De pronto, sin darse cuenta, estaban mirando todos a
la fachada principal del Conventico. Silvia fue la primera en darse
cuenta que la sombra que habían visto antes estaba en el segundo piso, asomada
a una de las ventanas. Sin saber la razón que los impulsaba a hacerlo todos
entraron en el Conventico. Cuando estuvieron los seis dentro sonó el
ruido de una gran puerta al cerrarse, una puerta tan grande como la del Conventico;
pero el Conventico llevaba sin puerta muchísimos años.
Todos se sobresaltaron al oír el golpe; nadie sabía
de dónde había salido pero enseguida se hicieron especulaciones al respecto.
Juan Cruz dijo que había sido alguna madera o piedra o algo por el estilo que
se había caído. Dani pensó que eran Manolo, Miguel y los demás que habían ido
al Dumper, que se fueron hasta allí y que al verlos decidieron gastarles
una pequeña broma. Fernando apoyó a Dani y decidió ir a buscarlos. Roberto dijo
que no eran ellos porque si no hubieran oído más ruido, risas o algo por el
estilo. Laura le dio la razón. Dani, Juan Cruz y Fernando subieron al piso de
arriba en busca de los demás para devolverles la broma pero con alguna que otra
colleja; Roberto se negó y dijo que él no se movía de allí. Laura y Silvia
decidieron meterse en alguna de las habitaciones para leer las firmas y firmar
si encontraban un trozo de tabla y lo quemaban con el mechero.
Cuando se quedó solo, Roberto se encendió un cigarro
y comenzó a andar por la entrada en pequeños paseos de ida y vuelta. En uno de
ellos que lo alejaban de la puerta y lo acercaban al patio interior vio un
grupo de sombras como la que habían visto antes dirigiéndose hacia la capilla
que allí se encontraba; un lejano sonido de campanas repicando llegó a sus
oídos. Movido por la curiosidad se acercó a la capilla. Las sombras venían de
la nada y se metían por la pequeña puerta. Cuando estuvo a dos pasos pudo
distinguir una forma humana cubierta por una especie de manto gigante como el
que usan los frailes o las monjas, con su capuchón, que les cubría de pies a
cabeza. No le podía ver la cara a ninguna de las sombras ya que llevaban todas
echado el capuchón. Le dio las últimas caladas al cigarro y se acercó aún más a
la puerta de la capilla que estaba custodiada por una de las siluetas.
No sabía por qué, pero había una fuerza extraña que
le obligaba a acercase cada vez más a la puerta, y a traspasarla. Miró hacia el
interior; lo que vio se le quedó grabado en sus retinas para resto de su vida.
Cerca de unas cien sombras allí metidas arrodillas con las manos juntas a la
altura del pecho en posición de rezo y emitiendo un murmullo inaudible.
– Pasa. Sólo aquí estaremos a salvo– le dijo la
sombra con una voz que parecía que venía de más allá de la nada; a la vez que
con una mano (o lo que hubiese debajo de aquel vestido raro) le señalaba el
edificio principal del Conventico.
Roberto se giró muy lentamente sin ni siquiera
imaginar lo que iba a ver y pensando en que todo era un mal sueño. Eso era, una
pesadilla causada por los botijos que se había tomado; había vuelto a
casa se había acostado y estaba soñando. Al girarse vio la parte principal
ardiendo, gritos de angustia y dolor provenían del interior; ¿serían de sus
amigos? Intentó correr hacia allí pero no pudo, una fuerza lo retenía en la
entrada a la capilla.
– No puedes hacer nada por ellos; sólo rezar por sus almas. Que cada
cual llore a sus muertos.
Cada vez más suspenso en esta historia de seres en pena. ¿Será que los muertos son ellos y no lo saben?
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