Juan Cruz siguió escondido durante mucho tiempo.
Horas; quizá era posible que llevara allí un día. Tenía mucha hambre. De
pronto, se dio cuenta que estaba escondido cerca de unas tomateras, así que
decidió que podía comer algún tomate. Cuando se acercó a la planta para coger
uno de sus frutos, ésta se mostró ante sus ojos como una planta podrida y sin
vida, con arañas y gusanos.
Le dio tanto asco que retrocedió un par de pasos y
casi cayó al suelo al pisar el terreno en malas condiciones donde se encontraba.
Se quedó parado a ver si venía alguno de los monjes que lo hubiera oído
trastabillar; pero nadie se acercó por allí.
De pronto reparó en una cosa muy curiosa y espantosa a la vez: en todo
el tiempo que llevaba allí escondido no había visto ni un solo rayo de sol; a
él le había parecido que llevaba allí casi un día y ni un rayo de sol había
aparecido en el cielo. Por Dios– pensó–; ¿en qué puto lugar estoy? No
había sol, la realidad no era tal como la concebían sus ojos, sus amigos habían
desaparecido, unos extraños monjes habitaban lo que un día él conoció como el Conventico.
Eso el lo único que se cierne sobre el Conventico: oscuridad.
ResponderEliminar