Como cada mañana, Rigby y Mordecai se encontraban realizando las tareas
de limpieza y mantenimiento del parque en el que trabajaban. A sus veintitrés
años, ambos se ganaban la vida con aquel trabajo.
A los pocos minutos llegaron sus compañeros Musculitos y Chócala montados
en su cochecito de golf. Pararon a escasos metros de ellos derrapando y
salpicándolos de barro.
—Hola, pringaos —saludó Musculitos—. ¿Habéis hablado con Benson? Tiene
una sorpresita para vosotros.
En aquel instante llegó su jefe montado en el coche de Pops, el gerente
del parque, acompañado de este y de Skips, el sabio y fuerte yeti que vivía en
aquel lugar incluso antes de que fuera un parque.
—Escuchadme bien, va a venir a visitarnos una excursión de un colegio.
Quiero que les enseñéis el parque y que no hagáis ninguna tontería de las
vuestras —les dijo la máquina de chicles.
—Jo, tío, menudo marrón —se quejó Mordecai—. Nosotros no somos niñeras de
nadie.
—Eso, nosotros no estamos aquí para cuidar a mocosos —apoyó su amigo
Rigby. Después, el mapache se dirigió hacia el azulado pájaro—. Mordecai,
acabemos de recoger estas hojas y vayamos a tomarnos un refrigerio.
—Perdedores, no podéis tomar nada porque el jefe os ha encargado cuidar a
esos críos —intervino Musculitos—. Chócala, vayamos nosotros a por ese
refrigerio.
El fantasma con la mano en la cabeza y el monstruo verdoso arrancaron el
carrito de golf y comenzaron a hacer derrapes salpicando de barro a los demás.
—¡Alto ahí! —ordenó Benson—. Esta tarea de enseñar el parque también es
para vosotros.
—Eso es un trabajo de pringaos —protestó Musculitos.
—Si os negáis a hacerlo, os despediré —atajó Benson.
—¡UUUHHH! —exclamaron Mordecai y Rigby, a la vez que hacían un gesto con
la mano.
—Y a vosotros también. —Y dicho esto, el jefe se retiró del lugar a pie
mascullando improperios contra sus empleados. Tenía tantas ganas de despedirlos
a todos… pero aquello entristecería a Pops, y era tan sensible que no podía
darle ese disgusto.
—Jo, tío, nos han hecho la pirula. ¿Cómo vamos a guiar nosotros una
excursión por el parque? —preguntó Rigby.
—Chicos, ¡una excursión es algo maravilloso! —se emocionó Pops. La
piruleta gigante se llevó las manos a la cara e hizo un gesto de confort y
nostalgia al mismo tiempo; un gesto que solo un niño sería capaz de hacer.
—Intentad no meter la pata —les dijo Skips—. Y andaos con ojo, los niños
de hoy en día son mucho más espabilados que nosotros.
Los dos se despidieron de los cuatro trabajadores de mantenimiento y se
marcharon. No sin antes decirles, que en breve llegarían los colegiales.
—Chócala, volvamos al trabajo. Quiero acabar antes de que lleguen los
mocosos —le dijo Musculitos a su compañero. Después de eso, salieron del lugar
salpicando barro a Mordecai y Rigby.
El mapache y el pájaro se limpiaron y continuaron con el trabajo.
Media hora después apareció de nuevo Benson, pero esta vez venía acompañado
de los niños a los que tenían que enseñar el parque Mordecai y Rigby. Eran solo
cuatro muchachos, por lo que ambos pensaron que sería algo sencillo.
—Aquí tenéis a vuestro grupo de estudiantes para que le enseñéis las
maravillas de nuestro fantástico parque. Musculitos y Chócala ya tienen su
grupo y han empezado la visita. Niños, disfrutad del parque y aprended muchas
cosas. —Benson se retiró a su despacho, dejando a los dos encargados de
mantenimiento con los niños.
—Buenos días, niños. Nosotros somos Mordecai y Rigby —saludó Mordecai—.
Vamos a ser vuestros guías en esta visita. Ahora podríais empezar por
presentaros.
—Yo me llamo Stan Mars, y estos son mis amigos: Kenny McCormick, Eric
Cartman y Kyle Broflovki —dijo uno de ellos.
—¿Cómo? —preguntaron a la vez los dos trabajadores del parque.
—Ezque ez un judío de miedda —dijo el más gordo de ellos riendo y
haciendo burlas hacia su amigo.
Todos ellos iban vestidos con ropa de invierno a pesar del calor que
reinaba en el parque. El que se presentó como Stan llevaba un abrigo marrón y
un gorro azul. El gordo llevaba el gorro de color celeste y un abrigo rojo. El
judío llevaba un gorro con orejeras de color verde y un abrigo naranja. El
cuarto llevaba un viejo abrigo naranja y se cubría casi toda la cara con la
capucha; solo se le veían los ojos.
—Cállate gordo —ordenó Kyle.
—No me da la gana, podque tu madre ez una puta. ¿Quedéiz que oz cante la
canción de madre de Kyle ez una puta? —le preguntó a Mordecai y Rigby
—Yo por lo menos sé quién es mi padre —respondió Kyle.
—Mprh mprh mprh mprh mprh mprh —les explicó Kenny a los dos guías.
—¡¡UUUUUHHHHH!! —exclamaron estos a la vez. Después continuó Rigby
dirigiéndose a los niños—. Bueno, ya está bien de discusiones. ¿Quién quiere
pasarlo de vicio?
—Yooo —respondieron los niños.
—Muy bien, colegas, entonces comencemos la visita. Jamás os olvidaréis de
esta excursión porque va a ser la más flipante que habéis hecho nunca.
Quince minutos después, se encontraban en un cruce de caminos cercano al
edificio en el que vivían los dos guías. Allí coincidieron con el otro grupo de
excursionistas. Los chicos parecían entusiasmados con la visita que les estaban
ofreciendo Chócala y Musculitos.
Mordecai y Rigby se miraron el uno al otro y decidieron pedir ayuda. El
mapache sacó su teléfono móvil y marcó el número de Skips. De todos, él era el
que más sabía sobre el parque, y si él no podía ayudarles a organizar una
visita mejor que la que estaban haciendo sus otros dos compañeros, nadie podría
hacerlo.
Tras una larga conversación, en la que Rigby solo emitía monosílabos y
sonidos de asentimiento, regresó junto a los demás.
—Me ha dicho que podemos enseñarles el estanque. Nadie lo sabe, ni siquiera
Benson o Pops, pero allí, Skips cría el único ejemplar en el mundo de pez
unicornio —explicó a su compañero y amigo.
—Entonces no perdamos el tiempo. Iremos en el carrito, está en el garaje.
Los trabajadores del parque y los cuatro alumnos del colegio elemental de
South Park montaron en el pequeño cochecito de golf. Rigby aceleró a fondo y
giró levemente el volante para salir del lugar. El coche comenzó a girar sobre
sí mismo sin control. A la segunda vuelta, Kenny salió despedido del vehículo
en dirección al viejo arce del que tan orgulloso estaba Pops. El cuerpo del
niño quedó hecho un amasijo de carne y huesos pulverizados debido a la
violencia del choque.
—¡Oh, oh! La hemos cagado —informó Rigby.
—¡Oh, dios mío, han matado a Kenny! —exclamó Stan.
—¡Hijos de puta! —insultó Kyle—. Bueno, ¿vamos a ese lago o qué?
—Pero, pero… tenemos que informar a Skips de lo que ha sucedido —dijo
Mordecai—. Voy a llamarlo ahora mismo.
Mientras el gran pájaro azul realizaba la llamada de teléfono, llegó al
lugar Pops a interesarse por cómo iba la excursión.
—Hola, muchachitos. ¿Qué tal va esa excursioncilla? Espero que estéis
disfrutando de nuestro maravilloso paaaaa —la gran piruleta se quedó sin habla
cuando vio el cuerpo de Kenny estampado contra el árbol. Enseguida se echó a
llorar y gimotear.
—Pedo menudo madica, ¿pod qué lloda el cabezón ezte? —se rio Cartman—.
Venga, tú, jodido marzupial, llevanoz al lago ese del pez unicodnio.
—Cartman, los mapaches no son marsupiales. Eres un jodido retrasado —le
dijo Stan.
—Calla, madica de miedda.
En aquel momento llegó Skips que, tras el aviso de su subordinado, acudió
saltando a todo lo que daban sus cortas patas.
—¿Qué ha sucedido? —exigió saber de inmediato.
—No lo sabemos exactamente —comenzó a explicar Mordecai.
—Bueno, el caso es que quisimos llevarlos a ver el pez unicornio del
estanque, y al arrancar, ese niño salió volando del cochecito. Yo creo que el
cinturón de seguridad está en mal estado —mintió Rigby.
—Pedo si aquí no hay cintudones.
—¡Cállate, gordo! —ordenó el mapache.
—Yo no eztoy goddo, eztoy fuedtecito.
—Reconócelo, Cartman, estás gordo —rieron sus dos amigos.
—¡Ya está bien, silencio! —ordenó el inmortal yeti. Entonces se le
oscureció la mirada y el cielo se tornó rojizo—. Tras el bosque de abedules, en
la zona más oriental del parque, existe un viejo cementerio cajún. Ese
cementerio ya estaba aquí mucho antes de que construyeran el parque, incluso
mucho antes de que llegara yo a la zona. Pues según cuentan las viejas
leyendas, los antiguos guerreros de la tribu eran enterrados allí cuando caían
en la batalla. Poco tiempo después regresaban junto a los suyos para seguir
luchando por su pueblo. También dicen que no volvían solos.
—Eso es muy chungo, tío —se quejó Rigby.
—Pero tenemos que hacerlo; solo así conseguiremos que Pops se recupere
—argumentó Mordecai. La gran piruleta se encontraba en un estado catatónico y
no dejaba de llorar por el niño fallecido. De su boca solo salían las palabras
“el niñito ha muerto” y las repetía una y otra vez—. Vamos allá.
Mordecai, Rigby y Skips montaron el carrito de golf y partieron hacia el
viejo cementerio. Media hora después, los dos trabajadores del parque, pala en
mano, hicieron un hoyo en el suelo en el centro de una extraña formación de
piedras que formaban una espiral. Skips depositó el cuerpo del colegial en el
agujero y, entre los tres, lo taparon de nuevo con la tierra.
—Ya está —les dijo el yeti a sus dos trabajadores—. Ahora regresemos con
Pops y los otros niños. En breve veremos al muchacho de nuevo entre nosotros.
Antes incluso de los que pensamos.
Cuando llegaron al lugar en el que se encontraba el gerente del parque
con los tres infantes, se encontraron con que el más gordo, estaba acercándole
el trasero a la cara y soltando ventosidades cerca de su nariz mientras los
otros dos no paraban de reír.
—¡Eh, tío, eso no mola nada! —recriminó Mordecai. Cartman soltó otra
flatulencia. Pops seguía en estado catatónico balbuceando palabras
ininteligibles.
—Tío, menudo pedo más malo —le dijo Rigby riendo.
—Dejad de hacer el tonto y continuad con la excursión —ordenó Skips
cogiendo en brazos a Pops y llevándoselo.
—Enseguida.
Mordecai y Rigby se hicieron cargo del grupo de estudiantes y se
encaminaron hacia el estanque para enseñarles el pez unicornio.
—Mrph mrph mrph mrph —se escuchó a escasos metros de ellos. Era Kenny que
había resucitado. Sin embargo, ya no era el Kenny que todos conocían. Bajo la
capucha, se podían observar unos ojos hundidos y una piel amarillenta. De sus
extremidades, igual que de la caja torácica y espalda, asomaban huesos
fracturados por la colisión. Junto con el niño caminaban otros resucitados,
todos ellos eran guerreros indios.
—A Kenny le pasa algo —informó Kyle a sus dos monitores.
—Es que el regreso del más allá tiene que ser duro, pero seguro que
dentro de un rato está perfectamente.
—¿Y quiénes son esos que vienen con él?
—Seguro que le han hecho el favor de ayudarle a volver —les dijo
Mordecai.
—Mrph mrph mrph —murmuró a la vez que se lanzaba contra su amigo Cartman.
—¡Eh, Kenny, no me jodaz!
Deja mi cedebro tranquilo.
—Mrph mrph mrph.
—¡Qué no!, no te voy a dar ni siquiera un poquito, ez mío. Jodido pobre.
¡Eh, pedo que hijoputa!, me ha moddido.
—Chicos, chicos, dejad de morderos —ordenó Mordecai a la vez que tiraba
de los pies de Kenny para separarlo de su amigo. Entonces, el cuerpo del niño
se separó de la cabeza, cayendo esta al suelo con los ojos desorbitados y la
boca abierta. Los otros resucitados se dispersaron por el parque.
—¡Anda, la puta, han vuelto a matar a Kenny! —gritó de nuevo Stan.
—¡Cabronazos! —insultó Kyle.
—Rápido, llevémoslo otra vez al viejo cementerio cajún —dijo Rigby.
Nuevamente, los dos trabajadores del parque cargaron en el cochecito de
golf el cuerpo sin vida del niño y lo llevaron hasta el lugar que les había dicho
Skips. Cavaron un nuevo hoyo, depositaron el cadáver y lo taparon con tierra.
Cuando llegaron a dónde se encontraban los otros niños, los dos menos
alborotadores miraban con los ojos desencajados al más gordo. Mordecai y Rigby
pudieron observar que Cartman tenía los ojos hundidos y la piel amarillenta. De
la comisura de su boca colgaba una baba de aspecto lechoso. Fue cuando se
dieron cuenta de que el otro niño, al morderlo, le había convertido en muerto
viviente. Habían desatado un apocalipsis zombi sin saberlo. Entonces apareció
de nuevo Kenny, esta vez sin un brazo y con la cabeza cosida al cuerpo con
grueso hilo negro. Más guerreros cajún resucitados lo acompañaban.
—Mrph mrph mrph.
—¡Oh, no! Quiere comerse nuestros cerebros —se asombró Rigby.
—Bolitaz de quezooo… —gimoteó el otro muerto viviente.
—¿Y a este qué le pasa, tronco? —quiso saber Mordecai.
—Nada, que aunque sea un zombi siempre será un gordo de mierda y solo
piensa en comida —le dijo Stan; todos rompieron a reír.
Kenny se lanzó sobre el pequeño mapache para morderlo. Entonces Mordecai
sacó su rastrillo de recoger las hojas y le atizó con la zona metálica. Los
dientes del rastrillo le hicieron grandes arañazos en lo que quedaba de cara de
Kenny. Después cogió la pala y repitió el golpe. La cabeza del niño salió
volando hasta estrellarse contra un árbol. Los dos amigos del niño repitieron
las frases anteriores.
—¡Oh, dios mío, ha matado a Kenny!
—¡Hijo de puta!
En aquel momento, fue Cartman el que se lanzó sobre Mordecai. Esta vez
fue Rigby el que cogió la pala y golpeó al corpulento colegial hasta que quedó
inerte en el suelo.
—¡Oh, dios mío, ha matado a Cartman! —gritó Stan. Silencio. Miró a su
amigo Kyle—. ¿No vas a llamarle hijo de puta?
—No. Se lo merecía.
—Es verdad. Que se joda. —Y ambos comenzaron a reír.
Los muertos que habían resucitado a la vez que el niño, se habían hecho
con el control del parque y estaban mordiendo a los transeúntes que caminaban
por él. A lo lejos, pudieron ver cómo habían convertido en zombis a Musculitos
y Chócala, que perseguían sin piedad a Benson y al becario Thomas. Un guerrero
cajún resucitado corría tras Skips que seguía llevando en brazos a un
horrorizado Pops.
Mordecai y Rigby se miraron, y miraron a los dos estudiantes que quedaban
vivos. El gran pájaro azul, lleno de responsabilidad, dijo que tenían que hacer
algo. Entonces el mapache tuvo una gran idea.
—No hace falta. Cogeremos este viejo reloj de tiempo y viajaremos al
pasado e impediremos que se organice esta excursión.
—¡UUUHHH! Mola.
En ese instante Mordecai puso la mano sobre el hombro de Rigby y este
comenzó a girar las manecillas del antiguo reloj en el sentido inverso de cómo
lo hacían ellas habitualmente. El plano físico del espacio-tiempo comenzó a
plegarse sobre sí mismo y después giró una y otra vez hasta convertirse en una
espiral del tiempo. Mordecai y Rigby comenzaron en uno de los extremos de la
espiral elíptica y a cada giro se iban aproximando cada vez más al centro de la
misma, hasta que, cuando lo alcanzaron, desaparecieron de aquel presente para
regresar al pasado.
Cuando abrieron los ojos, se habían desplazado una semana atrás. Estaban
en la mansión del parque, la misma en la que ellos compartían habitación y en
la que Benson tenía su despacho. Tenían que distraer la atención del capataz
para hacer desparecer todo lo referente a aquella maldita excursión del futuro.
Sabían que no iba a ser nada sencillo, Benson no se separaba de su
escritorio para nada. En aquel momento pasó por allí Thomas, el becario. Él
sería el encargado de hacer salir a la máquina de chicles del despacho.
Mordecai lo abordó sin más dilación y le indicó que tenía que hacer salir al
jefe. La cabra, en un principio, no quiso colaborar con ellos. Sabía que se
metían en muchos líos y no quería ser cómplice. Quería acabar las prácticas sin
problemas con el jefe, pero tampoco quería enfrentamientos con sus compañeros.
—Muy bien, Thomas, si no quieres ayudarnos, entonces vete a engrasar mi
cortacésped —ordenó Rigby, y le dio una lata de aceite metida en una bolsa de
papel. Cuando la cabra salió del edificio, Rigby y Mordecai entraron corriendo
al despacho de su jefe.
—¡Benson, Benson! Thomas se ha vuelto loco —exclamó Rigby—. Se ha comido
todos los sándwiches de queso Premium de la ciudad. Ahora se lleva el tuyo para
comérselo en el cobertizo.
Mientras el mapache entraba gritando y haciendo aspavientos, Mordecai,
con sigilo y disimulo, cogió y se guardó el bocadillo de Benson. El jefe miró
hacia el lugar en el que momentos antes estaba su sándwich de queso Premium. Al
ver que no estaba allí, salió corriendo para atrapar al becario y recuperar el
almuerzo.
—Muy bien, ya está. Ahora coge ese papel y llama al colegio para anular
la excursión, después lo destruiremos y dejaremos un número falso.
Destruyeron el papel y pusieron un teléfono inventado y el nombre de un
colegio que no existía. Pocos minutos después llegó Benson y comenzó a llamar
al colegio para concertar la excursión. Marcó varias veces el número y en todas
ellas le dijeron que aquel teléfono no pertenecía a un colegio, sino a una
funeraria. Con la mosca detrás de la oreja, Benson miró a los dos trabajadores
del parque. No podía demostrarlo, pero sabía que ellos dos estaban detrás.
—No sé lo que habéis hecho, pero esto es cosa vuestra. Si por mí fuera os
pondría de patitas en la calle, pero Pops no lo soportaría. Pero me las vais a
pagar, durante toda una semana vais a cortar el césped. Todos los días.
Los dos amigos salieron del despacho riendo. Habían conseguido su
propósito; aunque les había tocado la tarea más tortuosa de todas, había
merecido la pena.
Una semana después, mientras limpiaban las hojas de la hierba, por la
entrada principal pasaron un grupo de colegiales. A pesar del calor, uno vestía
un abrigo marrón y un gorro azul y rojo, otro un gorro de orejeras verdes y un
abrigo naranja, otro un abrigo naranja y se cubría con una capucha y, el más
gordo de todos, llevaba un abrigo rojo y un gorro celeste.
—¡Eh, tíos, mirad a esos doz, padecen madicas! —rió el más corpulento.
Rigby cogió una lata que alguien había tirado al suelo y se la lanzó, con
tan mala suerte que le acertó en la cabeza al de la capucha. El niño
trastabilló y cayó en la carretera en el momento en el que pasaba el camión de
la basura y lo arrollaba.
—¡Oh, dios mío, ha matado a Kenny! —exclamó el del gorro azul.
—¡Hijo puta! —insultó el del gorro de orejeras al conductor del camión.
Mordecai miró a su compañero sabiendo los dos que podían hacer algo por
el muchacho.
—Ha sido fuera del parque, no es responsabilidad nuestra —le dijo el
mapache, y continuó rastrillando las hojas del césped.
Consigna: Fuiste elegido por los creadores de "Un show más (Historias corrientes) para que escribas el cuento en el cual se basarán para realizar la película animada de la serie. Confiamos en que no escribirás un episodio más, sino la historia más disparatada, terrorífica y delirante que se pueda imaginar para un film. Deben participar todos los personajes que trabajan en el parque, el resto vos decidís quiénes deben estar.
Este es el especial que Cartoon Network debería hacer de Un Show más. Es divertido y delirante, con un trabajo excelente sobre los personajes.
ResponderEliminarGran trabajo, Robe.
Saludos.