Laura y Silvia estaban en busca de un trozo de
madera para quemarlo y pintar sobre alguna pared. Cuando lo encontraron se
dieron cuenta que no tenían mechero. Pensaron en pedírselo a Roberto, ya que
era el que más cerca estaba de ellas. Salieron de la habitación en la que se
encontraban y llegaron al pasillo; al final del mismo vieron a Roberto
paseando. Silvia le llamo pero no la oía; entonces decidieron acercarse. Cuando
comenzaron a andar vieron que Roberto salía hacia la parte de atrás; Silvia
volvió a gritar su nombre pero él seguía sin oírla.
De pronto, una vela tras ellas iluminó el pasillo y
se escuchó una puerta cerrarse. El pasillo en el que estaban no era el mismo en
que habían estado apenas unos minutos antes. Era un pasillo relativamente nuevo
en comparación con el otro, con las paredes enteras y sin pintadas. Cuando se
dieron cuenta, se giraron a ver de dónde venía la luz que las iluminaba. Según
giraban sobre sus talones una voz les dio una orden.
– Ssshhh!!! No sabéis que está prohibido chillar a
estas horas de la noche– lo que iluminaba el pasillo era una vela y lo que la
sujetaba era la sombra que habían visto en la Calea y poco antes de
llegar allí. Iba vestida con un hábito de monje ermitaño o algo por el estilo.
Le cubría de arriba abajo y para rematar, una enorme capucha le tapaba la
cabeza y la cara. Las dos chicas no podían ver nada del cuerpo de aquel
personaje, el hábito lo tapaba todo.
¿Dónde estaban?, ¿cómo habían llegado allí?, ¿quién
era aquel tipo? Eran tantas las preguntas que se agolpaban en la cabeza de
Laura que le empezó a doler intensamente; en ella daban vueltas los botellines
de cerveza, los cigarros, una sombra, un ruido de una puerta y una vela; los
botellines de cerveza, los cigarros, una sombra, un ruido de una puerta y una
vela. Así una y otra y otra vez. Laura miró a Silvia y la vio acuclillada en el
suelo llorando con la cara entre las manos. La llamó; cuando levantó la cabeza
estaba pálida como un muerto y con unas ojeras increíbles. ¿Cómo era posible
que estuviera tan pálida y con esas ojeras?, ¿cuánto tiempo habría estado
llorando? Laura miró su reloj y vio que se encontraba parado en las 18:07 del
día 31 de Mayo. ¿Cómo era posible? Le última vez que lo miró eran las 0:10 de
una madrugada de jueves a viernes de Agosto del año 2001.
– Silvia. Silvia– llamó a su prima–. ¿Estás bien?
Silvia miró a los ojos de Laura. ¿Por qué estaba tan
tranquila?, ¿acaso no había visto lo que ella? Pero era imposible que no lo
hubiera visto, si ocurrió delante de sus narices. Además, llevaba cerca de dos
horas (por lo que pudo calcular ya que su reloj no funcionaba) sin moverse
siquiera desde que sucediera aquello. No quería ni pensar en eso. Por Dios
Santo, nunca había visto nada más horrible y ojalá nunca lo hubiera tenido que
ver. Por un instante pensó que las siguientes serían ellas, pero el personaje
del manto desapareció tan misteriosamente como había llegado.
– No, no estoy bien. ¿No has visto lo que ha
pasado?
– Silvia dime algo. Me estás asustando.
– ¿Qué quieres que te diga? Ya te estoy diciendo
que no estoy bien.
– Silvia, por favor dime algo. Socorro. Fernando.
Dani. ¡¡Socorro!!
– Laura. Te estoy hablando. ¿Qué pasa que no me
oyes?
Laura estaba llorando a la vez que zarandeaba a
Silvia para que la hablara. De pronto Silvia abrió la boca muy despacio. Iba a
decirle algo. Eso es, Silvia; despacio, poco a poco, dime lo que te pasa–pensó
Laura. Pero de su boca no salió ningún tipo de sonido legible, si no una
especie de gorjeo y una bocanada de sangre. Las dos se quedaron atónitas.
Una historia que pinta muy bien. Lo digo así porque pienso que continúa.
ResponderEliminarGran trabajo, Rober.
Saludos.