– Socorro. Esa fiera nos quiere atacar– les dijo
Fernando a los monjes que estaban allí.
– Está prohibido subir a la buhardilla. ¿Cómo habéis
conseguido la llave del candado?– preguntó uno de los cuatro monjes.
– ¿Qué candado?– preguntó atónito Dani.
– No te hagas el tonto– le dijo otro monje–. La
buhardilla está cerrada con candado para que nadie pueda entrar ni salir.
– Para que no pueda salir esa cosa querrá decir
¿verdad?– interrumpió Fernando.
El monje le soltó una bofetada que tiró a Fernando
al suelo. A Dani no le pareció que el golpe hubiera sido tan fuerte como para
tirar a su amigo, pero no podía asegurar nada. Entre los cuatro monjes cogieron
a los dos amigos y los bajaron de allí.
– Esto lo vais a pagar caro– les dijo un monje a la
vez que cerraba un antiguo candado que atrancaba la puerta que daba a las
escaleras.
Dicha puerta no existía cuando ellos subieron, como
tampoco existía el candado. ¿Qué estaba sucediendo allí? Aquel lugar donde se
encontraban no era el Conventico; al menos no el que ellos conocían. Sus
paredes estaban en perfecto estado y en cada habitación había una puerta y
tenía las cuatro paredes y el techo. Era como si hubieran vuelto al pasado,
pero eso era imposible. Nadie podía hacer viajes en el tiempo; y menos
espontáneamente, como ellos. Es posible que sea sólo un sueño- pensó
Dani, pero si no era así, ¿qué les habría pasado a sus amigos? Los llevaron a
la sala principal del segundo piso, donde se había quedado Juan Cruz. Pero
ahora no estaba allí; ¿lo habrían atrapado a él también?, ¿habría huido a
tiempo? Ojalá fuera así, y que volviera con gente suficiente y los pudieran
sacar de allí a todos a salvo.
El monje que había golpeado a Fernando se encaminó
hacia la escalera que bajaba a la planta baja, donde supuestamente estaban
Laura, Silvia y Roberto. Tenían que avisarlos como fuera. Ahora sólo estaban
tres monjes custodiándolos, era su oportunidad de librarse de ellos, buscar a
sus amigos y huir de allí para siempre. Maldita la hora en que se nos ocurrió
venir al puto Conventico- pensó Dani. Fernando estaba con un solo monje y
Dani con dos. Se miraron a los ojos y sin decirse nada ya sabían lo que pensaba
el otro. Ambos empujaron a sus captores con todas sus fuerzas; estos apenas se
movieron pero Fernando y Dani consiguieron librarse de las ataduras de aquellos
fuertes brazos y bajar por las escaleras.
– Alarma, alarma. Intrusos. Intrusos en la escalera–
gritó uno de los monjes que se habían quedado custodiando a los dos amigos.
A los gritos le siguió una salida masiva de monjes
de las habitaciones. Todos con el manto y con una vela en la mano. Cuando
Fernando y Dani acabaron de bajar las escaleras un grupo de monjes los
esperaba. Intentaron dar la vuelta para volver a subir y, aunque fuera, saltar
por la ventana pero por detrás también les habían cerrado el paso. Estaban
rodeados, no tenían escapatoria, no podían enfrentarse a tanta gente ellos dos
solos. Sin darles tiempo a nada, varios monjes se les echaron encima y los
ataron con cuerdas gruesas. Como las que usa mi abuela- pensó
Dani. Los bajaron a la planta baja y allí los encerraron en una habitación del
fondo del lado derecho según se entra al edificio; la habitación daba
directamente al patio del Conventico.
La habitación no tenía absolutamente nada, ni una
mesa ni una silla ni una cama; nada de nada. En la pared que daba a la calle
había una ventana pero estaba rejada y, además, en la calle había muchos monjes
haciendo guardia alrededor del Conventico. Nunca lograrían escapar de
allí sin ayuda de sus amigos. A no ser que sus amigos estuvieran también en su
misma situación
– Aquí os quedaréis hasta que el Elegido
decida qué hacer con vosotros– comentó el monje que había pegado a Fernando (o
era otro monje, la verdad es que eran todos iguales y no sabrían
diferenciarlos).
El Elegido; ¿quién sería el Elegido? A
Fernando aquello le recordó a las películas y series donde sale una secta
satánica que tiene un líder y que sacrifica vírgenes a su Dios. ¡¿Vírgenes?!
Fernando miró a Dani y gritó:
– Laura y Silvia están en peligro. Espero
equivocarme pero es probable que las sacrifiquen.
– ¿Qué?– le preguntó Dani extrañado.
Entonces Fernando le contó lo que pensaba que podía
ocurrir.
hacerse los héroes no les sirvió de nada, ahora sí que están en problemas.
ResponderEliminar