Durante aquella noche, tanto Laura como Silvia no
consiguieron pegar ojo. Laura lo intentó en un par de ocasiones, pero cuando
estaba a punto de conseguirlo una extraña imagen acudía a su mente y la
arrancaba de los brazos de Morfeo. En aquella aterrorizadora imagen se podía
ver a sí misma tumbada boca arriba en una especie de cama de madera, vestida de
blanco y con muchas velas alrededor. Podía oír voces pero no era capaz de
averiguar de dónde venían. De pronto, frente a ella veía uno de los monjes con
un cuchillo muy raro, con curvas; el monje levantaba el cuchillo por encima de
su cabeza. Cuando se disponía a bajarlo, tras la orden de otro monje que vestía
de forma distinta a los demás, la capucha se apartaba y le dejaba ver el rostro
de su ejecutor. Ese rostro no era otro que el de Roberto; pero no el del
Roberto que ella conocía, si no que era el rostro de un ser que parecía que
hubiera muerto hacía mucho tiempo, aún conservaba algunos rasgos de su amigo
pero no era él, era como un zombi, como si se estuviera descomponiendo. Cuando
veía la cara de aquel monstruo que se parecía a Roberto era cuando despertaba.
Silvia no intentó siquiera dormir, pero en su mente
también aparecía una pesadilla; aparecía el momento en el que el monje le
arrancaba la lengua al gato. Esa imagen se repetía una y otra vez en su
imaginación y no la dejaba pensar en otra cosa. Tenía miedo, no ya por lo que
le pudiera pasar a ella, si no por lo que le pudiera pasar a Laura o al resto
de sus amigos. Al final cayó rendida.
El miedo ya tiene rostro, y Roberto está ávido de lenguas.
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