascendido en el trabajo. Mi padre también es Aries,
igual que yo. No sabía si todo aquello era coincidencia o aquel horóscopo había
acertado.
En fin, que cené con mi familia, vimos
un rato la televisión y me fui a acostar. Desde aquella noche comencé a tener
esa pesadilla. Bueno, realmente no es el mismo sueño todas las noches, pero el
final es igual.
Aquella noche soñé con mares y ríos que
ardían, y de ellos salían hombres que no tenían piel. Yo iba por un sendero de
piedra y a mi alrededor había agua, pero no era un agua normal; era de color
morado y, de repente, se convertía en lava, de la que salían pequeñas
erupciones que invadían mi camino. Al intentar apartarme para no quemarme,
salían de la lava hombres despellejados que avanzaban hacia mí. Yo intentaba
huir, pero al intentar correr, lo que sucedía era que no lograba avanzar y
aquellos seres me cerraban el paso.
Cuando conseguí moverme del sitio, ya no
estaba en un camino, si no en una casa. Entraba por la puerta y allí me
esperaba mi madre con mi amiga (la que nos leyó el horóscopo). Estaban comiendo
magdalenas (algo raro, porque mi madre no puede comer dulce) y tomando leche.
Me ofrecieron una y mi madre me preguntó que por qué venía tan sofocado; me
pidió que me sentara y merendara con ellas. Subo a mi cuarto y allí me tumbo en
la cama.
Y aquí comienza la parte común de todos
los sueños: Aparece una mujer atada a la pared con cadenas. Está totalmente
desnuda y tiene la cadena enganchada a un tobillo, el cual se le ha amoratado.
Está demasiado pálida, como si estuviera muerta, pero respira y se mueve
ligeramente. Me pongo en pie para acercarme a ella y liberarla. En el momento
en el que toco su piel la noto fría, y me doy cuenta de que esa chica es
Daniela, que me sonríe. Sus dientes están afilados y emite una carcajada aguda
que me hiela la sangre. Cuando intento darme la vuelta para buscar algo con lo
que cortar las cadenas, me encuentro con que estoy encerrado en una jaula. Por
más que golpeo y zarandeo los barrotes, no consigo salir. Al otro lado, hay
varias sombras a las que oigo reír. En ese instante me despierto.
Bueno, pues el caso es que como tenemos el
viaje programado para cuando se acaben las clases no sé como interpretar esos
sueños. ¿Tendrán algo que ver con el viaje? ¿Debemos seguir adelante con él?
Aparte de las pesadillas, esas dudas son las que me atormentan.
Otro de los sueños comienza en el instituto,
con mis amigos en clase. Nos están explicando el tema de Platón y su retórica.
Sin embargo, no es el profesor de filosofía el que nos da la clase, si no la
maestra de inglés. Y, aunque, no nos habla en castellano, la entendemos
perfectamente. Cuando suena la campana y salimos del aula, en pasillo no es el
del instituto. Es un pasillo con paredes acristaladas y está flotando en el
aire, comunicando dos edificios a decenas de metros de altura. Resulta
atrayente, y a la vez aterrador, caminar por aquel suelo de cristal como si
realmente pudiéramos pasear por las nubes. Es una sensación que no se puede
describir. Entonces nos montamos en un coche de feria y el suelo se convierte
en raíles de montaña rusa. El vehículo se desliza por las vías bajando
empinadas cuestas y haciendo giros imposibles. Cuando bajamos de allí nos
encontrábamos en una mazmorra subterránea. Caminamos por un largo pasillo
iluminado por antorchas cuya llama danza y salta produciendo extrañas sombras.
Al final llegamos a una amplia sala llena de ordenadores y pantallas. A mí me
recuerda a la Batcueva , ya sabe, la
cueva de Batman. Allí hay unos cilindros llenos de un líquido verde y,
aparentemente, viscoso en el que flotan cuerpos humanos, conectados a unos
respiradores.
Nosotros los miramos como si fueran
animales en un zoo, reímos y señalamos las cámaras cilíndricas. Todos son
diferentes. Algunos son hombres, otros mujeres; blancos, negros, asiáticos;
grandes, pequeños, delgados, obesos, musculosos.
Maxi se para
frente a una de aquellas cápsulas y comienza a tocar el cristal y a pulsar
botones. Nosotros le decimos que no toque nada, pero él nos ignora y continúa a
la suyo. La profesora de inglés se acerca a él, y, lejos de impedirle que siga
a lo suyo y estropee aquellos aparatos, le ayuda a intentar abrir la cápsula.
Daniela y yo comentamos que aquello es un error, pero por más que le gritamos a
Maxi y a la profesora que no toquen, ellos nos ignoran. Miranda y Julián se han
acercado cada uno a un cilindro y comienzan también a tocar el cristal y los
botones. Yo me acerco a Miranda e intento apartarla de aquel objeto; quiero
agarrarle las manos, sin embargo, se mueve tan rápido que cuando voy a
sujetarle una muñeca, esta se me escurre entre los dedos y continúa tocando los
botones.
A nuestras
espaldas oímos un ruido de descompresión al abrirse uno de aquellos cristales.
El líquido se desparrama por el suelo y el cuerpo que flotaba en el interior cae
al piso.
—Lo hemos
liberado —dice Maxi. Él y la profesora lo están limpiando de los restos de
líquido que había por el cuerpo. Cuando se levanta, sorprendentemente, va
vestido.
La siguiente
imagen es del resto de los cuerpos saliendo de sus crisálidas artificiales.
Nosotros echamos a correr por aquellos subterráneos perseguidos por los seres
de las cápsulas. Cuando les digo a mis amigos que corran para que no nos den
alcance, me doy cuenta de que mis amigos ya han sido hechos prisioneros. Me
meto por un pasillo que resulta desembocar en una habitación. En este punto es
en el que los sueños confluyen en su parte común: la mujer, que resulta ser mi
amiga Daniela, atada a la pared, con los dientes afilados y yo encerrado en una
jaula.
Esos dos son
los sueños que mejor recuerdo, del resto solo recuerdo detalles sueltos, salvo
el final, que siempre coincide.
Bueno, veo
que ha estado tomando notas, ¿tiene algún resultado? ¿Qué es lo que me pasa?
¿Debo hacer ese viaje? Bueno, imagino que aún será pronto. Esperaré su llamada,
ya le dejé mis datos a la chica de la entrada. Adiós, y muchas gracias.
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