Juan Cruz había ido al piso de abajo por unas
escaleras en perfectas condiciones. De pronto las cochambrosas escaleras del Conventico
se habían convertido en las mismas escaleras pero nuevas. La planta baja
también había sido remodelada. Escuchó un ruido bajo las escaleras; allí se
encontraba la cocina. Abrió la puerta y se introdujo en ella. No se veía nada.
El ruido del pasador de la puerta le alertó de que alguien iba a entrar, al
verse acorralado se escondió en un armario que allí había. Un monje entró en la
cocina y cogió un trozo de pan que se encontraba en la encimera. En el instante
en el que el monje se disponía a abandonar la cocina un gato se cruzó delante
de él. Desde su escondite en el armario Juan Cruz pudo ver como el monje cogía
al gato y primero le aplastaba la cabeza sobre la pared y luego lo despellejaba
y lo colgaba bocabajo de las patas traseras para que se aireara, como los
conejos.
– Tú servirás para la cena de mañana– le dijo el
monje al gato. Luego soltó una carcajada antes de salir.
Pocos minutos después salió Juan Cruz, primero del armario y luego de la
cocina. Miró hacia la entrada principal y se hallaba cerrada por una gran
puerta. Su cierre debía de haber sido el golpe sordo que escucharon al entrar y
atribuyeron a los que se habían ido al Dumper. Se dio la vuelta y vio la
capilla del patio iluminada, con un monje custodiando la entrada; unos lejanos
rezos le llegaron desde allí. Decidió acercarse porque hacia allí había visto
que iba su amigo Roberto
Estos tipos tienen una obsesión con los gatos.
ResponderEliminarMe gusta esta manera de contar la historia, con entradas cortas (que se disfrutan más), que te dejan con intriga terrible.
Saludos.