A la última hora del mismo día en el que los
prisioneros habían huido (los monjes aún no sabían este último detalle) se
celebraría el sacrificio de la virgen. Todo estaba ya dispuesto para la
ceremonia. La víctima sobre la cama de ejecuciones y el nuevo integrante de la
hermandad dispuesto a cumplir su misión. Los prisioneros y su amigo estaban
escondidos espiando a los monjes esperando la mínima oportunidad para acercarse
a la capilla, entrar y sacar de allí a sus amigos para volver todos al pueblo a
salvo.
Todos los monjes acudieron a la capilla bajo la
atenta y vigilante mirada de los tres amigos ocultos. Cuando todos los monjes
se hallaban en la capilla decidieron acercarse hasta allí para salvar a los
prisioneros. Como no querían ser descubiertos, fueron por la parte de atrás
(Juan Cruz se acordaba que allí había una puerta de cuando había ido con su
hermana y la amiga de ésta). La puerta secreta estaba ahora abierta, porque por
allí habían entrado Roberto y el Elegido y nadie la había cerrado. Desde
donde estaban situados no podían ver el interior porque una cortina se lo
impedía; lo único que podían ver eran sombras creadas por las velas que
rodeaban a Laura.
Dentro del lugar, el Elegido hablaba a los
demás monjes para contarles que el hermano Sixtrel iba a sacrificar a
una virgen como ofrenda al Todopoderoso. Aquello significaba que cuando
el Elegido se retirara de sus actos de líder de la hermandad toda esa
responsabilidad recaería en Roberto. Cuando el Elegido acabó de hablar a
sus hermanos todos rezaron una oración hacia el Todopoderoso
antes de iniciar el sacrificio.
Laura estaba a la espalda de Roberto y el líder de
aquel grupo de fanáticos, entre ellos y la cortina que no dejaba ver desde
fuera a sus tres amigos. No podía verle la cara a Roberto porque la llevaba
tapada con el hábito tan siniestro que llevaban todos ellos; tampoco podía ver
a Fernando, Dani y Juan Cruz porque estaba la cortina, lo primero y porque de
la forma en la que estaba atada le era imposible girar el cuello lo suficiente.
El Elegido se acercó a Roberto y le dio un
puñal muy raro, con curvas, y ambos se colocaron a detrás del camastro de
Laura, de cara a la audiencia. Laura lloraba de miedo al ver que iba a morir,
no podía gritar porque estaba amordazada. Los dos terribles seres que la iban a
matar estaban a su lado. Aquella terrible imagen ya la había vivido antes pero
no podía recordar donde. El Elegido y el resto de los monjes entonaban
una oración a la vez que el monje que acompañaba al Elegido se colocaba
al lado de Laura con el cuchillo a la altura del pecho. El cántico de los
monjes se fue elevando de tono, el Elegido iba metiendo la mano en un
cáliz en el que tenía el brebaje del sacrificio e iba santificando a los
monjes con él; cuando acabó de extender unas gotas de la pócima bebió unos
tragos y se lo pasó al otro monje que estaba con él que se bebió el resto. El
canto de los monjes llegaba a su punto cumbre y Roberto levantó el puñal por
encima de su cabeza, el Elegido le dio la orden de ejecución, en ese
instante la capucha se apartó de su cara y Laura podía ver el rostro de su
ejecutor. Ese rostro no era otro que el de Roberto; pero no el del Roberto que
ella conocía si no que era el rostro de un ser que parecía que hubiera muerto
hacía mucho tiempo, aún conservaba algunos rasgos de su amigo pero no era él,
era como un zombi, como si se estuviera descomponiendo. Cuando Laura reconoció
a su amigo la mirada se le cambió, pasó del miedo a la incredulidad. ¿Cómo
podía estar haciendo eso?
En aquel momento, por la cabeza de Roberto pasó la
imagen que había visto la noche anterior del Conventico ardiendo; el
foco del fuego estaba en la cocina, lo sabía porque de allí era de donde salían
más llamas. La imagen se borró de pronto.
En ese mismo instante, los tres amigos fugitivos
decidieron adentrarse en la capilla; cuando vieron a Roberto intentando matar a
Laura todos se quedaron perplejos, aquella era la última imagen que esperaban
encontrarse. El primero en reaccionar fue Dani que se abalanzó contra Roberto y
lo derribó impidiendo que matara a Laura, acto seguido los otros dos liberaron
a Laura ante el asombro de los monjes y del Elegido. ¿Cómo era posible
que hubieran escapado de su prisión?
Juan Cruz cogió a Laura en brazos y salió de allí lo
más rápido que pudo, cuando los monjes quisieron reaccionar él ya estaba fuera,
camino del edificio principal. Fernando ayudó a Dani a ponerse en pie y salir
corriendo. Roberto y el resto de los monjes corrieron tras ellos; Roberto fue
el primero en alcanzarlos; derribó a Fernando y elevó el cuchillo sobre él. El Elegido
dio orden a los demás monjes de que no intervinieran, que aquello era asunto
del hermano Sixtrel y él lo debía resolver.
Fernando miró a los ojos de Roberto y a la mente de
éste vino el sueño que había tenido la noche anterior, pero ahora sí que podía
distinguir las caras de los que le acompañaban, correspondían a aquellos
intrusos que se llevaban a la chica que él iba a sacrificar para entrar en la
hermandad, la chica era otra de las personas que le acompañaban. También pudo
identificar la imagen aterradora que allí aparecía y no era otra que la que le
había dado aquel puñal y le había mandado ejecutar a una de sus acompañantes.
Pero algo no cuadraba, le faltaba una persona, otra de las chicas. “A los
intrusos les quitamos uno de sus riñones y luego se los entregamos a Köufar,
que vive en la buhardilla. Köufar es una bestia mezcla entre hombre y animal
salvaje. Lo tenemos en la buhardilla desde que lo encontramos en la puerta
principal; lo alimentamos con los cuerpos de los gatos y con los de los
intrusos, pero tienen que estar vivos y ha de matarlos él, si se lo damos ya
muerto no se lo come y allí lo deja hasta que se pudre y se convierte en un
esqueleto”. Aquellas palabras comenzaron a rondar su cabeza sin saber
porqué, las oía una y otra vez. Lo estaban volviendo loco.
– Roberto, soy yo, Fer– le dijo su amigo; pero
Roberto no lo recordaba.
– A los intrusos les quitamos uno de sus riñones
y luego se los entregamos a Köufar, que vive en la buhardilla– repitió
mecánicamente; aquella no era su voz, era más profunda. Se estaba volviendo
loco. La cabeza le iba a estallar; se llevó las manos a la cabeza y se puso a
dar vueltas sobre su propio eje a la vez que gritaba aquélla frase.
Fernando aprovechó para huir y unirse a sus amigos
que lo esperaban inmóviles sorprendidos ante la actuación de Roberto. Ninguno
de sus amigos sabía lo que Roberto quería decir con aquellas palabras. Buhardilla.
Aquella palabra comenzó a revolver la mente de Dani. Claro, habían arrojado a
Silvia a la guarida del monstruo que había intentado devorarlos a ellos. Sin
perder un segundo se lo comunicó al resto del grupo.
– Silvia está en peligro; corramos antes de que ese
bicho la devore. Esperemos que no sea demasiado tarde.
Todos corrieron escaleras arriba, pasaron el primer
piso y se encaminaron hacia la buhardilla. Cuando todos corrían hacia las
escaleras el Elegido mandó a sus fieles seguidores ir tras ellos.
Roberto seguía gritando y dando vueltas sobre sí mismo como un loco. De pronto,
las ideas se le aclararon y corrió hacia el Elegido. Éste al verlo
correr hacia él extendió sus brazos para acogerle en ellos; necesitaba de aquel
muchacho para que se continuara la tradición que su antecesor había iniciado
muchos años atrás. Roberto se refugió en los brazos del Elegido.
Un fuerte alarido salió de la boca del líder de los monjes. Roberto no
buscaba el refugio, sino que lo que hizo fue clavarle el puñal del sacrificio
en el pecho. Cuando el Elegido se retiró, un humo negro comenzó a brotar
de la herida que Roberto le hizo. Luego, recordando la visión que tuvo la
primera vez que se acercó a la capilla corrió hacia la cocina; esa visión era
el Conventico en llamas, y por la disposición de las mismas el fuego se
debió originar en la cocina (o eso pensaba, quisiera dios que fuese así).
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